Cómo se fabrica el esprint perfecto

La concentración de Proyecto CIDi a la cual asistí hace justo un año fue para mí una clase de ciclismo magistral e inolvidable. Me la impartió un hombre llamado Servando Velarde, director del ya desaparecido equipo granadino. En ella aprendí muchos fundamentos técnicos del ciclismo, conceptos que me parecía increíble desconocer ya no como “periodista”, sino como aficionado al deporte de la bicicleta; teorías que no se enseñan en ninguna retransmisión ni en ningún artículo, y sin embargo cambiaron totalmente mi forma de ver muchas carreras…
De todas ellas, la que más me impresionó fue cómo se prepara un esprint. El espectador ve asomar a una fila india de corredores de la misma escuadra que llevan al mejor velocista de todos ellos en última posición y no se cuestiona el por qué de las funciones asignadas a cada ciclista. ¿Qué pinta un rodador justo delante del esprinter destinado a luchar por la victoria? ¿No sería más lógico que esa posición estuviese ocupada por el anterior corredor, un velocista de menor calibre que el esprinter pero mejor que el rodador? ¿Por qué unos ciclistas pasan casi un kilómetro en cabeza y otros apenas doscientos metros?
Observad los kilómetros finales del GP Costa de los Etruscos: a partir de los 4:50, el equipo Liquigas toma la cabeza del pelotón con objeto de poner en bandeja el triunfo a su mejor esprinter para aquella carrera, Elia Viviani. El orden de los vagones de su ‘treno’ es el siguiente: Tiziano Dall’Antonia, Kristjan Koren, Daniel Oss, Davide Cimolai, Peter Sagan, Elia Viviani. O lo que es lo mismo, traduciendo estos nombres a cualidades: rodador, esprinter medio, rodador, esprinter rapidísimo, rodador con gran punta de velocidad, mejor esprinter. Visto así, ya empezamos a deducir un poco la lógica existente tras la configuración de la fila de Liquigas (rodador, esprinter, rodador, esprinter, rodador, esprinter), pero seguimos sin entender por qué Oss pasa tanto tiempo frente al viento y Cimolai no dura ni dos carteles… ¿Cómo explicar esto? ¿Tan bueno es Oss y tan flojo Cimolai?
Durante la preparación del esprint, el ‘treno’ hace un juego de velocidades puntas y medias. No sólo se trata de desplegar la máxima velocidad posible; también hay que emplearse de manera que resulte imposible para otros ciclistas tomar la delantera a la fila de coequipiers. La disposición alternativa de rodadores y esprinters responde a esa lógica. Un velocista lanza al ‘treno’ para poner a los vagones que viajan a su rebufo a la máxima velocidad posible; cuando a los 200 metros este velocista no puede más, se aparta y cede la cabeza a un rodador cuya velocidad inicial es la marcada por su antecesor y va perdiendo poco a poco inercia en un trabajo un poco más largo que finaliza cuando, ya vacío, deja paso al siguiente velocista para que éste embale de nuevo al grupo. El antepenúltimo vagón del tren es un velocista fuerte; el penúltimo, un rodador cuya difícil misión no sólo consiste en mantener la inercia del anterior coequipier, sino también en salvaguardar la posición de privilegio de su esprinter… Es por ello que para esta posición del ‘treno’ suelen priorizase la potencia y la habilidad sobre la velocidad punta.
Desgranemos esto con otro ejemplo reciente aunque no tan ortodoxo. En la segunda etapa del Tour de Qatar, Leopard Trek tomó la cabeza del pelotón a dos kilómetros y medio de meta (aproximadamente, 7:30 del vídeo) con cinco corredores: Fabian Cancellara, Stuart O’Grady, Davide Vigano, Wouter Weylandt y Daniele Bennati. Osease: rodador, rodador, esprinter, rodador con enorme punta de velocidad, esprinter. Faltó un velocista tras Cancellara (seguramente Dominik Klemme, rezagado esa jornada) para lanzar a O’Grady; de hecho, durante el relevo del australiano Astaná y Katusha estuvieron a punto de destrozar el ‘treno’ de la escuadra luxemburguesa. La preparación final del esprint fue, de cualquier manera, perfecta: Vigano’ lanzó a Weylandt, y este a su vez embaló a un Bennati que no supo aprovechar unas circunstancias inmejorables para llevarse el triunfo de etapa; le derrotó el superlativo Haussler…
Con esta luz, también el mítico ‘Treno Petacchi’ de Fassa Bortolo parece más lógico. Su composición por antonomasia, la del magnífico año 2003, ponía en práctica a la perfección el modelo explicado en este artículo: Guido Trenti (rodador), Fabio Baldato (esprinter), Matteo Tosatto (rodador), Alberto Ongarato (esprinter), Marco Velo (rodador), Allesandro Petacchi (esprinter genial). La perfecta adecuación de cada componente del ‘treno’ a su función, junto a la sincronía de los vagones, puso algo más fácil a Petacchi realizar una temporada para el recuerdo…
Es por este tipo de cosas que estoy muy agradecido a Servando: me enseñó a ver de otra manera muchos aspectos del ciclismo. Ojalá no se desanime y consiga sacar a las carreteras un equipo la próxima temporada.
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La cuerda de Nibali y Mosquera

Nibali y Mosquera. Quedaban cuatro kilómetros a meta, la subida a la Bola del Mundo que se estrenaba en la Vuelta a España en el papel de colofon, el duelo estaba servido y la cuerda de cincuenta segundos empezaba a tensarse y relajarse. El gallego tiraba de un extremo por delante; lo Squalo sujetaba el otro a unos treinta metros de distancia. Había desatado las hostilidades un ataque inclemente de Frank Schleck un kilómetro antes. El luxemburgués se retorcía ahora a la par que el poseedor de la plaza de podio que anhelaba, el sorprendente Peter Velits, y otros dos aspirantes al mismo honor como Joaquín Rodríguez y Nicolas Roche. Todos ellos pecaron de pusilánimes durante el resto de los kilómetros de subida. En los puertos anteriores, donde ninguno llegó a intentar la escapada lejana que podría haber puesto en jaque a Velits, y en la ascensión a Navacerrada que precedía a la Bola, donde se conformaron con seguir la rueda de David García y Roman Kreuziger, los mejores gregarios de esta Vuelta que hoy escurrían sus últimos gramos de fuerza. Mientras, todos esperaban a que algo pasara y Velits respiraba tranquilo porque, efectivamente, iba a conservar su merecido puesto de honor.
Merecido. De merecimientos fue la historia de esos cuatro kilómetros de duelo entre Nibali y Mosquera. Los cincuenta segundos que les separaban podrían haber sido treinta y ocho de no haber mediado el despiste de ayer en Toledo por parte de Mosquera, y eso quizá pesara en los ánimos del gallego. La cuerda que separaba al futuro ciclista de Vacansoleil del rojo era doce segundos más larga y Nibali se aprovechó de ello pare evitar que llegara a tensarse. Reguló con acierto el italiano, que llegó a perder veinte segundos (más los ocho de bonificación extra que tomaría Mosquera) pero acabó por recortar la distancia hasta coger a una decena de metros de la línea de meta la rueda del gallego, que ya no apretaba buscando la general sino que se dejaba una marcha más en previsión de la lucha por la etapa.
Finalmente no hubo tal. Nibali no lo dijo claramente en meta, Mosquera dijo no saber nada y un elegante “si me ha regalado la etapa se lo agradezco”, Álvaro Pino fue menos caballeroso y se enfadó en antena con Chema Abad (presentador de Tablero Deportivo en RNE) cuando el periodista dio por hecho de manera algo impertinente que el italiano había regalado la etapa al ciclista de “su” Xacobeo. La percepción del que escribe fue que Nibali buscaba el triunfo parcial para complementar el de la general de la segunda gran vuelta de Liquigas este año (tres podios en tres grandes, un año fantástico para los ‘verdes’), llegó a rueda de Mosquera y le faltó tiempo para rebasarle, por lo que dejó de esforzarse.
Fue, en todo caso, un final justo. Mosquera no merecía irse de esta Vuelta de vacío, sólo con el segundo puesto de la general en el zurrón; su equipo, Xacobeo, tampoco. Nibali, por su parte, ha sido el mejor durante las tres semanas de esta carrera; poco espectacular, ha estado también poco obligado por sus rivales. ‘Purito’ Rodríguez se desinfló con el paso de las etapas, Frank Schleck despertó demasiado tarde, Velits y el resto de ciclistas del top10 nunca fueron una amenaza para él, Igor Antón se cayó cuando parecía el mejor. Mosquera se dejó 27 de los 41 segundos que finalmente le ha separado en la general en etapas teóricamente intrascendentes; en ellas se separó definitivamente del triunfo que quizá alcance el año que viene. Era de justicia pues que Nibali confirmara su victoria en la gran ronda española en la espectacular subida a la Bola del Mundo, golpe de gracia de una Vuelta a España que supone todo un triunfo para Unipublic.

