Ivan Basso, las deudas y la criba de la eternidad

Ha pasado ya casi una semana desde que Ivan Basso fue aupado por sus compañeros de Liquigas a lo más alto del Foro de Verona. Vestido de rosa, el italiano sonreía ampliamente con gesto de satisfacción. Y, sobre todo, de alivio.
A principios de mayo no era difícil imaginarse a Ivan Basso (1977, Varese) pensando en el Giro de Italia con inquietud, como si fuera no tanto un objetivo deportivo como uno moral. E ineludible. Ivan tenía ante sí una gran ocasión para llevarse de nuevo la ‘corsa rosa’, contaba con un recorrido hecho a su medida y un equipo potentísimo a su servicio. Las circunstancias ideales para ganar la gran ronda italiana, sí. Pero el objetivo de Ivan no era tanto la gloria deportiva, sino algo más elevado como la gloria moral. No era de extrañar, pues, que estuviera tan nervioso…
Tras concluir el Giro del Trentino, apenas dos semanas antes de la salida del Giro, Basso se mostraba inseguro ante los medios de comunicación. Quería repetir la victoria de la temporada anterior en la pequeña prueba italiana para demostrarse a sí mismo que su estado de forma era bueno. «Sólo» consiguió una quinta posición, realizando una actuación más que decente pero insuficiente para sentir que llegaba al pistoletazo de salida de Amsterdam en las condiciones adecuadas. Decidió correr el Tour de Romandía, inicialmente fuera de su planificación, para afinar su puesta a punto.
No iba a estar tranquilo en casa, pensando que quizá pecara de pereza y que seis días más de competición antes de su gran objetivo, seis días que le aseguraran el correcto estado físico, no le habrían hecho daño. No podía dejar nada al azar antes de un Giro que no era uno más, sino su ‘chance’ para pagar sus deudas. Con el mundo del ciclismo en general, con la propia ‘corsa rosa’ en particular. Y también con la escuadra Liquigas que le dio la oportunidad de volver al profesionalismo.
Era un Giro trascendente para sanear su cuenta corriente moral. Aquella que abrió proclamándose campeón del mundo sub 23 por delante de dos compatriotas con los que prometía marcar una época del ciclismo, Danilo Di Luca y Giuliano Figueras. Ese día de 1998 en Valkenburg Basso prometió al deporte de las dos ruedas una rivalidad épica con un Di Luca que afirmó que «de no ser por las tácticas yo me habría llevado el arcoiris» y, sobre todo, un superclase agresivo y poderoso cuyos hitos y palmarés iban a pasar a la Historia.
El ciclismo, sin embargo, es un deporte cruel con sus amantes, y aquellos que pretenden dominarlo hasta convertirse en mitos deben llevar grabado a fuego en su mente el siguiente axioma: no hay gloria sin sufrimiento. En ese proceso de sufrimiento, en si se sucumbe o se supera, reside la criba entre los buenos y los eternos.
El proceso de criba para Basso ha sido complicado. Su debut en el Tour de Francia, en 2001 con los colores de Fassa Bortolo, cuando aún se estaba encontrando a sí mismo como corredor y lo mismo lo intentaba en la montaña que al esprint, intentó hace saltar la banca en la séptima etapa. El siempre vibrante Día de la Bastilla, fiesta nacional francesa del 14 de Julio, el varesino atacó subiendo el Col de Fouchy. Formó el corte bueno con Voigt, Cuesta, Roux y su ídolo Jalabert, con quienes se intentaría jugar la victoria en Colmar. Pero, en el descenso que conducía a la población francesa, Basso cayó y se rompió la clavícula. Era, según sus compañeros de fatigas, «el más fuerte» de aquella jornada en que se acabaría llevando el gato al agua Laurent Jalabert.
Era su pecado de juventud. La agresividad. Ivan tenía un espíritu combativo, propio del lobo de la bicicleta que era y de la necesidad que había tenido en su época ‘dilettante’ de ganar por aplastamiento. Había que rebajar ese temperamento para optimizar el rendimiento del varesino, y de ello se encargó un hombre de carácter como Giancarlo Ferretti, su director en Fassa Bortolo. Ferretti le obligó a trabajar para los Petacchi, Bartoli o Casagrande, le dejó buscarse la vida en las grandes rondas y le limitó sus impulsos de atacar. Los resultados deportivos fueron dos jerseys blancos de mejor joven en el Tour de Francia. Los actitudinales, un corredor que transmitía cierta abulia, escondido, de gran motor y poco espectáculo.
Eso era algo que el ciclismo no podía permitir. La deuda contraída con aquella caída de Colmar ya estaba pagada con los entorchados de la gran ronda francesa, ahora le tocaba a Ivan convertirse en un superclase brillante para que las paces estuvieran hechas. Y aunque consiguiera marcas tan impresionantes como ser el ciclista que menos cedió con Lance Armstrong en la montaña del Tour 2003, no lo estaba haciendo. Al revés: caminaba hacia la opacidad. Fichó por CSC, un equipo donde sería líder absoluto, y consiguió unos resultados impresionantes, incluyendo su primer podio en la ‘Grande Boucle’ (3º en 2004) y su primera victoria como profesional en el Giro dell’Emilia…
