Siete motivos para un Tour histórico

Os recomiendo leer este reportaje en Arueda.com, por aquello de las imágenes y demás

Las lágrimas de Cadel Evans en el podio de los Campos Elíseos cerraron un Tour de Francia cuya frenética última semana puede elevarle a la leyenda.
No se recordaba una Grande Boucle tan movida y emocionante, enriquecida además con el alto perfil de sus competidores y la dispersión del talento en diversos equipos, en el ciclismo contemporáneo iniciado tras el ‘caso Festina’. Apenas la edición de 2003, la del Centenario, marcada por el calor y las debilidades de Lance Armstrong frente a Jan Ullrich, recordada por el aficionado español por la terrible caída de Beloki en La Rochette y la magnífica victoria de Ibán Mayo en Alpe d’Huez, ofreció un espectáculo equiparable.
La política de ASO de retrasar la lucha por la general hasta la segunda decena de etapa, dejando la primera sembrada de esprints sazonados con finales nerviosos donde clasicómanos y esprinters competían mientras los favoritos cruzaban los dedos, perdían segundos moralmente decisivos y se caían miserablemente, fue hecha buena por los ciclistas y ha sido aprobada por los aficionados. El Tour llegó vivo hasta el final gracias a la torpeza táctica de un Leopard que tal vez despertó demasiado tarde, el sentido del espectáculo de elementos como Thomas Voeckler o Samuel Sánchez, el orgullo del derrotado Contador y la solidez del campeón Evans. Todos ellos configuraron unas etapas finales memorables. En general, los 198 corredores que tomaron parte en este Tour de Francia contribuyeron, a su manera, a determinarlo histórico por motivos como los siete reseñados a continuación…
El dramatismo de las caídas
Nada como las dificultades, circunstancias desgraciadas, para poner un punto de interés a un acontecimiento. La primera semana del Tour de Francia estuvo sembrada de caídas. Sin ir más lejos, el gran favorito Alberto Contador comenzó a perder la carrera con una en la primera etapa. En los días posteriores sobrevino un goteo de grandes nombres perdidos para la causa del amarillo: Gesink, Wiggins, Vinokourov, Van den Broeck, tres de los cuatro líderes de RadioShack… Auténticos desastres que marcaron el desarrollo de la carrera al reducir drásticamente el número de favoritos y aspirantes a lucir en el puestómetro.
El dominio de Cavendish y su lucha con Rojas
La primera semana no sólo fue escenario de caídas e ilusiones rotas contra el asfalto: también sirvió para la representación de una de las luchas más entretenidas y electrizantes de todo el Tour. El murciano José Joaquín Rojas, decidido a conseguir el maillot verde de la Regularidad para Movistar, entró en la guerra por los puestos de privilegio en todas las etapas a su alcance, enfrentándose en muchas ocasiones a grandes ciclistas que aportaron su nota de brillantez a la carrera como Philippe Gilbert, Thor Hushovd o Edvald Boasson Hagen. Su problema vino cuando Mark Cavendish encendió la locomotra de su HTC y comenzó a imponerse inapelablemente en cinco finales llanos. Recortó su ventaja, le superó y acabó por lucir el entorchado verde en París. En medio, cruces de palabras en la prensa, acusaciones e incluso una particular declaración de intenciones donde Movistar mostró su intención de dejar a Cavendish fuera de control para auparse al ‘verde’.
El atropello de Flecha y Hoogerland
En la novena etapa, un insólito coche de France Télévision atropelló a Juan Antonio Flecha y Johnny Hoogerland. Del conductor nunca más se supo; de su delito, en cambio, nació una historia admirable. Ambos corredores no sólo acabaron la etapa donde fueron golpeados por el automóvil, sino que también llegaron a París. Ni siquiera lo hicieron en el anonimato deportivo: Flecha y, especialmente, Hoogerland destacaron en las fugas con su habitual coraje e intrepidez. En torno a ellos se creó un halo de heroísmo que ha culminado, en el caso del holandés, en un auténtico culto a los 34 puntos de sutura resultados de su encontronazo con una alambrada a través incluso de camisetas y canciones.
La heroica defensa de Thomas Voeckler
En la misma jornada del atropello, el francés Thomas Voeckler se aupó al liderato del Tour de Francia con la exigua renta de 2’26”. Salió indemne de los descafeinados Pirineos y se plantó en los Alpes con sus opciones de dar la sorpresa intactas e in crescendo. Se las dejó en el Galibier, camino de Alpe d’Huez, y acabó cuarto en la general, un resultado con el cual no podía ni siquiera soñar. Voeckler no es un ciclista querido dentro del pelotón por los mismos motivos que le hacen reconocible y hasta entrañable para el aficionado: tiene una relación bulímica con el protagonismo, que gana robándoselo a los demás a través de gestos estridentes, excesos deportivos, lenguas moviéndose como un péndulo de extenuación y ex abruptos tan poco caballerosos como atractivos para la cámara. Genio y figura, Voeckler ha sido uno de los grandes nombres de este Tour de Francia gracias a su tenaz defensa del maillot amarillo ante corredores mucho mejores que él. Su fe, y las alucinantes prestaciones de Europcar, movieron montañas.
Andy Schleck: el aspirante a rey puso en jaque el Tour
Destronado por su torpeza en el descenso, perdido en la guerra de nervios sostenida con Contaodr, víctima del escarnio del mundillo ciclista, Andy Schleck defendió su honra de la única manera posible en la 18ª etapa del Tour. Un ataque lejano en el Izoard le permitió pasar en solitario por el paraje lunar de la Casse Desserte, como los grandes campeones de Bobet, y rematar junto a un Leopard excelente aquella jornada la faena en la subida postrera al Galibier mientras el resto de favoritos se miraban, acusadores. Esta épica ofensiva de sesenta kilómetros puso el Tour patas arriba, eliminó a grandes candidatos a todo como Alberto Contador o Samuel Sánchez y revindicó al luxemburgués ante esa parte del Ciclismo que le consideraba aniñado y sobrevalorado. Su ataque no valió para ganar el Tour de Francia, pero sí le granjeó el respeto de todo el deporte. Y ese logro, intangible, quizá valga más que un jersey amarillo.
Contador no pudo ganar, pero fue el juez
Tras condicionar el desarrollo del Tour a través del miedo que infundía a los Schleck, Alberto Contador fue derrotado en la vertiente sur del Galibier. Al día siguiente, en la norte, se lanzó a por todo y a por nada a la vez. No buscaba la etapa, ni la general; sólo quería dejar en la carretera ese último gramo de fuerza que no iba a necesitar en su Pinto natal, ni ante el TAS, ni en la Quiznos Pro Challenge. Se lanzó en busca del honor y la venganza deportiva, y consiguió ambas aunque no las culminara con una victoria por obra y gracia de un inspiradísimo Pierre Rolland. El ataque de un Contador lleno de frenesí puso nuevamente la carrera al borde del infarto, y quizá la decidió al animar a Andy Schleck a realizar un derroche de fuerzas que pudo lamentar luego en la subida de Alpe d’Huez, donde no pudo distanciar a Evans. El madrileño de Saxo Bank no fue el ganador, pero sí fue el juez y quizá el verdugo. Ahora le toca ponerse ante el tribunal.
El Ciclismo hizo justicia con Evans
Hay pocos finales mejores para una carrera ciclista que la victoria de quien lleva persiguiendo el éxito demasiado tiempo. Con 34 años largos, Cadel Evans se convirtió en el tercer ganador más veterano del Tour de Francia en toda su historia. Lo hizo a través de sus señas de identidad, equiparables tal vez a la esencia del Ciclismo: tenacidad, solidez, sufrimiento. Tomando la responsabilidad como dicen sus admiradores, o a rueda como dicen sus detractores, el australiano de BMC fue el mejor de esta Grande Boucle, el más regular y también el más inteligente. Cimentó su triunfo en la montaña, donde aguantó a pesar de que su equipo BMC apenas era voluntad en ese terreno, y lo remató en la contrarreloj final, donde superó y jibarizó a los Schleck con suficiencia. Campeón merecido, perpetúa también un ejemplo para el futuro: quien triunfa no tiene por qué hipotecar su temporada en pos del Tour. Se puede ganar en París habiendo competido y hecho gala de calidad en carreras previas. Una auténtica lección que debería ser aprendida por otros contendientes de esta excelsa Grande Boucle.
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Este Tour recordará a Contador

