Vinokourov contra la memoria del ciclismo

El pasado domingo, Alexandre Vinokourov dejó atrás a Alexandr Kolobnev en los últimos compases de la Cöté d’Ans para imponerse por segunda vez en la Lieja-Bastogne-Lieja. El kazajo entró en meta extendiendo los brazos, lanzando besos, aplaudiendo, loco de alegría por volver al primer plano del ciclismo. Su gesto de torció cuando subió al podio, recogió su trofeo… y el público le abucheó.

El ciclismo es un deporte de memoria y sentimientos. Los resultados permanecen en los papeles, pero el recuerdo de los aficionados se compone de sensaciones y no de números. La victoria de Vinokourov fue recibida por los belgas presentes en la meta de Ans como una ofensa después de que el kazajo protagonizara en 2007 uno de los positivos más sonados de la historia. Un positivo especialmente sangrante por cómo intento tomar el pelo al mundo del ciclismo antes, durante y después de que un control antidopaje delatara que había recurrido a una transfusión homóloga (de sangre ajena) para aumentar su rendimiento.
Alexandre Vinokourov (1973, Petropavlosk) no fue nunca un ángel. Al contrario, siempre resultó un ciclista controvertido, de gran calidad y mayor víscera. Ello le convertía en un corredor combativo en carrera, agradable para el aficionado pero incómodo para los compañeros, que veían como el insaciable kazajo no hacía más que reclamar más trozo del pastel competitivo, más presencia en carrera. Llegó a reclamar el liderazgo del Telekom en pleno esplendor de Jan Ullrich y a atacar a por la victoria (con éxito) en la llegada a los Campos Elíseos del Tour de Francia de 2005, en un coto habitualmente vedado para caza de los esprinters donde sus ganas de lucha le llevaron a triunfar.
Era un corredor polivalente, querido y amado, hasta que los delirios de grandeza comenzaron a pesar demasiado en su cabeza. Su inmenso poder fáctico en Kazajastán, procedente de su condición de deportista insignia del país y su amistad con los más altos mandatarios, hizo posible que las principales empresas del país le proporcionaran dinero para financiar la estructura de Manolo Sáiz en cuyas filas formaba (aquel Liberty Seguros defenestrado por la OP) y luego una escuadra propia, el Astaná con que tomó parte en el Tour de Francia 2007. En él, Vinokourov contaba con sus habituales cualidades y el respaldo de una pléyade de gregarios excepcionales como su compatriota Andrei Kasheckin, Andreas Klöden o Paolo Savoldelli. El objetivo no era otro que el maillot amarillo.
No aprovechó Vinokourov la oportunidad de ganar en buena lid. Fue perdiendo tiempo en todas las etapas decisivas hasta quedar a casi ocho minutos del líder Rasmussen antes de la importante crono de Albi, en la segunda semana de la carrera. En ella, el kazajo perpetró su primera exhibición, distanciando al siguiente (un consumado especialista como Cadel Evans) en más de un minuto. La segunda, más estratosférica si cabe, la realizó camino de Loudenville, en la mítica etapa en la cual Alberto Contador y Michael Rasmussen libraron un espectacular mano a mano en el Col de Peyresourde. Vino aventajó en un minuto al segundo en la línea de meta después de pasar todo el día fugado. Y de haber perdido media hora el día anterior en Plateau de Beille.
Las sospechas suscitadas por estas prestaciones se confirmaron al día siguiente, mientras el corredor declaraba gozoso en L’Équipe que su presencia inspiraba «respeto en el pelotón». El 24 de Julio, día de descanso, salía a la luz su positivo en la crono de Albi. Transfusión homóloga, un término con el cual los aficionados al ciclismo se familiarizaron dolorosamente durante un tiempo. Todo el Astaná tuvo que abandonar la carrera, con gesto compungido y en furgonetas; parecían más presos que ciclistas. Vinokourov, por su parte, montó su teatro y echó la culpa del positivo a las alteraciones que le pudo haber generado una caída en la quinta etapa.
Los actos que vinieron después continuaron el esperpento. Vinokourov anunció su retirada y se parapetó tras la Federación Kazaja de Ciclismo para recibir un único año de sanción y no pagar su sueldo de 2007 como multa tal y como contemplaba el Código Ético que tuvo que firmar aquella campaña para participar en las carreras ProTour. La UCI, errática, no consiguió hacer pagar a Vino, pero sí extender su sanción hasta los dos años que la normativa vigente impone como máxima para los culpables de dopaje. Ello no impidió que la sombra del kazajo permaneciera presente en el ciclismo mundial a través de declaraciones periódicas y de su imprescindible intermediación para la supervivencia del equipo Astaná.
Ahora, después de un exitoso ensayo a finales de 2009, Vinokourov ha vuelto al primer plano del ciclismo mundial. Pero lo hizo entre abucheos. La memoria de los aficionados tocó los sentimientos del kazajo, que al día siguiente mandó una carta abierta a los medios de comunicación donde afirmó no querer «ser el único y muy fácil objetivo de todos los males del ciclismo». El escepticismo volvió a reinar en los aficionados más suspicaces, que habían visto con indignación no sólo la victoria de Vinokourov, sino la compañía que tuvo en el podio de un Alejandro Valverde que sigue corriendo aun con la espada de Damocles de la sanción provocada por el CONI pendiente sobre su cabeza.
Es difícil determinar si los aficionados tienen o no razón afeando al corredor kazajo. Más allá de las filias y fobias que despierte el personaje, Vinokourov ha purgado sus penas pasando dos años sin competir. Es cierto que no cumplió la sanción completa al no ingresar su año de sueldo en las arcas de la UCI; pero sí el grueso de la misma. En teoría, tiene derecho a participar en todas las carreras que desee, derecho a ganarlas, a retirarse o a llegar fuera de control. Sin embargo el aficionado, el auténtico termómetro del ciclismo mundial a través de sus memorias y sensaciones, ha juzgado que no es digno de ello por toda la controversia que su caso, que junto al ‘affaire’ Rasmussen estuvo a punto de tumbar la carrera más grande del mundo, despertó. Aunque no tiene por qué tener razón, habrá que escuchar al público. Y Vinokourov, por su bien, deberá convencerlo.