Bielas en vísperas de la Bola del Mundo

1. Ezequiel Mosquera se ha dejado hoy doce segundos en la meta de Toledo respecto de Vincenzo Nibali, mucho más atento a la hora de seguir la rueda de los más explosivos en un final trampa que había pasado prácticamente inadvertido por lo maratoniano del resto de la jornada. Álvaro Pino, director saliente de Xacobeo, contó en televisión minutos antes cómo había ordenado a sus corredores que llevaran a Ezequiel a cabeza para que pasara lo más cómodo posible los últimos kilómetros. No lo hicieron bien y Mosquera perdió doce segundos que no son diferencia sino síntoma; síntoma de cómo la presión puede un poco con el modesto corredor gallego.
2. Ahora la distancia a recortar respecto de Nibali son cincuenta segundos. Ya sí resulta imprescindible para Mosquera coger bonificaciones en la meta de la Bola del Mundo para enfundarse el maillot rojo de esta emocionantísima Vuelta. Liquigas, por tanto, no pondrá mañana el menor interés en controlar la etapa (es de reseñar que tampoco podría hacerlo dada la relativa debilidad de los ‘verdes’ como equipo), dejará marchar a una fuga grande con opciones de llevar a buen término y ello obligará a trabajar a Xacobeo. Habrá que ver cómo se desenvuelven los hombres de Álvaro Pino. Como guerreros han dado un nivel excepcional; ¿harán lo mismo controlando la carrera?
3. Un factor que hará complicado el control del devenir de la carrera por parte del pelotón será la lucha que se desarrollará por el tercer lugar del podio. Peter Velits ostenta ahora mismo esa posición con unos dos minutos de ventaja sobre un grupo de seis hombres, algunos coequipiers como en el caso de Xavi Tondo y Carlos Sastre, distanciados entre sí por apenas treinta y cinco segundos. Es de esperar que todos ellos le buscarán las cosquillas al eslovaco, que deberá de defenderse con el solitario apoyo de Sitsov y un Van Garderen venido a menos. Ello garantiza una ascensión muy movida a la Bola del Mundo (“Navacerrada con el Xorret de Catí al final”, describió con acierto Mosquera) y también augura batalla desde el mismo banderazo de salida.
4. La lucha por la clasificación por equipos que sostienen Caisse d’Épargne y Katusha, ahora separados entre sí por unoa treinta segundos, también puede resultar clave en la labor de Xacobeo, que podría encontrarse con un aliado excepcional en cualquiera de estos dos equipos en caso de que saliera perdiendo durante la configuración de la fuga del día, por ejemplo introduciendo un hombre menos que su rival en ésta. Esta lógica alianza deportiva, sumado a otras menos lógicas que también podrían darse, quizá desempeñe un papel clave en la resolución de una etapa que promete ser legendaria.

El truco del gregario

Dice el tópico que el ciclista gana las carreras no tanto con las piernas como la cabeza, auténtica suministradora de motivación y serenidad para el hombre que hace girar los pedales. En la jornada de ayer de la Vuelta, al igual que en la que acabó en Morzine-Avoiraz en el pasado Tour de Francia, se vio que esta máxima tiene un recoveco más en el hecho de que a veces al ciclista la mente no le sirve sólo para ayudarle a pedalear más, sino para pedalear menos… y evitar el pedaleo de los rivales.
La cima asturiana de Cotobello se estrenó en la competición representando en sus rampas una repetición de lo visto en Avoiraz. De paso, ha dejado la sensación de ser un puerto digno de leyenda, por encima de la norma española en longitud y pendiente media, con una carretera vistosa y en un lugar donde hay cierta afición por el ciclismo. Un auténtico acierto para Unipublic, organizadora de la Vuelta que recibió el chivatazo de esta interesante subida por medio de Chechu Rubiera, cuyo nombre adosaron a la cima en la presentación del recorrido. Cotobello – Cima Chechu Rubiera. A la hora de la verdad, se han ahorrado referir al ciclista asturiano en el Libro de Ruta por aquello de hacer olvidar la injusticia deportiva de que RadioShack no esté en la Vuelta. Es uno de los pocos detalles feos de Javier Guillén y su equipo, pero no hay que obviarlo.

