Miércoles largo y triste

Antonio Martín Velasco, Manolo Sanroma, Xavi Tondo… y ahora Víctor Cabedo.

¿Por qué siempre se nos van ciclistas buenos? Pues es fácil: porque no hay malos. Pueden tener más o menos nivel deportivo, un carácter afable o rarito, ser feos o guapos… Pero, en términos de virtud y sacrificio, todos los ciclistas son buenos. Desde el primo Samuel, el rico, hasta Dani, el pobre. Del beato Lastras al piadoso Rebellin. Tras cada uno de esos tíos con dorsal que observamos, aplaudimos y hasta admiramos hay una larga historia de esfuerzo, de detalles nimios y decisivos, de apoyos insospechados, de horas (y horas) (y horas) de bicicleta por carreteras en las que no siempre brilla el sol.

Nos hemos pasado el día hablando de Euskaltel. Primero ha surgido una polémica amarga, porque Igor González de Galdeano, en esa obsesión por los puntos inducida por la UCI y las presiones empresariales, ha prescindido de dos corredores emblemáticos, Amets Txurruka e Iván Velasco. Ciclistas buenos [como todos], excelentes gregarios, que se olían la tostada hasta el punto de preguntar a algún illuminati por Facebook cuánto había en su cuenta, si es que había algo. El cero existente ha sido el motivo esgrimido por el técnico alavés para no renovarles, pese a que ambos han participado en Giro y Vuelta este año (Amets también en el Tour) y a que en el Ránking de Mérito que decide el World Tour sólo suman los puntos de doce ciclistas, por lo que pueden haber hasta dieciocho que no aporten nada en ese término. Luego vinieron otras noticias en clave ‘naranja’, dos fichajes, una retirada…

Pero vamos: que todo eso da igual en relación a lo que tenemos entre manos. Ninguno de los observadores, ni siquiera los protagonistas, recordaremos este larguísimo día 19 de septiembre como el día en que no renovaron a Amets y Velasco; ni por la retirada de Alan Pérez, ni por los fichajes de Jon Aberasturi y Gari Bravo, ni por el campeonato mundial de Tony Martin doblando a Contador.

El 19 de septiembre ha sido en el que volvimos a sentir el escalofrío de la muerte de un ciclista profesional en la carretera. Este mundillo es una familia, desestructurada por un patriarca disfuncional, pero familia al fin y al cabo. Y sentimos cada deceso tan cerca que nos ponemos de duelo, nos santiguamos a nuestra manera y nos indignamos, abatimos y entristecemos.

A la par que moría Víctor Cabedo, cuyo obituario repleto de circunstancias y matices melancólicos, pequeñas lágrimas, ha relatado inmejorablemente su colega y leopardo Navarro Cueva, también lo hacía en Cádiz un chaval, David Moraleda, que había ido en bicicleta a comprar una Coca Cola y fue topado por un inconsciente ciego a alcohol y a porros.

La consternación y el desconsuelo es inevitable, claro. Nos sentimos vulnerables, porque nos da por pensar en el otro día, con la bici, ese coche que pasó por el costado tan pegadito, haciendo aire mientras adelantaba a toda velocidad; en el que apareció de repente a la salida de una curva; el que estaba parado en el arcén, frenó de improviso o se incorporó cuando no debía porque no pasaba nadie…

Descansad en paz, Víctor y David.

Maldito miércoles de mierda.

Foto: Biciciclismo

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