Peter Sagan: un proyecto de ciclista total

«Esto es un ciclista», dijo el CEO de Cannondale Rory Masini en su blog el día que consiguió la victoria en la tercera etapa de París-Niza. La gran sensación del panorama ciclista mundial es eslovaco, corre en Liquigas y se llama Peter Sagan.
Sumando el primer parcial del Tour de Romandía obtenido hoy a las dos etapas de París – Niza que se llevó en el mes de marzo, son tres las victorias que Peter Sagan (1990, Zilina) luce en su palmarés en su año de neoprofesional. Los tres triunfos los ha conseguido el eslovaco en el más alto escalón, en el calendario ProTour e Histórico que configuran el primer nivel del deporte de la bicicleta. Prácticamente sólo ha corrido pruebas de este nivel (apenas cuatro días de competición en el Europe Tour), indicador de la tremenda confianza que tienen depositado en él los gestores del equipo Liquigas y, sobre todo, de su irresistible calidad.
Lo que más llaman la atención en la temporada de Sagan, sin embargo, no son tanto los resultados como el desempeño. Fuera de la bicicleta es callado y educado, apenas hay entrevistas con él porque no maneja con soltura en inglés. Sobre ella sucede al revés: es polivalente y descarado. En su primer día de competición entró en la fuga del día junto a dos hombres con Tours de Francia en el palmarés como Lance Armstrong y Óscar Pereiro, luciéndose en el llano. En la segunda etapa que se llevó de París – Niza ganó demarrando en un repecho, derrotando en su terreno a superclases como Alberto Contador o Alejandro Valverde. Ayer fue segundo en la crono que hizo de prólogo en el Tour de Romandía, por delante de reconocidos contrarrelojistas como Michael Rogers o su coequipier Roman Kreuziger. Hoy, en la primera etapa de la ronda suiza, ha ganado un esprint masivo con una ‘volata’ potente, 200 metros cara al aire para superar a velocistas como Francesco Gavazzi o Robert Hunter.
No hay terreno que se le resista. Peter Sagan incluso se atrevió a probar en París – Roubaix, donde no fue capaz de concluir. «Aún no sé lo que soy», reconocía con sencillez aquellos días. Había que probar: ya había sido segundo en la versión junior del ‘Infierno del Norte’, sólo superado por el inglés Andrew Fenn, en el mismo 2008 en que se coronó campeón del mundo de mountain-bike. Y es que esa es otra de las condiciones que hacen hablar de Sagan como ciclista total: ha ganado un Mundial de Mountain Bike junior y sido segundo en el de ciclocross sub 23, amén de sus exitosas incursiones en carretera animado por su hermano Juraj, al cual incorporará consigo a Liquigas la próxima campaña.
No es sencillo recordar una irrupción más fulgurante en el ciclismo de primer nivel; quizá Vanderbroucke se acerque un poco a sus prestaciones, pero no a sus resultados. La pregunta ahora es hasta dónde llegará el fenómeno Sagan. Con contrato firmado hasta 2012 con Liquigas, posiblemente el bloque más potente del ProTour, e infinitas posibilidades físicas, cabe preguntarse (como con Boasson Hagen) hacia dónde se autolimitará Sagan en este ciclismo moderno donde la especialización es una condición sinecuánime para ser un campeón. Tal vez hace treinta años un talento como el de Sagan pudiera haber marcado historia a la altura del ‘Caníbal’ Eddy Merckx como ciclista total capaz de batirse con los mejores en terrenos tan dispares como Milán – San Remo, París – Roubaix o el Tour de Francia. O tal vez sus magníficas condiciones le permitan incluso hacerlo en la actualidad…

¿Por qué Evans no levanta los brazos cuando gana?

Cuando una persona tiene miedo a algo, normalmente no es capaz de dominarlo. Suele ser al revés. Es el miedo quien domina a quien lo sufre, conduciéndole a actuar como no desearía. La única manera que tiene la persona de superar ese terror que le atenaza es afrontarlo, encararlo y demostrarse a sí mismo que no tiene por qué depender a él.
Cadel Evans ha padecido miedo a perder desde su paso por el traumático T-Mobile de 2004, aquel que teniendo en plantilla a Botero, Ullrich, Klöden, Vinokourov, Savoldelli y él mismo se vio afectado por una plaga de lesiones increíble. Ese equipo no sólo fue el de los contratiempos físicos, sino también el de los complejos. Aún con las magníficas balas de que disponía en la recámara, el conjunto rosa fue incapaz de inquietar a Lance Armstrong en su camino hacia el sexto Tour consecutivo. De inicio no pudo contar con tres de sus puntales por las lesiones; su líder, Jan Ullrich, estaba acomplejado después de su derrota ante el superclase tejano en la Grande Boucle del año anterior; el segundo espada, Andreas Klöden, tenía complejo de eterna promesa; un baluarte sólido como Botero tenía complejo de inferioridad por sentirse cola de león entre tanta estrella; incluso el hasta entonces infalible Erik Zabel se veía superado por otros esprinters como McEwen ó Boonen.
T-Mobile era un equipo repleto de traumas, todos distintos y repartidos entre los distintos componentes del equipo. A Cadel Evans le tocó el miedo a perder, el miedo al ridículo en los escenarios grandes. Miedo a no dar la talla en las citas importantes, en mostrarse demasiado ansioso y caer por sus propios errores. Su estrategia para evitar todo esto fue la inacción, la mejor manera de no cometer ningún error ni ningún acierto. Siempre que pudo, Evans se mantuvo a rueda, sin intentar ofensivas que no pidiera estrictamente el guión de la carrera y consiguiendo sus victorias de relieve en las contrarrelojes, donde no le quedaba más remedio que salir de su parapeto y enfrentarse al resto de competidores uno contra uno.
La temporada pasada, después de casi tres años de rondar victorias de cierto calado sin conseguir ninguna, algo hizo ‘clic’ en el ciclista australiano. Hasta 2009, su escasa combatividad había pasado casi inadvertida en el marco de la era de ciclismo sin carisma que ahora toca a su fin y entonces acababa de rebasar su apogeo. Pero una serie de actuaciones que rozaron lo patético le convirtieron en objeto de cierto escarnio dentro de un sector del ambiente ciclista. Un Dauphiné donde se dejó arrebatar la victoria a manos de Valverde, un Tour decepcionante; hasta llegar a la Vuelta, donde no consiguió ventaja cuando pudo y un pinchazo en Sierra Nevada dio al traste con sus aspiraciones de ganar sin levantarse del sillín.
Aquel día, en la montaña granadina, a Evans le cambiaron los esquemas. Era necesario ser más valiente, como lo había sido en los días desesperados de Julio donde intentó compensar su mala actuación con fugas de salida. Si con su actitud pasiva era bueno, con una actitud más atrevida podría ser grande. El día que Evans constató esto en los Campeonatos del Mundo. Allí, en Mendrisio, saltó a un movimiento de ‘Purito’ Rodríguez y Kolobnev y después realizó un ataque sagaz, a contrapié para sus rivales, en un falso llano. Ninguno de sus rivales fue capaz de seguirle, y el ciclista australiano pudo entrar en meta relajado, celebrando y sin levantar los brazos…
Ése es el único tic que le queda a Cadel Evans de su trauma adquirido en T-Mobile. Por alguna razón, entra en meta sin levantar los brazos, en un gesto que puede llegar a ser tan característico como el ‘pistolero’ de Contador, el botellín de Purito o las fanfarronadas de Cavendish. No se deja llevar por el júbilo, ya sea en el incomparable marco de Mendrisio o en un apretado esprint de la Semana Coppi-Bartali; no se yergue sobre la bicicleta. Hay que retrotraerse a la etapa de la Semana Internacional que se llevó en 2008 para verle alzarse en meta. Tal vez tiene miedo de pecar de confiado y que alguien le supere en el último golpe de riñón, de que le suceda lo mismo que a su entonces compañero Zabel con Freire en la Milán – San Remo de 2004
La evolución de Evans, de un año a otro, queda patente si comparamos las Flecha Valona de 2009 y 2010. La campaña pasada, su impericia para los cambios de ritmo le hacía convertir cada ataque en un acto desesperado que precedía a la derrota más frustrante; hoy, el australiano se ha manejado sin ansiedad, aguantado el ritmo de Contador e Igor Antón (cuyos respectivos ‘rushes’ finales fueron excelentes e insuficientes, en sintonía con el trabajo de sus equipos) para después remachar cuando era necesario.
El día de hoy parece haber sido la confirmación de un necesario cambio de tendencia para el australiano. Aún es preceptivo esperar un par de grandes citas más para dilucidar si definitivamente el actual portador del maillot arcoiris se ha convertido en el campeón que su talento prometía y su actitud negaba. Por lo pronto, parece que lo ha conseguido; ahora, con el peso de un equipo hecho a su medida -BMC- sobre las espaldas, Cadel Evans ha dado el último paso hacia su madurez como ciclista. Ha perdido el miedo a perder.

Ezequiel Mosquera: el último de su estirpe

Cuando uno observa a Ezequiel Mosquera (1975, Teo – A Coruña) sobre la bicicleta, la primera imagen que le viene a la mente es la de otro escalador puro, el aragonés Fernando Escartín. Ellos dos, junto a Roberto Heras y ‘Chava’ Jiménez, son los últimos grandes exponentes de esa especie que hasta hace unos años representaba el arquetipo de ciclista español: hombres extremadamente delgados, en muchas ocasiones de baja estatura también, que sufrían en el llano y hacían sufrir en la montaña a cualquiera de sus rivales gracias no sólo a sus cualidades innatas, sino también a un carácter agresivo sobre la bicicleta, un arrojo sin parangón que les hacía atacar cuando la carretera más se empinaba, fuera en el último puerto o en el primero.