No ha podido ganar el Tour, ni siquiera esta etapa. Pero Alberto Contador ha regalado hoy al Ciclismo un día épico para su honra y regocijo.
Un ataque de Chris Anker Sörensen, de Saxo Bank. Orejas tiesas en el pelotón. Son los compases iniciales de la etapa, la fuga lleva ya unos kilómetros establecida, el Télégraphe está en sus primeras estribaciones. No tiene sentido, a menos que… Demarraje de Contador, claro. Andy Schleck, Cadel Evans y Thomas Voeckler a su rueda. Dani Navarro, otro coequipier del pinteño, surge desde atrás para darle un relevo de unos pocos metros, un respiro exiguo para el madrileño a cambio de un atracón de hipoxia para el asturiano. De más atrás aún viene otro chaval de Asturias, Carlos Barredo, amigo enrolado en Rabobank, y propulsa de nuevo al grupo de Contador para acabar abriéndose a los quinientos metros, exhausto.
También se tienen que abrir Evans y Voeckler. El australiano, nervioso con su bicicleta como en la etapa de Sierra Nevada de la Vuelta 2009, se queja de su máquina y la cambia. Contador, ebrio también de 2009 (París-Niza, última jornada, otro ataque desaforado al inicio de la etapa cuando se había quedado sin opciones de cara a la general), seguía con su tentativa y con Andy Schleck a rueda. Cazan la fuga. La rompen, también. Se marchan con Rui Costa (Movistar) y Christophe Riblon (AG2R), ganadores de un concurso que tenía por premio vivir en primera persona una etapa histórica. Por detrás, Evans se refugia en el Liquigas de Basso en lo que podríamos llamar, entrecomillado, “pelotón”; Voeckler persiste, suicida, y consuma Galibier arriba su error de pretender equipararse con dos superclases en el terreno predilecto de estos. A partir de ahí, la ofensiva acaba por establecerse y acaba por morir.
Boxeo bajo mínimos en Alpe d’Huez
Fue una jornada épica por salvaje. Por el destrozo sufrido en el seno del pelotón, por las decisiones rápidas y ofensivas, por el lactato acumulado en las piernas de los ciclistas. A pesar del reagrupamiento en el descenso del Galibier y la teórica calma sobrevenida con éste, Alpe d’Huez se convirtió en una lucha donde apenas quedaban fuerzas y cada uno se defendía con su clase. El lanzamiento de Jakob Fuglsang en la primera rampa del gigante alpino, error monumental por cuanto dejó en ventaja a Evans y cortó a los hermanos Schleck (sus dos jefes de fila), se tradujo apenas en una anécdota cuando se puso de relieve que la etapa era una ruleta entre corredores asfixiados, un combate entre boxeadores derrengados.
Boxeador fue Alberto Contador a cinco kilómetros de meta para golpear con un curioso puñetazo a un aficionado impertinente que le perseguía vestido de enfermero y haciendo gesto de pincharle con una jeringuilla. El madrileño ya iba sólo, el mejor en la lucha de clase a falta de fuerzas, dejando atrás a todos los favoritos mientras estos se marcaban entre sí a aproximadamente un minuto de distancia. Tras él avanzaba, inexorable, Samuel Sánchez; a su rueda, un Pierre Rolland conservador a quien se le cuenta tanto el mérito de aguantar con los mejores toda la etapa como se le descuenta el demérito de no haberse mostrado cara al aire ni dado una pedalada en favor de su coequipier y maillot amarillo Thomas Voeckler.
Por eso, que en los kilómetros finales el francés de Europcar emergiera de la rueda de Samuel para remachar a Contador deja un sabor agridulce. Jugó sus cartas, sí, pero quizá hubiera sido más deseable para el Ciclismo (y para el aficionado español) la victoria de ese Contador épico, enrabietado, encarnando todos los valores de un deporte donde morir matando no es un órdago antinatural sino un valor encomiable. El demarraje de hoy, desde la inferioridad y aún resintiéndose de la brutal cura de humildad recibida ayer, coloca a Contador en el peldaño de los grandes héroes ciclistas de toda la historia. También esta edición del Tour de Francia oposita para situarse entre las mejores carreras de siempre, referentes para el futuro. Y se acordará de sus 198 participantes, pero especialmente de un Alberto Contador que le ha puesto un colofón magistral en espera del epílogo de mañana.

