Riblon y Van Garderen

Artículo publicado originalmente en Zona Matxin

Christophe Riblon y Tejay Van Garderen, juntos, en la misma fuga, después del Col de Manse. Va con ellos Moreno Moser, y también seis hombres más. Llanean juntos y consiguen ocho, casi nueve, minutos de ventaja sobre el pelotón donde Sky anda pero no corre porque Geraint Thomas, metáfora perfecta del estado del equipo, no puede levantar las dos piernas a la vez del suelo con su pelvis facturada.

Riblon y Van Garderen llegan a las primeras estribaciones del Alpe d’Huez. Lo van a tener que pasar dos veces, y eso impone respeto. Van Garderen, que no tiene miedo ni a las balas, aprovecha fuegos de artificio para demarrar. Riblon sale a su rueda y resiste su ritmo cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos metros… Pero, a los quinientos, se abre de piernas. Van Garderen va demasiado rápido. Que se vaya.

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Riblon y Van Garderen surcan la marea humana del Alpe d’Huez. Van Garderen no tiene más problemas de los lógicos. Riblon sí; ha tenido que esquivar alguna bandera, soportar idiotas, y termina pegándole un puñetazo en el pecho a un descamisado que corre a su lado, probablemente respirando fuerte con un aliento que huele a cerveza y a tambaleo. Mejor quitarlo del medio, aunque quede feo, a exponerse a una caída como la que sufrió Davide Malacarne, que se fue al suelo por culpa de un incauto; aunque no salió en la tele, le dolió igual. Como a Luis Ángel Maté, que iba tras él y ahora tiene la rodilla hinchada, por culpa de un borracho imprudente.

Riblon y Van Garderen vuelven a encontrarse antes de que termine el Alpe d’Huez. Lo hacen gracias a Moser, que ha cazado a Riblon y le ha llevado en carroza hasta Van Garderen en uno de esos momentos de genialidad que atesora y ofrece al público el italiano, un corredor soberbio que se ha ido encontrando consigo mismo sólo con el paso de los días.

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Riblon y Van Garderen coronan el Alpe d’Huez, junto a Moser. Le dejan atrás mientras atraviesan el místico Col de la Sarenne, una carreterita de montaña, por mitad de un valle, al fondo de la cual se ven únicamente las nubes, bruma que anuncia una complicada bajada.

Riblon y Van Garderen inician el temible descenso de la Sarenne. Nada más empezarlo, a Van Garderen se le fastidia la bicicleta y se queda atrás. Moser, tozudo como deberían ser todos los genios, marcha cerca; le rebasa y caza a Riblon. Aprieta en el descenso y Riblon se pone nervioso, y hace un recto en una curva para salirse por la orilla derecha de la calzada metiendo las ruedas de su bicicleta en un arroyuelo. Qué susto, pero cae de pie. Saca las calas de los pedales y vuelve a la carretera indemne.

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Riblon y Van Garderen vuelven a reencontrarse en la rueda de Moser terminado el descenso de la Sarenne. En realidad, a Van Garderen le ha costado un poco más que a Riblon: ha tenido que perseguir un rato en el terreno llano, de transición. Fuerzas ineludiblemente gastadas en una contrarreloj individual demoledora para cualquiera.

Riblon y Van Garderen encaran por segunda vez el Alpe d’Huez y descuelgan a Moser de inmediato, casi a bocajarro. Esto es cosa de dos, aunque Jens Voigt venga por detrás con sus malas y viejas pulgas deseando unirse a la fiesta; y rapidito, que por detrás tira Movistar y lo mismo agua la fiesta. Van Garderen tensa y, en la misma zona que antes, deja atrás a un Riblon resignado.

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Riblon y Van Garderen se persiguen montaña arriba. Van Garderen exhibe determinación. Pese a haber llegado fuera de forma al Tour, sólo sabe vencer de un modo, y ése es el aplastamiento a los rivales. Riblon, por su parte, tiene acero en la mirada; acero de experiencia, de quien ya se ha visto en estas lides y emergido triunfante. Riblon recuerda Ax 3 Domaines 2010, donde con su corpachón de ‘pistard’ mantuvo a raya a todos los favoritos. Van Garderen tropieza con un espectador y le pega una puñada en el costado. Vete de aquí, carajo, que quiero ganar una etapa en el Tour.

Riblon y Van Garderen persisten en la caza. Faltan algo más de dos kilómetros a meta y las tornas han cambiado: Riblon, que había llegado a perder de vista a Van Garderen entre la marea humana, está ahora muy cerca. Riblon echa el aliento al cogote de Van Garderen, le alienta a cebarse y afila su acero. Riblon sabe que, cuando cace a Van Garderen, será para embestirle y hacerle añicos.

Riblon y Van Garderen se encuentran bajo la pancarta de dos kilómetros a meta. Riblon, más que encontrar a Van Garderen, le topa; realiza un ataque devastador y le deja clavado, vacío, desnudo de aspiraciones y casi ridículo. Riblon llega a meta y celebra majestuoso. Van Garderen pierde 59 ominosos segundos y adquiere una lección.

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Riblon y Van Garderen acaban de protagonizar un duelo magnífico, precioso: el veterano contra el joven en un escenario inigualable. En medio de tanta especulación pensando en la general, de tanto Froome y Contador y Quintana y Purito, Riblon y Van Garderen se merecen un reconocimiento por su duelo, gran obra de puro ciclismo que intepretaron ayer en Alpe d’Huez.

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