Volviendo a la representación, sólo cambiaron los protagonistas respecto del Tour. Pongamos en el vídeo de Avoiraz a Nibali en lugar de Contador, Mosquera y Purito por Andy Schleck y Samuel Sánchez, y sobre todo Kreuziger por Dani Navarro, y tendremos la película de la subida de ayer. Nibali tenía su día malo y, para ocultarlo, hizo uso del mejor de sus gregarios para trucar la carrera y adormecer al resto de contendientes por la general. Cuando el checo Kreuziger tomó la delantera y comenzó a aumentar gradualmente el ritmo, todos se ajustaron a su incómoda rueda. Precisamente por eso, por incómoda, y porque la acumulación de esfuerzos del tríptico cantábrico y de una etapa exigente por los incesantes escarceos en particular hacía que ninguno de los mejores fuera con buenas sensaciones. Los mejores tenían motivos para respetar el paso de Liquigas: Purito Rodríguez sabía que, yendo como va justo, no podía permitirse alegrías; Mosquera, de largo el más combativo de toda la prueba en la alta montaña, parecía poco inspirado. Velits y Tondo, cuarto y quinto, acusaron de hecho el ritmo y cedieron un poco en el caso de eslovaco y algo más en el del catalán.
Hubo amagos de insurrección, momentos en que la paz artificial impuesta por Kreuziger estuvo a punto de desmoronarse, de fallar el truco del gregario. Fueron los ataques de Frank Schleck, Tom Danielson y Carlos Sastre, de la segunda fila del grupo de favoritos y aún con algo que decir en la carrera toda vez que los tres parecen estar acabando al alza la gran ronda española. Liquigas dejó ir a los atrevidos, como lo había hecho antes con los chavales de Euskaltel que encontraron premio a su valentía con la impresionante victoria de Mikel Nieve, en lo que se interpretó como un gesto de suficiencia. Como si el ataque de unos contrincantes que se encontraban a más de tres minutos en la general no fuera preocupante para ellos. Efectivamente, no lo era. Tenían mejores cosas de que preocuparse.
Como en la fábula del Rey Desnudo de Hans Christian Andersen, tuvo que ser el más niño e inocente quien gritara que en realidad el Rey iba como Dios lo trajo al mundo y aquel traje era una falacia. Nicolas Roche demarró al notar que poco a poco el ritmo de Kreuziger iba decreciendo sin que nadie hiciera nada, desarmó al checo e hizo saltar a la vista que Nibali estaba inerme e incapaz. Sobrevino entonces el carrusel de ataques, Rodríguez, Mosquera, un García Dapena increíblemente sólido. Todos dejando atrás a un Nibali clavado que cedía el liderato al motivadísimo Purito Rodríguez, que no se engañaba en meta y admitía estar destinado a ceder de nuevo el rojo en la crono.
Fueron 37 los segundos que cedió lo Squalo frente al catalán de Katusha en apenas 700 metros, pero no fueron ni mucho menos una derrota para el siciliano, que pasó el examen con nota tirando de precedentes con la inteligente maniobra de Contador en Avoiraz. Al revés, fue un triunfo. Engañó a sus contrincantes hasta dejarles para distanciarle sólo 700 metros que de otra manera podrían haber sido siete kilómetros. Entonces Nibali sí hubiera tenido un problema, pero lo evitó gracias al truco del gregario.

Olvidar las bestias negras y mirar el lado brillante

Los ciclistas son personas. Suena obvio, pero hay ocasiones en que el filtro catódico a través del cual observamos sus gestas nos hace olvidarlo y los superpone a un plano, digamos, divino. Pero no. Son humanos. Y como tales tienen sus flaquezas, debilidades, manías, supersticiones, filias, fobias… ambiciones… miedos…
La etapa de hoy era de las que da, precisamente, miedo. El imponente encadenamiento de Peyresourde, Aspin, Tourmalet por Saint Marie de Campan (el lado duro) y Aubisque, el mismo en que Eddy Merckx forjó una parte importante de su leyenda, esperaba a los corredores y era esperado por los mismos con un abanico de sentimientos que abarcaba desde el respeto al temor, pasando por la apetencia, la pereza o, directamente, el hastío emanente de la frustración. O, dicho de otra manera, el aburrimiento del “no quiero jugar más” infantil, el deseo de acabar de una vez con estas tres semanas que para algunos suponen un reto y para otros (como el francés Vaugrenard, cuya petición de no ser alineado en la Grande Boucle fue desoída por el cuerpo técnico de Française des Jeux) una maldición.
Los ciclistas son definitivamente personas y, por su condición de sufridores extraordinarios, incluso más personas que el resto de humanos. Más viscerales, al menos; sobre todo después de un esfuerzo, de haber realizado la labor del día que a veces no es tanto deportiva como psicológica. El ciclismo es uno de los deportes que más exige a la cabeza del practicante, lo enfrenta a circunstancias indomables, a rivales furibundos, a largos ratos por encima del umbral anaeróbico. Y a frustraciones. Al sentimiento de no haber sido capaz de conseguir el objetivo marcado o, al menos, haber rendido al cien por cien en pos del mismo. A las bestias negras…
Lance Armstrong anunció hace varios días en sus Twitter “sorpresas”. “En los próximos días”, dijo, “habrá sorpresas”. Anunciándolas anuló su efecto, de modo que hoy a poca gente extrañaba ver al americano en el primer corte bueno de la jornada junto a Hesjedal, Sastre, Wiggins o Vinokourov, con el protagonismo recayendo en un Liquigas que a través de su líder Roman Kreuziger y el abnegado Sylvester Szmyd buscó dar un vuelco a la carrera para olvidar la triste derrota de su ‘capitano’ Ivan Basso, enfermo de bronquitis y ahora hundido en la general tras realizar una actuación digna en las dos primeras semanas de Grande Boucle. Cuando Astaná y Omega Pharma neutralizaron al grueso de la fuga, encontraron que entre los cazados no estaba Armstrong que, empeñado en destacar, lanzó un nuevo ataque cuando sentía el aliento del pelotón en el cogote.
Formó de esta manera la escapada definitiva junto a su coequipier Horner, dos Caisse d’Épargne que buscaban evitar que RadioShack diera un golpe definitivo en la clasificación por equipos, los combativos Cunego, Casar y Fédrigo y dos Quick Step. Otros, que también aspiraban a figurar en ese corte bueno, fueron eliminados por el ímpetu de uno de los Quick Step y del propio americano, que dio varios tirones en Aubisque y Tourmalet buscando seleccionar y exhibir la fortaleza que pareció abandonarle en meta, donde sólo pudo alcanzar la sexta posición. Lo conseguido hoy, sin embargo, va para el americano más allá de posiciones y se refiere más bien al respeto del aficionado (el del pelotón ya lo tenía) y a refrendar su orgullo de campeón herido. Ahora, seguramente, le tocará pedalear por un Levi Leipheimer que podría acercarse al podio con una táctica de equipo audaz.
El Quick Step del ímpetu, aquel que seleccionó la escapada junto a Armstrong, se llama Carlos Barredo. Asturiano, modesto y sacrificado, “honrado, fiel y de acero” según se ha definido a sí mismo en una nota de prensa de su equipo, llevaba toda la carrera repitiendo que no estaba “siendo su Tour”. Ni su Tour, ni su temporada; sus excelentes piernas no se han traducido en resultados por el intangible, los pequeños detalles, lo que algunos llaman suerte. Es más: todo lo positivo quedaba opacado por su desagradable incidente con Rui Costa en las postrimerías de una etapa de esta gran ronda francesa.
Por eso hoy Carlos tenía la intención de hacer saltar la banca. Y pedaleó para ello. Se introdujo en el primer corte de los Liquigas y tuvo que ceder asfixiado por el altísimo ritmo; recuperó piernas en el gran grupo y luego entró en el definitivo, con Armstrong y los Caisse d’Épargne. Cuando a tres kilómetros de meta atesoraba una veintena de segundos de ventaja gracias a un intrépido ataque que le reportó también más de cuarenta kilómetros en solitario con viento de cara por delante del resto de fugados, fueron precisamente los bancarios quienes apretaron la marcha para cazarle. Especialmente Christophe Moreau, compañero de equipo de Rui Costa, tiró como rara vez lo ha hecho en su carrera deportiva (jamás se caracterizó el francés por su espíritu gregario) para neutralizarlo. Se consumaba así un nuevo episodio de desencuentro (¿casual?) entre Barredo y la potente escuadra de Eusebio Unzué, que ya corriera contra él sin ir más lejos en el Campeonato de España y se convierte poco a poco en su auténtica bestia negra. El asturiano entraba en meta frustrado, y en ese sentido se expresaba en los micrófonos de Televisión Española. Ahora bien, ¿debe interiorizar ese sentimiento? No. Mejor haría en alegrarse por haber lavado su imagen con una actuación superlativa, para el recuerdo. En pensar que la alegría, la suerte, llama a la puerta de quienes lo merecen, y él lleva tiempo acumulando méritos.
Hoy ha habido muchísimos hombres que han afrontado en los Pirineos su particular reto psicológico, pero dos han sido quienes han destacado entre todos ellos. Lance Armstrong y Carlos Barredo han tomado hoy su particular toro, desagradable toro, por los cuernos para intentar derrotarlo o al menos burlarlo. Tratando de conducirlo por el desagüe de su mente y con ello al olvido. Ninguno de los dos lo ha conseguido pero, al menos, tienen la inmensa honra de haberlo intentado y el deber de mirar el lado brillante, como recomendaban los Monty Python. Mucho más de lo que pueden decir algunos que sencillamente esperaron en el pelotón a que escampara el temporal, procastinando su tarea hasta el jueves en el Tourmalet.

