Bjarne Riis da qué pensar a Andy Schleck

La cabeza llega más lejos que las piernas. En el ciclismo hay pocas cosas tan definitivas como la voluntad; lección impepinable e imprescindible que poca gente conoce mejor que Bjarne Riis, actual director del Saxo Bank de Alberto Contador y otrora corredor limitado cuya extraordinaria mentalidad (y ciertas ayudas médicas, moneda de cambio habitual en la época según las malas lenguas) le valió para retirarse con un Tour de Francia en el palmarés.
Al hilo de esto, el danés ha conducido desde siempre a los líderes de su equipo haciendo hincapié en la psicología propia y ajena. Son célebres sus tácticas rebosantes de sangre fría para provocar los nervios de los contrincantes; son habituales sus declaraciones ensalzando a sus ciclistas y, en ocasiones, despreciando a rivales.
En este marco, no sorprenden sus palabras en el diario Ekstra Bladet comparando a Alberto Contador con Eddy Merckx mientras jibariza a Andy Schleck señalando que “le falta voluntad para ganar el Tour”. El madrileño es “un perfecto compendio de virtudes, física y mentalmente”; el luxemburgués, en cambio, “no ha sido hasta ahora lo suficientemente serio”.

Sin perder de vista que Riis pretende sembrar la duda en el seno de RadioShack – Nissan, lo cierto es que sus palabras son materia para la reflexión. Andy Schleck lo ha tenido, en palabras del técnico danés, “demasiado fácil”. Como bien se recuerda en un oportunísimo artículo de Velochrono, sólo tuvo que demostrar sus condiciones en pruebas sub23 donde ganaba con facilidad para firmar por CSC gracias a su hermano Frank, quien había horadado previamente el camino peregrinando por conjuntos como DeNardi. Siendo neoprofesional, tuteó a Lance Armstrong contestándole a un demarraje en la Vuelta a Georgia. En su primera gran vuelta, el Giro 2007, pisó el podio.
Todo muy fácil, todo muy pronto. Las cualidades físicas de Andy Schleck son tan superlativas que le han permitido ser segundo en cuatro de las cinco rondas de tres semanas que ha disputado; su mentalidad es tan cuestionable que jamás se ha impuesto en la general de una prueba por etapas, corta o larga. Es, tal vez, consecuencia de la “falta de voluntad” comentada por Riis y repetidas veces señalada en el mundillo. El prodigioso luxemburgués compite sin ánimo de disputar el triunfo en todas aquellas carreras que no son un objetivo irrecusable. En el mejor de los casos, como sucediera la pasada temporada en la Vuelta a Andalucía o el Gran Premio Miguel Indurain, juega a entrar en escapadas intrascendentes; en el peor, como ocurrió en la Vuelta a España de 2010, se sacrifica más de noche que de día.
Contrarrestar la insuficiente mentalidad de Andy será el gran reto de Johan Bruyneel la próxima campaña. El nueve veces ganador del Tour (siete con Armstrong, dos junto a Contador) tendrá en sus manos un dechado de capacidades que tendrá que convertir en un campeón con su proverbial habilidad motivadora. Deberá trabajar para ello marcándole el nivel de exigencia que Kim Andersen no supo implantar en Leopard Trek según reconocieron los propios Schleck. Deberá trabajar, también, en eliminar esa especie de obsesión de los hermanos con Contador, que les alejó de la victoria en los dos últimos Tour de Francia. De no remediarse este último síndrome quizá acabe siendo preceptivo darle nuevamente una cuota de razón a Riis cuando afirma que “el gran problema de Andy Schleck ha sido coincidir en el tiempo con Alberto Contador”.
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Siete motivos para un Tour histórico