Hablamos de una especie de corredor endémica, casi inédita más allá de nuestras fronteras y presente desde los primeros pasos del ciclismo español: desde Federico Ezquerra y Vicente Trueba, pasando por Federico Martín Bahamontes y Julio Jiménez, hasta llegar al que se convirtió en el prototipo de esta raza, ese Pedro Delgado que tuvo los arrestos de arriesgarse a un periplo en el PDM holandés para conseguir esa pericia en el llano que les faltaba a sus congéneres.
Ezequiel Mosquera es un escalador de los de antes. Su única cualidad en el llano es el ser capaz de apretar los dientes cuando es necesario, ser un esforzado de la ruta. A pesar de haber rozado en varias ocasiones el podio de la Vuelta a España, jamás ha renegado de esta condición: no busca tener varios hombres a su servicio, prescinde del aureola que rodea a los grandes líderes del pelotón. Se conforma con pedalear sin ataduras. «Sencillamente me gusta ser ciclista. No es que me chifle la competición; sólo la sobrellevo». Sincero. Sencillo.
Sencillos fueron también sus comienzos en el ciclismo. Pasó a profesionales con 23 años en el modesto equipo portugués Paredes, donde se mantuvo cuatro campañas y consiguió dos victorias antes de pasar dos temporadas en Cantanhede y Carvalelhos. Cuando se le recuerda la experiencia portuguesa, Eze sonríe aún con mayor amplitud de la habitual, enseña un poco más su aparato dental (a la vejez, viruelas). «Ganaba poco dinero, pero fue una época bonita. Cuando estaba allí me quejaba, pero ahora vuelvo y sólo tengo buenos recuerdos. En febrero, durante la Vuelta al Algarve, sentí bastante nostalgia».
Eze tampoco olvida cómo logró salir de Portugal hacia cotas mayores. «A Óscar Guerrero siempre le voy a estar agradecido». Fue el técnico vitoriano quien le dio la alternativa en España, haciéndole un hueco en el modélico y añorado equipo Kaiku y dándole la oportunidad de destacar en un calendario de cierto nivel. «El bloque de Kaiku podría haber llegado muy lejos. Teníamos una buena empresa apoyándonos, buenos corredores, buena imagen, buen staff… lo teníamos todo para haber llegado lejos. Pero duró menos de lo que deseábamos». Su mayor éxito vestido de rosa fue una etapa de la Vuelta a la Rioja, conseguida gracias a una épica cabalgada. Llamó la atención de Vicente Belda, que le incorporó a aquel Comunidad Valenciana de 2006, moribundo y fustigado por la OP, donde pasó un año en blanco. Surgió entonces la oportunidad de firmar con el nuevo Karpin – Galicia de Álvaro Pino…
Tres exitosas temporadas después, Mosquera persigue objetivos elevados dentro de un calendario de mucha mayor calidad que el que disputaba en su día en Portugal. El gallego lidera el Xacobeo – Galicia, de categoría profesional y con varias presencias en carreras ProTour. «Para este inicio de temporada tengo un pico de forma en Catalunya, País Vasco y Castilla y León [en las dos primeras completó actuaciones anónimas; la tercera ha empezado hoy]. Teníamos la posibilidad de correr el Giro, pero era muy complicado y hubiera sido necesario reforzar la escuadra para afrontarlo con garantías… Y después me centraré en preparar la Vuelta a España».
Ésa es su carrera fetiche. Ha tardado ocho temporadas y cinco equipos en poder participar en la gran ronda española, y explota cada presencia en ella al máximo. 5º en la general final de 2007, 4º en 2008, 5º en 2009. Regularidad al máximo, sólo hace falta un puntito más para pisar el podio. «Voy a ir a la Vuelta con intención de hacer entre los tres primeros, pero con los pies en el suelo. Una caída te puede dejar sin opciones a las primeras de cambio», tal y como le sucedió a él mismo en la etapa de Lieja de la edición pasada.
Pero, a la hora de la verdad, su anhelo en la Vuelta a España es otro. Le delata, de nuevo, la preponderancia que toma el aparato de dientes en su cara. «Tengo ganas de conseguir un triunfo de etapa. Todos estos años me he quedado con la miel en los labios [cinco veces entre los cuatro primeros de diversos parciales], porque aunque fuera el mejor de los favoritos llegaban escapados por delante. Pero este 2010 tengo seis finales en alto, seis oportunidades buenas». Se le pregunta si le gustaría ganar en la Bola del Mundo, final en alto inédito que se disputará el penúltimo día de carrera, con todos los grandes jugándose el triunfo definitivo. Sonríe, esta vez con la boca cerrada. «Sí. Sería un puntazo».

A sus 35 años, con doce campañas como profesional en las piernas, es imposible no preguntar por una hipotética retirada. La respuesta es, cuanto menos, sorprendente: «No me veo muchos años más compitiendo. Ya digo: me gusta ser ciclista, la vida sacrificada, el entreno diario… Pero el ambiente de competición es muy exigente, no me gusta demasiado examinarme todos los días».
El día que se retire, el ciclismo español se quedará con Carlos Sastre como única referencia en cuanto a escaladores puros de tronío (Contador es un ciclista total, moderno, capaz de desempeñarse igual de bien subiendo y en contrarreloj). Habrá que esperar a la evolución de Sergio Pardilla, que se experimenta en el Carmiooro italiano, o de un Beñat Intxausti que evoluciona y sorprende (fue 3º en la Vuelta al País Vasco) en las filas de Euskaltel con objeto de llegar donde Iban Mayo no pudo. El día que Ezequiel Mosquera se retire perderemos a uno de nuestros últimos escaladores de élite. Pero también a un corredor que hace de su condición de esforzado de la ruta, de su modestia y sencillez, su enorme y auténtica virtud.

Un Proyecto por el Ciclismo

«Eso es lo que yo quiero, que vayan a sesenta por hora y sin moverse». Servando Velarde sonríe con satisfacción al volante observando los perfectos relevos que dan sus corredores. A su derecha, en el asiento del copiloto, está Juan Emilio Gutiérrez ‘Richard’, ciclista paralímpico. El coche en el que viajamos es un Citröen C5, recién rotulado con las letras ‘Proyecto CIDi’.
Proyecto CIDi es un nuevo equipo ciclista amateur de base granadina capitaneado por Servando Velarde (ex director de Ávila Rojas), con Mikel Zabala (ex Director Técnico de la RFEC) como Coordinador Técnico. Ha nacido deprisa («apenas hemos tenido cuatro meses para montar la estructura») y con vocación de ser algo más que un grupo deportivo: un concepto. CIDi no es un nombre cualquiera, no es la razón social de ningún patrocinador; es el acrónimo de Ciclismo: Investigación, Desarrollo e Innovación. En esto se basará su trabajo.

Son las 10 de la mañana y es el último día de la semana de concentración que el equipo ha pasado en Almería. Los corredores se han colocado alrededor de un coche. Sobre el capó, Servando Velarde, «Servan», explica la estrategia de los abanicos con seis bolas de papel de aluminio que se van escorando a un flanco u otro en función de la dirección en que sople el hipotético viento, avanzando o retrocediendo según se estén dando los imaginarios relevos. Los ciclistas escuchan en silencio, responden a las apelaciones de Servan, realizan sus propias preguntas; no son corredores escuchando órdenes del director deportivo, sino alumnos atentos a la lección del profesor. Terminada la explicación, el preparador granadino encomienda la división de la plantilla en dos unidades equilibradas de seis ciclistas para practicar el abanico durante el entrenamiento a los dos ex profesionales con los que cuenta, José Luis Carrasco y Esteban Plaza. Ellos ejercen de líderes de un grupo humano con cuyos componentes llegan a tener hasta nueve años de diferencia en el caso de Carrasco.

