Artículo publicado originalmente en Rock n’Vuelta – Arueda.com
La primera jornada pirenaica de la Vuelta, una travesía por Andorra con final en la empinada Collada de la Gallina, se tornó dantesca por las condiciones meteorológicas que probablemente jueguen también un papel hoy, en los 240 kilómetros camino de Peryagudes. Ganó la etapa Daniele Ratto, mientras Nibali dio un golpe en la general.
La Vuelta a España es una carrera que se gana siendo el más fuerte y no cometiendo errores. Parece una obviedad extensible al resto del calendario, pero no es así. El Giro, por ejemplo, requiere ser valiente y llegar con fuerza a la última semana. En el Tour hay que contar con un buen equipo y pegar un único golpe certero.
Hay un motivo para que la Vuelta tenga esa particularidad: el desarrollo de las etapas es lineal. Están diseñadas de forma que sólo los últimos kilómetros sean decisivos. Normalmente llegan todos los importantes juntos a pie del puerto final y ahí se imponen las fuerzas de cada uno, más aún si el puerto es una pared con porcentaje de doble dígito. Las diferencias son escasas y se fraguan segundo a segundo. Por eso es importante no fallar ni un solo día: hacerlo elimina al contendiente de la lucha por la victoria final.
Ayer, en cambio, se rompió esta tendencia y se generaron distancias de trazo grueso. No fue culpa del recorrido: los tres puertos anteriores a la Gallina eran mero desgaste, poco aptos para hacer diferencias. La clave residió en la climatología, la lluvia y el frío que atenazaron a los corredores. Alejandro Valverde, sin ir más lejos, se quedó helado en todos los descensos y tuvo que exhibirse en solitario en las dos últimas subidas para no perder demasiado tiempo respecto a Nibali y Horner, grandes triunfadores de la jornada y primeros favoritos en cruzar la meta.
14 abandonos es la cifra definitoria de la jornada. El pelotón de la Vuelta se vio mermado a base de hipotermias. Se retiraron sombras, como Vanendert o Poels. Algunos, como Zubeldia o Kreuziger, recibieron la puntilla tras días de enfermedad. Luis León se bajó yendo en fuga (“simplemente se derrumbó en la bicicleta”) y Jurgen Van de Walle, que cuelga la bicicleta a final de año, concluyó uno de los últimos capítulos de su vida deportiva con una nota triste. Y luego está Basso…
Ivan Basso sabía que esta era su última gran oportunidad de conseguir un último gran resultado para rematar su buen palmarés, deslucido por la sanción bienal del ‘tentato doping’. El varesino llegaba a la Vuelta fresco tras no poder participar en el Giro por un inoportuno forúnculo. Tenía ante sí un recorrido donde él, especialista en grandes puertos y en resistir, podía hacer mucho camino. Incluso estaba en buena disposición para ello, en los puestos nobles de la general, a menos de tres minutos del maillot rojo, a sólo dos del podio, con muchos días potencialmente eliminatorios de rivales ante sí.
Sin embargo, ha sido él el eliminado. “Es el día más triste de mi carrera deportiva”, dijo amargo. Se quedó congelado descendiendo Envalira, hasta el punto de que dos de sus compañeros tuvieron que frenar su bicicleta y bajarle de ella. “Me estaba sintiendo bien, confiado de cara a las próximas etapas. Será el destino, o algo así, pero mi temporada ha sido aciaga”.
La otra cara de la moneda la vivió, dentro del mismo Cannondale, Daniele Ratto. A sus 23 años es uno de los corredores más potentes del pelotón, encasillado en el rol de velocista pero capaz de subir al ritmo del propio Basso su subida fetiche, el Passo de San Pellegrino. Ayer fue capaz de doblegar a Philippe Gilbert y Luis León Sánchez e imponerse en meta con un holgado margen de casi cuatro minutos. Su primera victoria en 73 días de competición no llegó en una llegada masiva, como la que perdió en Burgos por maniobra irregular, sino en una etapa de alta montaña. Los caminos del Señor son inescrutables. El destino, o algo así.