La histórica redención de Andy Schleck

Octavo a 3’22” del apoteósico vencedor Andy Schleck, Rein Täaramae entra en meta roto. El estonio de Cofidis acaba satisfecho por cuanto sus relevos en momentos clave de la etapa habían conseguido descabalgar al colombiano Rigoberto Urán y auparle a los más alto de la clasificación de los jóvenes, pero a la par algo desencantado por un ataque a menos de cinco kilómetros de meta que le había desfondado, permitiendo al sorprendente Pierre Rolland acercarse peligrosamente y situarse a sólo 33” de él en la general. Respiraba Täaramae, experto en la lid del reventón y excesivo como pocos en sus aceleraciones, el aire huérfano de oxígeno del Galibier. Ésa era la principal causa de su sofoco: haber rebasado el umbral de los 2000 metros de altitud pedaleando. Más de 30 kilómetros pasaron los corredores por encima de éste durante la etapa, durante la cual recorrieron también alrededor de 130 ascendiendo, hacia el cielo, para terminar a 2645 metros sobre el nivel del mar.
Era una jornada propicia para reventones. Más cuando se venía de días de nervios, con diecisiete parciales de fatiga acumulados. Si a esto sumamos el esfuerzo de otra carrera de similar calado y dureza como el Giro de Italia, el resultado es que las piernas del ciclista que saliera indemne serían sobrehumanas. Alberto Contador no aguantó, y con ello demostró ser tan humano como cualquiera. El hecho de que en veinte años sólo tres ciclistas hayan sido capaces de clasificarse en el podio de Giro y Tour una misma temporada era suficientemente indicativo de la titánica tarea que tenía por delante el pinteño buscando el doblete. Hoy se dió de bruces con sus limitaciones. A pesar de su trabajo, el de su Saxo Bank y el de sus aliados de Euskaltel, acabo por ceder tiempo en meta, ahogado. Incluso algo más que el explosivo Täaramae.
Lejos de estas miserias durante la mayor parte de la jornada, alumbrado por la épica que tanto necesitaba para redimir su honra, Andy Schleck cabalgó majestuoso por las cumbres alpinas. Planteó la táctica de su Leopard Trek tirando de manual, lanzando a dos buenos gregarios como Joost Posthuma y Maxime Monfort en la escapada larga fraguada en el eterno Agnello con objeto de atraparlos posteriormente y beneficiarse de su trabajo. Lo hizo a la perfección gracias a un portentoso ataque en el Izoard que no halló contestación en un grupo de favoritos que prefirió jugar al ajedrez. Basso sólo contaba con el alfil Szmyd, Contador tenía sus filas desarboladas y se hallaba personalmente en jaque a cola del grupo, Evans tenía una posición tan cómoda que no puso a trabajar a sus peones hasta llegado el falso llano previo al Galibier.
El australiano, sin embargo, midió mal los tiempos. Finalmente, ante el viento de cara del Lautaret y la inconmensurable labor de Monfort y el circunstancial aliado Devenyns para Andy Schleck, tuvo que acabar en cabeza de grupo jugándose el todo por el todo, incluso su propio pellejo de rey. Se enfrentó en solitario a Eolo ante la insolidaridad de sus acompañantes y fue eliminando a los rivales que se agazapaban a su espalda, tan deseosos de atacarle como temerosos de las consecuencias, a la par que recortaba la ventaja del contrincante que se alzaba en el horizonte, inapelable y magistral. A la postre, Evans acabó por salvar sus muebles y, a la par, los de un Europcar miserable que no dio un solo relevo hasta menos de un kilómetro para el final a pesar de llevar en el grupo al gregario Rolland con su líder Voeckler y, aun así, conservó como premio el ‘amarillo’ un día más.
En los últimos metros, sobrado tras todo un día guardando energía, Frank Schleck aceleró para ser segundo a meta y remachar con un doblete la exhibición de su hermano y el Leopard Trek en conjunto. Una exhibición necesaria, sin duda alguna, para evitar a la estructura el escarnio dentro de un pelotón donde aún no habían visto garras a los felinos. Sin embargo, a tenor de lo visto sí las tenían, aunque guardadas. Hoy han sabido usarlas de la mejor manerla posible para configurar una magnífica redención y aupar al benjamín de los Schleck al segundo lugar de la general (con apenas 15” de desventaja respecto de Voeckler y casi un minuto sobre el Evans) y de paso hacerle entrar en la historia del ciclismo por la puerta grande. Falta saber si Leopard tiene también fauces para triturar mañana la carrera en Galibier y Alpe d’Huez e imponerse con ello en la general de un Tour de Francia que llega a su fin de semana postrero abiertísimo tras una agradable sucesión de sorpresas.

La valentía cambió las tornas

Hace unos días, en la meta de Luz Ardiden donde Samuel Sánchez triunfó y los grandes favoritos distanciaron a un Alberto Contador cuando menos poco inspirado, Andy Schleck citó a Ivan Basso y Cadel Evans como los rivales a batir en este Tour de Francia. Obvió a Contador, forjando un exabrupto que, repetido días después en Plateau de Beille, constituía una machada calculada dentro de la guerra psicológica planteada por los hermanos Schleck al madrileño. Sabían que sus piernas estaban bien y trataron de derrotarle a través de la cabeza: emparedarle durante las subidas, picarle en la prensa… En una palabra, provocar su desquicio para sacarle de la carrera
Con un Contador mentalmente frágil, sólo tendrían que derrotar a rivales en teoría asequibles en las montañas. Una vez «conseguido» lo primero, dispusieron de tres jornadas pirenaicas para lo segundo. Luz Ardiden supuso un buen prólogo; Lourdes, una tregua; Plateau de Beille, una ocasión marrada. En total, ascendidos tres puertos de primera y cuatro de categoría especial, Frank Schleck se acercó al amarillo de Voeckler tan solo cuarenta segundos; Andy, veintidós. Esa fue la renta conseguida con la carrera a su merced en todos los aspectos…
Hoy, la valentía cambió las tornas. Con un ataque en un Segunda poco sugerente (el Col de Manse) y su estremecedor descenso, Cadel Evans y Alberto Contador consiguieron veintiuno y dieciocho segundos de ventaja respectivamente sobre Voeckler y Frank. Menos de un minuto sobre Basso. Y más de un minuto sobre Andy.
El menor de los Schleck confesaba en meta: “no me esperaba este ataque”. Ciertamente, el libro de ruta no lo anunciaba. Considerando el devenir de la carrera, sin embargo, cabía presagiarlo. Había sido una jornada dura, de altísima velocidad (se llegó a meta con veinticinco minutos de adelanto sobre el horario previsto), y la subida tendida que se iba a coronar a once kilómetros de meta alumbraba después una bajada vertiginosa. El terreno y las circunstancias eran propicias. BMC lo supo ver y aumentó el ritmo de un pelotón que ya había dejado la victoria de etapa en manos de la fuga.
La escuadra de Evans lanzó el guante y éste lo recogió un Contador reforzado moralmente tras el día de descanso, aliviado también de una rodilla que según confesó su hermano y mánager Fran hoy en Eurosport estuvo a punto de llevarle al abandono en la primera semana de carrera. Su demarraje inicial sirvió para avisar al resto de favoritos. Una vez consumado el reagrupamiento, fue continuado por su coequipier Dani Navarro en lo que constituye la primera ayuda efectiva y decisiva de Saxo Bank al superclase madrileño.
La segunda tentativa rompió la baraja. Probablemente fue la primera ofensiva sostenida de todo el Tour, el primer ataque de más de veinte segundos de duración. Halló eco en Cadel Evans y Samuel Sánchez y la terna, una vez en cabeza, no dudó que debía persistir en su apuesta. El descenso, estrecho y húmedo, coincidente en su parte final con el del Col de la Rochette que tan mal recuerdo trae al aficionado español, fue una exhibición de un Evans encendido para acallar a los críticos que aún le acusan de cobarde.
Mientras el noruego Hushovd se llevaba la etapa por delante de Boasson Hagen (otro noruego) y su coequipier Hesjedal (cuya ascendencia y apellido son también noruegos), Voeckler y Frank Schleck descendían a cuchillo para minimizar la pérdida. Mal le fue a un Basso romo que a partir de ahora tiene la obligación de atacar para soñar con el podio de París. Peor aún estuvo Andy, asustado por la caída de Jeanesson (apenas un derrape mal hecho) según contaba en meta. Perdió más de un minuto y enterró sus opciones de ganar este Tour de Francia.
La clasificación general aún sitúa al luxemburgués por delante de Contador, pero lo cierto es que el español le ha ganado la posición por una cuestión de valentía. Su movimiento de hoy, el beneficio que ha generado para un Evans lanzado hacia la victoria final, le ha encumbrado como juez de la carrera. De su consistencia en jornadas posteriores, el ‘momentum’ del australiano y la reacción del resto de favoritos dependerá que Contador consume una remontada encomiable y quién sabe si histórica.

