56

Hoy vi a Vicente Belda y Darío Gadeo en menos de 10 metros. Estábamos junto al autobús de Movistar, observando partir a Nairo Quintana. Saludé primero a Vicente, con quien comenté el plato grande de 56 dientes que llevó Nairo durante la crono. «¿Tanto?», fue su primera reacción mientras ponía expresión de duda. En efecto, tanto: querían que lo moviera en los falsos llanos de un recorrido ratonero, complejo, «difícil de interpretar» en palabras de Addy Engels. Yo no vi el ejercicio de Nairo: sólo lo escuché por la radio mientras conducía hacia Calpe, pero una vez en sala de prensa me contaron que se le había visto atrancado en la parte final y le pregunté si le habían sobrado dientes. «Sí, pero no en el plato sino en la boca. Me hubiera venido bien no tener dientes para que pasara más aire a mis pulmones».

Siguiendo con Nairo: diría que su contrarreloj fue muy buena. Después de todo, fue 11º. Fue Chris Froome quien se salió del mapa. Él también salió con plato de 56. Fue el primer desarrollo del que me enteré pululando por los autobuses y lo interpreté como una apuesta: dar el todo por el todo en esta crono para forzar un escenario en el cual fuera realista asaltar el maillot rojo en Aitana. Lo logró.

Vuelta a España. Etapa 19. Jávea – Calpe (CRI). El Hotel Rocinante se pone cada vez mejor: tiene luces de neón rojas y verdes parpadeando. Por su ubicación encalomada en las primeras estribaciones del cerro de Calpe, por su nombre y por la ingente cantidad de mosquitos, sospecho que este edificio era una caballeriza construida sobre una ciénaga.

Ahora Froome puede ganar la Vuelta. Y mola. No sólo por las invocaciones ofensivas que realizó en rueda de prensa, sino por el hecho de que por una vez le estamos viendo competir con fuerza y denuedo desde una posición de inferioridad. No sólo está x minutos por debajo de Nairo: también tiene un equipo netamente más débil. Estos días se escuchan muchos rumores sobre lo descontento que está Froome con sus compañeros y sus directores. Diría que son más ecos que voces, pero también que son leales a la realidad. La inquietud de Brailsford que escuché de boca de un colega anglosajón lo refrendan.

Me está gustando ver pulular a Dave Brailsford por la Vuelta estos días. Todo el rato hablando con gente sin mirarla, con el ojo puesto en lo que está sucediendo unos metros más allá para no perder ripio. Tiene un aura eminente que aún no me he atrevido a invadir todavía. Quizá mañana en la salida…

Volviendo a Nairo. En los dos últimos años tenía la impresión personal de que su carisma se estaba diluyendo entre actuaciones romas y expresiones de fastidio, amén de rumores de todos los gustos, sabores y colores que se escuchaban en los mentideros sobre su persona. No obstante, calentando para la crono vi un individuo distinto que gozaba del calor de su público. Decenas de colombianos, muchos vestidos con la zamarra amarilla de la selección de fútbol, gritaban su nombre y le pedían saludos que Nairo a veces concedía con una sonrisa taimada. Incluso se animaron a cantar una suerte de himno durante su última serie que él acalló con un gesto amable. «¡El campeón necesita concentrarse!», bramaron los aficionados. Después gritaron «Nairo, Nairo, Nairo» durante los treinta segundos previos a su partida en la contrarreloj. Se me puso la piel de gallina.

btw: Después de a Belda, saludé a Darío Gadeo. Tuve la suerte de conocerle este año, en enero. Aprendí bastante sobre la realidad del deportista charlando con él. Hoy estaba ahí con unos colegas y su hijo, disfrutando del ambiente. Me resulta curioso cómo una persona que acabó asqueada del ciclismo profesional después de rebozarse en sus miserias conserva, pese a todo, cierta afición e incluso pasión. La bicicleta nos vuelve locos.

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