Publicado originalmente en Arueda.com
El rodador holandés Niki Terpstra se impuso ayer en la París-Roubaix apoyado por un magnífico Tom Boonen, evitando así que la campaña de clásicas de OPQS terminara en fracaso. Le acompañaron en el podio John Degenkolb (Giant) y Fabian Cancellara (Trek).
Como buena clásica, París-Roubaix es una carrera anacrónica, “estúpida” según su vigente campeón, inmune al paso del tiempo gracias a años y años de tradición, anécdotas y prestigio acumulados. Su historia es tan procelosa que los mayores campeones quisieron inscribir su nombre en la misma; hay tantos campeones en su historia que los aspirantes a ser recordados como tal suspiran por figurar en ella, junto a los más grandes.
La característica diferencial de Roubaix es el pavé, ese adoquín criminal del norte de Francia sin parangón en ninguna otra parte del mundo. Los más avezados conocedores del Infierno del Norte son claros: no tienen nada que ver estas piedras con las de Flandes, porque son mucho más despiadadas, más rotas, más duras. No obstante, pese a que el pavé define a la carrera, quien la decide son los tramos de carretera que siguen a los sectores de adoquín, y quien la santifica y reparte los honores es el mítico velódromo.
Fue una Roubaix atípica. El clima fue particularmente benigno y el viento de cara especialmente incisivo. Esto provocó que la prueba no saltara en cachitos: los movimientos eran más difíciles de realizar y la tendencia a reagruparse muy pronunciada. El pelotón sobrevivió como tal más allá de lo habitual y ello provocó que el número de corredores que llegó a meta (144 tipos duros) fuera el mayor desde 1961, cuando acabaron 121 hombres. También el grupo de favoritos que se disputaron la victoria fue más nutrido de lo habitual, con 11 integrantes; hay que remontarse a 1990 (victoria de Eddy Planckaert) para encontrar una resolución más concurrida, con 13 ciclistas.
Niki Terpstra (OPQS) supo leer las circunstancias y acertó de demarrar a 6 kilómetros de meta, recién terminado el último tramo de pavé, que había recorrido el último del grupo cabecero a rueda de Sebastian Langeveld (Garmin). Era el momento de las dudas, cuando todos calculaban la superioridad numérica de OPQS (que llevaba a Boonen y Stybar junto a Terpstra) y la velocidad punta de John Degenkolb (Giant), Fabian Cancellara (Trek), Peter Sagan (Cannondale) o Sep Vanmarcke (Belkin); asestó su golpe y todos especularon para incrementar sus dudas. Le cayó a Geraint Thomas (Sky), gregario de Bradley Wiggins, y a Bert de Backer (Giant), gregario de Degenkolb, la tarea de intentar devolver a Terpstra bajo el control del grupo. Segundo a segundo, el neerlandés desniveló la contienda para hacerse acreedor del adoquín. No se imponía en Roubaix un ciclista de los Países Bajos desde que en 2001 triunfó Servais Knaven.
OPQS consiguió así un final feliz para una campaña de clásicas hasta ahora trágica para ellos. Según su mánager Patrick Lefevere, el quid del éxito estuvo en que “Boonen no pensó como un líder”. En efecto, el campeón de Mol lanzó una ofensiva temprana, a 65 kilómetros de meta, que equivalía a una inmolación. Fue una maniobra bella, sobre todo porque vino de un trabajo verdaderamente bueno por parte del conjunto belga: Vandenbergh y Van Keilsbruck estiraron el grupo antes del tramo de Beuvry-la-Forêt, lanzando el ataque de Boonen, y luego coparon las tres trazadas buenas de la calzada (las dos cuentas y el centro), de forma que quien hubiera querido salir a por el cuatro veces ganador en Roubaix debería habérsela jugado por adoquines indómitos. Nadie lo hizo y el belga pudo marcharse a su conveniencia. Más adelante, bien acabada su ofensiva, cuando Vanmarcke, Cancellara y compañía se habían marchado definitivamente tras el Carrefour de l’Arbre con su coequipier Stybar a su rueda, Boonen se sacrificó para llevar a Terpstra a cabeza de carrera. Así propició que ganara la carrera “no el más fuerte, sino el más listo”, en palabras de Lefevere.
¿Quién fue el más fuerte? Probablemente, Sep Vanmarcke. Tanto él como su Belkin dieron signos en todo momento de disponer de muchísima calidad y energía. Corriendo a la contra, el bloque neerlandés introdujo un hombre en cada corte y proveyó de la colocación y el lanzamiento necesarios a su líder belga cada vez que quiso atacar. Lo hizo dos veces, en los sectores de pavé de Pont Thibaut (39km a meta) y Camphin-en-Pévèle (19km a meta), en sendos derroches de vatios que sólo le sirvieron para trocear un poco la carrera sin beneficiar en exceso a sus intereses. En la parte final, sus compañeros de Belkin (Boom, Wynants, Tjalingii, Van Emden, Tankink) habían sido eliminados por caídas o por falta de fuerza. Se encontró solo y no intentó contrarrestar el ataque de Terpstra. “Cuando vi que había sacado 15 metros, supe que no había más que hacer. Estoy decepcionado porque me sentía genial, pero entre el viento de cara y el hecho de que nadie quería competir me imposibilitaron ganar”. Un cuarto puesto en meta y una onza de experiencia fueron el botín de Vanmarcke.
Más inteligente fue Peter Sagan. El eslovaco corrió con serenidad y aplomo por segunda vez en la campaña de clásicas del norte – la primera fue el GP E3 Harelbeke, en el que ganó. En todo momento previo a los instantes decisivos fue frío; quizá incluso pecó de relajado, pero eso le sirvió para no gastar un gramo de fuerza de más. Cuando no pudo seguir el movimiento de Vanmarcke en Pont Thibaut, asumió su inferioridad física y decidió contrarrestarla con un ataque audaz apenas acabó el tramo de adoquín y empezó el asfalto. Atrapado, repitió estrategia más adelante, en la carretera que precedía a Camphin-en-Pévèle, para acumular unos segundos de ventaja que le permitieron salir del decisivo Carrefour de l’Arbre en cabeza cuando los mejores encendieron la moto. No pudo disputar el esprín del velódromo por calambres, pero quedó “satisfecho” por la “señal positiva” para el futuro de haber estado ahí sin sus mejores piernas.
Completaron la nómina de satisfechos John Degenkolb (2º), tan orgulloso de su “paso adelante” que levantó el brazo tras franquear la meta, y Bradley Wiggins (Sky – 9º) que romántico expresaba: “Que yo sepa, soy el segundo ganador del Tour de los últimos 25 años capaz de hacer top10 en Roubaix”. La otra cara de la moneda era Geraint Thomas (Sky – 5º), quizá el segundo más fuerte del día tras Vanmarcke, que se puso cara al aire a 100km de meta pensando en un desaparecido Boasson Hagen y no cesó de sacrificarse hasta la entrada del velódromo en pos de Wiggins; el galés se dijo “decepcionado” porque ningún Sky accediera al podio.
Tampoco acabó especialmente radiante Fabian Cancellara (3º), más mezquino en sus esfuerzos de lo habitual. “No me gusta correr para ser segundo o tercero, pero fui pragmático. No iba a tirar para que me derrotaran en el esprín”, aseveró desde la hierba del velódromo. Después se saltó la conferencia de prensa, lo que le valió una multa del jurado técnico, para marcharse rápido a Mallorca, donde va a pasar la Semana Santa con su familia descansando de una campaña de clásicas sobresaliente, certificada con una victoria (Flandes) y dos podios (San Remo, Roubaix) en los tres Monumentos.