Se publican tramas de corrupción en torno al fútbol y predomina el ruido. Los hechos pierden relieve frente a las opiniones de protagonistas y periodistas. Mientras los diarios generalistas ofrecen información con cierta profundidad pero sin mojarse en según qué temas, los medios deportivos no alteran la dieta blanda habitual con raciones de seriedad sino que son parcos y, dependiendo de su tendencia o colores, destacan unos nombres y ocultan otros. Dan pábulo a declaraciones orientadas a señalar una conspiración contra alguien, o contra todo el fútbol español, y no indagan ni reflexionan.
La corrupción viene del negocio. Por más que se esfuercen los medios por diluir la realidad, no sorprendería un carajo que se lavara dinero de la droga aprovechando la figura de Messi, o que el padre de Neymar y sus acólitos, adláteres o chupópteros se lucraran gracias al pegue deportivo y publicitario de su hijo. Tampoco que el pelotazo del Real Madrid fuera un pelotazo, o que cuatro equipos conservan su condición de club porque les beneficiara fiscalmente, o que los conjuntos valencianos hubieran recibido una ayuda excesiva e ilegítima por parte de la Generalitat.
No sorprende. La corrupción viene del negocio, y en el caso del fútbol se ve amplificada hasta límite insospechados porque en este negocio hay mucho dinero y sobre todo muchos intereses. No es ya que este deporte sea el opio contemporáneo, sino que en él están implicados y buscan implicarse las personas más poderosas y acaudaladas. A partir de él nacen sinergias, relaciones, posibilidades. Negocio. Tocar al fútbol no es sólo tocar la afición de la clase media y baja, el entretenimiento universal; también es meterse con el dinero y la telaraña de la clase alta, la que sufraga las campañas políticas, emplea a los trabajadores, importa y exporta, se anuncia en los medios.
Por eso no se habla contra el fútbol, aunque su actividad suponga grandes pérdidas y afrentas al erario. A nadie le interesa que esta burbuja se pinche, que este chiringuito se venga abajo: se dañaría un arma propagandística, de networking y de negocio directo de singular valía.
Así que, si hay que quitar del medio a Messi y mandarlo a Argentina a recuperarse de una lesión mientras los medios le defienden a capa y espada enseñando facturas que no demuestran prácticamente nada; si Neymar tiene que forzar una amarilla para irse de vacaciones el día que explota su caso, justo después de presentar una nueva tienda monomarca de Nike; si es necesario desmerecer a la Comisión Europea, acusar a Almunia de dejarse cegar por sus simpatías o recordar a la UE que subvencionó la remodelación de estadios en Francia; si es preciso ir a Bruselas a defender la permisividad de nuestra instituciones para con los clubes blandiendo la infame ‘marca España’… Pues se hace. Pero el fútbol no puede caer.
Por suerte o por desgracia, vivimos en una sociedad donde para entender el presente o predecir el futuro sólo hay que seguir el rastro del dinero y su negocio. Y, como el negocio es consustancial a la corrupción, por mucho que el sistema nos ofrezca garantías teóricas de que luchará contra los malhechores no se puede evitar que dicha corrupción campee a sus anchas por nuestro entorno, volando por encima de nuestras cabezas, en una trama indisoluble que va mucho más allá de la droga, el enriquecimiento ilícito y el pelotazo. Una trama que implica a toda la élite, la línea 1 y 8 del tablero de ajedrez, y nos deja a los peones de 2 y 7 como meros espectadores.
El consuelo es que, con un poco de esfuerzo, podemos entender el juego.