Leopard Trek: ¿resurge Mapei III?

Hace diez años que Giorgio Squinzi, patrón del histórico equipo Mapei, decidió desdoblar su estructura después de dos campañas con un efectivo sobredimensionado de casi cuarenta y cinco corredores capaces de tiranizar allá donde compitieran. La fórmula fue relativamente sencilla: generar una nueva escuadra con los directores y ciclistas más jóvenes de aquel súper equipo. El resultado fue sencillamente extraordinario: la leyenda de una formación cuyos catorce ciclistas, todos ellos menores de 24 años, acumularon 47 victorias en aquel 2002.
La mera lectura de la plantilla del conocido como Mapei III explica por sí sola estos registros. En ella figuran hombres que jamás confirmaron lo apuntado (Zanotti, Zerzan) y otros cuya luz se apagó demasiado pronto (Gasparre, Sinkewitz, el velocísimo Clerc); pero también respetadísimos profesionales (Cheula, Willems, Murayev, Eisel, Petrov), prestigiosos ‘cracks’ (Allan Davis, el tricampeón mundial contrarreloj Michael Rogers, Filippo Pozzato) y, por encima de todos, uno de los mejores corredores de la actualidad y casi de la historia: Fabian Cancellara. Si a estos mimbres unimos el trabajo del Centro Mapei de Aldo Sassi, encargado de supervisar la preparación y evolución física de los entonces jóvenes prodigios, y la conjunción orquestada por la dirección de Roberto Damiani, Joxean Fernández ‘Matxin’ y Luca Guercilena, se comprende sin asomo de duda por qué Mapei III se ha convertido en un mito, referente y parangón para cualquier escuadra de formación de ciclistas.

Aunque cualquier comparación es osada e incluso odiosa, podría decirse que el espíritu de Mapei III resurgirá esta temporada con el Leopard Trek continental. Se trata de una escuadra nacida a modo de adláter a partir de la fusión entre el RadioShack de Armstrong y Bruyneel y el Leopard de los Schleck; aprovechará la estructura de su conjunto superior, esa acumulación de talento y aspiraciones encontradas llamado RadioShack – Nissan, y será capitaneado por uno de los directores de aquel mítico Mapei III, Luca Guercilena, y un ex ciclista del Mapei “grande”, Adriano Baffi. Su génesis no deja de ser un fruto de la conveniencia de Bruyneel, necesitado de mostrar cierto compromiso con el ciclismo luxemburgués a través del cuidado de sus principales promesas y, de paso, sacar provecho de la cantidad de auxiliares y directores con contrato en vigor.
La cabeza visible de Leopard Trek será Bob Jungels, proyecto de contrarrelojista de 19 años, compañero de entrenamientos de los hermanos Schleck y gran razón de ser para el nacimiento de este equipo por la necesidad de que sus cualidades se fogueen en buenas carreras bajo la tutela adecuada. Junto a él estarán cuatro compatriotas luxemburgueses de entre los que destaca su potente coetáneo Tom Kohn.
Más allá del Gran Ducado, la acumulación de talentos del resto de Europa es llamativa. De España se llevan al ligero Jesús Ezquerra, criado por Manolo Sáiz en Cuevas El Soplao; de Portugal a Fabio Silvestre, un contrarrelojista de campanillas capaz de ser podio en la Vuelta al Alentejo con apenas 20 primaveras; de Alemania, un talento puro y recio, el campeón de Europa sub23 Julian Kern. Leopard Trek contará además con tres velocistas con denominación de origen alpina: el suizo Oliver Hofstetter y los lombardos Eugenio Alafaci y Giorgio Brambilla, ya profesional un par de campañas con De Rosa y dos veces podio en la París-Roubaix sub23.
La cuota de experiencia y cierto exotismo la aportará el moldavo Alexander Pliuschin. Se trata de un ciclista con un Tour de Francia, tres campeonatos de su país y cuatro años de World Tour en las piernas, dos con Ag2r y dos con Katusha, además de cierta aureola de infravaloración. Pliuschin es un hombre completo y combativo, con aptitudes para los recorridos complicados como demostró ganando el Tour de Flandes sub23 en 2007. Baffi ya le ha señalado como líder de la escuadra para la próxima temporada, junto a Jungels.
El ilusionante proyecto Leopard Trek dio sus primeros pasos este mes de diciembre, compartiendo concentración en Calpe con sus ‘senior’ de RadioShack – Nissan. Ya tiene fecha para su debut en competición, que tendrá lugar el 4 de Febrero en el GP Costa de los Etruscos italiano. A partir de ese día podremos comenzar a dirimir si, efectivamente, la comparación de este nuevo vivero con aquel mítico Mapei III es osada, odiosa… o procedente.
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El perfecto final para la canción de Vanderbroucke