Ivan Basso, las deudas y la criba de la eternidad

Ha pasado ya casi una semana desde que Ivan Basso fue aupado por sus compañeros de Liquigas a lo más alto del Foro de Verona. Vestido de rosa, el italiano sonreía ampliamente con gesto de satisfacción. Y, sobre todo, de alivio.
A principios de mayo no era difícil imaginarse a Ivan Basso (1977, Varese) pensando en el Giro de Italia con inquietud, como si fuera no tanto un objetivo deportivo como uno moral. E ineludible. Ivan tenía ante sí una gran ocasión para llevarse de nuevo la ‘corsa rosa’, contaba con un recorrido hecho a su medida y un equipo potentísimo a su servicio. Las circunstancias ideales para ganar la gran ronda italiana, sí. Pero el objetivo de Ivan no era tanto la gloria deportiva, sino algo más elevado como la gloria moral. No era de extrañar, pues, que estuviera tan nervioso…
Tras concluir el Giro del Trentino, apenas dos semanas antes de la salida del Giro, Basso se mostraba inseguro ante los medios de comunicación. Quería repetir la victoria de la temporada anterior en la pequeña prueba italiana para demostrarse a sí mismo que su estado de forma era bueno. «Sólo» consiguió una quinta posición, realizando una actuación más que decente pero insuficiente para sentir que llegaba al pistoletazo de salida de Amsterdam en las condiciones adecuadas. Decidió correr el Tour de Romandía, inicialmente fuera de su planificación, para afinar su puesta a punto.
No iba a estar tranquilo en casa, pensando que quizá pecara de pereza y que seis días más de competición antes de su gran objetivo, seis días que le aseguraran el correcto estado físico, no le habrían hecho daño. No podía dejar nada al azar antes de un Giro que no era uno más, sino su ‘chance’ para pagar sus deudas. Con el mundo del ciclismo en general, con la propia ‘corsa rosa’ en particular. Y también con la escuadra Liquigas que le dio la oportunidad de volver al profesionalismo.
Era un Giro trascendente para sanear su cuenta corriente moral. Aquella que abrió proclamándose campeón del mundo sub 23 por delante de dos compatriotas con los que prometía marcar una época del ciclismo, Danilo Di Luca y Giuliano Figueras. Ese día de 1998 en Valkenburg Basso prometió al deporte de las dos ruedas una rivalidad épica con un Di Luca que afirmó que «de no ser por las tácticas yo me habría llevado el arcoiris» y, sobre todo, un superclase agresivo y poderoso cuyos hitos y palmarés iban a pasar a la Historia.
El ciclismo, sin embargo, es un deporte cruel con sus amantes, y aquellos que pretenden dominarlo hasta convertirse en mitos deben llevar grabado a fuego en su mente el siguiente axioma: no hay gloria sin sufrimiento. En ese proceso de sufrimiento, en si se sucumbe o se supera, reside la criba entre los buenos y los eternos.
El proceso de criba para Basso ha sido complicado. Su debut en el Tour de Francia, en 2001 con los colores de Fassa Bortolo, cuando aún se estaba encontrando a sí mismo como corredor y lo mismo lo intentaba en la montaña que al esprint, intentó hace saltar la banca en la séptima etapa. El siempre vibrante Día de la Bastilla, fiesta nacional francesa del 14 de Julio, el varesino atacó subiendo el Col de Fouchy. Formó el corte bueno con Voigt, Cuesta, Roux y su ídolo Jalabert, con quienes se intentaría jugar la victoria en Colmar. Pero, en el descenso que conducía a la población francesa, Basso cayó y se rompió la clavícula. Era, según sus compañeros de fatigas, «el más fuerte» de aquella jornada en que se acabaría llevando el gato al agua Laurent Jalabert.
Era su pecado de juventud. La agresividad. Ivan tenía un espíritu combativo, propio del lobo de la bicicleta que era y de la necesidad que había tenido en su época ‘dilettante’ de ganar por aplastamiento. Había que rebajar ese temperamento para optimizar el rendimiento del varesino, y de ello se encargó un hombre de carácter como Giancarlo Ferretti, su director en Fassa Bortolo. Ferretti le obligó a trabajar para los Petacchi, Bartoli o Casagrande, le dejó buscarse la vida en las grandes rondas y le limitó sus impulsos de atacar. Los resultados deportivos fueron dos jerseys blancos de mejor joven en el Tour de Francia. Los actitudinales, un corredor que transmitía cierta abulia, escondido, de gran motor y poco espectáculo.
Eso era algo que el ciclismo no podía permitir. La deuda contraída con aquella caída de Colmar ya estaba pagada con los entorchados de la gran ronda francesa, ahora le tocaba a Ivan convertirse en un superclase brillante para que las paces estuvieran hechas. Y aunque consiguiera marcas tan impresionantes como ser el ciclista que menos cedió con Lance Armstrong en la montaña del Tour 2003, no lo estaba haciendo. Al revés: caminaba hacia la opacidad. Fichó por CSC, un equipo donde sería líder absoluto, y consiguió unos resultados impresionantes, incluyendo su primer podio en la ‘Grande Boucle’ (3º en 2004) y su primera victoria como profesional en el Giro dell’Emilia…
Pero seguía siendo un corredor romo. En el Giro’05 se puso primero de la general sin realizar ni un ataque por sí mismo, siempre a rebufo de los más agresivos y evitando que el viento le rozara la cara. De nuevo, algo que el ciclismo no podía permitir. Era necesario un escarmiento, aunque costara que la ‘corsa rosa’ se endeudara con él. En la decimotercera etapa, vestido de líder, cedió un minuto en un trazado asequible. Problemas estomacales le impedían rendir como lo había hecho hasta aquel momento en que las circunstancias se revolvieron contra él, como una especie de castigo del ‘karma’.
Al día siguiente, en un parcial complicado camino de Livigno, Basso cedió más de cuarenta minutos. Recorrió el total de la etapa rodeado por sus compañeros de CSC, que empujaban literalmente unas lágrimas que le impedían seguir las pedaladas del menos cualificado de sus coequipiers. Ivan, sin embargo, quiso acabar aquel nefasto día. La catarsis le vendría bien, ahora iba a luchar tal y como el cuerpo le pedía. Y vaya si lo hizo: a los dos días ya estaba con los mejores, atacando y ganando de manera imperial primero en el Colle di Tenda y luego en una crono llana, su tradicional talón de Aquiles.
Basso era el mejor de aquel Giro, aunque el castigo karmático del ciclismo le impidiera llevárselo. También lo fue del Giro siguiente, donde su victoria sí fue imperial sobre la carretera como el ciclismo quería… pero oprobiosa fuera de ella. Mientras él volaba por La Thuile, el Monte Bodone o el Passo Lanciano, en España salía a la luz la Operación Puerto. Y, en ella, camuflado bajo el nombre Birilio, estaba Ivan. Sus amistades peligrosas le costaron el cariño del público, las instituciones ciclistas y su equipo. No corrió más aquel año: estaba manchado, aunque lo negara y las tretas de la justicia española impidieran su sanción.
Un año y un contrato roto con Discovery Channel después, Basso fue sancionado. Ahora sí que estaba endeudado, en práctica bancarrota. El ciclismo daba por perdido a un proyecto de corredor histórico que, para más inri, le había dejado en la estacada con la mayor afrenta posible: dopaje. Ivan debería contraer aún más débito para poder llegar al equilibrio con todos aquellos que le reclamaban lo que le habían prestado. Y, para su fortuna, meses antes de cumplir su sanción encontró un prestamista a fondo perdido: Liquigas.
Es de reconocer el gran mérito que tuvo Roberto Amadio en este fichaje. En la semana de abril en que anunció el fichaje de Basso, la escuadra ‘verde’ se encontraba en plena campaña de desprestigio, toda vez que había tenido que prescindir de su hasta entonces líder Danilo Di Luca por sus problemas con los estamentos y el dopaje. Amadio tuvo la audacia suficiente para desafiar al sistema de los apestados, de no volver a acoger a quienes hubieran pecado por mucha contrición que hubieran realizado. Ivan, que había seguido entrenando aun alejado de las competiciones, debutó a sus órdenes el 26 de Octubre de 2010, apenas dos días después de cumplir su sanción; lo hizo con un tercer lugar en la Copa Japón, que llegó fruto de un arrojo excepcional.
Basso había vuelto, aunque fuera endeudado hasta las cejas. Y así ha estado hasta ahora, cuando en este Giro de Italia saldó todas sus cuentas pendientes. Lo hizo poco a poco, con un rendimiento regular, pero dando un golpe de gracia que venía a imitar el gesto de extender un cheque a sus acreedores. Fue en el Monte Zoncolan donde, imperial, reventó uno por uno a todos sus rivales aprovechando el trabajo de sus coequipiers y, sobre todo, su enorme fuerza. Allí se impuso al resto e hizo fehaciente su reinado. Su magnífica exhibición significó la preponderancia del talento y el coraje por encima de las dificultades y los pecados propios. Significó que Basso pasaba a la historia al superar la criba de la eternidad.

