
Monografías
Peter Sagan: un proyecto de ciclista total
¿Por qué Evans no levanta los brazos cuando gana?
Ezequiel Mosquera: el último de su estirpe


Un Proyecto por el Ciclismo

El brillo convertido en mate

El perfecto final para la canción de Vanderbroucke
Si consideramos la muerte un buen final…
16 de Octubre, Arueda.com
La letra de la canción de Vandenbroucke es tan inquietante como la de ‘Cemetry Gates’, mientras que su melodía es si cabe más alegre. Era un corredor fino, casi un artista sobre la bicicleta. Su pedalear con el desarrollo justo para dar demostraciones de poder ha firmado etapas de antología. En España, casi siempre, recordamos la etapa de Ávila; de alguna manera, fue su obra maestra.
Situémonos en el tiempo. Vandenbroucke, VDB para los aficionados, vestía el maillot de Cofidis. Se corría la Vuelta a España de 1999, una de las ediciones más duras que se recuerdan, que a la postre engrosaría el palmarés de Jan Ullrich. VDB llevaba toda la carrera metido en la pomada de la general, defendiéndose con sus exiguas cualidades para la alta montaña para firmar un top15 y, de paso, preparar las clásicas de final de temporada y poder llevarse la general de la añorada Copa del Mundo. Sus ambiciones de cara a los puestos altos de la general se diluyeron ante la terrible competitividad y las inclemencias de un recorrido brutal. En los Rassos de Peguera pegó el petardazo definitivo, dejándose ir con el pelotón para llegar a más de veinte minutos de los primeros.
Ya sin la presión de la clasificación absoluta, o quizá presionado por su fallo, VDB decidió resarcirse. Lo hizo camino de Teruel, con una fuga típica de última semana de vuelta grande donde fue el más listo y el más fuerte para batir al sacrificado Jon Odriozola, que por aquel entonces vestía los colores de Banesto. La ventaja adquirida le permitió entrar de nuevo en la lucha por el simbólico top15 de la general; sin embargo, seguramente eso ya no le importaba. Frank Vandenbroucke era un genio, y una vez sin objetivo claro quería pedalear para disfrutar. También para demostrar que la suspensión interna de mes y medio que acababa de cumplir por su relación con el turbio Dr. Mabuse no iba a afectar a su rendimiento deportivo.
La máxima expresión de esto tuvo lugar tres días después. Se corría una etapa típica, El Escorial – Ávila: media montaña, llegada en el empinado pavés de las Murallas. El día previo, en otra etapa típica con final en el Alto de Abantos, Frank ya hizo de las suyas: sólo un despiste permitió a un fortísimo Roberto Laiseka llevarse la victoria en detrimento del belga. Ahora llegaba una nueva ocasión; Ávila es terreno abonado para el espectáculo. VDB decidió aprovechar esto cuanto antes, y a treinta kilómetros de meta realizó una escabechina. Pero no lo hizo en los dos puertos de primera que se subían aquella jornada, sino en el «flojo» Alto de Navalmoral de segunda categoría.
Allí encendió la máquina y descolgó a casi todos los integrantes de su grupo. Sólo le acompañaban, sufriendo, los cinco mejores de la general (Ullrich, Heras, Tonkov, Igor Galdeano, Chava Jiménez) y dos outsiders como Leonardo Piepoli y Mikel Zarrabeitia. A 500 metros para coronar, incluso, se permitió el lujo de apretar un poco más hasta poner tierra de por medio respecto de los favoritos. Se dejó después atrapar, dejó después que Zarrabeitia se marchara, dejó hacer en definitiva. Cuando Zarra llevaba veinte segundos de ventaja y sólo faltaban dos kilómetros para la meta, arrancó de nuevo. Nadie pudo seguirle, rebasó a Zarrabeitia antes de pasar por la pancarta del último kilómetro y, sobrado, celebró la victoria y la exhibición casi ochocientos metros. Aunque durante toda la Vuelta algunos medios e incluso integrantes del pelotón le criticaran por hacer un trabajo de equipo ilegítimo para Ullrich, todo quedó opacado por este tremendo acto de fuerza y valentía, por esta obra de arte impresionante. De videoteca.