Si consideramos la muerte un buen final…
16 de Octubre, Arueda.com

Los genios son, muchas veces, canciones. Frank Vandenbroucke, el corredor con más clase desde Jalabert y hasta la aparición de Cancellara, es un genio y por tanto debe tener un tema musical que le vaya como anillo al dedo. Muchos le adjudicarían un blues. Yo le pondría ‘Cemetry Gates’, canción de ‘The Smiths’ de alegre melodía e inquietante letra, que dice en su inicio: «Un temible día soleado te espero en la puerta del cementerio».

La letra de la canción de Vandenbroucke es tan inquietante como la de ‘Cemetry Gates’, mientras que su melodía es si cabe más alegre. Era un corredor fino, casi un artista sobre la bicicleta. Su pedalear con el desarrollo justo para dar demostraciones de poder ha firmado etapas de antología. En España, casi siempre, recordamos la etapa de Ávila; de alguna manera, fue su obra maestra.

Situémonos en el tiempo. Vandenbroucke, VDB para los aficionados, vestía el maillot de Cofidis. Se corría la Vuelta a España de 1999, una de las ediciones más duras que se recuerdan, que a la postre engrosaría el palmarés de Jan Ullrich. VDB llevaba toda la carrera metido en la pomada de la general, defendiéndose con sus exiguas cualidades para la alta montaña para firmar un top15 y, de paso, preparar las clásicas de final de temporada y poder llevarse la general de la añorada Copa del Mundo. Sus ambiciones de cara a los puestos altos de la general se diluyeron ante la terrible competitividad y las inclemencias de un recorrido brutal. En los Rassos de Peguera pegó el petardazo definitivo, dejándose ir con el pelotón para llegar a más de veinte minutos de los primeros.

Ya sin la presión de la clasificación absoluta, o quizá presionado por su fallo, VDB decidió resarcirse. Lo hizo camino de Teruel, con una fuga típica de última semana de vuelta grande donde fue el más listo y el más fuerte para batir al sacrificado Jon Odriozola, que por aquel entonces vestía los colores de Banesto. La ventaja adquirida le permitió entrar de nuevo en la lucha por el simbólico top15 de la general; sin embargo, seguramente eso ya no le importaba. Frank Vandenbroucke era un genio, y una vez sin objetivo claro quería pedalear para disfrutar. También para demostrar que la suspensión interna de mes y medio que acababa de cumplir por su relación con el turbio Dr. Mabuse no iba a afectar a su rendimiento deportivo.

La máxima expresión de esto tuvo lugar tres días después. Se corría una etapa típica, El Escorial – Ávila: media montaña, llegada en el empinado pavés de las Murallas. El día previo, en otra etapa típica con final en el Alto de Abantos, Frank ya hizo de las suyas: sólo un despiste permitió a un fortísimo Roberto Laiseka llevarse la victoria en detrimento del belga. Ahora llegaba una nueva ocasión; Ávila es terreno abonado para el espectáculo. VDB decidió aprovechar esto cuanto antes, y a treinta kilómetros de meta realizó una escabechina. Pero no lo hizo en los dos puertos de primera que se subían aquella jornada, sino en el «flojo» Alto de Navalmoral de segunda categoría.

Allí encendió la máquina y descolgó a casi todos los integrantes de su grupo. Sólo le acompañaban, sufriendo, los cinco mejores de la general (Ullrich, Heras, Tonkov, Igor Galdeano, Chava Jiménez) y dos outsiders como Leonardo Piepoli y Mikel Zarrabeitia. A 500 metros para coronar, incluso, se permitió el lujo de apretar un poco más hasta poner tierra de por medio respecto de los favoritos. Se dejó después atrapar, dejó después que Zarrabeitia se marchara, dejó hacer en definitiva. Cuando Zarra llevaba veinte segundos de ventaja y sólo faltaban dos kilómetros para la meta, arrancó de nuevo. Nadie pudo seguirle, rebasó a Zarrabeitia antes de pasar por la pancarta del último kilómetro y, sobrado, celebró la victoria y la exhibición casi ochocientos metros. Aunque durante toda la Vuelta algunos medios e incluso integrantes del pelotón le criticaran por hacer un trabajo de equipo ilegítimo para Ullrich, todo quedó opacado por este tremendo acto de fuerza y valentía, por esta obra de arte impresionante. De videoteca.