Basso y Liquigas ordenan las fuerzas del Giro

El único hecho que parecía consumado de antemano en la salida de este Giro de Italia era que Liquigas iba a ser el equipo más fuerte de la carrera. Parecía una verdad incontestable y el devenir de los acontecimientos en esta ‘corsa rosa’ no hace sino dar la razón a esa sensación inicial. La escuadra verde ejerce una tiranía incontestable, se saben dueños y señores del transcurso de la prueba. Eso, un lujo, se convierte a veces en un hándicap tal y como sucediera camino de L’Aquila, cuando el resto de formaciones (incluyendo el Astaná del entonces líder Vinokourov) les cedieron la tostada para cazar a la inmensa fuga de sesenta corredores que casi cambia la carrera. Fue un día de perros para los hombres de Roberto Amadio, que terminaron por claudicar y tomar el mando del pelotón con cierto oprobio. Tuvieron que renunciar a su táctica porque la actitud del resto de equipos hacía que ellos mismo fueran los máximos perjudicados por ella.
A pesar del tropezón del día de L’Aquila, Liquigas siguió siendo el líder de facto de la carrera. No sólo le ha sido adjudicado el papel, sino que prácticamente lo ha reclamado en cada ocasión, en cada metro de recorrido. Parecía disgustarles ver a Caisse d’Épargne llevando el control, a pesar de que esa suerte fuera la natural para los pupilos de Neil Stephens toda vez que uno de sus hombres, David Arroyo, portaba la ‘maglia rosa’. En la etapa de hoy, apenas han llegado las primeras pendientes de la jornada, los Liquigas han arrebatado el testigo a los bancarios. Les liberaban de responsabilidad sin sacar ninguna contraprestación, toda vez que el ritmo del pelotón apenas ha aumentado en los primeros compases de dominio ‘verde’. Los efectos del trabajo del conjunto italiano se han visto en el Passo Duron, segundo puerto de la jornada, cuyas estrechas rampas han generado la primera selección de la carrera gracias al arreón de Agnoli, Vanotti y Kiserlovski, hoy gregarios magistrales incluso por encima de Sylvester Szmyd.
Si bien la superioridad de Liquigas era un hecho, la fortaleza de sus líderes ofrecía algo más de dudas. La preparación de Vincenzo Nibali no ofrecía demasiadas garantías de que fuera un candidato sólido a aguantar las tres semanas en punta; la opacidad de Ivan Basso hacía que tampoco fuera un caballo ganador de inicio. Es por ello que las decisiones tácticas de Roberto Amadio parecían cuestionables. Llevar controlada la carrera hasta sus últimos compases y una vez ahí dejar a sus jefes de filas batirse el cobre en igualdad de condiciones con el resto de favoritos en lugar de aprovechar la indudable fortaleza individual de sus elementos para levantar el zafarrancho de inicio era, por así decirlo, despreciar una ventaja muy significativa. En este punto hay que remitirse de nuevo a L’Aquila, donde filtraron en la escapada a su tercera baza, Robert Kiserlovski. El croata no mostró buenos detalles; al contrario, cedió algo de tiempo respecto a los mejores de la escapada. ¿Dónde estaba la fiabilidad en apostar por el movimiento de ciclistas de segunda fila en detrimento de Basso y Nibali?
El tiempo ha dado la razón a Amadio. O, mejor dicho, se la ha dado el Zoncolan. La subida alpina, rebosante de público para la ocasión, ejerció de navaja de Occam y desmenuzó las fortalezas y debilidades de todos y cada uno de los participantes de este Giro. Para muestra, un dato: el primer grupo de más de dos componentes en llegar a meta lo hizo a nueve minutos y medio del ganador, compuesto del destronado Stefano Garzelli, su gregario Vladimir Miholjevic y el antes nombrado Kiserlovski. Los 34 corredores que entraron por delante de ellos fueron de uno en uno, o como máximo en dueto.
Así las cosas, gracias a la catarsis organizada a partes iguales por Ivan Basso, su equipo Liquigas y un recorrido durísimo, la clasificación de hoy establece prácticamente el orden de fuerzas de este Giro. A saber: Basso, Evans, Scarponi, Cunego, Vinokourov, Sastre, Nibali; tres sorpresas como Pinotti, Martin y Gadret; y, undécimo, David Arroyo. Desaparecen de la zona noble algunos afortunados de L’Aquila como el desconcertante Wiggins o el fulgurante Xavi Tondo, a la par que ceden paulatinamente otros como Gerdemann o el omnipresente Kiserlovski. El austrliano Richie Porte y el líder David Arroyo aguantan dignamente, sabedores de que no subirán a lo más alto del podio de Verona pero sí pueden mantener una reconfortante posición entre los cinco primeros.
Y, como caso aparte, Carlos Sastre. El abulense fue la gran decepción del inicio de la gran ronda italiana, una decepción anunciada por su pésima preparación. Ocho días no son suficientes para aspirar a llegar bien a ninguna parte. El infortunio además le maltrató, colocando múltiples trampas en su camino a base de pinchazos y caídas. Y, en L’Aquila, la fortuna le sonrió colocándole en una fuga que le permitió limar todo el tiempo perdido. Ese equilibrio de designios universales le ha permitido situarse donde debería haber estado con una preparación adecuada: en la pomada, a menos de un minuto del líder fáctico Basso y por delante del resto de candidatos a la victoria final. El momento de Carlos llega ahora: en la tercera semana, después de haberse puesto a punto durante catorce etapas y con terreno de sobra para marcar diferencias.
Para llegar a su deseado ‘rosa’, el abulense deberá burlar la superioridad de Liquigas apoyado por Cervélo, un conjunto que no es ningún escándalo. En las mismas circunstancias, o peores, se encuentran el resto de favoritos, llámense Evans, Vinokourov, Scarponi o incluso Cunego. Da la sensación de que la posibilidad de que un ciclista que no sea de Liquigas gane esta edición del Giro depende en gran medida del grado de anarquía táctica que sean capaces de generar los 148 corredores que toman parte en la gran ronda italiana y no visten de verde.

