La voluntad en el Mont Ventoux

La primera interpretación del encabezado es maliciosa. Valverde le dio la voluntad, la limosna, a Sylvester Szmyd, en el Mont Ventoux. Pero nada más lejos. El murciano hoy ha hecho un nuevo amigo, un amigo de calidad que puede venir muy bien en cualquier envite al cual tenga que hacer frente en los próximos tiempos. Regalarle la victoria al polaco Szmyd no sólo es estrenar el palmarés de un corredor de nivel, también es ganarse el favor de un equipo muy poderoso llamado Liquigas. Si corre el Tour de Francia (ojalá), tal vez Valverde se vea en la necesidad de recordarle esta quinta etapa de Dauphiné Liberé al ‘capitano’ de la escuadra verde. Y puede que le sirva para algo.

Hoy, Alejandro Valverde tomó la salida con voluntad de hacerse con el maillot amarillo. No podía hacerlo de cualquier manera, los casi dos minutos que le separaban del hasta ahora líder Cadel Evans hacían preciso un ataque lejano. Dado que la etapa era unipuerto, los quince kilómetros de Mont Ventoux se tenían que aprovechar de la mejor manera posible. Para ello, el murciano contó con un aliado inestimable: la debilidad del contrincante. El equipo Silence – Lotto, tanto en la montaña como en cualquier terreno que no sean las clásicas, es un gigante con pies de barro: un barco con patrón y sin marineros. Hay líderes, pero no gregarios.

Hoy Evans estaba prácticamente solo desde los compases iniciales de la subida. Eso, la soledad del defensor del liderato, se puede sobrellevar toda una carrera si tú estás fuerte y tienes cierta distancia respecto del resto (nos lo enseñó Menchov en el reciente Giro). Cuando tú no estás en tu mejor condición y el abanico de favoritos está más abierto, sólo puedes mantener tu posición durante unos kilómetros. Después, tienes dos opciones: esperar que te salve impericia máxima de tus rivales, o hacer un movimiento táctico arriesgado y seleccionar tú mismo el grupo para asustar. Evans optó por lo primero y la cosa salió mal: había demasiados rivales como para que todos fueran tontos.

El más listo fue Alejandro Valverde. El más listo y el más fuerte; de los otros candidatos de la general, Contador estaba visiblemente ralentizado, Gesink demasiado nervioso, Millar hacía suficiente con afianzar unas prestaciones desconocidas y llegar con el resto. El único que estuvo a su altura fue el polaco Sylvester Szmyd (1978, Bydgoszcz), uno de los mejores motores para la subida del mundo convertido en gregario por circunstancias psicológicas. No es ya que tal vez le falte esa gota de instinto para la victoria, el problema va un poco más allá: nervios. Voluntad que se convierte en ansiedad. Hoy ha declarado que estaba «a punto de vomitar» en el momento de llegar a meta por la posibilidad tan inmediata de conseguir la victoria. Cosas que pasan, quizá a partir de ahora el ciclista de Liquigas comience a atesorar un cierto palmarés individual.

Mientras Valverde y Szmyd avanzaban con paso firme hacia la cima del «monte pelado», por detrás hubo un número de entremés. Un carrusel de ataques de corredores de segunda fila mientras Evans tiraba y aflojaba, algo desquiciado a juzgar por la expresión de su cara, con Contador a su rueda. Gesink fue el que más seriamente atacó; no sería justo olvidar a Vincenzo Nibali. Tampoco a tantos otros que hacían un tanto mayor el ridículo táctico del australiano: Iván Basso, Jesús Hernández, Vladimir Efimkin…

Sin embargo, me gustaría quedarme con dos nombres de la etapa de hoy. El primero es el denostado Haimar Zubeldia, prototipo de corredor frío y con poco ‘feeling’ para el aficionado. Hoy ha atacado desde los primeros escarceos, se le ha visto con relativa fuerza pero no ha podido seguir a Valverde y Szmyd. Está cómodo como segundo espada de Astaná y eso se nota en actuaciones como las de Catalunya y la de hoy. Voluntad de hacerlo bien.