El entrenamiento inicia. Richard, una persona extraordinaria que merecería un reportaje aparte, le indica a Servan la ruta a seguir. Éste, mientras tanto, no cesa de adelantar y dejar pasar a sus corredores, ordenando ejercicios y fijándose en los gestos de cada uno de ellos. Los ha hecho esprintar por parejas y algo no le ha gustado. Pone el coche en paralelo a Esteban Plaza. «¡Esteban! ¡Agárrate abajo del manillar! ¡Y la próxima vez esprintas con más ganas!». El ex corredor de Andalucía – Cajasur acepta las órdenes y se recompone apostillando: «Es que así no voy cómodo». Servan deja pasar al grupo, coloca al coche tras él y explica: «Aún habiendo llegado a estar en profesionales, a Esteban no le han corregido lo suficiente la posición, un aspecto básico a la hora de ofrecer la mínima resistencia al aire. Son pequeños detalles técnicos que hay que cuidar para rendir al máximo»

La tecnificación es, sin duda, el aspecto definitorio de Proyecto CIDi. Este equipo representa un concepto de ciclismo metodizado a todos los niveles, pionero en España y explotado por Cervélo en el panorama internacional. Será una estructura donde se aplicará y extraerá conocimiento gracias a la colaboración logística y económica de las marcas de materiales y, sobre todo, de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (CCAFD) de la Universidad de Granada. En el primer caso, prestigiosas empresas como Specialized, Campagnolo ó Speedplay se han volcado con CIDi («cada bicicleta vale en conjunto casi 6000 euros, como las de un equipo profesional») en espera de ‘feedback’. En el segundo, la labor de Mikel Zabala como profesor en la citada Facultad propiciará que la escuadra sea objeto de estudio en las clases y destino de prácticas para un par de estudiantes cada año. «La investigación es un aspecto que en el ciclismo está relativamente poco desarrollado», puntualiza Servan. «El primero en aplicarla con cierta notoriedad fue Manolo Sáiz, y no se puede decir que hiciera una labor científica: jamás publicó los resultados de sus trabajos. Nosotros sí lo haremos a través de la Universidad de Granada».

La sesión de entrenamiento sigue desarrollándose. Servan llama a José Luis Carrasco para que se acerque al coche. Le transmite la orden: cuando haga sonar la bocina, los dos grupos de seis que se habían configurado antes deberán agruparse e intentar formar un abanico que corte al otro. Carrasco es, sin duda, el hombre de mayor jerarquía en el equipo. «Es un ciclista especial». Nacido en Jaén en 1982, su experiencia como profesional se resume en dos años en la estructura de Caisse d’Épargne – Illes Balears (2005-06) y otros dos en Andalucía – Cajasur (2007-08), durante los cuales consiguió entre otros resultados una victoria en la etapa final de la Volta a Catalunya de 2008. «Ha ganado donde otros ya quisieran. Hay pocos corredores con su calidad y su cabeza; no en vano, este mes ha acabado los últimos exámenes de la Licenciatura de Biología. Quiere volver a profesionales y, si Dios quiere, lo hará con nosotros».

Carrasco será el jefe de filas del equipo este año, un 2010 donde Proyecto CIDi no tiene un objetivo deportivo definido pero sí un calendario que incluye lo más granado del panorama aficionado español. «En principio correremos la Copa de España completa, empezando este fin de semana en Don Benito. Aparte estaremos en Maestrazgo, León, Palencia, Cartagena, Salamanca… e intentaremos tomar la salida en el Circuito Montañés. Siempre que he estado ahí, dirigiendo a Ávila Rojas, mi equipo ha dado una buena imagen; espero que lo valoren y podamos estar allí, con los mejores».

Servan hace sonar la bocina; los corredores empiezan a configurar el abanico. En este primer intento el ejercicio resulta un desastre. De inmediato los grupos se dividen, cada corredor acaba esprintando por su cuenta y el director, enfadado, presiona la bocina de nuevo para ordenarles detenerse. Mientras recuperan el resuello, Servan transmite a Carrasco la orden de ejecutar relevos en filas de tres. En ellos, los ciclistas avanzan por la columna central y retroceden por las laterales, debiendo estar muy atentos para apartarse y meterse en los relevos en una tarea técnicamente intrincada. «Mientras no están haciendo trabajo físico, deben hacer trabajo técnico. Hay que aprovechar cada momento de la concentración». Y vaya si la aprovecharon; sin ir más lejos el miércoles subieron Velefique, Bacares y Calar Alto. Toda una experiencia para los corredores.

Se oye de nuevo la bocina. En el segundo intento, el ejercicio de los abanicos sí sale bien. «Mirad, los de Plaza ha cortado a los de Carrasco», comenta Servan sonriendo. Es entonces cuando uno de los benjamines del equipo, Juan Carlos Ramírez (1991, Albolote), comienza a sufrir dificultades; hace amago de vomitar sobre la bicicleta y, finalmente, se detiene en el arcén entre arcadas. El Citröen C5 se detiene, Richard y Servan se bajan rápidamente a ayudar al chaval. «Se ve que algo de la comida me ha caído mal», se excusa éste. Le ofrecen la posibilidad de bajarse de la bici, pero él elige continuar y completar el entreno; una vez en el hotel, nada más sacar las calas del pedal, se derrumbaría. Pero, antes, realiza un acto de coraje encomiable. «Va a ser un gran ciclista», reflexiona en voz alta Servan. Y, como él, lo será el rápido bastetano Simón Maestra. Y Miguel Ángel Lucena. Y el pundonoroso Juan Abenhamar Gallego. Y así podríamos citar a cada uno de los componentes de la plantilla.

El Proyecto CIDi no es ni más ni menos que esto: un proyecto. El futuro representado en unos corredores y en una manera de trabajar. Planean dar el salto a la categoría profesional en 2011. Cuentan con apoyos que permiten a los gestores expresar esta aspiración en voz alta. Pero, sobre todo, cuentan con el apoyo de la ilusión, con una base. Con ganas de trabajar por y para el ciclismo.

El brillo convertido en mate

Cuanto más altas son las expectativas más posible es que todo acabe en decepción. Es una norma universal y en el ciclismo se cumple a rajatabla; para algo este deporte es parte del universo. Podríamos citar casos y más casos de corredores que no satisfacen las grandes esperanzas depositadas en ellos. Algunos acaban como juguetes rotos, retirados a los pocos años de debutar en profesionales. Otros duran más campañas en la élite, pero lo hacen con más pena que gloria; hipotecan su temporada entera por días puntuales de gloria que los sitúan efímeramente en una suerte de purgatorio del cual podrían subir al cielo… pero finalmente caen de nuevo al abismo de la mediocridad. Luego están los que se reciclan. Son esos ciclistas cuyo futuro parece tan brillante… que cuando su carrera profesional no es la de una estrella sino la de un esforzado de la ruta, aún siendo tan respetables como el que más… resultan un poco decepcionantes. Sobre todo cuando se piensa en aquellos días pretéritos, cuando parecía que su progresión no tenía techo y se les comparaba con los más grandes…