El de Ávila era un Vandenbroucke genial, pero no menos lo era el de la Lieja de aquel mismo año 1999. En entrevistas previas a la carrera se permitió el lujo de anunciar que atacaría en la Côte de la Redoute y nadie podría seguirle. Efectivamente, lo probó en la citada cota; pero su ataque ganador se vio frustrado por la mayoría numérica del equipo Rabobank, que le reintegró al grupo de inmediato. No hubo problema, sólo tuvo que esperar hasta la Côte de Saint Nicolas. Ahí dio el segundo y definitivo hachazo; ni un Boogerd cercano a su cénit ni el por aquel entonces dominador Bartoli pudieron hacer nada.
Podríamos pasar líneas y líneas hablando de gestas de Vandenbroucke. De las auténticas exhibiciones que daba cada vez que se sentía inspirado, de cómo en su temporada de neoprofesional con sólo 20 años fue ya capaz de ganar una etapa del Tour del Mediterráneo. O esas cuatro etapas más la general que se llevó de botín en la Vuelta a Austria de 1996. Pero resulta imprescindible detenerse en la persona, en el Vandenbroucke que nos esperaba en la puerta del cementerio. En aquel genio sin control, talentoso e inestable a partes iguales.
En primer lugar, Frank demostró siempre un carácter arrollador. No sólo por su carisma, sino también por su determinación a la hora de tomar decisiones. Un ejemplo claro fue su cambio de equipo en 1995, dejando a su tío y director deportivo Jean-Luc atrás, yéndose de Lotto para recalar en Mapei. El mejor equipo del mundo para el mejor joven del mundo; por aquel entonces, la estructura dirigida por Giorgio Squinzi estaba recién nacida a partir de CLAS y se encontraba en crecimiento, a pesar de lo cual ya disponía de una plantilla más que interesante.
Fueron los cuatro años que se mantuvo allí, junto al primero de los dos que pasó en Cofidis, aquellos en los que dio un mayor rendimiento deportivo. Desde el affaire provocado por su relación con el Dr. Mabuse en 1999 nada volvió a ser igual; aquellas semanas apartado de la competición por la escuadra gala desestabilizaron su particular esquema mental. En invierno de ese año, de hecho, hizo un amago de dejar el equipo. Se quedó, completó una temporada mediocre y cambió de colores, pasando a Lampre. Allí, en lugar de mediocridad, indisciplina; no se presentaba a las carreras, pasaba de todo. Cavaba su tumba ciclista y personal.
A partir de allí, vida tortuosa en lo personal y en lo profesional. Arrepentimientos, falsas redenciones, nuevos pasos al cementerio en temibles días soleados. Ocho años y siete equipos: Domo, Quick Step, Fassa Bortolo, MrBookmaker – Unibet, Acqua e Sapone, Mitshubishi y Cinelli. Ocho años con pocos días buenos: el Tour de Flandes de 2003, donde fue segundo tras Van Petegem; su aceptable campaña de clásicas en Fassa Bortolo, donde no cumplió las expectativas. Ocho años que estuvieron repletos de tormenta, de entrenamientos sin completar y espantadas; pero también de preocupantes flirteos con el dopaje y la locura. Disparos al techo, chantajes emocionales, drogas de todo tipo. Vetado por los organizadores de las grandes carreras, Frank Vandenbroucke era ya sólo una sombra que de vez en cuando se materializaba para ilusionar a todos los aficionados con un posible retorno.

En los días previos a su trágica y misteriosa muerte senegalesa, de hecho, había anunciado una nueva vuelta a la competición. Apareció en el ambiente ciclista a raíz de los Campeonatos del Mundo, escenificando un acuerdo con su antiguo preparador físico Aldo Sassi para que le ayudara a ser el que fue. Había apuntado intenciones reales para ello, en otro temible día soleado, ganando una etapa de la modesta Boucle de l’Artois. Se decía, tal y como mencionó Carlos Arribas en El País, que tenía un acuerdo con Joxean Fernández ‘Matxin’ para el nuevo proyecto que el director vasco prepara a partir de Fuji – Servetto.
De nuevo, todo acabó un temible día soleado. Vandenbroucke pasó la noche con una mujer senegalesa en la habitación de una pensión, donde al parecer se administró una sobredosis de medicamentos. Era demasiado, al final cruzó la puerta del cementerio y nos dejó a todos un poco huérfanos del superclase al que aún esperábamos. Era el final perfecto, oscuro, para la vida de un genio como ha sido Frank Vandenbroucke. Siempre y cuando consideremos la muerte un buen final.