¿Llegará Contador en buena forma al Tour de Francia?

Este sábado al mediodía, aprovechando la Marcha auspiciada por su Fundación y organizada por Cadalsa, Alberto Contador ha anunciado su participación en el próximo Tour de Francia. Resuelve con ello la incógnita en torno a su presencia en la salida del Paso de Gois el sábado 2 de julio, si bien ésta estaba ya casi resuelta una vez había sido conocida por cauces no oficiales junto a su comparecencia en el Campeonato de España CRI de Castellón. La pregunta ahora es si Contador será capaz de llegar en un estado apropiado al Tour de Francia, empresa harto complicada por cuanto deberá superar multitud de factores y romper con numerosos precedentes cuyo análisis hará más meritoria si cabe una buena actuación del pinteño en la ‘Grande Boucle’

El estado físico, dependiente del psicológico

Correr [y ganar] un Giro de Italia deja una terrible fatiga en el cuerpo de cualquier ciclista, tanto en el plano físico como el psicológico. Los músculos están al límite y los valores hematológicos muy bajos: es el turno del sistema hormonal, que es el responsable de la recuperación del resentido cuerpo del corredor. En su labor influye decisivamente el sistema nervioso, quien transmite al hormonal las señales necesarias para apremiarlo; la fatiga de éste, el estrés, el cansancio psicológico en definitiva, pueden mermar la efectividad de la recuperación e incluso poner en peligro su efectuación. El establecimiento de un tiempo de descanso, en el caso de Alberto once días en los cuales no ha cogido la bicicleta “en serio”, tiene una doble función: dar tiempo al sistema hormonal para trabajar y a su cabeza (principal componente de su sistema nervioso) para recuperar un estadío positivo.
No es una cuestión, por tanto, de tono muscular. Este se habrá perdido ligeramente en esos once días vacantes, pero no de una manera significativa; tampoco la fatiga del Giro, si no llega al extremo de derruir completamente el físico y la mente del corredor como no parece haber sucedido en un Alberto que no llegó al límite en la tercera semana de la ‘corsa rosa’, debe influir decisivamente. Esto se explica por el principio de la supercompensación. El cuerpo, sometido a ejercicio físico intenso, es como un muelle: se va contrayendo (baja su rendimiento) cuanta más carga recibe (más actividad física)… y, una vez cesa la carga (para la actividad física), reacciona recuperando su estado original e incluso haciéndose más grande (mejorando sus prestaciones) si es de buena calidad (ergo su sistema hormonal y nervioso trabajan bien en la “reconstrucción” del músculo y el cuerpo en general).
En la misma sintonía están los valores hematológicos. Estos también deberán restituirse durante las épocas de descanso y entrenamiento previas al Tour. Primero, deberán llegar a los parámetros normales en el pinteño, proceso que puede tomar en torno a dos semanas. Después llegará el momento de intentar mejorarlos, como hace cualquier deportista antes de cualquier competición importante. En condiciones normales aplicadas al caso de Alberto, no se podría recurrir a una concentración en altitud puesto que estas requieren unos veinte días para ser efectivas. Sin embargo, las excepcionales condiciones físicas del ciclista de Saxo Bank y su continua exposición a este tipo de ‘stages’ pueden acortar estos plazos… Y, en todo caso, siempre puede recurrirse a las famosas cámaras hipobáricas.
En conclusión: es posible para Contador llegar en buena forma física al próximo Tour de Francia. Todo dependerá de la reacción de su sistema hormonal a la fatiga del reciente Giro de Italia y, en primera instancia, de su manera de afrontar la fatiga psicológica que seguramente éste haya dejado en el pinteño.
Los antecedentes juegan en contra de Contador
El año pasado, ninguno de los quince primeros clasificados del Tour de Francia había participado en el Giro de Italia. En las últimas cinco campañas, sólo un hombre ha sido capaz de clasificarse entre los diez primeros de ambas pruebas en el mismo año: Denis Menchov, siendo quinto en el Giro y tercero en el Tour en 2008. Si ampliamos la consideración al top15, han conseguido ese hito cinco corredores: el citado Menchov, Lance Armstrong, Tadej Valjavec, David Arroyo y Damiano Cunego. En los últimos veinte años, sólo tres hombres han hecho podio en Giro y Tour el mismo año: Marco Pantani, Miguel Indurain y Claudio Chiapucci. En toda la historia, sólo seis esforzados de la ruta han ganado ambas pruebas en una temporada: los citados Pantani e Indurain (dos veces), Stephen Roche, Bernard Hinault (dos), Eddy Merckx (tres), Jacques Anquetil y Fausto Coppi. Estos y otros datos que engrandecen aún más la posibilidad de que Contador consiga dar buenas prestaciones en ambas pruebas este año 2011 pueden verse en el gráfico adjunto…
Así las cosas, sólo queda esperar y ver si Contador será capaz de marcar un nuevo hito en la historia del ciclismo.
PD 1: Hay una errata en el gráfico. También David Arroyo tomará parte en el próximo Tour de Francia tras completar el pasado Giro.