A José Iván Gutiérrez Palacios (1978, Hinojedo – Cantabria) se le equiparaba en su día con Miguel Indurain. Alimentó la analogía su primer director en profesionales, el polémico Manolo Sáiz, cuando le llevó al Tour de Francia de 2000 con apenas 21 años. Era lo mismo que hicieron en su día Eusebio Unzué y José Miguel Echavarrí con el extraterrestre navarro, cuyas primeras participaciones en la gran ronda francesa duraron en 1985 y 1986 cuatro y ocho etapas, respectivamente.
La presencia de Gutiérrez en el ‘nueve’ de la potente ONCE – Deutsche Bank era justificada por Sáiz con otro argumento, aparte de la experiencia que supondría para el corredor cántabro. Iván (no le pongamos el José delante; ese nombre no le pertenece, simplemente se lo adosó en el Registro Civil la manía del cura de su pueblo) iba a ese Tour para ayudar al equipo en la contrarreloj por equipos del cuarto día en Saint-Nazaire. «Y cuando le veamos cansado, cuando se vea que no recupera de un día para otro, pues a casa«. Ese momento llegaría en la 11ª etapa, camino de Revel.
Antes tuvieron lugar aquellos setenta kilómetros de lucha por escuadras. En ellos el conjunto amarillo arrasó, distanciando en casi medio minuto a US Postal y en más de uno a Telekom. Parte de culpa en este triunfo sobre los dos bloques más potentes de aquel Tour la tuvo, sin duda, Iván. El corredor de Hinojedo llevaba ya un tiempo apuntando alto, muy alto; concretamente, desde la contrarreloj sub23 de los Mundiales de Treviso de 1999, donde acudió sin apenas presión y volvió con un oro colgado del cuello. En su primera campaña con los profesionales, poco antes de tomar parte en el Tour, se proclamó por primera vez campeón de España contra el crono en Murcia imponiéndose a ciclistas consagrados como David Plaza o el actual director deportivo de Euskaltel Álvaro González de Galdeano. La confianza depositada en él por Sáiz estaba, sin duda, completamente justificada.
Iván permaneció un año más junto al preparador cántabro, consiguiendo varios triunfos individuales, completando por primera vez el Tour de Francia y proclamándose campeón de España en ruta. El globo del corredor de Hinojedo se había hinchado; acababa su contrato y fue la auténtica golosina en el mercado para todos los equipos de primer nivel. Se lo llevaron Echavarrí y Unzué a Banesto, viendo en él un reflejo de aquel Indurain que condujera al equipo navarro a su época dorada, o de aquel Olano que les había reportado su última gran ronda por etapas con la Vuelta a España de 1998. A día de hoy, Iván no ha abandonado aún la mítica estructura bancaria.
Echavarrí y Unzué decidieron en los primeros años que era pronto para exponerlo a la presión de las grandes citas y le configuraron un calendario de carreras de segundo nivel que resultó fructífero desde el punto de vista de los resultados. Consiguió muchos puestos de honor, pero pocas victorias que en su mayoría fueron de escaso calado. Un éxito en el Giro dell’Emilia frente a grandes como Bettini, Bartoli, Rebellin ó Casagrande destapó en él cualidades de clasicómano ocultas hasta ese momento. También tuvo el honor de que su triunfo en la Escalada de Montjuic de 2003 fuera el último conseguido por Banesto como espónsor principal.
La esperada progresión de Iván hacia el estatus de superclase de nivel mundial, sin embargo, se ha ido retrasando y ya parece imposible que aparezca. Aunque ha ganado y realizado actuaciones de mérito, el cántabro no ha llegado a explotar. Sus cualidades de contrarrelojista no se han desarrollado hasta el esplendor esperado. Su segundo puesto en los Mundiales CRI de Madrid 2005 y los cuatro entorchados como campeón de España de la disciplina ostentados durante durante su carrera no deben ocultar otra realidad: sólo ha ganado ocho contrarrelojes desde que es profesional. Escaso bagaje para alguien que apuntaba ser el mejor contrarrelojista nacional de la década y que, de hecho, seguramente lo sea. Pero en este título tiene mucho que ver la escasa cantidad y calidad de croners alumbrada en España este principio de siglo.
A cambio de este desempeño algo romo en la que se supone sería su especialidad, Iván Gutiérrez ha tenido un buen rendimiento en otros aspectos. Sus cualidades de clasicómano se han hecho notar en más de una ocasión. También una cierta punta de velocidad que le ha reportado varios triunfos en ‘volatas’ de grupos pequeños. Ha hecho incursiones con éxito incluso en terrenos a priori poco propicios para él como la montaña, tal y como sucedió en el Tour del Mediterráneo de 2006, donde se impuso en el Mont Faron. Ha conseguido triunfos en generales de vueltas por etapas como el Eneco Tour de Benelux (dos veces) ó el citado Tour del Mediterráneo. Pocas para quien se suponía sucesor de Indurain, pero bastantes para cualquier otro ciclista sin tanta aureola previa. Y, en las últimas campañas, su labor como gregario en favor de los líderes de Caisse d’Épargne ha sido notable.
La vida ciclista de Iván Gutiérrez no se puede juzgar en ningún caso como vulgar. A pesar de que el corredor cántabro nunca haya llegado (ni llegue) a colmar las expectativas creadas en torno a él en los albores de su vida ciclista, será un error afirmar que su carrera profesional ha sido mediocre. La imagen que la resuma no podrá revelarse jamás en blanco y negro, aunque no poseerá el brillo que parecía destinada a tener en un principio. Será una fotografía sencilla. Con acabado mate.

> Perfil de Iván Gutiérrez en CQ Ránking

El perfecto final para la canción de Vanderbroucke

Si consideramos la muerte un buen final…
16 de Octubre, Arueda.com

Los genios son, muchas veces, canciones. Frank Vandenbroucke, el corredor con más clase desde Jalabert y hasta la aparición de Cancellara, es un genio y por tanto debe tener un tema musical que le vaya como anillo al dedo. Muchos le adjudicarían un blues. Yo le pondría ‘Cemetry Gates’, canción de ‘The Smiths’ de alegre melodía e inquietante letra, que dice en su inicio: «Un temible día soleado te espero en la puerta del cementerio».

La letra de la canción de Vandenbroucke es tan inquietante como la de ‘Cemetry Gates’, mientras que su melodía es si cabe más alegre. Era un corredor fino, casi un artista sobre la bicicleta. Su pedalear con el desarrollo justo para dar demostraciones de poder ha firmado etapas de antología. En España, casi siempre, recordamos la etapa de Ávila; de alguna manera, fue su obra maestra.

Situémonos en el tiempo. Vandenbroucke, VDB para los aficionados, vestía el maillot de Cofidis. Se corría la Vuelta a España de 1999, una de las ediciones más duras que se recuerdan, que a la postre engrosaría el palmarés de Jan Ullrich. VDB llevaba toda la carrera metido en la pomada de la general, defendiéndose con sus exiguas cualidades para la alta montaña para firmar un top15 y, de paso, preparar las clásicas de final de temporada y poder llevarse la general de la añorada Copa del Mundo. Sus ambiciones de cara a los puestos altos de la general se diluyeron ante la terrible competitividad y las inclemencias de un recorrido brutal. En los Rassos de Peguera pegó el petardazo definitivo, dejándose ir con el pelotón para llegar a más de veinte minutos de los primeros.

Ya sin la presión de la clasificación absoluta, o quizá presionado por su fallo, VDB decidió resarcirse. Lo hizo camino de Teruel, con una fuga típica de última semana de vuelta grande donde fue el más listo y el más fuerte para batir al sacrificado Jon Odriozola, que por aquel entonces vestía los colores de Banesto. La ventaja adquirida le permitió entrar de nuevo en la lucha por el simbólico top15 de la general; sin embargo, seguramente eso ya no le importaba. Frank Vandenbroucke era un genio, y una vez sin objetivo claro quería pedalear para disfrutar. También para demostrar que la suspensión interna de mes y medio que acababa de cumplir por su relación con el turbio Dr. Mabuse no iba a afectar a su rendimiento deportivo.

La máxima expresión de esto tuvo lugar tres días después. Se corría una etapa típica, El Escorial – Ávila: media montaña, llegada en el empinado pavés de las Murallas. El día previo, en otra etapa típica con final en el Alto de Abantos, Frank ya hizo de las suyas: sólo un despiste permitió a un fortísimo Roberto Laiseka llevarse la victoria en detrimento del belga. Ahora llegaba una nueva ocasión; Ávila es terreno abonado para el espectáculo. VDB decidió aprovechar esto cuanto antes, y a treinta kilómetros de meta realizó una escabechina. Pero no lo hizo en los dos puertos de primera que se subían aquella jornada, sino en el «flojo» Alto de Navalmoral de segunda categoría.

