Colombianos borrachos

Artículo publicado originalmente en Rock n’Vuelta – Arueda.com

La etapa de hoy en Peñas Blancas nos dejó una revelación, Leopold König; varias sorpresas y muchas líneas abiertas, incógnitas a resolver durante lo que queda de Vuelta a España.

Pero, si no os importa, hoy voy a dejar a un lado la tercera persona, la descripción y el análisis para relatar. Aunque parezca mentira, después de una vida de afición al ciclismo y seis años ejerciendo de una manera u otra de comunicador especializado en este deporte, Peñas Blancas era el primer final en alto que vivía como aficionado. Y, aunque sólo sea a título de anécdota, me apetece plasmar unas cuantas sensaciones.

La primera, la sensación de plan. El día antes, llamé a la policía local para asegurarme de la hora límite para subir el puerto con el coche. Llegamos veinte minutos antes de ella y nos negaron el paso. Abocados al cambio de plan, echamos a andar hacia arriba, confiando en el milagro y en nuestras piernas. Sin embargo, cuando después de un kilómetro de pateo habíamos bebido 6 de las 24 cervezas que llevábamos en dos neveras cargadas de líquido de diverso pelaje, vimos que el nuevo proyecto no tenía visos de prosperar.

La segunda, la sensación de milagro. Pese al desaliento y la amenaza de sequía, continuamos caminando tres kilómetros más bajo el sol de Estepona. Los niños nos saludaban y gritaban las marcas que llevábamos en las camisetas, invadidas de sudor. Entonces, apareció la providencia: dos periodistas amigos nos ofrecieron montar en su coche y ahorrarnos los kilómetros de subida. Júbilo es poco para describir nuestro estado de ánimo. Cuando llegamos a la herradura situada a 5 de meta, nuestro objetivo inicial, no cabíamos en nosotros de gozo.

La tercera, la sensación de playa. Todo a nuestro alrededor era festivo. La gente subía y bajaba en bicicleta, jaleaba cualquier cosa que sucedía, merendaba en plan almuerzo o almorzaba en plan merienda. Un árbol nos brindó sobra para tumbarnos debajo, yantar y descansar. Ahí estábamos, como en la playa, pero con asfalto y ciclistas en vez de mar y gaviotas. Una muñeca hinchable vestida de Cofidis completaba un paisaje que sólo se vio alterado por el paso de la caravana publicitaria. Fueron uno o dos minutos de alborozo y codicia, con los aficionados asaltando las furgonetas ávidos de gorras y banderitas promocionales.

La cuarta, la sensación de éxtasis. Cuando la carrera llegó, levantamos el campamento base para acercarnos a la herradura propiamente dicha. Ahí, con un oído puesto en un transistor cuyas pilas (recargables) duraron diez minutos, un hombre danzaba en ‘mankini’ y nosotros esperamos a los corredores. Cuando por fin los vimos, saltamos y empezamos a aplaudir y gritar nombres llevados por una especie de éxtasis. Desde Nerz y Cataldo, que abrían carrera, hasta Nikias Arndt, que la cerraba, todos se llevaron nuestros ánimos y los de todos los aficionados congregados por allí. Fueron veinte minutos extraordinarios que justificaron por sí solos todo el día.

La quinta, la sensación de incertidumbre. Una vez pasado el quid de la cuestión, teníamos un problema. Al principio no sabíamos como subir, y ahora no teníamos ni idea de cómo bajar, con el agravante de que ya estábamos arriba y podíamos tener ante nosotros una caminata de diez kilómetros hasta la base del puerto. Ante la incertidumbre, volvimos a pulsar la posibilidad de un milagro. Era necesario convencer a alguien de que nos hiceiera hueco en su vehículo. El padre de un exjugador del Poli Ejido pareció una buena opción, pero no cuajó.

La sexta, la sensación de surrealismo. Nos fijamos que en la herradura había un grupo de colombianos. Nerviosos y ebrios, buscaban a Urán y Henao desesperadamente entre los corredores que bajaban lanzados montaña abajo. Nosotros, que conocíamos a casi todos los ciclistas, no teníamos problemas para conseguir saludos, bidones y demás. Pero, en lugar de solidarizarnos, quizá señalarles a Cayetano Sarmiento (otro colombiano, de Cannondale), empezamos a reírnos de su desesperación cuando Urán pasó de largo y dos de los aficionados se enrabietaron. Surrealistas y socarrones, al paso de Christian Knees gritamos un “vamos Henao” que desató nuevas iras entre esos colombianos que creían se quedaban sin ver a sus paisanos.

La séptima, la sensación de milagro ampliada. Porque en un momento dado observamos que los colombianos eran una buena opción para bajar Peñas Blancas en vehículo, hablamos con ellos y les aconsejamos que pidieran a un coche de Sky que se detuviera, que Henao probablemente estuviera dentro. Lo lograron y, aun sin Henao por medio, quedaron felices con su foto junto al Jaguar de Sky. Nuevo milagro, éste mayor que el anterior: nos ofrecieron alargarnos hasta nuestro coche.

La octava, la sensación de riesgo. Nuestro conductor se llamaba Juan Carlos y el copiloto, Nelson. Nos pidieron sendas cervezas, las últimas que nos quedaban, y se las fueron bebiendo durante la bajada. Nos ofrecieron una bebida casera, “algo colombiano”: una devastadora mezcla de cerveza, ron y Coca-Cola. Tanto Nelson como Juan Carlos iban borrachos; lo demostró este último cuando, con buen criterio, decidió pitar con el claxon sistemáticamente a todos los policías y guardias civiles que encontramos por el camino. Era un riesgo, pero su tranquilidad etílica nos convenció para no sobresaltarnos. Aun con la lengua trabada, acertaron a hablarnos de Fabio Parra, Lucho Herrera, Santi Botero y, por supuesto, Nairo Quintana. También nos dijeron que, en realidad, Henao y Urán no eran demasiado famosos en Colombia. Finalmente, llegamos al coche sanos y salvos y con dos nuevos personajes para nuestra galería.

¿Cuál es la conclusión de este relato? Que acercarse a ver una carrera in situ merece la pena. Aunque seguir el desarrollo de la carrera sea más complicado, aunque por la tele se vea mejor, la comunión con otros aficionados, las situaciones y las sensaciones son únicas. Si de aquí al final de Madrid, dentro de dos semanas, tenéis la oportunidad de acercaros a la ruta, hacedlo: mola.

Mañana Rock n’Vuelta volverá a versar sobre la carrera, pero el ex abrupto de hoy era justo y necesario.

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