PD 2: Quizá algún experto o conocedor de la preparación física haya advertido inexactitudes y simplificaciones en esta parte del artículo. Obviamente, las hay: el objetivo del texto es explicar a personas sin un conocimiento excesivo de este tema un supuesto sobre la recuperación de Alberto Contador de los esfuerzos del pasado Giro con objeto de afrontar el próximo Tour de Francia. Por ello, ha sido aconsejable reducir la complejidad de ciertos conceptos e incluso eliminar algunos. Espero no haber cometido ningún error de bulto y haber transmitido adecuadamente lo que sé de este tema, aprendido mayormente del preparador físico Servando Velarde (alma máter de Proyecto CIDi), mi cuñado Francis Roda (licenciado en INEF), varias lecturas realizadas a titulo personal… y, por supuesto, mis profesores de Biología desde Secundaria =)

Gilbert triunfa en Lieja ante unos Schleck domésticos

La imagen de Philippe Gilbert entrando en meta primero, triunfante y arrollador, no ha sido extraña para los aficionados al ciclismo esta primavera. En apenas diez días se ha producido cuatro veces. En Flecha Brabançona ganó un esprint mano a mano a su vecino Bjorn Leukemans. En Amstel Gold Race jugó con acierto su As. En Flecha su arrancada lejana en Huy fue, sencillamente, inapelable. Hoy, en Lieja, no ha tenido rivales desde que en la cota de la Roche aux Faucons dejó atrás al resto de los favoritos y se marchó con los inofensivos hermanos Schleck.

En días como hoy resulta sencillo ironizar con el parentesco de Andy y Frank Schleck. Son hermanos; a veces se les identifica como gemelos o siameses por mantenerse uno junto al otro en casi todas las situaciones de la carrera; hoy parecieron auténticos primos. Los luxemburgueses se vieron obligados a quemar a todos sus coequipiers de Leopard Trek para seguir en carrera, como hizo Gilbert con los suyos de Omega, y lanzaron su apuesta en la citada Roche aux Faucons, llevándose al superclase belga a su rueda y abriendo rápidamente un hueco que se sabía decisivo. A partir de ahí no quedaba sino proseguir con los relevos hasta llegar a la subida de Saint-Nicolas, presumible escenario de la primera sucesión de demarrajes contra el impresionante valón de Omega Pharma.
Ésta no acaeció. Los Schleck, inermes, fueron humillados por un ataque colosal de Gilbert: Andy no pudo resistirle, y Frank lo hizo a muy duras penas. El valón consintió el reagrupamiento en el descenso y el llano posteriores y, lejos de hallar contestación a su espectacular derroche de talento, se encontró con docilidad y relevos. Leopardos domésticos, llevaron a Gilbert en volandas en la cota final de Ans hasta que el belga decidió que era momento de esprintar por la victoria y superó a los hermanos luxemburgueses, claramente inferiores en fuerzas y poco avezados en su táctica.
Con este triunfo, Gilbert entra por la puerta grande al olimpo ciclista. Suma un segundo Monumento a su palmarés (tras Lombardía) y, sobre todo, consuma una gesta con un único precedente en toda la historia: ganar las tres Clásicas de las Árdenas en el mismo año, hito sólo alcanzado por Davide Rebellin en 2004. En este tríptico, Gilbert fue el más listo y también más fuerte, y contó además con un equipo solvente aunque no avasallador, un Omega Pharma cuyos elementos (De Greef, Van der Broeck, Vanendert) fueron suficientes para arropar al valón y facilitarle una serie de triunfos que justifica la temporada no sólo del crack, sino de la escuadra completa.

Foto: The Telegraph

Velocista americano en Flandes

En el imparable ascenso del ciclismo anglosajón dentro del concierto mundial aún queda un hito por alcanzar: triunfar en el Tour de Flandes. Ningún angloparlante lo ha conseguido en la época moderna. Sólo el malogrado Tom Simpson, ganador en la edición de 1961, figura en el palmarés de De Ronde. Un éxito ya lejano que, cincuenta años después, buscará ser renovado.
Se prevé la presencia de algo más de una docena de ciclistas estadounidenses, australianos y britanicos en la salida de Brujas el próximo domingo. Cavendish y Goss van encuadrados en un HTC sin patrón en busca de experiencia; Sky presentará a Barry, Stannard y, sobre todo, un Geraint Thomas en forma cuya prestación es una prometedora incógnita. En Saxo Bank, trabajando para el renacido Nuyens, estará un asentado Baden Cooke; parecida función desempeñará en Leopard un ganador de Roubaix y podio en Flandes como Stuart O’Grady, y también un Hincapie cuyas ambiciones amarillean y se ponen al servicio de BMC, probablemente el verdadero ‘dark horse’ de las Clásicas.
Pero sobre todo, sobre todos, destacan dos hombres cuya ambición por Flandes es realista. Heinrich Haussler y Tyler Farrar, puntales junto a Thor Hushovd del potente Garmin-Cervélo, son dos corredores complementarios con gusto por el adoquín. Haussler, que nació y pació en Australia aunque sus genes sean alemanes, ya fue segundo en De Ronde en la edición de 2009 y promete correr de manera agresiva, sabedor de que su punta de velocidad es menor comparada con la de sus coequipiers.

Farrar, por su parte, es otra historia. Es un velocista puro, condición poco propicia para triunfar en el Monumento flamenco, pero también un verdadero enamorado de una región donde habita, vive y, por supuesto, entrena desde hace años. Conoce al dedillo gran parte de las carreteras por donde se desarrollan las carreras de la región, y de ello saca cumplida ventaja. Esta campaña ha figurado en el podio de Gante – Wegelvem y A Través de Flandes; la pasada se impuso en la Scheldeprijs (semiclásica recientemente establecida como entremés de Roubaix) y fue quinto en un Flandes cuyo desarrollo no se adaptó para nada sus características al estar marcado por el impresionante ataque lejano de Cancellara y Boonen.
En evitar esto radican gran parte de las opciones de un Farrar ambicioso y deseoso de triunfar en la que ahora es su casa. Si hay una escapada abortable de corredores de segundo nivel, si existe un marcaje pronunciado entre los grandes favoritos que favorezca subidas a ritmo en los muros, sus opciones subirán enteros. También deberá estar, al menos, tan atento como el año pasado: parece complicado que su equipo disponga bloquear la carrera para jugar su baza en detrimento de otras más adecuadas como Haussler y Hushovd.
Tyler Farrar necesitará, para cumplir su sueño, que la carrera acontezca como en el año 2001, cuando se redujo a una serie de cortes en muros clave y un esprint entre ocho corredores donde salió victorioso un incrédulo Bortolami, o en 2000, cuando sólo el ataque de Tchmil en el Bosberg burló (por poco) a un grupo de una treintena de corredores en apariencia conformes con esprintar por la victoria. De esa manera tendrá Farrar posibilidades de triunfar como velocista americano en Flandes y romper la barrera que resta al ciclismo anglosajón.

Foto: Flickr de Slipstream

A Igor Antón se le debe una Vuelta

Es difícil aseverar cuál fue el detalle que provocó que Igor Antón se fuera al suelo a unos diez kilómetros de meta hoy camino de Peña Cabarga tras toparse en su trayectoria con su compañero Egoi Martínez, que le conducía por el interior del pelotón y acababa de caer al suelo. Xavi Tondo, ciclista de Cervélo que hoy llevaba una senyera en el sillín para conmemorar la Diada, contaba en meta que había “dos troncos” en el tramo de carretera donde cayó el vizcaíno. Puede ser el motivo, un bandazo de Egoi provocado directa o indirectamente por los troncos. Esa fue la chispa que prendió la mecha que acabó con Antón en el suelo, esa persona que colocó los troncos en el suelo, esa organización que no los advirtió en la calzada o que, aún peor, los advirtió y no los retiró.

