Epílogo

«Pero el momentos más inolvidable, el más romántico, llega la noche del transbordo en dirección París, cuando el cuerpo técnico viaja por la noche con el autobús y toda la infraestructura y se para a dormir a medio camino. Por lo general coincidimos con otros equipos. Y por la mañana salimos al párking, limpiamos los vehículos, charlamos, bromeamos… Y tiramos hacia París. Tenemos la sensación de haber hecho algo grande, y también de estar terminando una historia. Es una atmósfera preciosa en la que estoy deseando verme de nuevo» (Carlo Saronni)

Reconozco que ayer iba con André Greipel. Me ha parecido encomiable la lealtad que ha tenido Lotto-Soudal con el ‘Gorila’, trabajando para él hasta el último día pese a que su nivel era considerablemente inferior al de los dominadores de los sprints. También me apetecía que, como el año pasado, salvara su racha de grandes vueltas consecutivas ganando etapa en la prestigiosa llegada de los Campos Elíseos. Sin embargo, mi gozo en un pozo, Alexander Kristoff fue incapaz de mantenerse a rueda de Groenewegen y generó un corte insalvable para quienes remontaban desde atrás. Los resultados del noruego en este mes de julio no han sido malos, pero han puesto de manifiesto que este año no es el suyo.

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Horas

«No he visto nunca a una muchedumbre vociferar durante tanto tiempo. Aquella tarde, en medio de las tempestades que se levantaban a cada momento, hice una reflexión simplísima, pero que por su misma simplicidad tenía un extraordinario valor. Parecía que se iba a hundir el mundo, que iban a quemar la plaza, que íbamos a ser arrastrados y despedazados, no sé. Yo veía encresparse a la multitud y me acongojaba imaginando cómo terminaría aquello. En lo más impresionante del tumulto se me ocurrió: ‘Dentro de dos horas será de noche, y esto tiene que haber cesado. Se habrán muerto, nos habrán matado, lo que sea. Pero es indudable que dentro de dos horas todo estará tranquilo y silencioso. Es cuestión de esperar. Dos horas pasan pronto'» (Juan Belmonte, torero, en la biografía que escribió Manuel Chaves Nogales)

En mi caso son 24. Me queda un día de curro, un día de Tour de Francia; un día de consumo mediático desaforado, de escribir a tope, de tener medio ojo puesto en la Vuelta a León y otro medio en La Indurain, de rezar para que todo acabe como pienso que va a acabar con objeto de no tener que retocar los textos y los enfoques. 24 horas y seré libre de esta carrera tan grande y tan sofocante, tan excesiva y tan invasiva. 24 horas para que empiecen tres semanas de verano, o algo parecido, que pienso aprovechar para salir de fiesta y para pedalear en previsión de la Vuelta a España y de lo que vendrá después.

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Resultado

«Rara vez estoy en el pelotón: siempre ando en cabeza, tirando, o descolgado, reventado. Eso quiere decir que no hablo con mucha gente a lo largo del día, así que está siendo un Tour bastante solitario para mí. Pero estoy aquí para hacer un trabajo, no para charlar» (Luke Rowe)

Ayer fue un día de bastante remo: casi 120 kilómetros le ha tocado a los trotones encabezar al pelotón, lo cual es una pasada a estas alturas de carrera. Hoy la etapa dura 220 kilómetros: cualquier equipo que quiera forzar el sprint tendrá que explotar a sus gregarios durante cinco horas. Ello aumenta las posibilidades de triunfo de la fuga. Por otro lado, hay conjuntos como Cofidis o Lotto-Soudal que habían apostado fuerte por velocistas que todavía no han arrojado resultados…

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Reproches

«Quiere ser ciclista con toda su alma y tiene una fuerza de voluntad enorme. Aparte, hay mucha buena gente en este equipo que ha trabajado con él, que absorbe todo el conocimiento que percibe alrededor» (Merijn Zeeman, sobre Primoz Roglic)

El secreto de este Tour de Francia es la escasez de alta montaña. La ha habido, por supuesto; baste la etapa jurásica como muestra inapelable. No obstante, la apuesta por incluir las cinco grandes cadenas montañosas de Francia en el recorrido ha dispersado muchísimo la dureza y la carencia de finales en alto (sólo dos hasta ahora) ha favorecido que las diferencias sean parcas. Sólo quedan tres etapas para París y los cuatro primeros siguen en menos de un minuto, siendo patente la superioridad (exigua) de uno de ellos respecto de los demás. Tal vez esta sea la nueva panacea para el espectáculo, ya experimentada por la Vuelta con sus finales en cuesta: diseñar recorridos que dejen la general muy apretada para crear sensación de emoción.