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Las lágrimas de Cadel Evans en el podio de los Campos Elíseos cerraron un Tour de Francia cuya frenética última semana puede elevarle a la leyenda.
No se recordaba una Grande Boucle tan movida y emocionante, enriquecida además con el alto perfil de sus competidores y la dispersión del talento en diversos equipos, en el ciclismo contemporáneo iniciado tras el ‘caso Festina’. Apenas la edición de 2003, la del Centenario, marcada por el calor y las debilidades de Lance Armstrong frente a Jan Ullrich, recordada por el aficionado español por la terrible caída de Beloki en La Rochette y la magnífica victoria de Ibán Mayo en Alpe d’Huez, ofreció un espectáculo equiparable.
La política de ASO de retrasar la lucha por la general hasta la segunda decena de etapa, dejando la primera sembrada de esprints sazonados con finales nerviosos donde clasicómanos y esprinters competían mientras los favoritos cruzaban los dedos, perdían segundos moralmente decisivos y se caían miserablemente, fue hecha buena por los ciclistas y ha sido aprobada por los aficionados. El Tour llegó vivo hasta el final gracias a la torpeza táctica de un Leopard que tal vez despertó demasiado tarde, el sentido del espectáculo de elementos como Thomas Voeckler o Samuel Sánchez, el orgullo del derrotado Contador y la solidez del campeón Evans. Todos ellos configuraron unas etapas finales memorables. En general, los 198 corredores que tomaron parte en este Tour de Francia contribuyeron, a su manera, a determinarlo histórico por motivos como los siete reseñados a continuación…
El dramatismo de las caídas
Nada como las dificultades, circunstancias desgraciadas, para poner un punto de interés a un acontecimiento. La primera semana del Tour de Francia estuvo sembrada de caídas. Sin ir más lejos, el gran favorito Alberto Contador comenzó a perder la carrera con una en la primera etapa. En los días posteriores sobrevino un goteo de grandes nombres perdidos para la causa del amarillo: Gesink, Wiggins, Vinokourov, Van den Broeck, tres de los cuatro líderes de RadioShack… Auténticos desastres que marcaron el desarrollo de la carrera al reducir drásticamente el número de favoritos y aspirantes a lucir en el puestómetro.
El dominio de Cavendish y su lucha con Rojas
La primera semana no sólo fue escenario de caídas e ilusiones rotas contra el asfalto: también sirvió para la representación de una de las luchas más entretenidas y electrizantes de todo el Tour. El murciano José Joaquín Rojas, decidido a conseguir el maillot verde de la Regularidad para Movistar, entró en la guerra por los puestos de privilegio en todas las etapas a su alcance, enfrentándose en muchas ocasiones a grandes ciclistas que aportaron su nota de brillantez a la carrera como Philippe Gilbert, Thor Hushovd o Edvald Boasson Hagen. Su problema vino cuando Mark Cavendish encendió la locomotra de su HTC y comenzó a imponerse inapelablemente en cinco finales llanos. Recortó su ventaja, le superó y acabó por lucir el entorchado verde en París. En medio, cruces de palabras en la prensa, acusaciones e incluso una particular declaración de intenciones donde Movistar mostró su intención de dejar a Cavendish fuera de control para auparse al ‘verde’.
El atropello de Flecha y Hoogerland
En la novena etapa, un insólito coche de France Télévision atropelló a Juan Antonio Flecha y Johnny Hoogerland. Del conductor nunca más se supo; de su delito, en cambio, nació una historia admirable. Ambos corredores no sólo acabaron la etapa donde fueron golpeados por el automóvil, sino que también llegaron a París. Ni siquiera lo hicieron en el anonimato deportivo: Flecha y, especialmente, Hoogerland destacaron en las fugas con su habitual coraje e intrepidez. En torno a ellos se creó un halo de heroísmo que ha culminado, en el caso del holandés, en un auténtico culto a los 34 puntos de sutura resultados de su encontronazo con una alambrada a través incluso de camisetas y canciones.
La heroica defensa de Thomas Voeckler
En la misma jornada del atropello, el francés Thomas Voeckler se aupó al liderato del Tour de Francia con la exigua renta de 2’26”. Salió indemne de los descafeinados Pirineos y se plantó en los Alpes con sus opciones de dar la sorpresa intactas e in crescendo. Se las dejó en el Galibier, camino de Alpe d’Huez, y acabó cuarto en la general, un resultado con el cual no podía ni siquiera soñar. Voeckler no es un ciclista querido dentro del pelotón por los mismos motivos que le hacen reconocible y hasta entrañable para el aficionado: tiene una relación bulímica con el protagonismo, que gana robándoselo a los demás a través de gestos estridentes, excesos deportivos, lenguas moviéndose como un péndulo de extenuación y ex abruptos tan poco caballerosos como atractivos para la cámara. Genio y figura, Voeckler ha sido uno de los grandes nombres de este Tour de Francia gracias a su tenaz defensa del maillot amarillo ante corredores mucho mejores que él. Su fe, y las alucinantes prestaciones de Europcar, movieron montañas.
Andy Schleck: el aspirante a rey puso en jaque el Tour
Destronado por su torpeza en el descenso, perdido en la guerra de nervios sostenida con Contaodr, víctima del escarnio del mundillo ciclista, Andy Schleck defendió su honra de la única manera posible en la 18ª etapa del Tour. Un ataque lejano en el Izoard le permitió pasar en solitario por el paraje lunar de la Casse Desserte, como los grandes campeones de Bobet, y rematar junto a un Leopard excelente aquella jornada la faena en la subida postrera al Galibier mientras el resto de favoritos se miraban, acusadores. Esta épica ofensiva de sesenta kilómetros puso el Tour patas arriba, eliminó a grandes candidatos a todo como Alberto Contador o Samuel Sánchez y revindicó al luxemburgués ante esa parte del Ciclismo que le consideraba aniñado y sobrevalorado. Su ataque no valió para ganar el Tour de Francia, pero sí le granjeó el respeto de todo el deporte. Y ese logro, intangible, quizá valga más que un jersey amarillo.
Contador no pudo ganar, pero fue el juez
Tras condicionar el desarrollo del Tour a través del miedo que infundía a los Schleck, Alberto Contador fue derrotado en la vertiente sur del Galibier. Al día siguiente, en la norte, se lanzó a por todo y a por nada a la vez. No buscaba la etapa, ni la general; sólo quería dejar en la carretera ese último gramo de fuerza que no iba a necesitar en su Pinto natal, ni ante el TAS, ni en la Quiznos Pro Challenge. Se lanzó en busca del honor y la venganza deportiva, y consiguió ambas aunque no las culminara con una victoria por obra y gracia de un inspiradísimo Pierre Rolland. El ataque de un Contador lleno de frenesí puso nuevamente la carrera al borde del infarto, y quizá la decidió al animar a Andy Schleck a realizar un derroche de fuerzas que pudo lamentar luego en la subida de Alpe d’Huez, donde no pudo distanciar a Evans. El madrileño de Saxo Bank no fue el ganador, pero sí fue el juez y quizá el verdugo. Ahora le toca ponerse ante el tribunal.
El Ciclismo hizo justicia con Evans
Hay pocos finales mejores para una carrera ciclista que la victoria de quien lleva persiguiendo el éxito demasiado tiempo. Con 34 años largos, Cadel Evans se convirtió en el tercer ganador más veterano del Tour de Francia en toda su historia. Lo hizo a través de sus señas de identidad, equiparables tal vez a la esencia del Ciclismo: tenacidad, solidez, sufrimiento. Tomando la responsabilidad como dicen sus admiradores, o a rueda como dicen sus detractores, el australiano de BMC fue el mejor de esta Grande Boucle, el más regular y también el más inteligente. Cimentó su triunfo en la montaña, donde aguantó a pesar de que su equipo BMC apenas era voluntad en ese terreno, y lo remató en la contrarreloj final, donde superó y jibarizó a los Schleck con suficiencia. Campeón merecido, perpetúa también un ejemplo para el futuro: quien triunfa no tiene por qué hipotecar su temporada en pos del Tour. Se puede ganar en París habiendo competido y hecho gala de calidad en carreras previas. Una auténtica lección que debería ser aprendida por otros contendientes de esta excelsa Grande Boucle.