Un digno final para una carrera marcada
¿Óscar Pereiro a Xacobeo?
Arueda.com
Fuera del ambiente ciclista no se recuerda como era el Pereiro de antes de aquel Tour. Dentro… es difícil recordarlo. Parecen dos corredores diferentes. El Pereiro pre2006 era un corredor combativo, sin nada que perder, capaz de ganarse la vida compitiendo en el modesto Porta da Ravessa. De embarcarse a la aventura en Phonak de la mano de Álvaro Pino para clasificarse undécimo en el loquísimo Giro’02. De acumular fugas y más fugas en el Tour’05 hasta conseguir una victoria; y, de remate, cazar otra fuga más para colocarse décimo en la general final. Ése era Pereiro.
Precisamente, fue siendo él mismo como se arruinó. En el Tour de 2006 partía de colíder de Caisse d’Épargne junto a Alejandro Valverde. El murciano fue eliminado por una caída a las primeras de cambio, él era jefe de filas único y falló en Beret. Casi veinticinco minutos de desventaja le animaron para filtrarse en una fuga camino de Montélimar junto a Chavanel, Voigt, Quinziato y Grivko. Lo recuerdo como si fuera ayer, cómo Grivko atacó y se desfondó a unos treinta kilómetros de meta. Acabó perdiendo seis minutos. Después Voigt hizo uno de sus demoledores demarrajes, Óscar se fue con él. Victoria para el alemán, el español esperaba nervioso en meta junto al locutor de TVE (¿era Carceller?). La ventaja necesaria para alcanzar el maillot amarillo, algo más de 28:30, se había superado en referencias intermedias pero parecía imposible en meta por cuanto el pelotón aceleraba en preparación del sprint por los puntos del maillot verde. Finalmente fue posible, Pereiro se puso líder con minuto y medio sobre un Landis cuyo Phonak decidió no perseguir para dejarle el trabajo de controlar la carrera al Caisse d’Épargne.
Con lo que no contaba Landis era con Pereiro aguantando como un jabato. Tampoco con el brutal petardazo que el propio americano iba a dar en La Toissure. Aquello le desquició. Al día siguiente, en una de las últimas burradas del ciclismo de los pinchazos y en una de las etapas más bonitas que se han visto en el Tour en los últimos años, Landis le dio la vuelta a la carrera con una exhibición camino de Morzine y pasando el durísmo Joux Plane. Él sólo reventó la fuga del día, reventó al pelotón que le perseguía, reventó todo. En la última crono acabó de consumar su remontada. Reventó dos carreras cuando dio positivo por testosterona. La primera, el Tour de Francia de 2006. La segunda, la carrera deportiva de Óscar Pereiro.
Los meses siguientes fueron de incertidumbre, de desmotivación, de agobio. El gallego estaba acorralado por el positivo de Landis, que le convertía en ganador legal del Tour, y por la negativa de ASO ha reconocerle este mérito. Se convirtió en un hombre mediático, y cada entrevista era lo mismo: ¿Cómo te sientes? ¿Cuándo te dan el Tour? ¿Qué injusto todo, verdad? Extenuante. A partir de entonces, Pereiro fue una sombra.
Aunque 2007 no fuera del todo un mal año, su décimo lugar en el Tour supo a poco al aficionado no especializado aunque fuera lógico para aquel que conociera el desempeño normal del gallego. 2008, sin presión por contar con el curioso paraguas de la decepción y con el escudo de un Valverde dispuesto a centrar los focos en la gran ronda francesa, parecía su temporada para la resurrección. Lo estaba siendo. Óscar lo reconocía, volvía a disfrutar sobre la bici y a ser él mismo. Atacaba, se fugaba, volvía a ser un corredor combativo que, por ejemplo, mostraba una faceta olvidada: gran descendedor. Mejor descendedor que escalador, de hecho. Y fue en una bajada donde todo volvió al suspense: en el Col d’Agnello, una caída escalofriante por un terraplén, de carretera a carretera. Todos los corredores de Caisse d’Épargne arremolinados en torno a él, Chente García Acosta pensaba que había muerto. No. Se había quedado afectado, rotos algunos huesos. Pero había salvado la vida.