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Albi

«Muchas veces sucede con los ciclistas colombianos y norteamericanos que sufren un período más bajo de rendimiento y de inmediato el equipo dice: ‘Tienes que correr más en Europa. Tienes que venir a más concentraciones. Claramente no te has preparado bien en casa, así que vamos a seguirte más de cerca’. Y creo que es un error. Nosotros sabemos que Rigoberto Urán ha sido bueno todo este tiempo; sólo faltaba un ‘click’. Le dejamos que siguiera haciendo lo que él sabe que le funciona y no interferimos. Le dimos espacio y libertad sin dejarnos llevar por el aquí y ahora» (Jonathan Vaughters, en Cyclingtips)

El lunes por la noche fue publicada en la web de El País una intensa entrevista de Carlos Arribas con Eusebio Unzué en la cual el gran jefe de Movistar Team rechazaba con buen criterio analizar los porqués de la decepción de su líder Nairo Quintana en este Tour de Francia. De entre todas las declaraciones del técnico navarro, las que más me llaman la atención son las siguientes: «Sigue teniendo un gran nivel pero no ha habido una progresión. Antes podíamos pensar que no progresaba pero que tampoco iba hacia abajo y diríamos que este Tour ha roto un poco con esa línea. Aquí ha habido como una especie de retroceso».

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Tejidos

«Cuando eres un actor del Tour, cuando estás delante, cuando tienes un objetivo de verdad, esto es una cosa. Cuando sólo eres un perseguidor que calcula cada mañana cuánto será el fuera de control es otra. Hay una carrera que los escaladores y los tíos de la general esperan con impaciencia y a la vez hay una segunda carrera, la de los velocistas y los corredores como yo que tememos cuando vemos que hay una subida de salida y pensamos: ‘No podemos coronar lejos de los primeros’. No es fácil» (Yoann Offredo, en el blog de François Thomazeau)

«Un objetivo de verdad». Conozco muchas personas que deambulan por su vida sin un objetivo de verdad, sin una ilusión concreta, sumidas en la inercia, estancadas. Ése es uno de mis grandes miedos, no tener un «para qué», y debería ser a mi juicio la gran aversión de un deportista. Cada fin de semana hay ciclistas que acuden a las carreras sin una razón más que el gusto o la costumbre. Competir, pedalear, sacrificarse o entrenar sin tener un para qué debe ser horrible. Suele coincidir: los equipos y corredores que menos rinden son los que menos objetivos tienen, o los que se marcan metas vagas como «dejarse ver», «darlo todo», «pasar el día» o «esperar una oportunidad para sorprender». Creo que el primer paso debe ser atreverse a fracasar. Es mejor defraudar las expectativas habiendo apuntado alto de forma realista, que pasar sin pena ni gloria cumpliendo propósitos irrelevantes.

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Balerma

«Han corrido mucho juntos. Cuentan con experiencia. Tienen 28, 32 años, y ya han pasado por cualquier situación unas cuantas veces. Quizá cuando tenían 22 ó 24 años les hubiera costado más reaccionar porque, cuando alguien sufre una avería mecánica, toma un poco de tiempo darse cuenta de lo que sucede y organizarse. Ellos lo resolvieron rápidamente» (Dave Brailsford)

Chris Froome solucionó una nueva situación de crisis en este Tour de Francia; la cuarta tras sortear la caída de Geraint Thomas bajando, la avería en el cambio que sufrió en la despiadada etapa jurásica y salirse en una curva del descenso previo al Peyresourde. En todas ha tirado de suerte del campeón, del poderío de su Team Sky y, por supuesto, de su extraordinaria fuerza física. No obstante la lógica euforia que produce solventar situaciones límites como estas, la acumulación de ‘close calls’ me hace pensar que algo no funciona. Quizá a nivel técnico, o quizá a nivel karmático. Entre las lecciones que me ha dado la vida figura que el cántaro da viajes a la fuente hasta que se rompe y el fracaso es paulatino.