El otro nombre es el de Igor Antón. Ha sufrido toda la subida intentando coger la rueda de los mejores, nunca lo ha llegado a conseguir aunque sí ha tenido la suficiente voluntad como para lanzar un ataque que, a pesar de haber sido pírrico, le sirve para destacar aunque sea un poco. ‘Fuji’ se ha dejado ver. Este julio va al Tour, y seguramente no va a conseguir entrar entre los diez primeros (una plaza allí va a estar mucho más cara que, por ejemplo, el año pasado); pero, a buen seguro, entenderá pronto que debe atacar sin reservas para destacar. Eso será un premio para el aficionado y, a la larga, para él mismo.

En otro orden de cosas, me ha llamado particularmente la atención el último fichaje de Fuji – Servetto. Exótico, de nuevo, pero más lógico que el de, por ejemplo, Cameron Wurf. Se trata de un ciclista cuyo nombre me comenzó a sonar el año pasado, que esta temporada corría en el suspendido Amica Chips – Knauf: el croata Robert Kiserlovski. Escalador fino que no anda mal en el resto de terrenos, muy joven (23 años) y con muchísimo margen de progresión: su ex director le situaba en el podio del Giro del año que viene. No sé hasta dónde puede llegar, pero promete…

Victoria del Ciclismo en París – Niza

Contador casi devuelve la moneda a Luis León

No podía quedar así, no podía quedar la imagen de Alberto Contador como la de un ciclista roto, que pierde dos minutos en tres kilómetros y se deja la carrera por una ambición exagerada. Para eliminarla de la retina del aficionado quedaban algo más de cien kilómetros por los alrededores de Niza, tradicionales, con tres puertos catalogados de primera aunque tendentes más a la segunda categoría: Porte, Turbie, Eze. Luis León Sánchez sabía lo que iba a venir, conoce a Contador como coetáneo y compañero de equipo varias temporadas; el de Pinto iba a atacar desde el inicio.

Y, efectivamente, sucedió. En las primeras estribaciones del larguísimo Col de Porte se formaba un grupo de veinticinco ciclistas donde entraban dos coequipiers del superclase madrileño, el kazajo Dyachenko y un Popovych que parece ser la segunda mejor arma de un Astaná que ha mostrado una imagen deplorable, Contador aparte. El Caisse d’Épargne del líder Luis León, por su parte, filtraba a Óscar Pereiro y David López, sabedor de que aquello no hacía más que comenzar. Cuando la fuga tenía una veintena de segundos, Contador saltó del pelotón. Se pusieron entonces los astros del lado del corredor de Astaná, o más bien en contra de un Luis León que pinchaba en dos ocasiones consecutivas. Ello obligo a su equipo a esperar, frenar el pelotón y dejar marchar a Contador hacia la gesta.

Pasó el madrileño como un obús por el grupo de fugados, quien pueda que me siga, y sólo pudieron a la postre otros cuatro ciclistas entre los cuales no estaba -significativamente- ninguno de sus coequipiers: el estonio Rein Taaramae (Cofidis), el francés Sandy Casar (Française des Jeux) y los nacionales Aitor Hernández (Euskaltel)… y David López. Hizo camino junto a ellos, fueron útiles Casar y Taaramae en la transición entre Porte y Turbie hasta caer desfondados, primero el joven estonio y luego el curtido francés. Hernández, por su parte, no podía dar más de sí y cedió a las primeras de cambio, si bien su combatividad y el cierto punto de descaro mostrados merecen un reconocimiento. David López, por su parte, se limitó a rodar el último del grupo y esperar a que desde el coche le mandaran esperar para tirar del pelotón…

Un pelotón donde las alianzas e intereses comunes tomaron presencia a partir de que Contador alcanzara, pasado el Col de Porte, los 2:30 de ventaja, una diferencia que le colocaba líder virtual. Caisse d’Épargne estaba superado, sólo Perget y un Pereiro cuya buena actitud quedaba opacada por un mal momento de forma daban el ancho; no era suficiente. Quick Step y Saxo Bank no tuvieron más remedio que colaborar, dado que veían amenazados los puestos de podio de Sylvain Chavanel y Frank Schleck, respectivamente.