Este Tour recordará a Contador

No ha podido ganar el Tour, ni siquiera esta etapa. Pero Alberto Contador ha regalado hoy al Ciclismo un día épico para su honra y regocijo.
Un ataque de Chris Anker Sörensen, de Saxo Bank. Orejas tiesas en el pelotón. Son los compases iniciales de la etapa, la fuga lleva ya unos kilómetros establecida, el Télégraphe está en sus primeras estribaciones. No tiene sentido, a menos que… Demarraje de Contador, claro. Andy Schleck, Cadel Evans y Thomas Voeckler a su rueda. Dani Navarro, otro coequipier del pinteño, surge desde atrás para darle un relevo de unos pocos metros, un respiro exiguo para el madrileño a cambio de un atracón de hipoxia para el asturiano. De más atrás aún viene otro chaval de Asturias, Carlos Barredo, amigo enrolado en Rabobank, y propulsa de nuevo al grupo de Contador para acabar abriéndose a los quinientos metros, exhausto.
También se tienen que abrir Evans y Voeckler. El australiano, nervioso con su bicicleta como en la etapa de Sierra Nevada de la Vuelta 2009, se queja de su máquina y la cambia. Contador, ebrio también de 2009 (París-Niza, última jornada, otro ataque desaforado al inicio de la etapa cuando se había quedado sin opciones de cara a la general), seguía con su tentativa y con Andy Schleck a rueda. Cazan la fuga. La rompen, también. Se marchan con Rui Costa (Movistar) y Christophe Riblon (AG2R), ganadores de un concurso que tenía por premio vivir en primera persona una etapa histórica. Por detrás, Evans se refugia en el Liquigas de Basso en lo que podríamos llamar, entrecomillado, “pelotón”; Voeckler persiste, suicida, y consuma Galibier arriba su error de pretender equipararse con dos superclases en el terreno predilecto de estos. A partir de ahí, la ofensiva acaba por establecerse y acaba por morir.
Boxeo bajo mínimos en Alpe d’Huez
Fue una jornada épica por salvaje. Por el destrozo sufrido en el seno del pelotón, por las decisiones rápidas y ofensivas, por el lactato acumulado en las piernas de los ciclistas. A pesar del reagrupamiento en el descenso del Galibier y la teórica calma sobrevenida con éste, Alpe d’Huez se convirtió en una lucha donde apenas quedaban fuerzas y cada uno se defendía con su clase. El lanzamiento de Jakob Fuglsang en la primera rampa del gigante alpino, error monumental por cuanto dejó en ventaja a Evans y cortó a los hermanos Schleck (sus dos jefes de fila), se tradujo apenas en una anécdota cuando se puso de relieve que la etapa era una ruleta entre corredores asfixiados, un combate entre boxeadores derrengados.
Boxeador fue Alberto Contador a cinco kilómetros de meta para golpear con un curioso puñetazo a un aficionado impertinente que le perseguía vestido de enfermero y haciendo gesto de pincharle con una jeringuilla. El madrileño ya iba sólo, el mejor en la lucha de clase a falta de fuerzas, dejando atrás a todos los favoritos mientras estos se marcaban entre sí a aproximadamente un minuto de distancia. Tras él avanzaba, inexorable, Samuel Sánchez; a su rueda, un Pierre Rolland conservador a quien se le cuenta tanto el mérito de aguantar con los mejores toda la etapa como se le descuenta el demérito de no haberse mostrado cara al aire ni dado una pedalada en favor de su coequipier y maillot amarillo Thomas Voeckler.
Por eso, que en los kilómetros finales el francés de Europcar emergiera de la rueda de Samuel para remachar a Contador deja un sabor agridulce. Jugó sus cartas, sí, pero quizá hubiera sido más deseable para el Ciclismo (y para el aficionado español) la victoria de ese Contador épico, enrabietado, encarnando todos los valores de un deporte donde morir matando no es un órdago antinatural sino un valor encomiable. El demarraje de hoy, desde la inferioridad y aún resintiéndose de la brutal cura de humildad recibida ayer, coloca a Contador en el peldaño de los grandes héroes ciclistas de toda la historia. También esta edición del Tour de Francia oposita para situarse entre las mejores carreras de siempre, referentes para el futuro. Y se acordará de sus 198 participantes, pero especialmente de un Alberto Contador que le ha puesto un colofón magistral en espera del epílogo de mañana.

