El Tour de Francia son veintiún días, un auténtico mundo si tenemos en cuenta que cada jornada supone de media entre cuatro y seis horas de bicicleta y que un sólo segundo puede cambiar por completo el curso de la carrera. Hay, como aquel que dice, tiempo para todo. Días para todo. El 14 de Julio era día para la fuga por esa norma tácita siempre en la mente de los participantes de la Grande Boucle; la que dice que el 14 de Julio es el aniversario de la Toma de la Bastilla, fiesta nacional francesa, fiesta para los galos, tradicionales animadores de la carrera que siempre se ven obligados a mantenerse en segundo plano durante los instantes decisivos de la carrera. Fiesta para los lacayos del pelotón, que por una vez pueden ejercer de amos del asunto. Por esta vez, sin embargo, los dos lacayos finalmente autopostulados como amos no llevaban en el dorsal banderas tricolores, sino de color rojo y verde… aunque de distintos países.
Vasil Kyrienka es uno de esos jornaleros del pelotón, de los que no tienen precio. Estajanovista, cuando fichó por Caisse d’Épargne se instaló en Navarra dejó de salir con la grupeta de Chente García Acosta por considerarla demasiado informal. Prefería entrenar solo si a cambio entrenaba de manera correcta. El 19 de Septiembre de 2008, vestido con los colores de Tinkoff Restaurants (ahora Katusha), fue el más fuerte de la etapa de la Vuelta a España con final en Segovia pero llevó pegado a su rueda al talaverano David Arroyo, que le dio el conocido como último relevo para llevarse el triunfo a casa y redondear de manera algo miserable lo que fue una buena Vuelta para Caisse d’Épargne. Pero Eusebio Unzué es un hombre de honor y aquel día Kyrienka, si bien perdió una victoria de etapa, ganó un contrato de dos años con el equipo bancario. Estas dos temporadas, Vasil ha sido un elemento valioso. Su fortaleza y arrojo fueron claves en la Vuelta a España donde campeonó el año pasado Alejandro Valverde, y también en que precisamente David Arroyo subiera al segundo cajón del podio de Verona el pasado Giro de Italia.
Ayer, al bielorruso le tocaba de nuevo sacrificarse por el equipo, pero de otra manera. Era el día de la Bastilla, el día para coger la fuga que, seguro, llegaría a meta. El día perfecto, pues, para que una escapada adquiriera notoriedad y llamara la atención, justo lo que necesita en este momento la estructura de Eusebio Unzué para encontrar un patrocinador que garantice su supervivencia en 2011. La situación en el seno de la escuadra navarra raya ya el dramatismo; las conversaciones con posibles financiadores no parecen avanzar conforme a lo deseado y los rumores en torno a los posibles destinos de sus mejores hombres no cesan de aparecer. Se habla de Rigoberto Urán y Sky, de Luis León Sánchez y una pléyade de candidatos encabezada por Rabobank y RadioShack. El murciano, precisamente, parece haber dado de plazo hasta el final del Tour para tener confirmación del nuevo espónsor de Unzué o empezar a escuchar ofertas de otras escuadras.
Era necesario introducir a alguien en la fuga, pues. Por la notoriedad, por la etapa y por la clasificación por equipos, liderada por los bancarios con una exigua ventaja de 31 segundos sobre el RadioShack de Armstrong. Kyrienka cazó el corte bueno, precisamente, junto a un hombre de The Shack como Sergio Paulinho y los belgas Mario Aerts y Dries Devenys. Luego empalmarían desde atrás dos franceses que debían salvar el honor nacional, Maxime Bouet y Pierre Rolland. Llegados los momentos decisivos, Bouet y Rolland fueron los primeros en ceder…
Sergio Paulinho es otro de esos hombres que son más gregarios que ciclistas. Cuando en 2004, con 24 años y sin haber salido aún de Portugal, fue capaz de aguantar la rueda de un Paolo Bettini en plenitud y alcanzar la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Atenas, su futuro parecía brillante. Su evolución no fue, sin embargo, tan descollante; si se equivocó apostando por las grandes vueltas en lugar de por las clásicas es algo interpretable. Él fue, en el día de los lacayos, el gran rival por el triunfo de Kyrienka. Entre ambos realizaron la selección, siendo el instante definitivo del proceso el ataque del portugués en la Rochette, neutralizado a duras penas por el bielorruso y devastador para los belgas y, sobre todo, los franceses.
Sergio Paulinho y Vasil Kyrienka se entendieron desde entonces, a una docena de kilómetros de meta. Se miraban de reojo, sabiendo que la fiesta podría ser completa únicamente para uno de los gregarios. Ambos confiaron, sin embargo, en sus condiciones; el portugués pensó en su experiencia internacional, el bielorruso en sus años de pistard y la punta de velocidad heredada de entonces. El hombre de Caisse d’Épargne entró primero al esprint, y Paulinho le remachó a los trescientos metros de meta que suelen ser estándar para estos menesteres; los justos para que duren las escasas fuerzas que quedan tras un día de escapada, sacar algo de ventaja en el demarraje y no dar tiempo a rehacerse al otro contendiente. Pero no contó con el viento de cara, que se alió con Kyrienka para darle unas opciones de triunfo que no consiguió aprovechar por menos de veinte centímetros. Lástima para él y para Unzué; el rey de los lacayos fue ayer Sergio Paulinho.