La distancia bajaba en el llano y la bajada, en algún momento el grupo de Contador parecía estar cazado al mantener sólo quince segundos de ventaja con más de treinta kilómetros hasta meta. Sin embargo, cuando llegaba la subida se entraba en terreno del madrileño; y ahí ni Perget, ni Sörensen, ni Pineau, ni tantos otros que relevaban en el pelotón… ni todos juntos podían con el madrileño, que incrementaba su ventaja para poder soñar ya no con la general, sino al menos con la victoria de etapa. En los descensos, por contra, la historia seguía discurriendo al revés.

Una vez pasado La Turbie, la gesta de Contador ya no era posible; el maillot amarillo estaba demasiado lejos. Su enconada lucha individual contra el gran grupo había terminado con el resultado lógico. Saxo Bank cejó entonces en el empeño de perseguir, dejándole la tostada a un David López que no pudo resistir con Contador y ahora tiraba de Luis León. El madrileño volvía a marcharse poco a poco, hasta que un agresivo Toni Colom (Katusha) demarraba y se llevaba consigo a Frank Schleck, que veía la oportunidad de asaltar el segundo lugar de Chavanel en la general. Después se unía a ellos un Cadel Evans que debió sentirse raro atacando. Siempre tiene que haber una primera vez, pensaría el australiano de Silence. Luis León Sánchez, mientras tanto, hacía gala de una sangre fría extraordinaria y confiaba en el trabajo del voluntarioso David López.

Se coronó Eze y la aventura de Contador tocaba a su fin. El campeón madrileño poseía una ventaja exigua de trece segundos respecto al trío perseguido, que se convirtió en dúo cuando Evans dejó ver de nuevo sus pésimas dotes de bajador, ilógicas en un corredor supuestamente habilidoso al venir del mountain bike. Fue finalmente absorbido a poco más de diez kilómetros de meta, en plena bajada, y trató de colaborar con dos hombres que tiraban con una fuerza inusitada pues las circunstancias le acercaban sus objetivos: Colom era de largo más rápido que Contador y Schleck, lo cual le daba la victoria de etapa; Schleck, por su parte, recibía noticias de que a Chavanel se le había salido la cadena, lo cual ampliaba opciones de robar al francés el segundo cajón del podio.

Al entrar al Boulevard de los Ingleses todo parecía definido como finalmente se definió. Luis León iba en un grupito de diez donde había empalmado Chavanel, controlando las distancias sabedor de que se iba a llevar holgada y merecidamente la prueba. Schleck sabía que a su rival francés la avería le había costado ciertos segundos, lo cual le encaramaría a la segunda posición en la general final; incluso se permitió el lujo de dar un último relevo potente para después dejarse ir y no disputar el sprint. Toni Colom, por su parte, tenía la victoria casi asegurada y conseguía así el objetivo que tanto había buscado en esta París – Niza a pesar de un último golpe de riñón de Contador…

Contador. Estadísticamente se quedó sin recompensa. Moralmente, sin embargo, ha sido el gran triunfador: se ha revindicado como ciclista y como campeón. Además, desde este momento su faceta de celebridad puede ir ‘in crescendo’ sin muchas dificultades a poco que maneje bien su entorno mediático. Por último, no cabe duda de que esta experiencia será muy valiosa; ya decía Armstrong en su Twitter que le quedaba mucho que aprender. Ahora le queda un poco menos.

Pero, sobre todo, el que gran beneficiado hoy es el ciclismo. En estos tiempos de polémicas entre grandes vueltas, dopaje y debate sobre el pinganillo, son de agradecer jornadas de competición pura como la de hoy. Los líderes ya no escudan en equipos, ni se excusan en calendarios; ahora demuestras su condición de ‘grandes’ desde el primer hasta el último minuto de temporada. Eso lo agradece el aficionado fiel, también el aficionado medio al que los nombres llaman más cuando detrás hay hombres. Cuando hay la consciencia de que viendo hoy a Luis León vemos el principio de un próximo líder mundial. Cuando viendo hoy a Contador sabemos que observamos el principio de una auténtica leyenda.