La histórica redención de Andy Schleck

Octavo a 3’22” del apoteósico vencedor Andy Schleck, Rein Täaramae entra en meta roto. El estonio de Cofidis acaba satisfecho por cuanto sus relevos en momentos clave de la etapa habían conseguido descabalgar al colombiano Rigoberto Urán y auparle a los más alto de la clasificación de los jóvenes, pero a la par algo desencantado por un ataque a menos de cinco kilómetros de meta que le había desfondado, permitiendo al sorprendente Pierre Rolland acercarse peligrosamente y situarse a sólo 33” de él en la general. Respiraba Täaramae, experto en la lid del reventón y excesivo como pocos en sus aceleraciones, el aire huérfano de oxígeno del Galibier. Ésa era la principal causa de su sofoco: haber rebasado el umbral de los 2000 metros de altitud pedaleando. Más de 30 kilómetros pasaron los corredores por encima de éste durante la etapa, durante la cual recorrieron también alrededor de 130 ascendiendo, hacia el cielo, para terminar a 2645 metros sobre el nivel del mar.
Era una jornada propicia para reventones. Más cuando se venía de días de nervios, con diecisiete parciales de fatiga acumulados. Si a esto sumamos el esfuerzo de otra carrera de similar calado y dureza como el Giro de Italia, el resultado es que las piernas del ciclista que saliera indemne serían sobrehumanas. Alberto Contador no aguantó, y con ello demostró ser tan humano como cualquiera. El hecho de que en veinte años sólo tres ciclistas hayan sido capaces de clasificarse en el podio de Giro y Tour una misma temporada era suficientemente indicativo de la titánica tarea que tenía por delante el pinteño buscando el doblete. Hoy se dió de bruces con sus limitaciones. A pesar de su trabajo, el de su Saxo Bank y el de sus aliados de Euskaltel, acabo por ceder tiempo en meta, ahogado. Incluso algo más que el explosivo Täaramae.
Lejos de estas miserias durante la mayor parte de la jornada, alumbrado por la épica que tanto necesitaba para redimir su honra, Andy Schleck cabalgó majestuoso por las cumbres alpinas. Planteó la táctica de su Leopard Trek tirando de manual, lanzando a dos buenos gregarios como Joost Posthuma y Maxime Monfort en la escapada larga fraguada en el eterno Agnello con objeto de atraparlos posteriormente y beneficiarse de su trabajo. Lo hizo a la perfección gracias a un portentoso ataque en el Izoard que no halló contestación en un grupo de favoritos que prefirió jugar al ajedrez. Basso sólo contaba con el alfil Szmyd, Contador tenía sus filas desarboladas y se hallaba personalmente en jaque a cola del grupo, Evans tenía una posición tan cómoda que no puso a trabajar a sus peones hasta llegado el falso llano previo al Galibier.
El australiano, sin embargo, midió mal los tiempos. Finalmente, ante el viento de cara del Lautaret y la inconmensurable labor de Monfort y el circunstancial aliado Devenyns para Andy Schleck, tuvo que acabar en cabeza de grupo jugándose el todo por el todo, incluso su propio pellejo de rey. Se enfrentó en solitario a Eolo ante la insolidaridad de sus acompañantes y fue eliminando a los rivales que se agazapaban a su espalda, tan deseosos de atacarle como temerosos de las consecuencias, a la par que recortaba la ventaja del contrincante que se alzaba en el horizonte, inapelable y magistral. A la postre, Evans acabó por salvar sus muebles y, a la par, los de un Europcar miserable que no dio un solo relevo hasta menos de un kilómetro para el final a pesar de llevar en el grupo al gregario Rolland con su líder Voeckler y, aun así, conservó como premio el ‘amarillo’ un día más.
En los últimos metros, sobrado tras todo un día guardando energía, Frank Schleck aceleró para ser segundo a meta y remachar con un doblete la exhibición de su hermano y el Leopard Trek en conjunto. Una exhibición necesaria, sin duda alguna, para evitar a la estructura el escarnio dentro de un pelotón donde aún no habían visto garras a los felinos. Sin embargo, a tenor de lo visto sí las tenían, aunque guardadas. Hoy han sabido usarlas de la mejor manerla posible para configurar una magnífica redención y aupar al benjamín de los Schleck al segundo lugar de la general (con apenas 15” de desventaja respecto de Voeckler y casi un minuto sobre el Evans) y de paso hacerle entrar en la historia del ciclismo por la puerta grande. Falta saber si Leopard tiene también fauces para triturar mañana la carrera en Galibier y Alpe d’Huez e imponerse con ello en la general de un Tour de Francia que llega a su fin de semana postrero abiertísimo tras una agradable sucesión de sorpresas.