Igor Antón se levantó del asfalto ensangrentado, con el cullote de su equipo y el maillot rojo diseñado por Custo destrozados. Rasguños por toda su piel, dolor en todo el cuerpo, el codo directamente roto y la mente embotada. El ciclista de Galdákano estaba totalmente ausente, con esa cara de pasmo propia de quien acaba de sufrir la mayor de las desgracias sin saber ni cómo. Ese rostro de sorpresa delataba a una cabeza que movía el resto del cuerpo sin reparar en que éste apenas se tenía en pie, que respondía a las apelaciones de quienes se movían a su alrededor con frases cortas, serio. Poco elocuente porque cualquier parlamento de más de diez segundos que hubiera hecho en ese momento habría acabado en llanto.
Durante unos kilómetros, la marcha de la Vuelta se convirtió en una elegía. Gran parte del pelotón se había enterado de la caída de Igor (el ganador de la etapa, Joaquín Rodríguez, confesó en meta que él no) y se quedó en stand-by hasta que Liquigas, escuadra del nuevo líder Nibali, metió ritmo pensando en distanciarle, por si se levantaba y volvía a la bicicleta. El resto, la mayoría, pensaban en cómo de desgraciado era Igor.
En la Vuelta de 2008 ya le sucedió algo parecido. Se cayó camino del Angliru, en un día al que llegaba con una sensaciones inmejorables y mientras su Euskaltel tiraba a toda máquina del pelotón. Hoy era líder y su escuadra llevaba toda la etapa en cabeza. Entre medias, un año negro en lo personal, cáncer de su ama incluido. Esta campaña había vuelto a sacar la cabeza, del hoyo particular y del anonimato deportivo, empezando por un día superlativo en el Morredero y siguiendo con buenas actuaciones en el calendario, mayormente de segundo nivel, que afrontó. Y como colofón esta Vuelta donde se mostró en todo momento en punta, entre los mejores en todas las jornadas incluyendo dos victorias de etapa impresionantes en Valdepeñas y Pal. Igor Antón se había metido en el gusto de la afición, que le coreaba y comenzaba a identificarle como un escalador de primerísimo nivel. Parecía destinado al triunfo en la general final…
La edición 2010 de la Vuelta a España está siendo muy buena. Prolija en detalles, genera debate, tiene un abanico de favoritos relativamente amplio y de cierto prestigio. Por encima de todo, es espectacular gracias a unos recorridos acertados (especialmente durante la primera semana) y a la actitud de unos ciclistas que, esta vez sí, parecen dispuestos a revindicarse y hacerse grandes en esta Vuelta. Sólo le faltaba el puntito de leyenda para pasar a la historia del ciclismo, y ese se lo ha dado un Igor Antón que, con su gran desempeño previo y su tremenda desgracia, se ha convertido en el absoluto protagonista y ganador moral de la carrera. Ahora da la sensación de que se le debe una Vuelta. Veremos si el Ciclismo, a veces tan mal pagador, salda la deuda.

Edición Según comenta Egoi Martínez en su blog, fue Igor quien se cayó delante de él y no al revés

