La gigantesca maniobra de publicidad del informe del Senado francés sobre el dopaje ha tenido el efecto deseado. De él no emana ningún compromiso sino varias recomendaciones y un buen estruendo, lo ideal para justificar sueldos sin adquirir calentamientos de cabeza.

El medio para este fin es un anexo con una lista de positivos de dos Tours de Francia del pasado siglo. Pruebas caducadas de un dopaje que en todos los casos estaba asumido y en algunos, incluso, admitido.

Tres españoles fueron nominados en esta lista. Marcos Serrano, de momento, no ha reaccionado. Abraham Olano negó la mayor y ha sido despedido por Unipublic de su cargo como director técnico y diseñador de recorridos de la Vuelta a España, una decisión sin demasiado sentido más allá de la hipocresía. Y Triki Beltrán se ha defendido diciendo que no tiene dónde defenderse de esta acusación, sin entender el carácter del proceso ni su trascendencia real.

Y fuera de nuestras fronteras ha habido tres confesiones. Jacky Durand ha sido moralista y esperanzador. Erik Zabel ha reconfesado, reconociendo que lo dicho hace seis años era mentira y declarando una nueva bola destinada a evitar que le toquen el palmarés aprovechando que los delitos de dopaje prescriben a los ocho años de cometerse. Y Stuart O’Grady ha seguido el ejemplo que dio Zabel en 2007, circunscribiendo su dopaje justo a la época en la que le han pillado. Pero mal. No esperó a que el Senado publicara su informe y su positivo es de dos semanas después de la última vez que, según él, se dopó. Ya veremos si el detalle es pasado por alto por las autoridades de su país.

El ciclismo cambia, pero hace falta afrontar públicamente del dopaje o discutir sobre sus implicaciones morales para que cambie del todo.