Sastre, amarillo y gloria en Alpe d’Huez

23 de Julio, Arueda.com
Alpe d’Huez es una montaña legendaria, uno de esos nombres que están en la mente de todos los aficionados al deporte. Cada curva de Alpe d’Huez encierra una leyenda, portando el nombre de uno o dos de los hombres que han conseguido imponerse a sus rivales y a las circunstancias para hacerse con una preciada victoria en sus rampas. Cada tramo tiene su historia, su momento de gloria que es recordado cada vez que es recorrido por los esforzados de la ruta.

Desde el durísimo primer kilómetro, el de los gregarios, donde Chechu Rubiera y Roberto Heras reventaron en su tiempo a todo el pelotón en favor de Lance Armstrong. También está la zona, a falta de cuatro kilómetros del final, donde se acumulan los holandeses como los vascos en Pirineos; no en vano, Alpe d’Huez también es conocida como la montaña de los holandeses. En los últimos quinientos metros siempre se recuerda aquella curiosa caída de Giuseppe Guerini por un aficionado despistado que se interpuso en su camino cuando iba hacia la victoria; la victoria que al final consiguió.

Para los españoles también hay historias. La curva número 10 es la de Fede Echave, que ganó en 1987 mientras Delgado y Roche se retaban por detrás y el segoviano cogía el amarillo. La curva 20 la comparte Iban Mayo con Lucien Van Impe; inolvidable su exhibición mientras Beloki se enfrentaba a Armstrong en el Tour de su desgraciada caída. Desde hoy, siguiendo el orden, la curva 17 pasa a ser la de Carlos Sastre; la compartirá con otra leyenda como el pasional portugués Joaquim Agostinho.

El desarrollo de la etapa fue decepcionante. Rubén Pérez (Euskaltel), Peter Velits (Milram), Remy Di Gregorio (Française des Jeux) y el protagonista de ayer Stefan Schumacher (Gerolsteiner) conformaron la escapada. Di Gregorio perdía contacto en el llano entre los colosos de Aubisque y Croix de Fer; Rubén Pérez, en las estribaciones de este último, que eliminaba también a Schumacher más adelante. Quedaba solo por delante el sudafricano Velits, que después recibiría por detrás el apoyo de Jérôme Pineau (Bouygues Telecom) en el descenso de Croix de Fer. Todo eso daba un poco igual en una visión global de la etapa, pero era lo único que sucedía en esos instantes: CSC marcaba un ritmo poco exigente que dejaba a una treintena de ciclistas en el pelotón.

Se llegó al pie de Alpe d’Huez y no parecía que se pudiera esperar demasiado. Pineau seguía por delante ya en solitario, con un minuto sobre el grupo dominado (se dejaba dominar) por CSC. Y en el primer kilómetro llegó el primer hachazo. Carlos Sastre atacaba y se llevaba consigo a Denis Menchov; el inocente trabajo de Bernhard Kohl neutralizaba el demarraje. Sin esperar a reintegrarse de verdad al grupo de favoritos, Sastre volvía a tensar. Ésta fue la buena.

Dudas por detrás. Menchov se hundía, víctima de su fragilidad mental, y perdía contacto con el resto de grandes. Kohl tiraba de Evans; Valverde pedaleaba nervioso con unas buenas piernas que no tenía desde Cholet, AG2R acumulaba hombres en el grupo… y los hermanos Schleck movían el árbol, buscando cortar a Evans. En lugar de ello, lo acercaban a su compañero de equipo y teórico jefe de filas. Cayeron una y mil veces en ese error de juveniles; a pesar de ello, Sastre siguió haciendo hueco, infatigable. Los treinta segundos que manejó durante dos kilómetros se convirtieron en cincuenta, lo cual propició que el coche de equipo conducido por Kim Andersen y que llevaba a su mecánico y compañero de fatigas Alejandro Torralbo arribara a su vera. Golpe moral, la ventaja era de un minuto y, en un abrir y cerrar de ojos, paso a ser de dos.