Ivan Basso, las deudas y la criba de la eternidad

Ha pasado ya casi una semana desde que Ivan Basso fue aupado por sus compañeros de Liquigas a lo más alto del Foro de Verona. Vestido de rosa, el italiano sonreía ampliamente con gesto de satisfacción. Y, sobre todo, de alivio.
A principios de mayo no era difícil imaginarse a Ivan Basso (1977, Varese) pensando en el Giro de Italia con inquietud, como si fuera no tanto un objetivo deportivo como uno moral. E ineludible. Ivan tenía ante sí una gran ocasión para llevarse de nuevo la ‘corsa rosa’, contaba con un recorrido hecho a su medida y un equipo potentísimo a su servicio. Las circunstancias ideales para ganar la gran ronda italiana, sí. Pero el objetivo de Ivan no era tanto la gloria deportiva, sino algo más elevado como la gloria moral. No era de extrañar, pues, que estuviera tan nervioso…
Tras concluir el Giro del Trentino, apenas dos semanas antes de la salida del Giro, Basso se mostraba inseguro ante los medios de comunicación. Quería repetir la victoria de la temporada anterior en la pequeña prueba italiana para demostrarse a sí mismo que su estado de forma era bueno. «Sólo» consiguió una quinta posición, realizando una actuación más que decente pero insuficiente para sentir que llegaba al pistoletazo de salida de Amsterdam en las condiciones adecuadas. Decidió correr el Tour de Romandía, inicialmente fuera de su planificación, para afinar su puesta a punto.
No iba a estar tranquilo en casa, pensando que quizá pecara de pereza y que seis días más de competición antes de su gran objetivo, seis días que le aseguraran el correcto estado físico, no le habrían hecho daño. No podía dejar nada al azar antes de un Giro que no era uno más, sino su ‘chance’ para pagar sus deudas. Con el mundo del ciclismo en general, con la propia ‘corsa rosa’ en particular. Y también con la escuadra Liquigas que le dio la oportunidad de volver al profesionalismo.
Era un Giro trascendente para sanear su cuenta corriente moral. Aquella que abrió proclamándose campeón del mundo sub 23 por delante de dos compatriotas con los que prometía marcar una época del ciclismo, Danilo Di Luca y Giuliano Figueras. Ese día de 1998 en Valkenburg Basso prometió al deporte de las dos ruedas una rivalidad épica con un Di Luca que afirmó que «de no ser por las tácticas yo me habría llevado el arcoiris» y, sobre todo, un superclase agresivo y poderoso cuyos hitos y palmarés iban a pasar a la Historia.
El ciclismo, sin embargo, es un deporte cruel con sus amantes, y aquellos que pretenden dominarlo hasta convertirse en mitos deben llevar grabado a fuego en su mente el siguiente axioma: no hay gloria sin sufrimiento. En ese proceso de sufrimiento, en si se sucumbe o se supera, reside la criba entre los buenos y los eternos.
El proceso de criba para Basso ha sido complicado. Su debut en el Tour de Francia, en 2001 con los colores de Fassa Bortolo, cuando aún se estaba encontrando a sí mismo como corredor y lo mismo lo intentaba en la montaña que al esprint, intentó hace saltar la banca en la séptima etapa. El siempre vibrante Día de la Bastilla, fiesta nacional francesa del 14 de Julio, el varesino atacó subiendo el Col de Fouchy. Formó el corte bueno con Voigt, Cuesta, Roux y su ídolo Jalabert, con quienes se intentaría jugar la victoria en Colmar. Pero, en el descenso que conducía a la población francesa, Basso cayó y se rompió la clavícula. Era, según sus compañeros de fatigas, «el más fuerte» de aquella jornada en que se acabaría llevando el gato al agua Laurent Jalabert.
Era su pecado de juventud. La agresividad. Ivan tenía un espíritu combativo, propio del lobo de la bicicleta que era y de la necesidad que había tenido en su época ‘dilettante’ de ganar por aplastamiento. Había que rebajar ese temperamento para optimizar el rendimiento del varesino, y de ello se encargó un hombre de carácter como Giancarlo Ferretti, su director en Fassa Bortolo. Ferretti le obligó a trabajar para los Petacchi, Bartoli o Casagrande, le dejó buscarse la vida en las grandes rondas y le limitó sus impulsos de atacar. Los resultados deportivos fueron dos jerseys blancos de mejor joven en el Tour de Francia. Los actitudinales, un corredor que transmitía cierta abulia, escondido, de gran motor y poco espectáculo.
Eso era algo que el ciclismo no podía permitir. La deuda contraída con aquella caída de Colmar ya estaba pagada con los entorchados de la gran ronda francesa, ahora le tocaba a Ivan convertirse en un superclase brillante para que las paces estuvieran hechas. Y aunque consiguiera marcas tan impresionantes como ser el ciclista que menos cedió con Lance Armstrong en la montaña del Tour 2003, no lo estaba haciendo. Al revés: caminaba hacia la opacidad. Fichó por CSC, un equipo donde sería líder absoluto, y consiguió unos resultados impresionantes, incluyendo su primer podio en la ‘Grande Boucle’ (3º en 2004) y su primera victoria como profesional en el Giro dell’Emilia…
Pero seguía siendo un corredor romo. En el Giro’05 se puso primero de la general sin realizar ni un ataque por sí mismo, siempre a rebufo de los más agresivos y evitando que el viento le rozara la cara. De nuevo, algo que el ciclismo no podía permitir. Era necesario un escarmiento, aunque costara que la ‘corsa rosa’ se endeudara con él. En la decimotercera etapa, vestido de líder, cedió un minuto en un trazado asequible. Problemas estomacales le impedían rendir como lo había hecho hasta aquel momento en que las circunstancias se revolvieron contra él, como una especie de castigo del ‘karma’.
Al día siguiente, en un parcial complicado camino de Livigno, Basso cedió más de cuarenta minutos. Recorrió el total de la etapa rodeado por sus compañeros de CSC, que empujaban literalmente unas lágrimas que le impedían seguir las pedaladas del menos cualificado de sus coequipiers. Ivan, sin embargo, quiso acabar aquel nefasto día. La catarsis le vendría bien, ahora iba a luchar tal y como el cuerpo le pedía. Y vaya si lo hizo: a los dos días ya estaba con los mejores, atacando y ganando de manera imperial primero en el Colle di Tenda y luego en una crono llana, su tradicional talón de Aquiles.
Basso era el mejor de aquel Giro, aunque el castigo karmático del ciclismo le impidiera llevárselo. También lo fue del Giro siguiente, donde su victoria sí fue imperial sobre la carretera como el ciclismo quería… pero oprobiosa fuera de ella. Mientras él volaba por La Thuile, el Monte Bodone o el Passo Lanciano, en España salía a la luz la Operación Puerto. Y, en ella, camuflado bajo el nombre Birilio, estaba Ivan. Sus amistades peligrosas le costaron el cariño del público, las instituciones ciclistas y su equipo. No corrió más aquel año: estaba manchado, aunque lo negara y las tretas de la justicia española impidieran su sanción.
Un año y un contrato roto con Discovery Channel después, Basso fue sancionado. Ahora sí que estaba endeudado, en práctica bancarrota. El ciclismo daba por perdido a un proyecto de corredor histórico que, para más inri, le había dejado en la estacada con la mayor afrenta posible: dopaje. Ivan debería contraer aún más débito para poder llegar al equilibrio con todos aquellos que le reclamaban lo que le habían prestado. Y, para su fortuna, meses antes de cumplir su sanción encontró un prestamista a fondo perdido: Liquigas.
Es de reconocer el gran mérito que tuvo Roberto Amadio en este fichaje. En la semana de abril en que anunció el fichaje de Basso, la escuadra ‘verde’ se encontraba en plena campaña de desprestigio, toda vez que había tenido que prescindir de su hasta entonces líder Danilo Di Luca por sus problemas con los estamentos y el dopaje. Amadio tuvo la audacia suficiente para desafiar al sistema de los apestados, de no volver a acoger a quienes hubieran pecado por mucha contrición que hubieran realizado. Ivan, que había seguido entrenando aun alejado de las competiciones, debutó a sus órdenes el 26 de Octubre de 2010, apenas dos días después de cumplir su sanción; lo hizo con un tercer lugar en la Copa Japón, que llegó fruto de un arrojo excepcional.
Basso había vuelto, aunque fuera endeudado hasta las cejas. Y así ha estado hasta ahora, cuando en este Giro de Italia saldó todas sus cuentas pendientes. Lo hizo poco a poco, con un rendimiento regular, pero dando un golpe de gracia que venía a imitar el gesto de extender un cheque a sus acreedores. Fue en el Monte Zoncolan donde, imperial, reventó uno por uno a todos sus rivales aprovechando el trabajo de sus coequipiers y, sobre todo, su enorme fuerza. Allí se impuso al resto e hizo fehaciente su reinado. Su magnífica exhibición significó la preponderancia del talento y el coraje por encima de las dificultades y los pecados propios. Significó que Basso pasaba a la historia al superar la criba de la eternidad.