Si humanamente había sido un mazazo, más aún lo había sido desde el punto de vista deportivo. La caída fue otro antes y otro después. Porque antes era difícil motivarse, pero después resultaba imposible. Se dudaba incluso de la continuidad de Pereiro en el pelotón este 2009. Sin embargo, el talentoso corredor gallego decidió intentar cumplir su contrato, y lo hizo funcionarialmente. Provocó un divorcio en el seno de su equipo. No se veía bien de cara al Tour, intentó forzar, pero camino de Envalira claudicó. Unzué, disconforme, manifestó meses después en El Mundo Deportivo que «debería haberme liado a hostias con él», una afirmación exagerada que sin embargo dice mucho. A Pereiro ya no se le quiere deportivamente en la formación bancaria, que le ha enseñado la puerta de salida. Ya habla de ella como si de un ex equipo fuera, a pesar de que dentro haya dejado «grandes amigos» gracias a su carácter extrovertido.
Pero ese no es final para un corredor tan brillante como él. Óscar no se debe conformar con retirarse en silencio, en salir por el arrastre en lugar de por la puerta grande. Aún tiene ofertas, de todos aquellos que saben que su problema no está tanto en las piernas sino en la cabeza, que es al fin y al cabo la que gira los pedales. Liquigas se ha interesado por él; incluso el Radioshack de Lance Armstrong. Pero su lugar está lejos de esos destinos internacionales en los que lleva, al fin y al cabo, tanto tiempo. Sería igual de difícil motivarse. Su destino está más abajo, en un lugar donde recibir el cariño que merece. En Xacobeo.
Los últimos días han estado llenos de rumores. Todos van en la misma dirección. Óscar quiere irse a Xacobeo, que necesitaría un nuevo patrocinador para asumir su ficha. El corredor está dispuesto a poner de su parte, a bajar su caché e incluso a no cobrar. Pino no le haría ascos si así fuera; no hay que olvidar que fue el preparador gallego quien fichó a Óscar para el equipo Phonak en 2002, consciente de sus posibilidades. Su rol en la carretera no sería tanto el de líder, ése es para Mosquera, sino el de ciclista libre que pueda aprovechar sus buenos días para destacar. Incluso, por qué no, Pereiro se puede adaptar al papel de gregario como ya ha hecho en varias ocasiones.
Más importante que su rol en la carretera sería su rol fuera de ella. Pereiro es una de esas personas nacidas para ser estrella, para presentar programas de televisión y ser, en definitiva, famoso. Un gancho mediático. El hombre capaz de amarrar la continuidad del patrocinio por parte de las autoridades gallegas al equipo Xacobeo: el cambio de gobierno lo ha puesto en duda. Y más aún con el asunto del Dr. Beltrán, médico que entró a trabajar en Xacobeo mediada la Vuelta y resultó estar implicado lateralmente en los positivos de Héctor Guerra, Nuno Ribeiro e Isidro Nozal en Portugal. Que Óscar estuviera en Xacobeo amarraría el futuro de la estructura gallega.
En los últimos días, Pereiro se ha reunido con el nuevo Secretario Xeral do Deporte de la Xunta de Galicia para tratar su incorporación al equipo Xacobeo. Para tratar la continuidad del equipo. Para hacerle un último favor al ciclismo gallego. Para hacerle un último favor a su mentor Álvaro Pino, para hacerse un favor y terminar con la cabeza bien alta su vida deportiva antes de empezar su vida en la fama más hedonista. Para darle un digno final a una carrera marcada.
Bert Grabsch, crítico, contrarrelojistas
El titular de la crónica de Cyclingnews toma otra dimensión si observamos el calendario de Bert Grabsch. Da la sensación de que el alemán lleva todo el año intentado justificar su campeonato del mundo. Vuelta al Algarve, Vuelta a Murcia, Tirreno – Adriático, Critérium Internacional, Tres Días de la Panne, Cuatro Días de Dunkerke, Vuelta a Baviera, Dauphiné Liberé. Cinco meses de temporada, los cinco meses compitiendo, y siempre en el mismo de carrera salvo excepciones como Qatar, Mallorca y algunas clásicas: vueltas pequeñas con una contrarreloj individual programada. Hasta hoy no había ganado ninguna de esas ocho contrarrelojes, en todas había encontrado alguien mejor o en mejores condiciones ante el cual salir derrotado.