Evans no encontraba quien le hiciera carrera; mejor dicho, quien se la hiciera bien. Tocado ya Kohl, Goubert y Efimkin, de AG2R, se iban alternando para mantener un buen ritmo que beneficiara a su jefe de filas Valjavec. Y ese ritmo permitía que Sastre aumentara su ventaja. Después, Evans empezó a tomar la responsabilidad en primera persona; Menchov y Samuel Sánchez volvían al grupo. Algo no marchaba bien. Los ataques no tenían continuidad: la ingenuidad de los Schleck se tornó en maestría para hacer de secantes de cada cambio de ritmo que tenía lugar entre los favoritos. Vandevelde, Efimkin, Valverde, Kohl… todos debían frenar al verse con la incómoda compañía de uno de los luxemburgueses. Sastre seguía delante; iba con menos alegría, pero con la suficiente para seguir haciendo hueco.

El último ataque, el que valió, fue de un Samuel Sánchez que arrancó con una fuerza bastante apreciable a poco más de un kilómetro para meta. A su rueda, Andy Schleck. Esto no importó al asturiano, que sólo quería ser segundo y en nada perturbaba a Sastre. La pasividad de un Evans reventado, un Menchov hundido aunque su situación en carrera no fuera catastrófica. El reventón juvenil de Kohl, el puntito que le falta a Vandevelde para ser un grande y no un gregario de lujo que aprovecha su libertad. Esos factores se juntaron para permitir a Sastre, por un lado, y a Samuel y Andy por otro, para hacer camino. También la permisividad de Valverde, que perdonaba a pesar de su insultante facilidad sobre la bici.

Sastre llegó a meta, maillot cerrado y gesto extenuado, con 2’03” sobre Samuel y Schleck, que se jugaron al sprint la segunda plaza; sonrió la fortuna al más rápido, el asturiano de Euskaltel. A 2’13” apareció el grupo de favoritos, liderado por el murciano Alejandro Valverde y por el hasta ahora líder Frank Schleck; Evans perdía dos segundos en una etapa negra para él.

Diez minutos después ya se sabía la general. Sastre sacaba 1’24” al siguiente, su compañero Frank Schleck, y 1’34” y 2’39” a sus máximos rivales por mor de la contrarreloj, Cadel Evans y Denis Menchov. El abulense tuvo un recuerdo para su cuñado Chaba Jiménez y declaró que la táctica, que parecía caótica dado el mal uso de sus fuerzas por parte del equipo CSC, era que él atacara desde la base del Alpe d’Huez.

Pero… ¿qué más da? ¿Qué importan las tácticas, las diferencias y lo que queda por venir cuando uno ha entrado en la gran Historia del ciclismo? Un triunfo épico en Alpe d’Huez significa la gloria. Y resta importancia a lo que queda por venir

Cadel Evans, el hombre gancho (y II)

Ese mismo año, Evans también ganó una etapa de la Clásica Uniqa y la contrarreloj de los Juegos de la Commonwealth, algo que no hizo sino acentuar algo a lo que apenas se reparaba: no solo subía, también rodaba muy bien. Tomó nota Telekom, que aprovechó el río revuelto que creó la desaparición de Mapei para pescarle. A él y a todo un histórico como Daniele Nardello. Además de reforzar la plantilla con el ganador del Giro’02, Paolo Savoldelli, y a la sensación del Tour, Santiago Botero.
Pero aquellos eran años difíciles para el equipo alemán. Todo aquel que venía de otro equipo no brillaba, por caídas o por mala suerte. En el caso de Cadel, tocaron las caídas: hasta tres veces se rompió la clavícula aquel año, incluyendo una caída en la tercera etapa de la Vuelta donde iba a tratar de revindicarse. Al año siguiente, ya más recuperado, dio muestras de mejoría: etapa y general de su fetiche Vuelta a Austria, tercero en Murcia, cuarto en todo un monumento como el Giro de Lombardía. Sin embargo, a Evans le hacía falta un cambio de aires, y el supo dárselo fichando por Davitamon-Lotto.