Foto: CyclingNews

Liquigas tiene la llave del Giro

La gran noticia de los prolegómenos del Giro de Italia fueron los valores anormales de Franco Pellizotti. El ‘delfín de Bibione’ se veía privado de competir en el que era su principal objetivo de la temporada, la ‘corsa rosa’ en cuya última edición accedió al último cajón del podio. Y, si significativa era la baja para el corredor, aún más lo era para el equipo. Liquigas perdía a una de sus puntas de lanza, al único hombre con la chispa necesaria para rematar el dominio que suele ejercer la escuadra ‘verde’ en la carretera allá donde va. Se cerraban las puertas de la victoria para el mánager Roberto Amadio, que se veía obligado a confiar en un diésel como Ivan Basso y completar la alineación con Vincenzo Nibali, a medio gas y con la mente puesta en el Tour. Una semana de competición después, la puerta sigue cerrada. Pero la llave están en sus manos…
El resultado de la última crono por equipos resultó esclarecedor. Los ‘verdes’ derrotaron a temibles cuádrigas de trotones como Sky o Columbia, a quienes superaron por 13″ y 21″ respectivamente. Con el resto de escuadras con favoritos para la ‘maglia rosa’ las distancias fueron aún mayores. Mientras el Cervélo de Sastre y el Astaná de Vinokourov cedían 38 dignos segundos, el BMC de Evans, quizá el hombre más fuerte de la carrera, se iba por encima del 1:20 de pérdida. Y rivales peligrosos como Scarponi (Androni) ó Garzelli (Acqua e Sapone) se veían rezagados alrededor de dos minutos y medio. Un auténtico golpe de mano que sirvió para resolver media carrera y dejar en cabeza de la general a tres integrantes del equipo: Valerio Agnoli, Ivan Basso y, de rosa, Vincenzo Nibali.
Estos tres hombres no fueron, sin embargo, los principales culpables del apabullante resultado de la CRE. Éste lo consiguió Liquigas echando mano de su clase media. Maciej Bodnar, Allessandro Vanotti, Tiziano Dall’Antonia y Fabio Sabatini, aparentes «rellenos» de su alineación, son cuatro grandes rodadores, gregarios de gran capacidad e incluso cualificados para luchar en otros terrenos. Dall’Antonia y Sabatini suelen entrar en las llegadas masivas con buenos resultados, mientras que Vanotti es un buen ‘passita’ que puede aguantar en la montaña con los mejores cuando juega sus bazas.
La otra parte de la clase media de Liquigas la conforman tres escaladores de impresión, tres hombres que aceptan el rol de domésticos pudiendo llegar a cotas muy altas de trabajar para sí mismos en lugar de para los demás. El líder de este pequeño bloque es el impresionante Sylvester Szmyd, posiblemente el mejor gregario para la montaña desde el Chechu Rubiera que resultara básico para que Lance Armstrong se llevara algunos de los Tours que conforman la leyenda deportiva del tejano. El polaco es una persona modesta, de las que callan por no hacer ruido; simpático, pero de pocas palabras. Viendo subidas como la del Mont Ventoux que se llevó en un mano a mano con Alejandro Valverde en la Dauphiné Liberé de 2009, es inevitable preguntarle por qué no ejercer de líder. «No creo que pueda estar entre los dos o tres mejores de una gran ronda. Prefiero trabajar para alguien que sí sea capaz de eso». Parco, algo inseguro; un gregario de manual.
En la tarea de dominar al pelotón durante las subidas a las míticas cumbres de ls gran ronda italiana ayudarán a Szmyd dos jóvenes de talento singular: el transalpino Valerio Agnoli y el croata Robert Kiserlovski. Agnoli (1985) lleva años evolucionando en la sombra; esta temporada ha dado un pequeño paso adelante, ha hecho sus pinitos en diversas carreras y su gran aparición en el alto nivel ha sido este Giro donde ocupa en este momento en el tercer lugar de la general. Por su parte, Kiserlovski (1986) es la mayor promesa del ciclismo del este de Europa desde Denis Menchov. Un ‘grimpeur’ fino, pero también buen rodador e incluso con cierta punta de velocidad para definir esprints reducidos. Tan completo que asusta, más aún viendo su corta edad. Ya ha conseguido una victoria esta temporada (Giro dell’Apenino). Su antiguo director, Giuseppe Martinelli, dijo de él que ganaría «el Giro de 2011» en una profecía que parece cada vez menos descabellada.
Las puntas de lanza, los grandes beneficiados del trabajo del bloque ‘verde’, son Ivan Basso y Vincenzo Nibali. Basso no necesita presentación: escalador de campanillas, su ‘affaire’ con el dopaje a raíz de la Operación Puerto vino a empañar una carrera deportiva que se preveía antológica. Volvió de la sanción hace exactamente año y medio, y en principio lo hizo algo falto de chispa. Se notó en el Giro y la Vuelta de la pasada temporada, donde llegaba a los metros finales siempre con los mejores pero echaba en falta el puntito definitorio. Esta campaña parece haber recuperado la brillantez, pero aún no es una apuesta del todo segura toda vez que no acaba de marcar diferencias en la montaña y suele perder algo de tiempo en la lucha contrarreloj.
Vincenzo Nibali, en cambio, es otra historia. Lo ‘squalo’ de Messina, el hombre cuyos duelos con Giovanni Visconti marcaron una época en el pelotón ‘dilettante’ italiano, es el vueltómano más brilllante del país con forma de bota. Sorprendió a propios y extraños con un séptimo puesto en la pasada edición del Tour de Francia, con un rendimiento magnífico en montaña y digno en cronos. Esta temporada repetía objetivos, siendo Julio el centro de su calendario y el podio de París un anhelo plausible. Pero los problemas de Pellizotti variaron su calendario, tuvo que figurar en la salida de Asterdam de improviso; como Contador en 2008 «vino de la playa». Cabe preguntarse si llegará a las mismas cotas que el pinteño; por lo pronto, ya es ‘maglia rosa’.
Liquigas suele ser el bloque más fuerte allá donde va, y este Giro no ha sido una excepción. Su tremendo potencial no puede ser igualado por ninguna otra estructura del pelotón mundial cuando la carretera pica hacia arriba; si acaso, por el RadioShack de Armstrong, Leipheimer y Klöden. Pero el equipo americano no está disputando la gran ronda italiana, y el resto de rivales no parece a la altura de la formación italiana. El BMC de Evans es débil; Cervélo (Sastre) y Astaná (Vinokourov) tienen un par de buenos ‘grimpeurs’ para proteger a sus jefes de filas, mientras que el nivel medio de Androni y Caisse d’Épargne es muy superior a la calidad diferencial de sus líderes Michele Scarponi y David Arroyo.
En este momento, Roberto Amadio tiene la llave para bloquear el Giro de Italia. Cuenta con los tres primeros de la general y un bloque a la altura, capacitado para conservar la posición de privilegio de la mejor de las maneras. Deberá burlar el acoso del resto del pelotón, que seguramente acometerá su inexpugnable defensa del liderato una y otra vez, buscándole una fisura que, hasta ahora, sólo tenía en la calidad diferencial de sus líderes.