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Baikonur

«No sé qué ha pasado. Aru no es bueno yendo a rueda [de sus gregarios]: nos perdimos cuatro o cinco veces en el tramo de carretera ancha. No sé si culpa suya o nuestra. No sé por qué él estaba situado tan atrás. Era una carretera ancha, deberíamos habernos colocado juntos en cabeza del pelotón, pero no nos encontramos los unos a los otros ya que él estaba vagando por el grupo y, al no verle, nosotros también nos pusimos a hacer lo mismo. No logramos juntarnos de nuevo. Fallamos en nuestra misión de colocar a Fabio» (Michael Valgren)

De las francas declaraciones de Valgren, lo que más me llama la atención es el comienzo de la segunda frase: «Aru no es bueno yendo a rueda de sus gregarios». Desde fuera parece lo más sencillo del mundo: seguir a los compañeros, que te llevarán a buen puesto y buen puerto, y basta. Sin embargo, tiene su intríngulis mantenerse cerca del coequipier, saber cuándo dejarle espacio y cuándo encimarle, poseer las habilidades técnicas pertinentes para surcar el pelotón persiguiéndole, contar con las fuerzas necesarias para ello, e incluso confiar en que ésa es la persona adecuada para cumplir con ese trabajo. Sumamos factores y nos damos cuenta de que ir a rueda de los compañeros es complicado. Pasa como con otras mil suertes del ciclismo: su complejidad pasa inadvertida. Por eso es tan fácil, y tan atrevido, y tan arbitrario, juzgar.

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Galones

«Prefiero días como éste en los cuales se puede ir a tope de revoluciones. Ayer fue más bien una cuestión de supervivencia porque era una etapa larguísima. Tienes que preocuparte de beber, de comer, de ahorrar energías… Jornadas así de extenuantes generan tácticas negativas. En cambio, cuando el día es más corto, sucede una competición más positiva» (Simon Yates)

Vista la etapa de ayer, la primera conclusión es obvia: ¡cómo molan las carreras cortas! Y tiene cierta parte de razón: la intensidad es mucho mayor, existe muchísimos menos miedo a desfondarse y a las consecuencias de medir mal un ataque. Inmediatamente se vienen a nuestra cabeza tres jornadas: Alpe d’Huez (Tour 2011), Formigal (Vuelta 2016) y esta misma de ayer. Todas tuvieron tres elementos en común: el perfil montañoso, el ejercicio de fondo de más de 200 kilómetros en el día anterior y la presencia de Alberto Contador como chispa para encender la pólvora. Podemos esperar que estos diseños se conviertan en un recurso habitual para los organizadores de grandes vueltas. No serán, sin embargo, el patrón oro. Giro, Tour y Vuelta son pruebas de resistencia, maratonianas por naturaleza. Además, ese derroche de fuerzas que tanto gusta en parciales de montaña puede ser muy peligroso en los destinados al sprint.

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Hierro

«A Chris [Froome] le ha faltado un puntito que sí han tenido otros”
“Ha sido un final inesperado, pero no es ningún drama lo de hoy”
“Si hubiera jugado a ganar la etapa hubiera sido candidato a la victoria”
“No se me ha ocurrido mirar atrás”
(Frases sueltas de Mikel Landa, recogidas de diversos medios)

Mikel Landa tiene muchas cualidades deportivas que le hacen competitivo y un aura que le hace extraordinario. Durante toda su carrera le he percibido como un dechado de virtudes con muchísima personalidad: un gallo con todas las letras. Escalador, inexplicable, carismático y engreído, evanescente y genial. Y, por encima de todo, atrevido hasta el punto de ser descarado. No hay más que pensar en el Giro de su eclosión ante el gran público, en la etapa de Andorra de la Vuelta a España conquistada en rebeldía, o incluso en aquellas Lagunas de Neila en las que, contando 21 años, pintó la cara de su jefe de filas Samuel Sánchez, de un Purito Rodríguez en pleno apogeo o de un Juanjo Cobo que un mes después se vestiría de rojo en Cibeles.

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