Heinrich Haussler
Ocho horas en quince minutos


Las claves del nuevo Garmin – Cervélo



Cavendish gana una San Remo de oficina
Sin embargo, la plana mayor de esprinters puros sí se presentó al completo. Tom Boonen, Mark Cavendish, Alessandro Petacchi, Thor Hushovd, Daniele Bennati, Robbie Mc Ewen, también los españoles Koldo Fernández de Larrea y José Joaquín Rojas. Velocistas, acompañados de potentes equipos en la mayoría de los casos, con buenos corredores supeditados a sus objetivos.
Así las cosas, las esperanzas de movimiento eran pocas. El equipo Acqua e Sapone, con Stefano Garzelli y Luca Paolini en plena forma, podía ser buen animador. El libérrimo Pozzato podría haber dado una exhibición de cualidades. Por supuesto, estaba Lance Armstrong, a priori dispuesto para ejercer de ‘sheriff’. Sin embargo, la alternativas más sólidas eran dos: la terna de Diquigiovanni, formada por Gilberto Simoni, Michele Scarponi y Davide Rebellin, reventando el grupo a base de ataques; ó el potentísimo Luis León Sánchez haciéndose de un pequeño hueco subiendo el Poggio para consolidarlo bajando y ganar en solitario.
Ninguna se cumplió. Faltó decisión, sobraron escuadras para controlar, convencidas de las posibilidades de victoria de sus velocistas. De inicio se formó una fuga de once corredores de medianías, donde destacaban únicamente el austríaco de Columbia Bernhard Eisel y el ruso de Katusha Mikhail Ignatiev. Controlaban la distancia LPR (Petacchi), Cervélo (Hushvod) y Quick Step (Boonen), la fuga se fue desgranando y cuando fue abortada definitivamente al pie de la Cipressa sólo quedaban en cabeza el citado Ignatiev, Sebastian Turgot (Bouygues), Christophe Le Mevel (Française des Jeux) y el local Giampaolo Cheula (Barloworld).
En la Cipressa, la penúltima cota del recorrido, el soso desarrollo de la carrera parecía romperse. Michele Scarponi tomó la primera posición del pelotón y empezó a seleccionarlo. Los ciclistas más débiles cedieron pronto, se formaron numerosas catervas por detrás que incluían nombres ilustres como Robbie Mc Ewen, Koldo Fernández de Larrea o el celebérrimo Lance Armstrong. En la pomada sólo quedaron dos grupos: por delante uno de veinte ciclistas donde tiraba Liquigas al ser Benatti el único esprinter integrado en él, por detrás otro de treinta donde LPR trabajaba a marchas forzadas para llevar a Petacchi delante, aunque trajera consigo a varios rivales. Lo consiguió.
Quedaba así un grupo demasiado grande y repleto de hombres rápidos al llegar al pie del Poggio. Un Caisse d’Épargne envalentonado se tomó la cabeza de grupo en pos de las opciones de José Joaquín Rojas, sacrificándose infructuosamente. Française des Jeux hizo después lo propio en un movimiento algo necio, dado que no tenía ningún hombre capaz de entrar ni siquiera entre los cinco primeros en una hipotética volata en San Remo. Se empezó a subir y…
… No ocurrió nada. Prácticamente nada. El Poggio es una subida más o menos corta y suave; la dureza la deben poner los ciclistas, y eso no sucedió. Sylvain Chavanel se puso en cabeza para marcar un paso lento que salvaguardara las opciones de su jefe Boonen, y se mantuvo ahí durante kilómetros; primero solo, luego acompañado de otros coequipiers de Quick Step. Cuando quedaban apenas mil metros para coronar, Rebellin lo intentó a la desesperada sin resultado; Pozzato le secundó y repitió la acción, adquiriendo una pequeñísima ventaja que luego desperdició en la bajada. En todos esos movimientos anduvo metido Egoi Martínez (Euskaltel), el primero de los tres españoles que apareció en los compases finales de la carrera. El siguiente en hacerlo fue Luis León Sánchez, quien una vez acabado el descenso quemó sus naves con un derroche de potencia que ni siquiera inquietó a un grupo donde ya se mascaba el esprint.
Y el esprint al final llegó. Los equipos se disputaron el dominio del mismo,saliendo ganador de la contienda un Columbia que gracias a Hincapie consiguió colocar inmejorablemente a Cavendish. Todo, sin embargo, saltó por los aires cuando el corredor de Cervélo Heinrich Haussler demarró y sorprendió. El alemán ha explotado este año, ha mostrado una gran fortaleza y una regularidad que hasta ahora ni se le sospechaba. Sabedor de que su explosividad no es suficiente para volatas cortas y su sprint de media distancia era inferior al de ocho o diez de sus contrincantes, decidió jugárselo todo a una arrancada larga.