La situación, la verdad, es un poco desoladora si tenemos en cuenta que no hablamos de un ciclista que esté buscando su sitio, ni siquiera de un especialista cualquiera: se trata del campeón del mundo en la lucha contra el cronómetro. No es lógico que ocho corredores distintos le derroten en el terreno donde, teóricamente, es el mejor. Tampoco sería justo considerar el entorchado que se adjudicó el año pasado en Varese fue un mero golpe de suerte, más bien de falta de competencia real. Grabsch ha sido siempre un ciclista consistente, pesado, de los que desarrolla una potencia terrible en cada pedalada; por poner un ejemplo, ganó la famosa y denostada contrarreloj de Zaragoza de la Vuelta 2007. Pero poco más. Entonces…
Bert Grabsch es el campeón del mundo contrarreloj con el perfil más bajo de la historia. Desde que esta modalidad posee un campeonato del mundo propio y oficial (olvidamos el oficioso GP de las Naciones), Agrigento’94, todos los ganadores han sido ilustres vueltómanos o especialistas de relumbrón: Ullrich, Jalabert, Boardman, Indurain. Incluso Honchar o Botero. Sin embargo, desde 2002 la concurrencia, el nivel, fue bajando.
Ejemplo de ello son los tres títulos conquistados por Michael Rogers, el primero indirectamente heredado del positivo de David Millar. En ellos, sólo el de 2005 tiene un podio relativamente deslumbrante, con el australiano flanqueado por Iván Gutiérrez y Fabian Cancellara. Después, en 2006 y 2007 Fabian Cancellara se llevó el arcoiris sin demasiada oposición. El año pasado, ni la locomotora suiza tomó la salida y Grabsch se impuso al semidesconocido Svein Tuft y David Zabriskie. Tras ellos, buenos nombres como Leipheimer, Larsson ó el proyecto Tony Martin.
Sin embargo, queda un cierto regusto amargo. ¿No hay mejores contrarrelojistas? ¡No! No los hay. Al menos, no los hay interesados en participar en el campeonato del mundo de la especialidad. Aunque el pasado fuera año olímpico, lo de menos sería esperar que los mejores especialistas tomaran parte en la prueba. Otro cantar es que ahora mismo no haya demasiado especialistas de verdad, y ese es el objetivo de todo.
El mejor especialista de la actualidad es Bert Grabsch. Le discute el título Fabian Cancellara. El resto, los nombrados en este artículo penco o bien son de nivel más bajo (Rogers, Millar, Zabriskie, Larsson, Bodrogi, Iván Gutiérrez), o bien son un mero proyecto (Clement, Martin)… o bien son vueltómanos cuya virtud en cronos radica en la multilateralidad de su preparación (Leipheimer, Evans, ¿Contador?).
¿Se estarán perdiendo los contrarrelojistas puros?
Se va José Antonio Garrido y, con él, Costa de Almería

No era valiente sobre la bici, rara vez se le veía en fugas de esas que no van a ninguna parte. Al principio de su carrera corrió en Benfica, donde se hizo un nombre pequeño que le valió para fichar por otro equipo pequeño, ése Costa de Almería (Jazztel o Paternina, siempre el mismo espíritu) que cada vez echo más de menos. Ahí consiguió dos victorias bonitas, con denominadores comunes: final en alto y corto kilometraje. La primera fue una victoria en Pal, en la Volta a Catalunya 2002; creo recordar que frente a buenos nombres, a pesar de que el vencedor final fuera otro gregario de su estilo, el por aquel entonces ya veterano Aitor Garmendia. La segunda fue en Navacerrada, en la Clásica de Alcobendas 2003; luchando con Piepoli y uno de los rusos del Banesto de aquel entonces, creo que Menchov.
Sin embargo, la cumbre de su carrera no fueron a mi parecer estas dos victorias individuales sino el trabajo colectivo que desarrollara en favor de José Antonio Pecharromán en tres pruebas distintas: Castilla y León (aquí quedó clasificado por delante de mi triste ídolo de siempre), Euskal Bizikleta (fue décimo o similar, Pecharromán ganó la general y tres inolvidables etapas) y Volta a Catalunya (aquí en la general acabó hundido, pero fue siempre el último hombre en tirar para el Pecharromán que ganó la general y la crono de Vallvidriera). Con Pecha se fue a Quick Step, un equipo grande donde rendiría de verdad…
Tres años trabajando para Bettini y compañía (para Pecharromán no tuvo oportunidad de trabajar, de tan mal que anduvo el manchego), tres años trabajándose un respeto respetable, valga la pretendida redundancia. Nunca buscó resultados para sí mismo mientras estuvo a las órdenes de Lefévre; recuerdo una fuga en el Giro de Italia 2005 donde subió ¿el Gavia? trabajando para Bettini. A los pocos kilómetros de ascensión se cortó, vacío. Antonio Alix hizo un comentario sumamente cruel… «ahí va José Antonio Garrido, arrastrándose». Creo que se la tengo guardada aún, dicho sea con una sonrisa.