Peter Sagan: un proyecto de ciclista total

«Esto es un ciclista», dijo el CEO de Cannondale Rory Masini en su blog el día que consiguió la victoria en la tercera etapa de París-Niza. La gran sensación del panorama ciclista mundial es eslovaco, corre en Liquigas y se llama Peter Sagan.
Sumando el primer parcial del Tour de Romandía obtenido hoy a las dos etapas de París – Niza que se llevó en el mes de marzo, son tres las victorias que Peter Sagan (1990, Zilina) luce en su palmarés en su año de neoprofesional. Los tres triunfos los ha conseguido el eslovaco en el más alto escalón, en el calendario ProTour e Histórico que configuran el primer nivel del deporte de la bicicleta. Prácticamente sólo ha corrido pruebas de este nivel (apenas cuatro días de competición en el Europe Tour), indicador de la tremenda confianza que tienen depositado en él los gestores del equipo Liquigas y, sobre todo, de su irresistible calidad.
Lo que más llaman la atención en la temporada de Sagan, sin embargo, no son tanto los resultados como el desempeño. Fuera de la bicicleta es callado y educado, apenas hay entrevistas con él porque no maneja con soltura en inglés. Sobre ella sucede al revés: es polivalente y descarado. En su primer día de competición entró en la fuga del día junto a dos hombres con Tours de Francia en el palmarés como Lance Armstrong y Óscar Pereiro, luciéndose en el llano. En la segunda etapa que se llevó de París – Niza ganó demarrando en un repecho, derrotando en su terreno a superclases como Alberto Contador o Alejandro Valverde. Ayer fue segundo en la crono que hizo de prólogo en el Tour de Romandía, por delante de reconocidos contrarrelojistas como Michael Rogers o su coequipier Roman Kreuziger. Hoy, en la primera etapa de la ronda suiza, ha ganado un esprint masivo con una ‘volata’ potente, 200 metros cara al aire para superar a velocistas como Francesco Gavazzi o Robert Hunter.
No hay terreno que se le resista. Peter Sagan incluso se atrevió a probar en París – Roubaix, donde no fue capaz de concluir. «Aún no sé lo que soy», reconocía con sencillez aquellos días. Había que probar: ya había sido segundo en la versión junior del ‘Infierno del Norte’, sólo superado por el inglés Andrew Fenn, en el mismo 2008 en que se coronó campeón del mundo de mountain-bike. Y es que esa es otra de las condiciones que hacen hablar de Sagan como ciclista total: ha ganado un Mundial de Mountain Bike junior y sido segundo en el de ciclocross sub 23, amén de sus exitosas incursiones en carretera animado por su hermano Juraj, al cual incorporará consigo a Liquigas la próxima campaña.
No es sencillo recordar una irrupción más fulgurante en el ciclismo de primer nivel; quizá Vanderbroucke se acerque un poco a sus prestaciones, pero no a sus resultados. La pregunta ahora es hasta dónde llegará el fenómeno Sagan. Con contrato firmado hasta 2012 con Liquigas, posiblemente el bloque más potente del ProTour, e infinitas posibilidades físicas, cabe preguntarse (como con Boasson Hagen) hacia dónde se autolimitará Sagan en este ciclismo moderno donde la especialización es una condición sinecuánime para ser un campeón. Tal vez hace treinta años un talento como el de Sagan pudiera haber marcado historia a la altura del ‘Caníbal’ Eddy Merckx como ciclista total capaz de batirse con los mejores en terrenos tan dispares como Milán – San Remo, París – Roubaix o el Tour de Francia. O tal vez sus magníficas condiciones le permitan incluso hacerlo en la actualidad…