El arte de la fuga bidón

El miércoles, el Giro d’Italia quizá vivió su etapa más decisiva de su edición 2010. El recorrido quebrado y maratoniano que unía las ciudades de Lucera y L’Aquila en el undécimo parcial de la carrera parecía destinado únicamente a mermar a los corredores, que a priori debían pasar unas ocho horas sobre su máquina y estar atentos únicamente en la emboscada tendida en los últimos kilómetros con una ‘tachuela’ y un final en cuesta. Pero el guión de una prueba ciclista no lo pone la carretera, sino los corredores…
La fuga bidón es uno de esos antiguos artes del ciclismo que ya no se estilan, como los ataques por parejas o las escapadas en solitario. Antes no había gran ronda que no viera, al menos por un día, que un grupo grande de corredores inofensivos para la general se distanciara de un permisivo pelotón para jugarse la victoria de etapa y el liderato. Estos corredores, con el paso de las jornadas, iban cediendo tiempo paulatinamente respecto de los grandes favoritos para acabar situados de nuevo en las catacumbas de la general. A veces, pocas, los componentes de esta fuga bidón conseguían lo impensable, aguantaban su ventaja y se llevaban el gato al agua. Tal fue el caso del francés de origen polaco Roger Walkowiak, a quien dos escapadas de este género y un innegable talento le valieron llevarse el Tour de Francia de 1956; caramelo envenenado, este triunfo acabó por demoler su carrera deportiva… Pero esa es otra historia.
En el ciclismo moderno, el de los grandes equipos capaces de bloquear la carrera, las fugas bidón quedaron fuera de lugar. La fortaleza de las escuadras de los favoritos hacía posible que no hubiera grupo de valientes capaz de alejarse del pelotón para hacerse con el jersey de líder. La permisividad llegaba en la tercera semana, cuando se dejaban ir las llamadas escapadas consentidas, una suerte que llegó a tener incluso sus especialistas, los cazaetapas.
Así, las fugas bidón se convirtieron en ‘rara avis’. Hasta que llegaron los Tours de Lance Armstrong, y con ellos el dominio de su equipo US Postal. Johan Bruyneel, director del conjunto norteamericano, se encontró con un problema: la irresistible superioridad del tejano y sus coequipiers hacía que éste cogiera el maillot amarillo demasiado pronto, obligando a los suyos a desgastarse durante demasiados días en cabeza del pelotón, controlando la carrera tal y como corresponde a la escuadra del líder. Para resolver el inconveniente, el belga recurrió a la fuga bidón: regalar el liderato a un anónimo del pelotón, para así encomendar a él y su equipo el deber de controlar la carrera.
La fuga bidón por excelencia de la época Armstrong fue, sin duda, la que tuvo lugar en 2001 camino de Pontarlier. Fue una jornada larguísima y marcada por el mal tiempo… y la fuga de catorce corredores que contaron con el beneplácito del pelotón para adelantarse y coger el mando de la carrera. Los grandes fueron permisivos hasta la exageración: casi 36 minutos de ventaja colocaron en los primeros lugares de la general a Stuart O’Grady, François Simon y el kazajo Andrei Kivilev. Y, si bien el australiano claudicó a las primeras de cambio, el francés tomó el liderato y lo aguantó cuatro jornadas más para finalizar sexto en la general final, mientras el kazajo quedó cuarto a escasos cincuenta segundos del podio, cuyo último integrante fue el lazkaotarra Joseba Beloki.
Aunque, si hablamos de fugas bidón trascendentes para la general, sin duda el caso paradigmático en esta década es el de la fuga de Montelimar que encumbró a Óscar Pereiro como líder del Tour de Francia 2006. No era, en realidad, una fuga bidón de manual. Lejos de las decenas de ciclistas que suelen involucrarse en este tipo de escapadas, la del gallego sólo contaba con cinco implicados: Andrei Grivko, Sylvain Chavanel, Manuel Quinziato, Jens Voigt y el propio Pereiro. En esta ocasión fue Phonak, que contaba en sus filas con el líder de la carrera en la persona de Floyd Landis, quien permitió que la escapada cogiera la ventaja suficiente para que Óscar Pereiro se colocara en primera posición de la general. Más adelante, Landis recuperaría el liderato de manos del gallego gracias a una prodigiosa exhibición camino de Morzine. Tenía truco. Y Pereiro, segundo en París, pasará a la historia como ganador de aquella edición del Tour. Todo gracias no sólo a la bajeza de Landis, sino a su audacia para realizar su movimiento camino de Montelimar.
El pasado miércoles, el Giro de Italia 2010 quizá viviera su particular Pontarlier, o Montelimar. Fue camino de L’Aquila cuando un grupo con la friolera de 56 corredores se adelantó respecto del pelotón de los favoritos para aventajarles en más de doce minutos en la meta y, con ello, volver la carrera del revés. La debilidad del Astaná del líder Vinokourov y el BMC de Evans permitió esta circunstancia. Y la inactividad del Liquigas de Basso y Nibali, equipo más potente de la ‘corsa rosa’, pensando en que no había peligro real en los integrantes de la escapada, la alentaron. Ahora, cabe especular hasta dónde llegarán las consecuencias de este desastre táctico para los citados…
En principio, el actual líder Richie Porte (Saxo Bank) debería desaparecer pronto de las primeras posiciones de la general. Porte, ex triatleta, afronta su primera vuelta grande y posiblemente acuse el paso de los días cuando la carrera se encuentre inmersa en la durísima tercera semana. Tras él se encuentra un dúo de ciclistas correosos: tanto David Arroyo (Caisse d’Épargne) como Robert Kiserlovski (Liquigas) muestran una considerable fortaleza y aptitud para las grandes rondas, siendo el croata si cabe más brillante que el talaverano. Valerio Agnoli (Liquigas) y Linus Gerdemann (Milram) tendrán que enfrentarse con sus limitaciones y dar el salto de calidad si quieren agarrarse a un puesto en el top 5. Y luego están Wiggins y los Cervélo…
Bradley Wiggins (Sky) llegó a la salida de Amsterdam siendo una auténtica incógnita, que pareció despejarse primero con su excelsa victoria en el prólogo y, luego, con su mal rendimiento en el movido periplo holandés. Después de emplearse de manera digna el resto de parciales, su presencia en la fuga le colocó en la zona noble de la general, paliando la desventaja que acumuló en los primeros días de carrera y colocándose en disposición de pelear por la victoria final como ya hiciera en el pasado Tour de Francia. Aunque, refieriéndonos a paliar desventajas, sin duda el gran exponente y principal beneficiado de la fuga bidón es un Carlos Sastre (Cervélo) que ya tiene «ganas de que llegue la montaña» para demostrar que su infame primera semana de carrera fue únicamente producto de la mala suerte. Los doce minutos recuperados en la meta de L’Aquila vienen como anillo al dedo al abulense, que ha dado un gran golpe moral y afronta los días finales de la gran ronda italiana, su especialidad, muy alto de moral y cercano a un buen estado de forma.
Su gran rival de entre todos los presentes en la fuga bidón posiblemente sea su compañero de equipo Xavi Tondo. El catalán, que ha llegado al ProTour este año tras desempeñarse durante años a gran nivel en el segundo plano del ciclismo, ha sorprendido a propios y extraños durante toda la temporada. Este Giro no ha hecho sino seguir la tónica: sacrificado en pos de Sastre, en la primera jornada de montaña fue liberado de sus obligaciones y se coronó como mejor escalador del grupo de favoritos, adelantando a los grandes de la carrera en veinte signficativos segundos. Con la fuga de L’Aquila no sólo enjugó su desventaja, sino que consiguió seis minutos de ventaja respecto de Vinokourov, primero de los principales aspirantes a la ‘maglia rosa’.
Ahora, tanto Vinokourov como el resto de peces gordos, llámense Evans, Basso, Nibali o Scarponi, tienen la pelota en su tejado. Deberán trabajar para recortar toda la diferencia que concedieron camino de L’Aquila a todos estos buenos corredores. Para conseguirlo deberán echar mano obligatoriamente de tácticas agresivas. Y eso, por fortuna para el aficionado, es sinónimo de espectáculo.