Allí encendió la máquina y descolgó a casi todos los integrantes de su grupo. Sólo le acompañaban, sufriendo, los cinco mejores de la general (Ullrich, Heras, Tonkov, Igor Galdeano, Chava Jiménez) y dos outsiders como Leonardo Piepoli y Mikel Zarrabeitia. A 500 metros para coronar, incluso, se permitió el lujo de apretar un poco más hasta poner tierra de por medio respecto de los favoritos. Se dejó después atrapar, dejó después que Zarrabeitia se marchara, dejó hacer en definitiva. Cuando Zarra llevaba veinte segundos de ventaja y sólo faltaban dos kilómetros para la meta, arrancó de nuevo. Nadie pudo seguirle, rebasó a Zarrabeitia antes de pasar por la pancarta del último kilómetro y, sobrado, celebró la victoria y la exhibición casi ochocientos metros. Aunque durante toda la Vuelta algunos medios e incluso integrantes del pelotón le criticaran por hacer un trabajo de equipo ilegítimo para Ullrich, todo quedó opacado por este tremendo acto de fuerza y valentía, por esta obra de arte impresionante. De videoteca.

El de Ávila era un Vandenbroucke genial, pero no menos lo era el de la Lieja de aquel mismo año 1999. En entrevistas previas a la carrera se permitió el lujo de anunciar que atacaría en la Côte de la Redoute y nadie podría seguirle. Efectivamente, lo probó en la citada cota; pero su ataque ganador se vio frustrado por la mayoría numérica del equipo Rabobank, que le reintegró al grupo de inmediato. No hubo problema, sólo tuvo que esperar hasta la Côte de Saint Nicolas. Ahí dio el segundo y definitivo hachazo; ni un Boogerd cercano a su cénit ni el por aquel entonces dominador Bartoli pudieron hacer nada.

Podríamos pasar líneas y líneas hablando de gestas de Vandenbroucke. De las auténticas exhibiciones que daba cada vez que se sentía inspirado, de cómo en su temporada de neoprofesional con sólo 20 años fue ya capaz de ganar una etapa del Tour del Mediterráneo. O esas cuatro etapas más la general que se llevó de botín en la Vuelta a Austria de 1996. Pero resulta imprescindible detenerse en la persona, en el Vandenbroucke que nos esperaba en la puerta del cementerio. En aquel genio sin control, talentoso e inestable a partes iguales.

En primer lugar, Frank demostró siempre un carácter arrollador. No sólo por su carisma, sino también por su determinación a la hora de tomar decisiones. Un ejemplo claro fue su cambio de equipo en 1995, dejando a su tío y director deportivo Jean-Luc atrás, yéndose de Lotto para recalar en Mapei. El mejor equipo del mundo para el mejor joven del mundo; por aquel entonces, la estructura dirigida por Giorgio Squinzi estaba recién nacida a partir de CLAS y se encontraba en crecimiento, a pesar de lo cual ya disponía de una plantilla más que interesante.

Fueron los cuatro años que se mantuvo allí, junto al primero de los dos que pasó en Cofidis, aquellos en los que dio un mayor rendimiento deportivo. Desde el affaire provocado por su relación con el Dr. Mabuse en 1999 nada volvió a ser igual; aquellas semanas apartado de la competición por la escuadra gala desestabilizaron su particular esquema mental. En invierno de ese año, de hecho, hizo un amago de dejar el equipo. Se quedó, completó una temporada mediocre y cambió de colores, pasando a Lampre. Allí, en lugar de mediocridad, indisciplina; no se presentaba a las carreras, pasaba de todo. Cavaba su tumba ciclista y personal.

A partir de allí, vida tortuosa en lo personal y en lo profesional. Arrepentimientos, falsas redenciones, nuevos pasos al cementerio en temibles días soleados. Ocho años y siete equipos: Domo, Quick Step, Fassa Bortolo, MrBookmaker – Unibet, Acqua e Sapone, Mitshubishi y Cinelli. Ocho años con pocos días buenos: el Tour de Flandes de 2003, donde fue segundo tras Van Petegem; su aceptable campaña de clásicas en Fassa Bortolo, donde no cumplió las expectativas. Ocho años que estuvieron repletos de tormenta, de entrenamientos sin completar y espantadas; pero también de preocupantes flirteos con el dopaje y la locura. Disparos al techo, chantajes emocionales, drogas de todo tipo. Vetado por los organizadores de las grandes carreras, Frank Vandenbroucke era ya sólo una sombra que de vez en cuando se materializaba para ilusionar a todos los aficionados con un posible retorno.


En los días previos a su trágica y misteriosa muerte senegalesa, de hecho, había anunciado una nueva vuelta a la competición. Apareció en el ambiente ciclista a raíz de los Campeonatos del Mundo, escenificando un acuerdo con su antiguo preparador físico Aldo Sassi para que le ayudara a ser el que fue. Había apuntado intenciones reales para ello, en otro temible día soleado, ganando una etapa de la modesta Boucle de l’Artois. Se decía, tal y como mencionó Carlos Arribas en El País, que tenía un acuerdo con Joxean Fernández ‘Matxin’ para el nuevo proyecto que el director vasco prepara a partir de Fuji – Servetto.

De nuevo, todo acabó un temible día soleado. Vandenbroucke pasó la noche con una mujer senegalesa en la habitación de una pensión, donde al parecer se administró una sobredosis de medicamentos. Era demasiado, al final cruzó la puerta del cementerio y nos dejó a todos un poco huérfanos del superclase al que aún esperábamos. Era el final perfecto, oscuro, para la vida de un genio como ha sido Frank Vandenbroucke. Siempre y cuando consideremos la muerte un buen final.

Un digno final para una carrera marcada

¿Óscar Pereiro a Xacobeo?
Arueda.com

Suena estimulante y suena también natural. Óscar Pereiro, nacido en Mos hace 32 años, está en declive desde que ganó el Tour de Francia de 2006. Un éxito precioso que ilumina su palmarés por sí sólo, que eclipsa al resto. Un éxito que, por otra parte, fue una maldición. Si encontramos algún corredor parecido al mítico Roger Walkowiak en el ciclismo moderno, ése es el gallego.

Fuera del ambiente ciclista no se recuerda como era el Pereiro de antes de aquel Tour. Dentro… es difícil recordarlo. Parecen dos corredores diferentes. El Pereiro pre2006 era un corredor combativo, sin nada que perder, capaz de ganarse la vida compitiendo en el modesto Porta da Ravessa. De embarcarse a la aventura en Phonak de la mano de Álvaro Pino para clasificarse undécimo en el loquísimo Giro’02. De acumular fugas y más fugas en el Tour’05 hasta conseguir una victoria; y, de remate, cazar otra fuga más para colocarse décimo en la general final. Ése era Pereiro.

Precisamente, fue siendo él mismo como se arruinó. En el Tour de 2006 partía de colíder de Caisse d’Épargne junto a Alejandro Valverde. El murciano fue eliminado por una caída a las primeras de cambio, él era jefe de filas único y falló en Beret. Casi veinticinco minutos de desventaja le animaron para filtrarse en una fuga camino de Montélimar junto a Chavanel, Voigt, Quinziato y Grivko. Lo recuerdo como si fuera ayer, cómo Grivko atacó y se desfondó a unos treinta kilómetros de meta. Acabó perdiendo seis minutos. Después Voigt hizo uno de sus demoledores demarrajes, Óscar se fue con él. Victoria para el alemán, el español esperaba nervioso en meta junto al locutor de TVE (¿era Carceller?). La ventaja necesaria para alcanzar el maillot amarillo, algo más de 28:30, se había superado en referencias intermedias pero parecía imposible en meta por cuanto el pelotón aceleraba en preparación del sprint por los puntos del maillot verde. Finalmente fue posible, Pereiro se puso líder con minuto y medio sobre un Landis cuyo Phonak decidió no perseguir para dejarle el trabajo de controlar la carrera al Caisse d’Épargne.

