«Cuando eres un actor del Tour, cuando estás delante, cuando tienes un objetivo de verdad, esto es una cosa. Cuando sólo eres un perseguidor que calcula cada mañana cuánto será el fuera de control es otra. Hay una carrera que los escaladores y los tíos de la general esperan con impaciencia y a la vez hay una segunda carrera, la de los velocistas y los corredores como yo que tememos cuando vemos que hay una subida de salida y pensamos: ‘No podemos coronar lejos de los primeros’. No es fácil» (Yoann Offredo, en el blog de François Thomazeau)
«Un objetivo de verdad». Conozco muchas personas que deambulan por su vida sin un objetivo de verdad, sin una ilusión concreta, sumidas en la inercia, estancadas. Ése es uno de mis grandes miedos, no tener un «para qué», y debería ser a mi juicio la gran aversión de un deportista. Cada fin de semana hay ciclistas que acuden a las carreras sin una razón más que el gusto o la costumbre. Competir, pedalear, sacrificarse o entrenar sin tener un para qué debe ser horrible. Suele coincidir: los equipos y corredores que menos rinden son los que menos objetivos tienen, o los que se marcan metas vagas como «dejarse ver», «darlo todo», «pasar el día» o «esperar una oportunidad para sorprender». Creo que el primer paso debe ser atreverse a fracasar. Es mejor defraudar las expectativas habiendo apuntado alto de forma realista, que pasar sin pena ni gloria cumpliendo propósitos irrelevantes.