“Sabemos que Aru probablemente deje el equipo este invierno, pero queríamos ser correctos con él y mostrarle respeto hasta el último momento. Por eso hemos dejado a Pello Bilbao con él cada vez que se ha descolgado en una subida aunque Bilbao es ahora mismo más fuerte que Aru y le ha tenido que llevar hasta meta tres veces ya. Si no respetáramos a Aru, le hubiéramos dejado que se las arreglara solo. En lugar de eso, le hemos apoyado para que termine lo mejor posible en la general” (Alexander Shefer)
La imagen de Fabio Aru afanado en una ofensiva absurda y cogiendo geles del coche neutro es el mejor resumen posible de cómo han sido las últimas 48 horas para el sardo. Todo comenzó cuando, en la mañana del miércoles, descubrió que su bicicleta no llevaba el plato de 36 dientes procedente para superar Los Machucos sino el 39 estándar. De inmediato cogió la bici de repuesto, que sí llevaba el 36. Con ella compitió.
Todo podría haber quedado ahí. El típico fallo que sucede porque puede suceder, porque hay 15 bicicletas que arreglar y 4 mecánicos cansados para hacerlo, así que una puede quedarse sin tocar por simple error. Los miembros del cuerpo técnico de Astana lo explicaban así. “Quien no hace nada no se equivoca nunca”, resumía uno de ellos. Y os garantizo, por mi experiencia, que estas cosas pasan habitualmente y sin mediar mala fe.
Todo podría haber quedado ahí. Y sin embargo Aru se enfadó y contó lo sucedido a Gazzetta, coronado con una frase grandilocuente: “Si quieren que me vaya a casa, que me lo digan directamente”. Se confirmaban así esas informaciones que aseveraban que había cierto mal ambiente dentro del equipo kazajo toda vez que su líder no es una persona fácil de gestionar y encima se marcha al Team UAE Emirates.
Vuelta a España. Etapa 18. Suances – Santo Toribio de Liébana. Ha sido uno de mis días más efectivos como periodista. En la salida no he visto a absolutamente ningún protagonista: he perdido la mañana afeitándome en la barbería promosional de Bic y desvirtualizando a un buen colega tuitero para después comprarme una gargantuesca palmera de Unquera y zamparme la mitad a medias con Víctor. No he ido a meta sino a los autobuses, donde he recogido las tres entrevistas con #salsita que buscaba en menos de 20 minutos. Después, durante la grabación del podcast, me he tomado dos quintos de Estrella Galicia y me he puesto medio ciego. Supongo que es la consecuencia de haber bebido sólo una vez en las últimas dos semanas: he dejado de ser inmune al alcohol. ¡Qué lástima que queden sólo tres días de Vuelta!
El ataque de Fabio Aru hay que leerlo en este contexto. Un ataque de ‘grinta’, de personalidad, de gallo con el orgullo herido. “No tenía nada que perder”, analizaba Shefer; “a un ciclista como él le da igual ser séptimo o décimo”. Es cierto. No obstante, tampoco tenía nada que ganar: ni siquiera la victoria de etapa estaba en juego, toda vez que la ventaja de la fuga era insalvable. Aru decidió malgastar sus piernas en una protesta tan noble como egoísta. A título personal no tengo claro si me gusta o no esta actitud, pero sí que la respeto.
Me ha flipado el ataque de Katusha-Alpecin. Me ha recordado a una etapa de la Volta a Portugal de hace años en la cual, de repente, siete ciclistas del Efapel atacaron en un pequeño repecho y formaron un abanico. Sin duda ha sido una ofensiva valerosa y ha demostrado que el conjunto ruso está a la altura de Ilnur Zakarin en términos de fuerza, energía y compromiso. Sin embargo, y pese a que estábamos en un terreno propicio para ello, no ha prosperado ni éste ni ninguno de los ataques por parte de los favoritos. La razón es sencilla: todo el mundo tenía las orejas tiesas. Un corredor me ha contado, incluso, que en el pelotón se sabía que Katusha atacaría en algún momento. Así es imposible sorprender.
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