Artículo publicado originalmente en Zona Matxin

Qué difícil es el Tour de Francia. “Físicamente es muy exigente. Son velocidades altísimas y recorridos muy complicados. No tiene nada que ver con el resto de carreras, es un punto más”. Y encima, la tensión. “Son muchas cosas. Por una parte, te juegas mucho cada día. Y por otra está el público. En Bretaña o en el Mont Ventoux no había un solo metro de ruta sin un aficionado a lado y lado, animándonos. Y eso se agradece, pero también estrecha la carretera un montón. Y como somos 200, y todos queremos pasar, pues se genera mucha tensión; hay que asumir muchos riesgos y el peligro de irse al suelo está siempre ahí”.

“Y me han dicho que este Tour es menos tenso que el de otros años”, explica Juanjo Lobato (1988, Trebujena). Recién llegado a la élite del ciclismo de la mano de Euskaltel después de hacer sus primeros pinitos en el seno de la estructura Andalucía, el gaditano lleva toda la temporada descubriendo la máxima categoría y observa este mes de julio las vicisitudes de la mejor carrera del mundo. Lo hace con relativo éxito deportivo, sacando partido a unas cualidades de velocista a las cuales ha sumado esta temporada una buena base aeróbica para marcar once top10, tres de ellos en el presente Tour, y una victoria de etapa, en la Vuelta a Castilla y León.

“Llevo todo el año encontrándome muy bien”, confirma, “y en este Tour aún mejor”. A Lobato no le da miedo enfrentarse con los ‘bichos’ del esprín, llámense Kittel, Cavendish, Greipel o Sagan. “Miedo me dan los toros. Esta gente me impone respeto, claro, porque son los mejores. Pero me gusta batirme con ellos. Me gustan los retos”. Euskaltel le brinda la ayuda de “los Izagirre o Rubén Pérez, según el día”, y también le propuso una buena idea. “En los días previos a la carrera, estando aún en Córcega, pensamos que podía probar a filtrarme en la escapada del primer día y ponerme líder de la Montaña aprovechando que el puerto puntuable no era muy empinado”. Y lo logró. Subió al podio del Tour el mismo día de su debut, con 24 años. Llegó y besó el santo.

El brillo y la alegría en las jornadas llanas se contrarrestan en cierto modo con la fatiga mental («los días se hacen pesados, aunque uno venga motivado») y algo de sufrimiento en la montaña. “Noto que he perdido un poco de fuerza subiendo, quizá por la mejora esprintando. Pero no puedo sacar conclusiones: esto es el Tour, es muy distinto al resto del calendario y muy exigente. El domingo, por ejemplo, subimos el puerto final después de 220 kilómetros a casi 50 por hora, y eso funde”. Lobato refiere el Mont Ventoux, donde terminó penúltimo a casi 33 minutos del ganador Chris Froome, junto al ‘grupetto’.

No obstante, casi tan difícil como la montaña es para él la añoranza. Preguntado, responde directo: “Echo de menos a mi familia y a mi entorno”. Y recita su preparación para el Tour de Francia, las carreras y concentraciones que ha afrontado antes de participar en esta Grande Boucle, para llegar a un número que expone muy bien su sacrificio y el de cualquier corredor antes de una carrera importante: “En dos meses y medio habré estado, como mucho, diez días en mi casa”.

Sus seres queridos, eso sí, se desviven por acompañarle en su viaje a la gloria. “Mi familia y varios amigos vinieron a verme a Pirineos, y mi novia estará en París”. ¿Una motivación? “Claro. Tengo muchas ganas de llegar a París, por recoger el carné de ciclista y por estar con ella allí, en una ciudad tan mágica”. Un viaje que a ella le supondrá un par de horas de avión y a él ochenta de bicicleta, sumadas a las incontables penurias que se suceden en el trayecto, un reto en todos los sentidos que merecerá la pena no sólo por el honor deportivo sino por poder “pasar un par de días en París, con mi novia”.