La valentía cambió las tornas

Hace unos días, en la meta de Luz Ardiden donde Samuel Sánchez triunfó y los grandes favoritos distanciaron a un Alberto Contador cuando menos poco inspirado, Andy Schleck citó a Ivan Basso y Cadel Evans como los rivales a batir en este Tour de Francia. Obvió a Contador, forjando un exabrupto que, repetido días después en Plateau de Beille, constituía una machada calculada dentro de la guerra psicológica planteada por los hermanos Schleck al madrileño. Sabían que sus piernas estaban bien y trataron de derrotarle a través de la cabeza: emparedarle durante las subidas, picarle en la prensa… En una palabra, provocar su desquicio para sacarle de la carrera
Con un Contador mentalmente frágil, sólo tendrían que derrotar a rivales en teoría asequibles en las montañas. Una vez «conseguido» lo primero, dispusieron de tres jornadas pirenaicas para lo segundo. Luz Ardiden supuso un buen prólogo; Lourdes, una tregua; Plateau de Beille, una ocasión marrada. En total, ascendidos tres puertos de primera y cuatro de categoría especial, Frank Schleck se acercó al amarillo de Voeckler tan solo cuarenta segundos; Andy, veintidós. Esa fue la renta conseguida con la carrera a su merced en todos los aspectos…
Hoy, la valentía cambió las tornas. Con un ataque en un Segunda poco sugerente (el Col de Manse) y su estremecedor descenso, Cadel Evans y Alberto Contador consiguieron veintiuno y dieciocho segundos de ventaja respectivamente sobre Voeckler y Frank. Menos de un minuto sobre Basso. Y más de un minuto sobre Andy.
El menor de los Schleck confesaba en meta: “no me esperaba este ataque”. Ciertamente, el libro de ruta no lo anunciaba. Considerando el devenir de la carrera, sin embargo, cabía presagiarlo. Había sido una jornada dura, de altísima velocidad (se llegó a meta con veinticinco minutos de adelanto sobre el horario previsto), y la subida tendida que se iba a coronar a once kilómetros de meta alumbraba después una bajada vertiginosa. El terreno y las circunstancias eran propicias. BMC lo supo ver y aumentó el ritmo de un pelotón que ya había dejado la victoria de etapa en manos de la fuga.
La escuadra de Evans lanzó el guante y éste lo recogió un Contador reforzado moralmente tras el día de descanso, aliviado también de una rodilla que según confesó su hermano y mánager Fran hoy en Eurosport estuvo a punto de llevarle al abandono en la primera semana de carrera. Su demarraje inicial sirvió para avisar al resto de favoritos. Una vez consumado el reagrupamiento, fue continuado por su coequipier Dani Navarro en lo que constituye la primera ayuda efectiva y decisiva de Saxo Bank al superclase madrileño.
La segunda tentativa rompió la baraja. Probablemente fue la primera ofensiva sostenida de todo el Tour, el primer ataque de más de veinte segundos de duración. Halló eco en Cadel Evans y Samuel Sánchez y la terna, una vez en cabeza, no dudó que debía persistir en su apuesta. El descenso, estrecho y húmedo, coincidente en su parte final con el del Col de la Rochette que tan mal recuerdo trae al aficionado español, fue una exhibición de un Evans encendido para acallar a los críticos que aún le acusan de cobarde.
Mientras el noruego Hushovd se llevaba la etapa por delante de Boasson Hagen (otro noruego) y su coequipier Hesjedal (cuya ascendencia y apellido son también noruegos), Voeckler y Frank Schleck descendían a cuchillo para minimizar la pérdida. Mal le fue a un Basso romo que a partir de ahora tiene la obligación de atacar para soñar con el podio de París. Peor aún estuvo Andy, asustado por la caída de Jeanesson (apenas un derrape mal hecho) según contaba en meta. Perdió más de un minuto y enterró sus opciones de ganar este Tour de Francia.
La clasificación general aún sitúa al luxemburgués por delante de Contador, pero lo cierto es que el español le ha ganado la posición por una cuestión de valentía. Su movimiento de hoy, el beneficio que ha generado para un Evans lanzado hacia la victoria final, le ha encumbrado como juez de la carrera. De su consistencia en jornadas posteriores, el ‘momentum’ del australiano y la reacción del resto de favoritos dependerá que Contador consume una remontada encomiable y quién sabe si histórica.

Samuel y los Schleck ganan el juego de Luz

Las declaraciones de Paolo Tiralongo publicadas esta mañana en L’Equipe probablemente sean las más interesantes de lo que llevamos de Tour. Tras admitir ser el “décimo hombre” de Alberto Contador en carrera, un gregario más de esos que tanto necesita el pinteño toda vez que su Saxo Bank parece más débil de lo deseable, el italiano dejaba un titular contundente: “Alberto no está sereno”. Y ampliaba: “no puede estarlo. La gente le silba acusándole de algo que no ha cometido. Aunque no lo muestre en público, lo cierto es que esto le afecta”.
En la subida a Luz Ardiden de hoy, Contador estaba de todo menos sereno. Diríase que se encontraba fuera de quicio. Sus debilidades eran y son públicas: psicológicamente no está fuerte, y en consecuencia sus piernas son frágiles al no haberse recuperado como debían. Los Schleck conocían esa circunstancia y le plantearon en Luz Ardiden un juego de nervios tras fracasar en el Tourmalet su táctica de vencer por aplastamiento colectivo, toda vez Voigt fagocitó al resto de Leopard Trek.
Andy delante, Frank detrás. Alberto emparedado entre Schlecks. Así pasó toda la subida al coloso final de la jornada de hoy. Los luxemburgueses jugaban, le recortaban en las curvas, acosándole, y a veces ensayaban a cortarle de la estela del corredor anterior del pelotón principal. Dejaron a Szmyd (gregario de Basso en Liquigas) el control del grupo de favoritos hasta que, a cuatro kilómetros de meta, hablaron entre sí y pasaron al ataque. Demarró Andy y le secó Contador; después vinieron tres tentativas consecutivas de Frank frenadas en dos ocasiones por el pinteño y en otra por Basso.
A la cuarta, el mayor de los hermanos de Leopard no halló oposición y se marchó en solitario. Andy Schleck, por su parte, continuó con el juego de nervios soldándose a rueda de un Contador cada vez más cegado y mermado por las circunstancias. A dos kilómetros de meta ralentizó su marcha, desafiando a Andy a realizar en Luz Ardiden un ‘surplace’ como el de Ax 3 Domaines. La diferencia vino por el hecho de que esta vez era el madrileño quien se hallaba en desventaja y, una vez Basso y Evans se movían cinco segundos por delante suya, tuvo que alzarse sobre su bicicleta para atrapar su rueda. Tardó casi treinta segundos en coger la estela y, si lo hizo, fue porque Andy dio un tímido relevo para terminar de empalmar.
Fue un mal presagio que se convirtió en certeza con una crisis en el último medio kilómetro que llevó a Contador a ceder en meta 13” respecto de Basso, Evans y Andy y 33” con un Frank Schleck que se coloca en la ‘pole’ para arrebatar el amarillo a Voeckler. Queda al madrileño el consuelo de haber limitado la pérdida en un día por demás horroroso, y también el no ser la única cara amarga del día: Robert Gesink y Andreas Klöden se dejaron hoy todas sus opciones de subir al podio de París, resentidos sin duda de sus caídas en los días precedentes.
La cara feliz fue, sin duda, la de Samuel Sánchez. El asturiano fue el mejor ciclista del día, por piernas y por táctica. Se atrevió a marcharse en el descenso del Tourmalet junto a dos elementos de Omega Pharma (Gilbert y Vanendert, quien le acompañó hasta meta para firmar un meritorio segundo puesto) y aprovechó a las mil maravillas el trabajo de su coequipier Rubén Pérez, escapado de inicio y atrapado para realizar el breve tramo de valle antes del inicio de Luz Ardiden. En la subida se benefició de los juegos existentes en el pelotón y en la cima fue indiscutiblemente más fuerte que su compañía belga. Consigue así Samuel el triunfo que se le escapó el año pasado entre los dedos frente a Andy Schleck, y repite también para Euskaltel – Euskadi el éxito conseguido hace diez años por Roberto Laiseka en este mismo lugar. Tras su exhibición táctica y física de hoy, el campeón olímpico se ha ratificado como candidato a un podio de París que se antoja caro.