Con lo que no contaba Landis era con Pereiro aguantando como un jabato. Tampoco con el brutal petardazo que el propio americano iba a dar en La Toissure. Aquello le desquició. Al día siguiente, en una de las últimas burradas del ciclismo de los pinchazos y en una de las etapas más bonitas que se han visto en el Tour en los últimos años, Landis le dio la vuelta a la carrera con una exhibición camino de Morzine y pasando el durísmo Joux Plane. Él sólo reventó la fuga del día, reventó al pelotón que le perseguía, reventó todo. En la última crono acabó de consumar su remontada. Reventó dos carreras cuando dio positivo por testosterona. La primera, el Tour de Francia de 2006. La segunda, la carrera deportiva de Óscar Pereiro.

Los meses siguientes fueron de incertidumbre, de desmotivación, de agobio. El gallego estaba acorralado por el positivo de Landis, que le convertía en ganador legal del Tour, y por la negativa de ASO ha reconocerle este mérito. Se convirtió en un hombre mediático, y cada entrevista era lo mismo: ¿Cómo te sientes? ¿Cuándo te dan el Tour? ¿Qué injusto todo, verdad? Extenuante. A partir de entonces, Pereiro fue una sombra.

Aunque 2007 no fuera del todo un mal año, su décimo lugar en el Tour supo a poco al aficionado no especializado aunque fuera lógico para aquel que conociera el desempeño normal del gallego. 2008, sin presión por contar con el curioso paraguas de la decepción y con el escudo de un Valverde dispuesto a centrar los focos en la gran ronda francesa, parecía su temporada para la resurrección. Lo estaba siendo. Óscar lo reconocía, volvía a disfrutar sobre la bici y a ser él mismo. Atacaba, se fugaba, volvía a ser un corredor combativo que, por ejemplo, mostraba una faceta olvidada: gran descendedor. Mejor descendedor que escalador, de hecho. Y fue en una bajada donde todo volvió al suspense: en el Col d’Agnello, una caída escalofriante por un terraplén, de carretera a carretera. Todos los corredores de Caisse d’Épargne arremolinados en torno a él, Chente García Acosta pensaba que había muerto. No. Se había quedado afectado, rotos algunos huesos. Pero había salvado la vida.

Si humanamente había sido un mazazo, más aún lo había sido desde el punto de vista deportivo. La caída fue otro antes y otro después. Porque antes era difícil motivarse, pero después resultaba imposible. Se dudaba incluso de la continuidad de Pereiro en el pelotón este 2009. Sin embargo, el talentoso corredor gallego decidió intentar cumplir su contrato, y lo hizo funcionarialmente. Provocó un divorcio en el seno de su equipo. No se veía bien de cara al Tour, intentó forzar, pero camino de Envalira claudicó. Unzué, disconforme, manifestó meses después en El Mundo Deportivo que «debería haberme liado a hostias con él», una afirmación exagerada que sin embargo dice mucho. A Pereiro ya no se le quiere deportivamente en la formación bancaria, que le ha enseñado la puerta de salida. Ya habla de ella como si de un ex equipo fuera, a pesar de que dentro haya dejado «grandes amigos» gracias a su carácter extrovertido.

Pero ese no es final para un corredor tan brillante como él. Óscar no se debe conformar con retirarse en silencio, en salir por el arrastre en lugar de por la puerta grande. Aún tiene ofertas, de todos aquellos que saben que su problema no está tanto en las piernas sino en la cabeza, que es al fin y al cabo la que gira los pedales. Liquigas se ha interesado por él; incluso el Radioshack de Lance Armstrong. Pero su lugar está lejos de esos destinos internacionales en los que lleva, al fin y al cabo, tanto tiempo. Sería igual de difícil motivarse. Su destino está más abajo, en un lugar donde recibir el cariño que merece. En Xacobeo.

Los últimos días han estado llenos de rumores. Todos van en la misma dirección. Óscar quiere irse a Xacobeo, que necesitaría un nuevo patrocinador para asumir su ficha. El corredor está dispuesto a poner de su parte, a bajar su caché e incluso a no cobrar. Pino no le haría ascos si así fuera; no hay que olvidar que fue el preparador gallego quien fichó a Óscar para el equipo Phonak en 2002, consciente de sus posibilidades. Su rol en la carretera no sería tanto el de líder, ése es para Mosquera, sino el de ciclista libre que pueda aprovechar sus buenos días para destacar. Incluso, por qué no, Pereiro se puede adaptar al papel de gregario como ya ha hecho en varias ocasiones.

Más importante que su rol en la carretera sería su rol fuera de ella. Pereiro es una de esas personas nacidas para ser estrella, para presentar programas de televisión y ser, en definitiva, famoso. Un gancho mediático. El hombre capaz de amarrar la continuidad del patrocinio por parte de las autoridades gallegas al equipo Xacobeo: el cambio de gobierno lo ha puesto en duda. Y más aún con el asunto del Dr. Beltrán, médico que entró a trabajar en Xacobeo mediada la Vuelta y resultó estar implicado lateralmente en los positivos de Héctor Guerra, Nuno Ribeiro e Isidro Nozal en Portugal. Que Óscar estuviera en Xacobeo amarraría el futuro de la estructura gallega.

En los últimos días, Pereiro se ha reunido con el nuevo Secretario Xeral do Deporte de la Xunta de Galicia para tratar su incorporación al equipo Xacobeo. Para tratar la continuidad del equipo. Para hacerle un último favor al ciclismo gallego. Para hacerle un último favor a su mentor Álvaro Pino, para hacerse un favor y terminar con la cabeza bien alta su vida deportiva antes de empezar su vida en la fama más hedonista. Para darle un digno final a una carrera marcada.

Bert Grabsch, crítico, contrarrelojistas

Hoy ha ganado la etapa del Dauphiné Liberé el ciclista del Team Columbia Bert Grabsch. El heredero directo de aquel mítico dúo de especialistas que terminara sus días en Gerolsteiner, Michael Rich y Uwe Peschel, «justifica su estatus de campeón del mundo» según Cyclingnews. Viendo los rivales, la verdad, yo no iría tan lejos: Cadel Evans es un vueltómano, David Millar un corredor de segunda fila desde su ‘affaire’ de dopaje, Frantisek Rabon y Stef Clement aún se encuentran en progresión como para considerarlos rivales directos para el portador del maillot arcoiris.

El titular de la crónica de Cyclingnews toma otra dimensión si observamos el calendario de Bert Grabsch. Da la sensación de que el alemán lleva todo el año intentado justificar su campeonato del mundo. Vuelta al Algarve, Vuelta a Murcia, Tirreno – Adriático, Critérium Internacional, Tres Días de la Panne, Cuatro Días de Dunkerke, Vuelta a Baviera, Dauphiné Liberé. Cinco meses de temporada, los cinco meses compitiendo, y siempre en el mismo de carrera salvo excepciones como Qatar, Mallorca y algunas clásicas: vueltas pequeñas con una contrarreloj individual programada. Hasta hoy no había ganado ninguna de esas ocho contrarrelojes, en todas había encontrado alguien mejor o en mejores condiciones ante el cual salir derrotado.

La situación, la verdad, es un poco desoladora si tenemos en cuenta que no hablamos de un ciclista que esté buscando su sitio, ni siquiera de un especialista cualquiera: se trata del campeón del mundo en la lucha contra el cronómetro. No es lógico que ocho corredores distintos le derroten en el terreno donde, teóricamente, es el mejor. Tampoco sería justo considerar el entorchado que se adjudicó el año pasado en Varese fue un mero golpe de suerte, más bien de falta de competencia real. Grabsch ha sido siempre un ciclista consistente, pesado, de los que desarrolla una potencia terrible en cada pedalada; por poner un ejemplo, ganó la famosa y denostada contrarreloj de Zaragoza de la Vuelta 2007. Pero poco más. Entonces…

Bert Grabsch es el campeón del mundo contrarreloj con el perfil más bajo de la historia. Desde que esta modalidad posee un campeonato del mundo propio y oficial (olvidamos el oficioso GP de las Naciones), Agrigento’94, todos los ganadores han sido ilustres vueltómanos o especialistas de relumbrón: Ullrich, Jalabert, Boardman, Indurain. Incluso Honchar o Botero. Sin embargo, desde 2002 la concurrencia, el nivel, fue bajando.

