En 1885, España se debatía entre el bienestar y la más absoluta de la crisis. Recién perdidas gran parte de las riquezas coloniales y con ello los últimos recuerdos del pasado esplendor del Imperio, sólo el orden establecido por el turno dinástico de Cánovas del Castillo y Sagasta, sistema democrático sólo para el observador poco crítico, garantizaba el equilibrio de la nación. Eso y el mando de un rey, Alfonso XII, ilustrado y justo, que sabía qué le convenía a la nación y, sobre todo, qué le convenía a él mismo.
En esa coyuntura, con el Estado pendiente de un hilo, Alfonso XII contrajo una enfermedad venérea como resultado de su afición a levantar las faldas de las actrices del Madrid de la época. Murió a los pocos meses, dejando en el vientre de su esposa María Cristina de Austria un vástago que, se supone, heredaría la Corona y los derechos reales de su padre. Del sexo del retoño dependería que éste tomara la Corona tras unos años de regencia de su madre, o que España acabara en manos de un noble extranjero que se casara con su princesa. Esto último no iba a ser permitido por los poderes fácticos del Estado, siendo el ejército el más abiertamente opuesto a que una mujer fuera heredera de Alfonso XII. Se dice que los cuarteles de Madrid estuvieron velando armas días enteros en espera de oír los cañonazos que anunciarían el nacimiento del nuevo integrante de la Familia Real. Tres si fuera varón, dos si fuera mujer. Tres indicarían la paz; dos, la insurrección y el pronunciamiento militar…
El sábado inicia un Tour de Francia abierto, con un favorito definido cuya supremacía se ve amenazada por la debilidad de sus coequipiers, en contraste con los tremendos bloques presentados por sus rivales. Alberto Contador tiene una sola debilidad individual, que puede devenir inapreciable llegado el momento, en su poca destreza sobre el adoquinado que se recorrerá en la tercera etapa camino de Arenberg. Pero sí que adolece de un talón de Aquiles ostensible en su equipo, Astaná. Este ha sido el runrún general durante toda la campaña.
Pero, como siempre en el ciclismo, lo que se habla fuera de las carreteras hay que confirmarlo dentro. Pero en este caso no ha habido tal confirmación, sino una refutación. Astaná, titubeante en citas como París – Niza, se mostró sólido e incluso avasallador en la Dauphiné donde Contador fue segundo, sólo por detrás de un Janez Brajkovic supremo al que el madrileño no fue capaz de doblegar ni en contrarreloj ni en montaña para sorpresa de propios y extraños.
La lectura de estos hechos cambia de manera significativa si consideramos las circunstancias que los rodearon. Para empezar, la derrota de Contador no tiene su principal origen la falta de forma del pinteño, que se encontraba a casi un mes de su gran objetivo y, por tanto, lejos de su punto máximo de forma. Ni, por supuesto, en las flaquezas de su escuadra. Responde, según se apuntaba en el semanario Meta2Mil, a una guerra psicológica planteada por Johan Bruyneel. Y es que el director belga, presuntamente, prepara a uno de sus segundos espadas para que llegue al cien por cien a las carreras a las que participa Contador para que le plante cara o incluso le derrote. Una táctica que funcionó a la perfección con Brajkovic en Dauphiné, y no se culminó con Machado o el propio Brajkovic, que fueron derrotador por el de Astaná en Algarve y Castilla y León respectivamente.
Precisamente en el calendario de Contador reside la segunda clave del pasado Dauphiné. La fortaleza de su equipo proviene, además de a las obvias condiciones de sus compañeros, del calendario de competición llevado a cabo por estos: ninguno de los ciclistas que va a ser gregario de Contador a excepción hecha de los kazajos Alexandre Vinokourov y Maxim Ilginskyi han tenido permiso para preparar sus propios objetivos y han competido en las mismas pruebas de perfil bajo que el pinteño, con lo cual llegarán sin rastro de fatiga a la salida de Rotterdam. Se trata de una práctica que sólo se lleva a cabo, y en menor medida como se desprende del párrafo anterior, en otra estructura cuyas miras se posan únicamente en el Tour: RadioShack.
De cualquier manera, los ocho acompañantes de Alberto Contador no parecen los mejores para garantizar una defensa efectiva del amarillo. Paolo Tiralongo es el único garante de solvencia, tal y como ha demostrado toda su vida deportiva en las filas de Saeco y Lampre. Benjamín Noval, gregario de confianza y cabecera del madrileño, aporta mucho más como ‘capitano’ y protector del superclase de Pinto que con sus pedaladas. Jesús Hernández, Dani Navarro, Andrei Grivko y David De la Fuente, a pesar de haber ofrecido buenas prestaciones en las pruebas en que han tomado parte, afrontan por primera vez el Tour con mentalidad de gregarios de un líder absoluto y cuentan además con la presión añadida de que éste sea un hombre cuyas cualidades convierten el amarillo en un objetivo irrenunciable. Y en torno los kazajos Vinokourov e Ilginskyi hay dudas, razonables, por la patente de corso que les supone ser los apadrinados directos del patrocinador de la formación; si bien su valía será innegable de centrar sus esfuerzos en ayudar a Contador.
Todo esto lo saben el resto de aspirantes a la victoria en la general del Tour de Francia. Y, seguramente, actúen en consecuencia desde la salida de cada etapa, dispuestos a dar los dos primeros cañonazos por los que espera en armas todo el pelotón. Los hermanos Schleck, capaces de todo por sí solos, tienen de su lado en Saxo Bank a un futuro candidato a lo máximo como Jakob Fuglsang, que ya nos dijo que blablabla, junto a fuerzas de la naturaleza como Fabian Cancellara o Chris Anker Sörensen y gregarios del peso de Voigt u O’Grady; en suma, un bloque que bien orquestado podría derrotar a cualquiera.
Ivan Basso y Roman Kreuziger compartirán jefatura de filas en un Liquigas que, con Szmyd, Quinziato u Oss, será como siempre uno de los bloques más fuertes de la carrera. Rabobank tiene dos bazas peligrosas como Robert Gesink y Denis Menchov, que tendrán junto a ellos a una suma de talentos individuales como Freire, Boom o Gárate que, para su desgracia, rara vez se combinan en un colectivo. Lance Armstrong, por su parte, forma junto a Andreas Klöden y Levi Leipheimer un triunvirato temible, reforzado con sólidos coequipiers como Horner, Brajkovic, Paulinho o Popovych que pueden efectuar temibles tácticas de equipo desde lejos.
Este Tour, sin duda, se decidirá así. Desde lejos. A cañonazos. Terreno hay para ello: no es ya la norma general en el Tour dejar lo más difícil para el final, sino que se concentra cada vez más dureza en los puertos de paso, a mitad o incluso al inicio de la etapa. Responsabilidad de los equipos, de sus directores, será disparar esos dos primeros cañonazos lejanos que levantarán en armas a todo el pelotón. Y responsabilidad de Contador y su Astaná dar el tercero que, como en la España de hace más de cien años, apacigüe la insurrección del resto del pelotón y garantice su continuidad en el poder.