Un repecho y el efecto de recencia

Le etapa amenazaba tormenta, y la tormenta no se hizo de rogar. Conidciones meteorológicas aparte, el Mûr-de-Bretagne (traducido de manera algo ‘sui generis’ al español como Muro de Bretaña, cuando en francés significaría “Maduro de Bretaña”) anunciaba batalla a pesar de ser poco más que un repecho duro en su primer kilómetro y una subida suave en el segundo. Era final de etapa. Y los ánimos estaban caldeados…
Había un favorito, el vigente campeón Alberto Contador, que debía dispersar en el ambiente del Tour la sensación de debilidad ofrecida durante el primer fin de semana de competición, saldado con 1’38” de pérdida respecto de su máximo rival Andy Schleck. La ocasión de hoy era propicia, y tenía además precedentes positivos. En el reciente Giro de Italia, el pinteño dio su primer golpe de mano en una llegada similar en Tropea, después de suscitar dudas en los días anteriores. En el pasado Tour, Contador consiguió en la empinada y corta subida de Mende diez segundos sobre Andy Schleck.
El ataque estaba, pues, más que cantado. Llegó a kilómetro y medio de meta, cuando el “muro” bretón alcanzaba su máxima pendiente. Contador había avanzado hasta la cabeza del pelotón prácticamente en solitario, apenas ayudado por un coequipier de Saxo Bank, para situarse a la par de un opulento Leopard Trek que contaba con Fuglsang y los dos hermanos Schleck entre los veinte primeros del grupo. Fränk incluso viajaba a rueda del superclase madrileño, pero no pudo contener su demarraje; tuvo que ser Gilbert el encargado de cerrar el hueco, beneficiado sin duda por el viento de cara que según Evans sufrieron los corredores durante la mayor parte de la subida.
Posteriormente se desarrolló la lucha por la etapa, caótica para beneficio de la inercia por dos factores. El primero, un Evans pletórico que se mostró pronto como el más fuerte de los contendientes y condicionó con ello el movimiento de otros favoritos; el segundo, un Gilbert empeñado en ganar cuyo ansia le llevó a desperdiciar la superioridad numérica de su Omega Pharma con un movimiento tan lamentable como fue anular el tirón de su compañero Jurgen Van der Broeck pensando en que sería un buen lanzamiento para su hoy débil esprint.
A la postre fue Cadel Evans quien se llevó el gato al agua con un impresionante esprint de 200 metros que, si bien no logró arrebatar el amarillo a Thor Hushovd, si consiguió dejar con la miel en los labios a un Contador que llegó a creerse ganador. El pinteño no se llevó la etapa, pero consiguió derrotar con ocho segundos de diferencia a otros favoritos como Gesink, Basso o el propio Andy Schleck. Una ventaja ciertamente anecdótica en términos numéricos, pero muy valiosa en el psicológico.
En el proceso de memorización, existen dos efectos preponderantes y muy a tener en cuenta en el estadío moral de los favoritos de este Tour: primacía y recencia; el primer recuerdo y el último marcan nuestros pensamientos en torno a un asunto. El 1’20” de la primera etapa, provocados por una caída, y los 8” del repecho de hoy, fruto meramente de una diferencia de prestaciones entre los distintos corredores, son la sensación latente ahora mismo entre los aspirantes a la clasificación general de este Tour de Francia. Es por ello que, de cara a futuras etapas como la de Super Besse (el sábado), lo sucedido hoy en el repecho del Muro de Bretaña puede jugar un papel clave. Más allá del efecto de los números estará el efecto de recencia…

Gilbert triunfa en Lieja ante unos Schleck domésticos

La imagen de Philippe Gilbert entrando en meta primero, triunfante y arrollador, no ha sido extraña para los aficionados al ciclismo esta primavera. En apenas diez días se ha producido cuatro veces. En Flecha Brabançona ganó un esprint mano a mano a su vecino Bjorn Leukemans. En Amstel Gold Race jugó con acierto su As. En Flecha su arrancada lejana en Huy fue, sencillamente, inapelable. Hoy, en Lieja, no ha tenido rivales desde que en la cota de la Roche aux Faucons dejó atrás al resto de los favoritos y se marchó con los inofensivos hermanos Schleck.