Casi le sale bien, de no ser por un Mark Cavendish superlativo que saltó desde atrás, cogió su rebufo y pudo superarle en un último golpe de riñón excepcional. Ambos, alemán y británico, picaron dos segundos respecto del resto de contendientes, que no supieron ni pudieron seguir la rueda de Cavendish hacia la línea de meta. Tercero en la misma fue Thor Hushvod, coequipier de Haussler al que quizá perjudicó la arrancada de su compañero; séptimo fue Aitor Galdós, de Euskaltel, que sorprendió al colarse entre los grandes y compensó de alguna a manera a su equipo la posible fractura de clavícula sufrida por Iñigo Landaluze en una caída bajando la Cipressa.
Los últimos tres kilómetros de Milán – San Remo fueron emocionantes y tuvieron algunos ingredientes de sorpresa. El resto de la carrera, para qué engañarnos, no mereció la pena y no quedará en la memoria de ningún aficionado. No todas las competiciones pueden ser cantos al ciclismo, como la París – Niza que vivimos recientemente. Aunque siempre es un sinsabor ver como monumentos como Milán – San Remo pueden ver a su espectáculo darse de bruces contra el ferreo control táctico del ciclismo moderno. A veces, ciclismo de oficina.
Caballos negros
Buen reportaje y entrevista el que dedican en Cyclingnews a Carlos Sastre: «The dark horse rider«. El título, acertadísimo, hace referencia mediante un juego de palabras a dos circunstancias del ciclista abulense. Por un lado, con la expresión inglesa «being a dark horse» (que viene a significar ser una persona que aún habiendo alcanzado el éxito sigue siendo un tanto desconocido para el público), el artículo deja entrever su condición de ganador de Tour de Francia tan digno como poco glamuroso, algo que por otra parte no deja de ser injusto. Y, por otra parte, ese título de dark horse se refiere al color de su nuevo equipo, Cervélo.
Un equipo que, como está demostrando estos días en Qatar, esta auténticamente hecho de caballos negros. Sólo hay que mirar su ‘ocho’ de esta carrera para comprobarlo: rodadores expertos como Andreas Klier ó Roger Hammond, noveles prometedores como Martin Reimer, irregulares con potencial de bestia como Heinrich Haussler, más un polivalente valioso como Xavi Florencio. Con esta alineación, Cervélo ha tenido la capacidad de monopolizar, o casi, la atención en la ronda asiática: es el promotor de los abanicos que tanto castigan al pelotón y su principal beneficiario.
Y el resultado no podría ser mejor: una victoria de etapa, cinco hombres entre los ocho primeros de la general. Bueno, realmente sí podría ser mejor; falta en la alineación un rematador, un velocista ganador, alguien con olfato capaz de rentabilizar el grandísimo potencial del resto de caballos negros. Pero sólo hay un ciclista de estas características en la plantilla: es noruego, se llama Thor Hushovd y seguramente es uno de los tres corredores más potentes del mundo. Por debajo de él, sólo un Haussler centrado puede funcionar como surtidor de triunfos para a escuadra. O él, o un ciclista joven que de un rendimiento inusitado.
Los ocho del Tour de Qatar son el reflejo de la totalidad del Cervélo TestTeam. La estructura capitaneada por Carlos Sastre, en mi opinión, ha sido capaz de reunir una buena plantilla con caballos negros que pueden tirar con total efectividad de una cuádriga cuyo auriga sea digno de su fortaleza. El problema es que sólo existen dos aurigas que reunan esa condición, Sastre y Hushvod, lo cual se antoja bastante poco. Y es que, no nos engañemos, ni Haussler ni Gómez Marchante (casos paralelos de buenos ciclistas perjudicados por las circunstancias) reúnen las condiciones para liderar al equipo en momentos importantes de la temporada. Y qué decir de los jóvenes emergentes contratados, como Konovalovas, Pauwels, Fleeman, Deignan ó Pujol, que crecerán en la sombra en espera de reunir una mayor madurez.
¿Deberes para el año que viene? Es demasiado pronto para establecerlos, aunque parece meridianamente claro que es necesario fichar algún líder más para afrontar con garantías un calendario que incluye la gran mayoría de grandes clásicas y vueltas. No parece suficiente tener a Hushovd y Sastre como jefes únicos, como aurigas de una cuádriga tirada por potentísimos caballos negros.