Pero seguía siendo un corredor romo. En el Giro’05 se puso primero de la general sin realizar ni un ataque por sí mismo, siempre a rebufo de los más agresivos y evitando que el viento le rozara la cara. De nuevo, algo que el ciclismo no podía permitir. Era necesario un escarmiento, aunque costara que la ‘corsa rosa’ se endeudara con él. En la decimotercera etapa, vestido de líder, cedió un minuto en un trazado asequible. Problemas estomacales le impedían rendir como lo había hecho hasta aquel momento en que las circunstancias se revolvieron contra él, como una especie de castigo del ‘karma’.
Al día siguiente, en un parcial complicado camino de Livigno, Basso cedió más de cuarenta minutos. Recorrió el total de la etapa rodeado por sus compañeros de CSC, que empujaban literalmente unas lágrimas que le impedían seguir las pedaladas del menos cualificado de sus coequipiers. Ivan, sin embargo, quiso acabar aquel nefasto día. La catarsis le vendría bien, ahora iba a luchar tal y como el cuerpo le pedía. Y vaya si lo hizo: a los dos días ya estaba con los mejores, atacando y ganando de manera imperial primero en el Colle di Tenda y luego en una crono llana, su tradicional talón de Aquiles.
Basso era el mejor de aquel Giro, aunque el castigo karmático del ciclismo le impidiera llevárselo. También lo fue del Giro siguiente, donde su victoria sí fue imperial sobre la carretera como el ciclismo quería… pero oprobiosa fuera de ella. Mientras él volaba por La Thuile, el Monte Bodone o el Passo Lanciano, en España salía a la luz la Operación Puerto. Y, en ella, camuflado bajo el nombre Birilio, estaba Ivan. Sus amistades peligrosas le costaron el cariño del público, las instituciones ciclistas y su equipo. No corrió más aquel año: estaba manchado, aunque lo negara y las tretas de la justicia española impidieran su sanción.
Un año y un contrato roto con Discovery Channel después, Basso fue sancionado. Ahora sí que estaba endeudado, en práctica bancarrota. El ciclismo daba por perdido a un proyecto de corredor histórico que, para más inri, le había dejado en la estacada con la mayor afrenta posible: dopaje. Ivan debería contraer aún más débito para poder llegar al equilibrio con todos aquellos que le reclamaban lo que le habían prestado. Y, para su fortuna, meses antes de cumplir su sanción encontró un prestamista a fondo perdido: Liquigas.
Es de reconocer el gran mérito que tuvo Roberto Amadio en este fichaje. En la semana de abril en que anunció el fichaje de Basso, la escuadra ‘verde’ se encontraba en plena campaña de desprestigio, toda vez que había tenido que prescindir de su hasta entonces líder Danilo Di Luca por sus problemas con los estamentos y el dopaje. Amadio tuvo la audacia suficiente para desafiar al sistema de los apestados, de no volver a acoger a quienes hubieran pecado por mucha contrición que hubieran realizado. Ivan, que había seguido entrenando aun alejado de las competiciones, debutó a sus órdenes el 26 de Octubre de 2010, apenas dos días después de cumplir su sanción; lo hizo con un tercer lugar en la Copa Japón, que llegó fruto de un arrojo excepcional.
Basso había vuelto, aunque fuera endeudado hasta las cejas. Y así ha estado hasta ahora, cuando en este Giro de Italia saldó todas sus cuentas pendientes. Lo hizo poco a poco, con un rendimiento regular, pero dando un golpe de gracia que venía a imitar el gesto de extender un cheque a sus acreedores. Fue en el Monte Zoncolan donde, imperial, reventó uno por uno a todos sus rivales aprovechando el trabajo de sus coequipiers y, sobre todo, su enorme fuerza. Allí se impuso al resto e hizo fehaciente su reinado. Su magnífica exhibición significó la preponderancia del talento y el coraje por encima de las dificultades y los pecados propios. Significó que Basso pasaba a la historia al superar la criba de la eternidad.
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2 comentarios en “Ivan Basso, las deudas y la criba de la eternidad

  1. Del cielo al infierno y vuelta al cielo…Es mi resumen de Basso. Siempre digo que en el ciclismo todo hombre merece una segunda oportunidad por mucho que nos duela el tema del dopaje. Por eso me alegro por Basso, 50.000 km al año son muchos km pare redimir tu pecado..
    Gran artículo….No me acordaba de la etapa que mencionas el Giro la de los 40 minutos….Xdd

    http://pedaleandoqueesgerundio.blogspot.com/

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