En días como hoy resulta sencillo ironizar con el parentesco de Andy y Frank Schleck. Son hermanos; a veces se les identifica como gemelos o siameses por mantenerse uno junto al otro en casi todas las situaciones de la carrera; hoy parecieron auténticos primos. Los luxemburgueses se vieron obligados a quemar a todos sus coequipiers de Leopard Trek para seguir en carrera, como hizo Gilbert con los suyos de Omega, y lanzaron su apuesta en la citada Roche aux Faucons, llevándose al superclase belga a su rueda y abriendo rápidamente un hueco que se sabía decisivo. A partir de ahí no quedaba sino proseguir con los relevos hasta llegar a la subida de Saint-Nicolas, presumible escenario de la primera sucesión de demarrajes contra el impresionante valón de Omega Pharma.
Ésta no acaeció. Los Schleck, inermes, fueron humillados por un ataque colosal de Gilbert: Andy no pudo resistirle, y Frank lo hizo a muy duras penas. El valón consintió el reagrupamiento en el descenso y el llano posteriores y, lejos de hallar contestación a su espectacular derroche de talento, se encontró con docilidad y relevos. Leopardos domésticos, llevaron a Gilbert en volandas en la cota final de Ans hasta que el belga decidió que era momento de esprintar por la victoria y superó a los hermanos luxemburgueses, claramente inferiores en fuerzas y poco avezados en su táctica.
Con este triunfo, Gilbert entra por la puerta grande al olimpo ciclista. Suma un segundo Monumento a su palmarés (tras Lombardía) y, sobre todo, consuma una gesta con un único precedente en toda la historia: ganar las tres Clásicas de las Árdenas en el mismo año, hito sólo alcanzado por Davide Rebellin en 2004. En este tríptico, Gilbert fue el más listo y también más fuerte, y contó además con un equipo solvente aunque no avasallador, un Omega Pharma cuyos elementos (De Greef, Van der Broeck, Vanendert) fueron suficientes para arropar al valón y facilitarle una serie de triunfos que justifica la temporada no sólo del crack, sino de la escuadra completa.

Foto: The Telegraph

Gilbert tenía el As de la Amstel

Amstel Gold Race, más que una carrera, es una especie de entelequia ininteligible para quien no conoce sus interioridades. El perfil quebrado, con una treintena de cotas y el Cauberg (subida no especialmente dura pero sí bien situada en el casco urbano de Valkenburg) como insignia y postre, hace presagiar la prevalencia de la fuerza y la resistencia sobre otros factores. Sin embargo, la realidad es distinta. La cualidad básica para llegar vivo hasta el final es una técnica depurada; la diferencial para imponerse, la explosividad.
Amstel suele ser, además, una carrera desarrollada de menos a más, poco dada a exhibiciones individuales o desde lejos y sí de un grupo que se va seleccionando progresivamente en cada cota hasta quedarse en aproximadamente una docena de corredores que se juegan el todo por el todo para subir a lo más alto del podio. Amstel podría asemejarse, pues, con una especie de partida de póker: cada uno tiene sus cartas, las apuestas van subiendo y el corredor las va viendo si se considera capaz de ello. Finalmente, en el Cauberg, all-in y a enseñar las cartas.
La carrera de hoy respondió al guión típico. Los favoritos se guardaron hasta veinte kilómetros de meta, momento en el cual sendos tirones de Alexander Kolobnev y Joaquín Rodríguez (ambos de Katusha) dejaron el grupo cabecero en apenas trece ciclistas. De entre ellos saltó un Andy Schleck inquieto, sabedor de sus pocas opciones en un final explosivo, que se jugó todo y a la hora de la verdad no tenía cartas para nada, más aún contando con el único respaldo de un calculador Fuglsang estando los otros dos líderes de Leopard, su hermano Frank y Cancellara, eliminados por visicitudes mecánicas.
Mientras Andy se fatigaba por delante, los mejores se desconcertaban entre sí. La tostada se la comía un Omega Pharma cuyo líder Gilbert parecía insultantemente fuerte y cargaba la responsabilidad de la caza a su ejemplar gregario Jelle Vanendert. Gerrans, podio final, afilaba el cuchillo; Leukemans usaba a su coequipier Hoogerland, quien ayudó a los intereses de Gilbert más que a los de su líder de Vacansoleil. Rabobank fue un caso aparte. Con ocho corredores excepcionales en la línea de salida, se dedicó a hacer guerrillas durante los compases iniciales de la carrera y llegó con tres a los finales: Paul Mertens, Robert Gesink y Óscar Freire. Había piernas, pero por desgracia en Rabobank la táctica del colectivo no suele hacer justicia a las cualidades de los individuos.
Los ‘naranjas’ no jugaron ninguna de sus cartas y pagaron esa inacción al llegar a las estribaciones del Cauberg. Para entonces ya se sabía que sus manos no eran buenas y que Gilbert llevaba una jugada tan interesante que se podía permitir incluso dar relevos a su gregario para cazar a un Andy Schleck que por una vez se mostró voluntarioso. ‘Purito’ Rodríguez rompió la baraja y mostró por qué ahora es el Rey en la jerarquía de Katusha; a su rueda se soldó un Gilbert inconmensurable que le superó cuando quiso. Es el verdadero As del ciclismo belga e hizo valer esa condición para ganar el póker de la Amstel.