Las polémicas de Milán – San Remo

Una táctica sobria y un esprint fulgurante le dieron a Óscar Freire (Rabobank) su tercera Milán – San Remo el pasado sábado. El cántabro se adjudicó una edición, la 101, que estuvo como siempre rodeada por unos días previos llenos de expectación… y unos posteriores marcados por la alabanza al ganador y la polémica.
El triunfo de Óscar Freire resultó, en una palabra, imperial. El cántabro realizó una aproximación ideal a la clásica italiana: en principio centrado en conseguir victorias que le dieran confianza (un trofeo de la Challenge de Mallorca, dos etapas de la Vuelta a Andalucía), encontró un obstáculo en forma de gripe en la Tirreno-Adriático, antesala de San Remo. Esto provocó que en la Carrera de los Dos Mares apenas se le viera en cabeza, lo cual bajó su cotización como favorito a la victoria.
Un triunfo imperial
Eso a él no le molestó. Lo reconocía sin tapujos en una entrevista a Deia, donde también dejaba un premonitorio «mi condición física es como para ganar». Confiaba en sus posibilidades, y éstas no le defraudaron. Y es que el guión del primer Monumento de la temporada no tiene secreto alguno para el cántabro. Con la del sábado son tres las ocasiones en que se ha impuesto en la recta de meta, antes Via Roma y ahora Lungomare Italo Calvino; tres ocasiones similares en las cuales ha esprintado más que el teórico favorito para hacerse con la victoria. En 2004 batió sobre la misma línea de meta a un Zabel que ya celebraba su quinto triunfo en esta carrera; en 2007 derrotó con claridad a un Petacchi que acababa de rebasar su apogeo. Y en 2010…
En 2010 Freire consiguió un triunfo de mérito que le sitúa como el quinto con más ediciones de Milán – San Remo en su haber (el primero es Merckx con siete; Freire empata con Coppi y De Vlaemnick) gracias a tres factores clave. El primero, claro está, sus propias condiciones, tanto físicas como mentales, aderezadas con una experiencia extensa. El segundo su compañero Paul Mertens, prometedor esprinter alemán que se filtró junto a él en el grupo de cabeza y arropó a Óscar en los últimos kilómetros, evitando que los grandes favoritos cogieran su rueda con comodidad. Y la tercera fue una de las controversias del día: la táctica de Liquigas.
¿Por qué jugó Liquigas la baza de Bennati?
«Un equipo como Liquigas podía hacer cualquier cosa, desde atacar hasta esperar al esprint. Han optado por el esprint y todos nos beneficiamos de ello». Con estas palabras reconocía el propio Óscar Freire cuán beneficiosa para sus intereses fue la táctica del equipo italiano, uno de los más fuertes del mundo (si no el más), en la Milán – San Remo. Roberto Amadio contaba con un arsenal envidiable a su disposición: escaladores de relumbrón como Nibali, Kreuziger, Pellizotti y, en menor medida, el joven Valerio Agnoli; tres rodadores potentísimos como Daniel Oss, Sabatini y Quinziato; y, como joya de la corona, el esprinter Daniele Bennati, muy rápido pero algo limitado en las clásicas.
En lugar de destrozar la carrera en los ‘capos’ con sus múltiples bazas y guardar en la recámara la bala de Bennati, Amadio prefirió jugárselo todo a la carta del velocista de Arezzo. La acumulación de talento existente en su ‘ocho’, sin embargo, acabó provocando ciertas vicisitudes y malos humores en el equipo: el siciliano Vincenzo Nibali pasó al ataque en la parte final de la carrera y ello provocó el enfado de Bennati, que afirmaba en TuttoSport que «Nibali debería haber estado también en nuestro ‘tren'». El malestar crece cuando se comprueba que su demarraje provocó el salto de ‘Pippo’ Pozzatto y, con ello, el posterior gasto de energías de un Daniel Oss inconmensurable que tuvo que vaciarse para controlar el grupo en soledad durante más de dos kilómetros.
¿Por qué tiraba Garzelli?
Hablando de tácticas conservadoras, es inevitable referirse a la labor llevada a cabo por Garzelli en el Poggio, última cota de la Milán – San Remo. En él, el ganador del Giro d’Italia 2000 se puso en cabeza del grupo y controló su paso hasta que un ataque de Gilbert rompió su ritmo y le eliminó. La pregunta es por qué el corredor de Acqua e Sapone no intentó usar la fuerza que atesoraba el sábado para atacar en lugar de para frenar los demarrajes del resto de corredores. En principio, trabajaba para su coequipier Luca Paolini (décimo en el esprint); sin embargo, el asunto no parece tan claro. No en vano, el prestigioso periodista de CyclingWeekly Lionel Birnie insinuó en su Twitter la posibilidad de que su trabajo estuviera pagado por otra escuadra.
¿Por qué Columbia optó por Cavendish en lugar de Greipel?
Siguiendo con derrotados del primer Monumento de la temporada, no cabe duda que el gran fiasco de la carrera antes de empezar se localizaba en el seno del equipo Columbia. El conjunto americano, que a la postre sólo introdujo al voluntarioso australiano Michael Rogers (25º) en el grupo de los elegidos que llegó en cabeza al Lungomare Italo Calvino, tomó la salida con la certeza de que no iban a salir bien parados de la clásica italiana.
En las filas de Columbia estaba el campeón saliente, Mark Cavendish; pero su estado de forma era alarmantemente deficiente. El bagaje con que contaba el británico este 2010 era, cuando menos, pírrico: no incluía victoria alguna y sí la deshonra de haber llegado descolgado en todas las etapas de Tirreno – Adriático, en la última a consecuencia de una caída cuando iba bien colocado para disputar el sprint. De cualquier manera, los presagios eran malos y se cumplieron: Cavendish se cortó en el descenso del Turchino y, tras reintegrarse en el pelotón gracias al trabajo de sus compañeros, cedió de nuevo en la Cipressa, penúltima cota de la carrera, para acabar en una anónima 89ª posición.
Sin embargo, lo más sangrante del caso no es el mal renidimiento de Cavendish, sino cómo Columbia apostó por él en detrimento del alemán André Greipel, velocista de campanillas como el británico. La diferencia entre ambos radica únicamente en la mayor celebridad de Cavendish: el alemán consigue un número similar de victorias (23 a 20 en 2009, 17 a 14 en 2008), pero el caché del británico le impulsa por encima suya en la jerarquía del equipo Columbia. Ello provoca que Greipel, que no esconde su frustración, se vea relegado a la hora de tomar parte en las mejores carreras del mundo. Incluso aunque Cavendish demuestre no estar en forma para participar con éxito en ellas…
Sorpresas y espectáculo
En Milán – San Remo también hubo lugar para la aparición de ciclistas con los cuales no se contaba, que sólo en algunos casos dieron así una alegría a su equipo. Y es que, por increíble que parezca, hubo un joven sorprendente que no acabó de agradar a su escuadra (ni a sí mismo) con su buena actuación. Yohann Offredo, rodador de 24 años de la Française des Jeux, rodó dieciséis kilómetros escapado en la parte final de la carrera, entre la Cipressa y el Poggio, una gesta encomiable teniendo en cuenta las alta velocidad y la dureza que se acumulan a esas alturas de la prueba. Sin embargo, su conducta y la de su director en la línea de meta dan a entender que su desempeño no fue del todo valorado, ya que ambos entendían que debería haber esperado para lanzar su último ataque.
Aunque si hay que hablar de sorpresas, la más destacada fue el esprinter de Colnago-CSF Sacha Modolo. Nadie contaba con este joven italiano de 22 años, que con apenas una veintena de días de competición como profesional realizó la machada de colarse cuarto en la ‘volata’ final. Modolo, ganador el año pasado del GP Liberazione (prueba reina del calendario ‘dilettante’ italiano), supo colocarse adecuadamente y pasar con los mejores el Poggio, postulándose también como un clasicómano prometedor. Un escalón por debajo en el grado de sorpresa estuvo Francesco Ginanni (Androni Giocattoli), cuyas inmensas condiciones necesitan refrendarse cuanto antes en un calendario de mayor nivel que el italiano.
Para terminar esta contracrónica de la Milán – San Remo, que mejor que un vídeo curioso e impresionante: la grabación del descenso de la Cipressa hecha por el catalán Juan Antonio Flecha con una cámara en su casco, obviamente fuera de carrera. Ha sido publicada hoy en el blog de Michael Barry, director del equipo Sky… y quita el hipo.

PD Un agradecimiento para Cyclismag, web altamente recomendable que me ha sido de gran ayuda para recopilar gran parte de la información del texto