En este equipo Cadel conoció el Tour. Y el resultado fue muy bueno: octavo en su primera participación. No cupo duda desde entonces de que él era un hombre Tour; regular, bueno subiendo y contra el crono, con una gran capacidad de sufrir… le faltaba ser capaz de romper la carrera, pero no se podía tener todo. Aquel año, además, ganó una etapa en la Vuelta a Alemania e hizo una digna Lieja-Bastogne-Lieja (quinto).
Al año siguiente, desde el equipo se propusieron dar un paso adelante: luchar a lo largo de todo el calendario y así poder optar a ganar la general del UCI Pro Tour. Evans trató de hacerlo, y casi lo consigue: etapa y general del Tour de Romandía, segundo en la Vuelta a Polonia, octavo en País Vasco, décimo (aunque muy activo) en la Vuelta a Suiza… y, en su gran objetivo del año, en ‘su’ Tour de Francia, quinto. Tres peldaños más alto dentro del top ten. En la general del Pro Tour, cuarto. Sin duda, una gran temporada.
Y llegamos a 2007. Un año que pudo ser mejor, pero no mucho. Un año excelente. Como quien mucho abarca poco aprieta, y buscando el mayor lucimiento posible en el Tour, Cadel renunció prácticamente al resto del calendario. Un sector en la Semana Internacional y un tercer lugar en Dauphiné Liberé constituía su pobre balance en la salida de Londres; todo un riesgo para uno de los ciclistas mejor pagados del mundo jugárselo todo a la carta del Tour de Francia. Y la apuesta casi le sale bien…
Sin atacar ni una sola vez, al menos ni una sola vez en serio, Evans se hizo con el segundo puesto del Tour de Francia. Por detrás del español Alberto Contador, y beneficiado por la descalificación del danés Michael Rasmussen (como el español, por otra parte), aunque con opciones hasta el final en la agónica contrarreloj de Angouleme. Finalmente, 23 segundos le separaron de la victoria final. Una victoria que quizá pudiera haber conseguido de haber arriesgado, de haber dejado de sufrir a la rueda del rival para sufrir con el viento dándole en la cara.

Después de esto, Evans se impuso en la contrarreloj de prueba del circuito de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Y después, en una Vuelta a la que iba “just for train” (Cadel dixit), fue capaz de acabar cuarto solo desbancado por el empuje de Samuel y Sastre… y por su propio cansancio. Tras esto, y viendo que podía hacerse con la clasificación del Pro Tour si finalmente descalificaban Danilo Di Luca de la misma por el turbio Oil for Drugs, Cadel alargó aún más su momento de forma para quedar quinto en el Mundial en línea y sexto en el Giro de Lombardía; lo cual le valió para llevarse el triunfo en la Challenge de la UCI y su maillot blanco correspondiente.
Nos encontramos ante uno de los mejores ciclistas del mundo sin duda alguna. Le falta ese puntito de agresividad y carisma que separa al mito de la leyenda menor. Su estilo puede gustar más o menos. Pero no podemos negar que sufriendo a rueda, como un auténtico hombre gancho, le va muy bien.

Cadel Evans, el hombre gancho (I)

Antítesis del ciclismo de ataque, esta es la historia de Cadel Evans, un sufridor nato y reciente ganador del Pro Tour 2008.
La etapa 16 del Giro de Italia 2002 fue un auténtico infierno para los ciclistas, y también el escenario del nacimiento de uno de los ídolos más importantes del momento. La etapa aglutinaba los terribles “Passos” de Staulanza, Pordoi y Fedaia en apenas 160 kilómetros, además de varios puertos de tercera, uno de ellos a menos de diez kilómetros de meta. Ahí, un ex biker australiano de 25 años y cara blanca aderezada con el colorido maillot de Mapei, comenzó a escribir su particular historia.