No renovó con Quick Step por una falta de palabra del patrón, que le prometió dos años de contrato y le dió cero. Quedó en la estacada, duró medio año sin equipo hasta que LA-MSS le firmó para correr la Volta a Portugal. Trabajo satisfactorio, consecuente renovación. Esta última temporada, por el contrario, no rindió. No pudo. A mediados de mayo, después de la muerte de su compañero de equipo Bruno Neves, la policía judicial intervino la escuadra; adiós, todo. Se acabó Garrido, que estuvo a punto de salir a flote con el Cartaxo que también se hundió. Después ha recibido ofertas, ninguna le satisfizo; sólo quedaba la retirada. Adiós, Josean, adiós.
Se acaba la semilla de aquel Paternina – Costa de Almería 2003 mítico para mí. Dieciséis más uno ciclistas (el uno, Didac Cuadros, corrió sólo un par de carreras) que aún me sé de memoria. Los ocho que participaron en la Volta a Catalunya de la gloria fueron, por orden de eliminación para el ‘treno’ que dejaba a Pecha solo para rematar el trabajo: Tondo, Torrent, Guillamón, Ferrío, Ximo López, Rafa Casero y Garrido, que recuerdo que llevaba el dorsal 1 del equipo. Hasta hace poco, creía que Pecha llevó el 64; una consulta a CyclingNews me dice que su dorsal fue el 126 y de paso me sirve para confirmar a mi memoria.
También estaban en el Paternina’03 Darío Gadeo y Díaz Lobato, que se retiraron entre sombras después de denunciar el dopaje a la estela de Manzano pero con más valentía puesto que aún seguían en el circo; el pibe Toledo, que no duró mucho en pros por cuanto sólo tenía motor para sprintar; el lesionado Ricardo Valdés (grandísima su etapa de la Vuelta a Asturias, fugado 130 km, donde hizo doblete por delante de un Torrent que ganó el sprint de grupo), el irlandés Dermot Nally, mi paisano Carlos Golbano, Domingo José Sánchez Segado (nunca me cayó bien, no sé por qué, y ahora me arrepiento un poco de ello) y aquel José Luis Martínez que casi la lió en una etapa de la Vuelta a Andalucía que ganó Ivanov. José Luis Martínez, qué cariño le tenía; me lo encontré de paisano en la Vuelta a España de 2006, donde me contó el estado del CV por dentro mientras yo me sonreía mucho. Por dentro.
Les tengo mitificados, para qué me voy a engañar. Con el tiempo he ganado conocimiento, y veo que ese equipo que tengo en un altar estaba dirigido por un «chorizo» (¿chorizo?) llamado Miguel Moreno, y además considerado como un escuadrón de bomberos. Me da igual. Yo sigo pensando en las seis victorias de Pecharromán, la de Casero en Valencia, la de Valdés en Asturias, la de Garrido en Alcobendas y la de Díaz Lobato en Galera; diez victorias, las cuentas claras y el recuerdo precioso.
De ese equipo sólo quedan dos ciclistas en pie. Mejor dicho, uno y medio. Porque Torrent, tras sus lesiones, ahora mismo no tiene equipo. Xavi Tondo, por contra, sí: correrá en Andalucía, el de Valls ha acabado por demostrar su gran calidad escaladora y cierta polivalencia para quitarle la razón a Miguel Moreno, que no le renovara en 2004 porque… aún no le encuentro explicación.
Tengo una nostalgia terrible de ese equipo. Ahora que se va Josean, voy a tener mucha más. Comprendo que estos artículos tan divagantes y sin repasar rompen un poco con mi estilo; pero de vez en cuando echo de menos el tiempo en que disfrutaba tantísimo del ciclismo, cuando leía la Ciclismo a Fondo como si fuera la biblia, ignoraba la existencia del Meta2Mil y aprendí a programar el vídeo para poder ver las carreras al volver del colegio. Días felices… quizá los de ahora lo son más.