Ejemplo de ello son los tres títulos conquistados por Michael Rogers, el primero indirectamente heredado del positivo de David Millar. En ellos, sólo el de 2005 tiene un podio relativamente deslumbrante, con el australiano flanqueado por Iván Gutiérrez y Fabian Cancellara. Después, en 2006 y 2007 Fabian Cancellara se llevó el arcoiris sin demasiada oposición. El año pasado, ni la locomotora suiza tomó la salida y Grabsch se impuso al semidesconocido Svein Tuft y David Zabriskie. Tras ellos, buenos nombres como Leipheimer, Larsson ó el proyecto Tony Martin.

Sin embargo, queda un cierto regusto amargo. ¿No hay mejores contrarrelojistas? ¡No! No los hay. Al menos, no los hay interesados en participar en el campeonato del mundo de la especialidad. Aunque el pasado fuera año olímpico, lo de menos sería esperar que los mejores especialistas tomaran parte en la prueba. Otro cantar es que ahora mismo no haya demasiado especialistas de verdad, y ese es el objetivo de todo.

El mejor especialista de la actualidad es Bert Grabsch. Le discute el título Fabian Cancellara. El resto, los nombrados en este artículo penco o bien son de nivel más bajo (Rogers, Millar, Zabriskie, Larsson, Bodrogi, Iván Gutiérrez), o bien son un mero proyecto (Clement, Martin)… o bien son vueltómanos cuya virtud en cronos radica en la multilateralidad de su preparación (Leipheimer, Evans, ¿Contador?).

¿Se estarán perdiendo los contrarrelojistas puros?

Se va José Antonio Garrido y, con él, Costa de Almería

Ciclista de equipo por antonomasia, vasco, duro, escalador sacrificado. Se retira José Antonio Garrido, Díez de segundo apellido, un hombre que corrió siempre con casta. Cuatro equipos le han tenido en sus filas, cuatro equipos han disfrutado de todo lo que él ha sido…

No era valiente sobre la bici, rara vez se le veía en fugas de esas que no van a ninguna parte. Al principio de su carrera corrió en Benfica, donde se hizo un nombre pequeño que le valió para fichar por otro equipo pequeño, ése Costa de Almería (Jazztel o Paternina, siempre el mismo espíritu) que cada vez echo más de menos. Ahí consiguió dos victorias bonitas, con denominadores comunes: final en alto y corto kilometraje. La primera fue una victoria en Pal, en la Volta a Catalunya 2002; creo recordar que frente a buenos nombres, a pesar de que el vencedor final fuera otro gregario de su estilo, el por aquel entonces ya veterano Aitor Garmendia. La segunda fue en Navacerrada, en la Clásica de Alcobendas 2003; luchando con Piepoli y uno de los rusos del Banesto de aquel entonces, creo que Menchov.

Sin embargo, la cumbre de su carrera no fueron a mi parecer estas dos victorias individuales sino el trabajo colectivo que desarrollara en favor de José Antonio Pecharromán en tres pruebas distintas: Castilla y León (aquí quedó clasificado por delante de mi triste ídolo de siempre), Euskal Bizikleta (fue décimo o similar, Pecharromán ganó la general y tres inolvidables etapas) y Volta a Catalunya (aquí en la general acabó hundido, pero fue siempre el último hombre en tirar para el Pecharromán que ganó la general y la crono de Vallvidriera). Con Pecha se fue a Quick Step, un equipo grande donde rendiría de verdad…

Tres años trabajando para Bettini y compañía (para Pecharromán no tuvo oportunidad de trabajar, de tan mal que anduvo el manchego), tres años trabajándose un respeto respetable, valga la pretendida redundancia. Nunca buscó resultados para sí mismo mientras estuvo a las órdenes de Lefévre; recuerdo una fuga en el Giro de Italia 2005 donde subió ¿el Gavia? trabajando para Bettini. A los pocos kilómetros de ascensión se cortó, vacío. Antonio Alix hizo un comentario sumamente cruel… «ahí va José Antonio Garrido, arrastrándose». Creo que se la tengo guardada aún, dicho sea con una sonrisa.

No renovó con Quick Step por una falta de palabra del patrón, que le prometió dos años de contrato y le dió cero. Quedó en la estacada, duró medio año sin equipo hasta que LA-MSS le firmó para correr la Volta a Portugal. Trabajo satisfactorio, consecuente renovación. Esta última temporada, por el contrario, no rindió. No pudo. A mediados de mayo, después de la muerte de su compañero de equipo Bruno Neves, la policía judicial intervino la escuadra; adiós, todo. Se acabó Garrido, que estuvo a punto de salir a flote con el Cartaxo que también se hundió. Después ha recibido ofertas, ninguna le satisfizo; sólo quedaba la retirada. Adiós, Josean, adiós.

Se acaba la semilla de aquel Paternina – Costa de Almería 2003 mítico para mí. Dieciséis más uno ciclistas (el uno, Didac Cuadros, corrió sólo un par de carreras) que aún me sé de memoria. Los ocho que participaron en la Volta a Catalunya de la gloria fueron, por orden de eliminación para el ‘treno’ que dejaba a Pecha solo para rematar el trabajo: Tondo, Torrent, Guillamón, Ferrío, Ximo López, Rafa Casero y Garrido, que recuerdo que llevaba el dorsal 1 del equipo. Hasta hace poco, creía que Pecha llevó el 64; una consulta a CyclingNews me dice que su dorsal fue el 126 y de paso me sirve para confirmar a mi memoria.

También estaban en el Paternina’03 Darío Gadeo y Díaz Lobato, que se retiraron entre sombras después de denunciar el dopaje a la estela de Manzano pero con más valentía puesto que aún seguían en el circo; el pibe Toledo, que no duró mucho en pros por cuanto sólo tenía motor para sprintar; el lesionado Ricardo Valdés (grandísima su etapa de la Vuelta a Asturias, fugado 130 km, donde hizo doblete por delante de un Torrent que ganó el sprint de grupo), el irlandés Dermot Nally, mi paisano Carlos Golbano, Domingo José Sánchez Segado (nunca me cayó bien, no sé por qué, y ahora me arrepiento un poco de ello) y aquel José Luis Martínez que casi la lió en una etapa de la Vuelta a Andalucía que ganó Ivanov. José Luis Martínez, qué cariño le tenía; me lo encontré de paisano en la Vuelta a España de 2006, donde me contó el estado del CV por dentro mientras yo me sonreía mucho. Por dentro.

Les tengo mitificados, para qué me voy a engañar. Con el tiempo he ganado conocimiento, y veo que ese equipo que tengo en un altar estaba dirigido por un «chorizo» (¿chorizo?) llamado Miguel Moreno, y además considerado como un escuadrón de bomberos. Me da igual. Yo sigo pensando en las seis victorias de Pecharromán, la de Casero en Valencia, la de Valdés en Asturias, la de Garrido en Alcobendas y la de Díaz Lobato en Galera; diez victorias, las cuentas claras y el recuerdo precioso.

De ese equipo sólo quedan dos ciclistas en pie. Mejor dicho, uno y medio. Porque Torrent, tras sus lesiones, ahora mismo no tiene equipo. Xavi Tondo, por contra, sí: correrá en Andalucía, el de Valls ha acabado por demostrar su gran calidad escaladora y cierta polivalencia para quitarle la razón a Miguel Moreno, que no le renovara en 2004 porque… aún no le encuentro explicación.

Tengo una nostalgia terrible de ese equipo. Ahora que se va Josean, voy a tener mucha más. Comprendo que estos artículos tan divagantes y sin repasar rompen un poco con mi estilo; pero de vez en cuando echo de menos el tiempo en que disfrutaba tantísimo del ciclismo, cuando leía la Ciclismo a Fondo como si fuera la biblia, ignoraba la existencia del Meta2Mil y aprendí a programar el vídeo para poder ver las carreras al volver del colegio. Días felices… quizá los de ahora lo son más.

Plantilla del Paternina’03 en Cycling Quotient