La joya del Gran Ducado

A principios de marzo de este año, el prestigioso portal Cyclingnews dio por primera vez pábulo al pertinaz rumor que indicaba la creación de una nueva estructura en torno a los hermanos Schleck en Luxemburgo. Desde entonces, la mayoría de estamentos del ciclismo mundial comenzaron a observar con atención los movimientos que se daban en el país centroeuropeo. En especial, un Bjarne Riis que veía con preocupación como sus alumnos aventajados habían decidido desembarazarse de sus rarezas y su pasado para emprender su propio camino. Esos hermanos Schleck que habían pasado la adolescencia deportiva en su Saxo Bank y ahora empezaban a dar réditos. Ese jefe de prensa ejemplar llamado Brian Nygaard. Ese Kim Andersen que había rescatado junto a Kurt-Asle Arvesen del moribundo Team Fakta…
Han sido meses de trabajo en la sombra, o más bien en la tiniebla. La información en torno a la nueva escuadra luxemburguesa llegaba a cuentagotas a los medios, y casi siempre relacionadas con medidas drásticas de un Riis algo desquiciado. La salida de Nygaard, futuro mánager del equipo de los Schleck, no pareció afectar demasiado a la marcha de Saxo Bank. La de Kim Andersen, despedido de la estructura justo antes del Tour de Francia por admitir estar trabajando junto a Nygaard, sí lo hizo. Andersen era quien elaboraba las tácticas de la formación en la carretera y, en el hotel, la autoridad comprensiva que complementaba el nada dialogante proceder de Riis.
Lo que sucedió en el Tour, cómo las órdenes de Riis influyeron decisivamente en el hecho de que Andy Schleck no ganara la gran ronda francesa, colmó el descontento de los hermanos luxemburgueses. Estos confirmaron en los Campos Elíseos, apenas bajado Andy de la bicicleta, que abandonaban a Riis para formar su propia escuadra. El nombre de ésta, un misterio: registrada ante la UCI como Luxembourg Pro Cycling Project, mercantilmente llamada Leopard True Racing… faltaba por saber su denominación comercial, aquella bajo la cual saldría a las carreteras.
Esa, y no otra, fue la gran incógnita de la joya del Gran Ducado de Luxemburgo: la base económica garante de la puesta en marcha de la nueva formación. Según se ha revelado en voz baja, de manera completamente antagónica a cómo se ha anunciado el cambio de dueños de Quick Step, será el acaudalado constructor luxemburgués Flavio Becca quien asumirá el presupuesto de quince millones de euros que requeriría la estructura mediante la fórmula capital-riesgo que ya hizo posible la salida a las carreteras del High Road. O, lo que es lo mismo: Becca inyectaría el dinero y, en caso de que aparezca un patrocinador, lo recibiría de vuelta con intereses.
Los motivos por los cuales Becca se ha interesado por invertir en los hermanos Schleck son obvios. Por un lado, para el empresario es interesantísimo ligar la imagen de su holding, Ikogest, a los que con el paso del tiempo se convertirán en los deportistas más exitosos de la historia de Luxemburgo. Y, de paso, se granjea amistades y buenas miradas en la élite de un país cuyo gran poderío económico se divide en apenas medio millón de habitantes, dando lugar a un microclima donde las relaciones dentro de la clase alta social y financiera son muy estrechas. No hay en su acción, pues, asomo de filantropía ni altruismo… Es, simplemente, una operación rentable.
Respecto a los espónsor que puedan librar a Becca de que su inversión capital-riesgo resulte ser a fondo perdido ha habido decenas de rumores. Sólo se han confirmado los apoyos de Trek, Bontrager y Craft en el apartado de material, más Mercedes en el de vehículos. Para pagar la mayoría de presupuesto y dar su nombre a la escuadra se habla de muchas empresas. La marca de supermercados Auchan parecía la más interesada, pero la opción se desvaneció. Sonó también Luxair, aerolínea estatal luxemburguesa que ya es patrocinadora personal de los Schleck y, parece, conservará este estatus. Fue la semana pasada cuando el diario Le Quotidien apuntó a las empresas de telecomunicaciones Belgacom y Jabra, que por lo pronto no han desmentido las informaciones. Sin embargo, según Velo101 no sólo no hay aún acuerdo, sino que por lo pronto el maillot de la nueva estructura gestionada por Brian Nygaard no lucirá publicidad alguna.
La complejidad del entramado económico del Luxembourg Pro Cycling Project no ha provocado, sin embargo, que se haya descuidado el plano deportivo. En el staff figuran, a las órdenes de Kim Andersen, nombres de reconocido prestigio. El alemán Torsten Schmidt y el danés Lars Michaelsen, ex directores deportivos en Saxo Bank, cumplirán con el mismo rol en la nueva escuadra; de Quick Step llega el Luca Guercilena, prestigioso entrenador y director italiano, buen conocedor de Fabian Cancellara a raíz de la época que compartieron en el histórico Mapei sub 23. Como director técnico ejercerá el portugués Ricardo Scheidecker, ex componente de la ejecutiva del UCI ProTour.
Las líneas maestras apreciables en la composición del staff técnico tienen continuidad en la confección de la plantilla: heterogeneidad, alto nivel… y un pasado relacionado con Bjarne Riis. Ocho ciclistas llegan directamente de Saxo Bank, entre los cuales se incluyen instituciones como Jens Voigt o Stuart O’Grady, gregarios de gran valor como Anders Lund o jóvenes valores como Jakob Fuglsang… pero sobre todo tres corredores de primerísima línea como Fabian Cancellara y los hermanos Schleck.
La sensación de respeto que infunden estos ocho ciclistas se ve reforzada por los otros diecisiete integrantes de la formación, todos ellos hombres de mucho nombre y mejores resultados. Esprinters de postín como Bennati, Weylandt o el jovencísmo Nizzolo; escaladores de gran nivel como Brice Feillu, Gerdemann o Zaugg; rodadores de prestigio como Stamsnijder o Posthuma… Un plantel, en definitiva, de auténtica fantasía que no en vano ha sido número uno en el ránking de méritos deportivos de la UCI. Cabe incluso preguntarse si no llegará a ser perjudicial acumular tantísimo talento en el seno de un mismo equipo…
La confirmación el mediodía de ayer de la incorporación de Fabian Cancellara al Luxembourg Pro Cycling Project ha sido el hecho perfecto para definir lo que significa la nueva estructura centroeuropea en el panorama ciclista mundial. Ni cortos ni perezosos, Nygaard y los Schleck desembolsaron en las arcas de Saxo Bank una cantidad que según Het Nieuwsblad ronda los 1’8 millones de euros para rescindir el contrato del astro suizo y firmarle uno nuevo de tres temporadas. Una inversión desmesurada para reunir el máximo potencial deportiva en torno a los hermanos Schleck, para construir un equipo cuya proyección internacional le convertirá en la joya del Gran Ducado de Luxemburgo.