«Yo soy un demócrata»

Artículo publicado originalmente en Zona Matxin

Hoy, en la Sala Cinquecento (Salón de los Quinientos) del Palazzo Vecchio de Florencia, han tenido lugar las elecciones de la UCI de las cuales llevamos tanto tiempo hablando en Zona Matxin. El resultado fue, contra pronóstico, una victoria holgada de Brian Cookson con 24 votos por 18 de su oponente, el hasta hoy presidente Pat McQuaid. ¿Cómo sucedió este vuelco? Vamos a entenderlo…

«Yo soy un demócrata», dice el Dr Wagih Azzam, como disculpándose de algo que no pudiera evitar, con un deje de inequívoca y cristalina falsa modestia. Azzam es presidente de la federación egipcia de ciclismo, y también de la Confederación Africana de Ciclismo (CAC). Precisamente en África ha residido la clave del resultado de estas elecciones.

«Yo he dado libertad de voto a mis delegados», dice Azzam, «y creo que la mayoría ha optado por Cookson». En los prolegómenos de la votación, las cuentas eran claras: Cookson contaba con unos 12 votos de Europa, 3 de América y 3 de Oceanía, mientras McQuaid parecía capaz de anotarse 9 de Asia, 7 de África, 6 de América y un par de Europa para llevarse las elecciones. Sin embargo, el resultado final no casó con estas cábalas y sí con las declaraciones de Azzam recién levantada la sesión del congreso de la UCI. Hubo trasvase de votos: los africanos se fueron con Cookson.

Mohamed es representante de un país del Golfo Pérsico. Cuando los delegados estaban votando, él se lamentaba porque, pese a todos los dimes y diretes, la interpretación que McQuaid había hecho del 51.1 para legitimar su candidatura no había sido desautorizada. «Esa era la carta de Cookson para ganar», razonaba, «y la ha perdido. Ahora ganará McQuaid». Cuando se le pregunta por qué es acérrimo del británico, Mohamed responde con sencillez: «Porque le gusta el ciclismo, la bicicleta, es sencillo y accesible. Se suele cometer el error de querer hacerlo todo a través del ciclismo de competición, pero para mí es más importante conseguir que a la gente le guste la bicicleta para que haya futuro». Y empiezan a brillarle los ojos: «Si a las madres les gusta la bicicleta, le transmitirán toda esa pasión a sus hijos. Y entonces saldrá algún ciclista profesional, pero sobre todo habrá más gente a la que le guste la bicicleta». Y remata: «¿Sabes qué? En mi país hay gente, británicos, que hablan con Cookson por correo electrónico. Y no son nadie, sólo personas normales. Pero mantienen el contacto con Brian sin problema, incluso cuando está en un proceso como este de las elecciones».

Mohamed después estaba sonriente después de los resultados, guiñando ojos a diestro y siniestro, dando palmadas a diestro y siniestro. Un representante sudafricano, desparramado en su silla, tenía en cambio la cara larga, hasta el suelo. Se le pregunta por qué ese ánimo y hace mutis por el foro. Parece que no le ha gustado que pierda McQuaid; es más o menos lógico, a fin de cuentas ha premiado recientemente a su país con eventos mundiales. «Yo no sé nada».

Precisamente ese fue el gran problema de estas elecciones. Nadie sabía nada. Nadie tenía claro qué votaba. A la menor señal de incertidumbre la Asamblea devenía un gallinero, y hubo muchas señales de incertidumbre. Particularmente dramático fue el momento del voto en torno a la enmienda del 51.1. Se entendía que era un plebiscito en torno a McQuaid, pero no era vinculante dado que la candidatura del irlandés se basaba en una reinterpretación de la redacción actual del artículo. Había que votar si se quería alterar y que fuera retroactivo. Se entró en una batalla dialéctica con escaso orden y nulo concierto. En un momento se votó a mano alzada para decidir si el voto debía ser secreto. En otro, Philippe Verbiest, cabeza legal de la UCI, no tenía claros los pasos a seguir y tuvo que bajarse del estrado para consultar la constitución; todo el mundo se lo tomó como una pausa y se levantó a charlar. Costó siete minutos volver a sentarlos a todos, en silencio, para retomar la reunión. Finalmente, se votó que no hubiera voto sobre ninguna enmienda hasta la próxima Asamblea. Y así todo.

«Estamos dando un espectáculo lamentable». Quien alzaba la voz era Jorge Ovidio González, abogado, presidente de la Federación de Colombia y delegado con derecho a voto. Él fue el mejor orador de la Asamblea, por pertinente y certero en cada una de sus seis intervenciones. Después, una vez terminado todo, reflexionaba en un corrillo junto a Waldo Ortiz, delegado de Puerto Rico: «Yo creo que todos los delegados, una vez saben que vienen aquí, deberían empaparse. Hay muchos que no sabían dónde estaban, ni qué estaban discutiendo». Y finalizaba: «Espero que lo de hoy no vuelva a repetirse».

En términos parecidos se expresó Brian Cookson después en rueda de prensa. Antes, en una demostración de estatus, había puesto coto a un debate desmadrado sobre la legitimidad de la candidatura de McQuaid de forma imperial. Sencillamente se levantó, tomó la palabra y dijo: «Se acabó, ya hemos tenido suficiente de esto. Votemos y punto». En aquel momento quedó claro que, sin duda, había ganado. Y que todo eso que estaba embarullando su elección le sobraba porque corría el riesgo de empañar la victoria.

El gran reto de su mandato lo dejaba claro Mike Plant, miembro reelecto del Comité Directivo y uno de sus grandes apoyos en esta campaña de derribo a McQuaid: «Restablecer la credibilidad de nuestro deporte». También se expresaba en esa línea David Lappartient, presidente de la federación francesa y de la UEC, y también el supuesto delfín de ASO, organizadora del Tour de Francia, para tomar la presidencia en 2017. Sin embargo, en la agenda oculta figura otra prioridad: separar el poder directivo y el ejecutivo, creando un consejo que gobierne de facto la UCI. «Pero eso hay que discutirlo, no termino de estar a favor», dice Lappartient, prudente pero con una sonrisa delatora de la alegría que campa dentro de él. «Hay que examinar bien la cuestión, porque no creo que el gobierno deba recaer en personas que no hayan sido elegidas por la Asamblea».

Lappartient dice esto en las escaleras. Aunque el Congreso no ha terminado, baja al catering que hay bajo la Sala 500 para echarse algo a la boca. Han sido cinco horas de Asamblea, y eso deja exhausto a cualquiera. McQuaid, por su parte, tiene que seguir en su puesto, en lo alto del estrado, dirigiendo las elecciones del Comité Directivo mientras nadie le escuchaba porque estaba repartiendo parabienes o comentando la jugada. Ahí arriba, recitando uno por uno los nombres de los delegados votantes para que se acerquen a depositar su sufragio en la cabina, parece un niño castigado. O, más bien, un niño humillado, probando el sabor de una amarga derrota.

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