Antes de esto, Cadel (1977, Arthurs Creek-Australia) era el modelo aventajado del típico biker pasado a carretera: bueno escalando, correcto poniendo ritmos altos durante un largo período de tiempo y con una mínima capacidad de demarraje que le privaba de obtener triunfos de relumbrón. Aunque siempre tuvo un puntito más que sus semejantes.
Fue Saeco quien le dio la oportunidad en 1999 de probar el ciclismo en ruta europeo tras obtener buenos resultados en carreras australianas como la Redlands Cycling Classic o el Tour Down Under. Tras un periplo corto donde tuvo la cabeza siempre puesta en la disciplina de ruedas gordas, Cadel volvió a lo suyo con resultados menos satisfactorios: si bien en el invierno de 1999 reeditó su triunfo en la Copa del Mundo MTB (ya en 1998 se proclamó campeón por primera vez), en 2000 los resultados no fueron tan halagüeños: apenas dos carreras menores. Sin embargo, él ya tenía en la mente su gran objetivo para ese año: la temporada de carretera.
Volvió con Saeco en 2001. Y esta vez los resultados le acompañaron: etapa y general de la Vuelta a Austria, A través de Lausana (en la última edición de esta carrera disputada en dos sectores, ambos en cronoescalada) y la general del prestigioso Brixia Tour, normalmente vedado para clasicómanos. Además de un segundo puesto en la Japan Cup.
Este año, prometedor para un hombre de 24 años, le valió el salto de categoría: más sueldo, más galones y un fichaje por el mejor equipo del mundo por aquel entonces: el Mapei. Se dejó ver a principios de temporada: etapa en el Tour Down Under, y tercero en las dos carreras de aproximación al Giro: Semana Internacional y Tour de Romandía.

Así, llegó al Giro de 2002 en plenitud de forma; muy regular, mantuvo sus esfuerzos, sufrió a rueda de quien hizo falta, para ponerse segundo de la general en la contrarreloj de Numana, sólo por detrás de un gregario histórico como Jens Heppner (Telekom). Al día siguiente, día de esprint, venció Cipollini. Cadel esperó agazapado su momento. Este llegó en la infernal etapa 16, con final en Corvara in Badia. La victoria se la llevó Pérez Cuapio, inmerso en el Giro de su explosión (en parte favorecido por las expulsiones de Francesco Casagrande y Gilberto Simoni de carrera, lo cual dejaba campo libre a sus cualidades de grimpeur); pero el verdadero triunfador fue Cadel Evans, que al llegar penúltimo del grupo de favoritos, se vestía con la maglia rosa al aventajar a Heppner en seis minutos.
Al día siguiente, nuevo etapón: de salida, Gardena (allá donde “Chechu” Rubiera le birló una etapa a Simoni en el año 2000) y Sella; 150 km salpicados de repechos, falsos llanos y descensos; y, como traca final, Santa Bárbara y Folgaria. Este perfil, esa coyuntura, ese marco de un Giro polémico por las expulsiones y reentrés de ciclistas enterrados en equipos de segunda, como Dario Frigo o Paolo Savoldelli, deparó una de las mejores etapas de nuestro recién estrenado siglo. La carrera se rompió en Santa Bárbara (si bien el terreno anterior ya dio para más de un ataque), y en Folgaria todos cayeron definitivamente como moscas. Una etapa donde entre el primero y el duodécimo (Marcelino García) hubo casi siete minutos de distancia; donde los ciclistas llegaron de uno en uno a meta; donde hay que remontarse al puesto cuarenta de la clasificación de la etapa para ver el primer grupo de más de dos hombres.
En ese grupo, llegado a diecisiete minutos, iban tres Mapei: Andrea Noe, Dario David Cioni… y Cadel Evans. El australiano se vació totalmente en la etapa anterior, y sufrió un día de esos que curten para siempre al ciclista, un día que jamás podrá olvidar, en el que pasó de ser el primero, el número uno, a ser el anónimo decimoséptimo lugar de la general. Un día que también le sirvió para conocer al que sería su gregario “de cabecera” a partir de entonces: Cioni. A Milán llegó finalmente en decimocuarto lugar.