Artículo publicado originalmente en Rock n’Vuelta – Arueda.com
El final de etapa ayer en el Naranco sirvió para ver una muestra de fuerza del mejor Purito Rodríguez. Chris Horner le arrebató el liderato a Vincenzo Nibali al aventajarlo en seis segundos en meta.
A Chris Horner le faltaron el jueves tres segundos para vestirse de rojo y ayer Vincenzo Nibali se los cedió con tres más de regalo. Lo sucedido en el Naranco tiene un aire de rendición. El italiano se mostró concesivo e incluso débil en los tres minutos de verdadera competición que hubo en la mítica cima asturiana. Cruzó la meta y, sin siquiera dar ocasión a los periodistas de preguntarle por sus sensaciones se marchó al autobús. Como si perder el maillot rojo le hubiera ruborizado o enajenado.
El director de ‘lo Squalo’, Giuseppe Martinelli, trató de restarle importancia a lo sucedido: “La carrera no ha terminado porque hayamos perdido el liderato. Aún queda una etapa y, si revisas lo que se decía antes de la Vuelta, todos coincidíamos en que sería la que decidiría el resultado final. Estamos en buena disposición para la victoria, con apenas tres segundos de desventaja”. Pero admitía que hay “un corredor que es indiscutiblemente el más fuerte”.
También apoca la trascendencia de lo sucedido ayer el gran beneficiado. “No estaba pensando en tomar el maillot rojo. Simplemente vino. Anoche no perdí el sueño porque me faltaron tres segundos, y hoy tampoco lo haré porque me sobren”. Chris Horner es realista y la realidad es bondadosa con él. “En la última subida de hoy no he rozado mi límite [físicamente hablando]. [..] Si mañana tengo las mismas piernas que hoy, debería vestir de rojo en Madrid”.
El empate técnico entre Horner y Nibali existe, sí; pero la diferencia entre uno y otro es abismal, tanto en sensaciones como en estado de ánimo. El americano anda tanto que tiene que estar defendiéndose cada día de insinuaciones de dopaje; incluso la Gazzetta publicó ayer un reportaje dudando de sus prestaciones en Peña Cabarga con el titular “Exagerado”; él capea el temporal y sonríe. Nibali, por su parte, va a menos con el paso de los días, quizá acusando el Giro o más bien una preparación poco adecuada con los Mundiales de Florencia demasiado en mente.
En la segunda fila, la misma desde Hazallanas, aparece Purito Rodríguez, flamante vencedor de ayer con un ataque de su marca personal pese a no estar convencido de sí mismo: “Les he dicho a los compañeros dos o tres veces que parasen porque se iba muy rápido, no me fiaba de mis fuerzas, no daba un duro por mí”. El catalán de Katusha tiene una fortuna: está tan maduro como ciclista, ha corrido tanto al puestómetro, que ha llegado al punto en el que le da igual “ser cuarto o sexto”. “Voy a luchar. Ellos también están cansados. Todo puede cambiar”, dice en referencia al Angliru. Y a medianoche, en El Larguero, era explícito: “Espero jugármela”.
Hoy tocará eso. Para Purito, Valverde, Nibali y Horner esta situación es un ‘do or die’, un todo o nada. Rojo que te cojo, todos deberían pelear por el triunfo absoluto en el coloso asturiano. No es una subida que dé lugar a la táctica entendida como juego de colaborar o descabalgar al rival. Bien al contrario, lo importante es la gestión de fuerzas de cada uno, o incluso la gestión del desasosiego de tres cuartos de hora de penitencia cuesta arriba. “La única táctica es poner tu ritmo y olvidarte de los demás”, simplifica Valverde. No es de esperar que la batalla se desate lejos: habrá un par de puestos de desgaste, después se subirá el Cordal (la antesala) y se descenderá a cara de perro hasta Riosa, donde la carrera iniciará el Angliru ya rota y enfilada por los puertos previos y sobre todo por esa peligrosa bajada, que puede ser incluso peor si la lluvia que se pronostica para las 17:00 se adelanta media hora.