El de Ávila era un Vandenbroucke genial, pero no menos lo era el de la Lieja de aquel mismo año 1999. En entrevistas previas a la carrera se permitió el lujo de anunciar que atacaría en la Côte de la Redoute y nadie podría seguirle. Efectivamente, lo probó en la citada cota; pero su ataque ganador se vio frustrado por la mayoría numérica del equipo Rabobank, que le reintegró al grupo de inmediato. No hubo problema, sólo tuvo que esperar hasta la Côte de Saint Nicolas. Ahí dio el segundo y definitivo hachazo; ni un Boogerd cercano a su cénit ni el por aquel entonces dominador Bartoli pudieron hacer nada.

Podríamos pasar líneas y líneas hablando de gestas de Vandenbroucke. De las auténticas exhibiciones que daba cada vez que se sentía inspirado, de cómo en su temporada de neoprofesional con sólo 20 años fue ya capaz de ganar una etapa del Tour del Mediterráneo. O esas cuatro etapas más la general que se llevó de botín en la Vuelta a Austria de 1996. Pero resulta imprescindible detenerse en la persona, en el Vandenbroucke que nos esperaba en la puerta del cementerio. En aquel genio sin control, talentoso e inestable a partes iguales.

En primer lugar, Frank demostró siempre un carácter arrollador. No sólo por su carisma, sino también por su determinación a la hora de tomar decisiones. Un ejemplo claro fue su cambio de equipo en 1995, dejando a su tío y director deportivo Jean-Luc atrás, yéndose de Lotto para recalar en Mapei. El mejor equipo del mundo para el mejor joven del mundo; por aquel entonces, la estructura dirigida por Giorgio Squinzi estaba recién nacida a partir de CLAS y se encontraba en crecimiento, a pesar de lo cual ya disponía de una plantilla más que interesante.

Fueron los cuatro años que se mantuvo allí, junto al primero de los dos que pasó en Cofidis, aquellos en los que dio un mayor rendimiento deportivo. Desde el affaire provocado por su relación con el Dr. Mabuse en 1999 nada volvió a ser igual; aquellas semanas apartado de la competición por la escuadra gala desestabilizaron su particular esquema mental. En invierno de ese año, de hecho, hizo un amago de dejar el equipo. Se quedó, completó una temporada mediocre y cambió de colores, pasando a Lampre. Allí, en lugar de mediocridad, indisciplina; no se presentaba a las carreras, pasaba de todo. Cavaba su tumba ciclista y personal.

A partir de allí, vida tortuosa en lo personal y en lo profesional. Arrepentimientos, falsas redenciones, nuevos pasos al cementerio en temibles días soleados. Ocho años y siete equipos: Domo, Quick Step, Fassa Bortolo, MrBookmaker – Unibet, Acqua e Sapone, Mitshubishi y Cinelli. Ocho años con pocos días buenos: el Tour de Flandes de 2003, donde fue segundo tras Van Petegem; su aceptable campaña de clásicas en Fassa Bortolo, donde no cumplió las expectativas. Ocho años que estuvieron repletos de tormenta, de entrenamientos sin completar y espantadas; pero también de preocupantes flirteos con el dopaje y la locura. Disparos al techo, chantajes emocionales, drogas de todo tipo. Vetado por los organizadores de las grandes carreras, Frank Vandenbroucke era ya sólo una sombra que de vez en cuando se materializaba para ilusionar a todos los aficionados con un posible retorno.


En los días previos a su trágica y misteriosa muerte senegalesa, de hecho, había anunciado una nueva vuelta a la competición. Apareció en el ambiente ciclista a raíz de los Campeonatos del Mundo, escenificando un acuerdo con su antiguo preparador físico Aldo Sassi para que le ayudara a ser el que fue. Había apuntado intenciones reales para ello, en otro temible día soleado, ganando una etapa de la modesta Boucle de l’Artois. Se decía, tal y como mencionó Carlos Arribas en El País, que tenía un acuerdo con Joxean Fernández ‘Matxin’ para el nuevo proyecto que el director vasco prepara a partir de Fuji – Servetto.

De nuevo, todo acabó un temible día soleado. Vandenbroucke pasó la noche con una mujer senegalesa en la habitación de una pensión, donde al parecer se administró una sobredosis de medicamentos. Era demasiado, al final cruzó la puerta del cementerio y nos dejó a todos un poco huérfanos del superclase al que aún esperábamos. Era el final perfecto, oscuro, para la vida de un genio como ha sido Frank Vandenbroucke. Siempre y cuando consideremos la muerte un buen final.

Cadel Evans, el hombre gancho (I)

Antítesis del ciclismo de ataque, esta es la historia de Cadel Evans, un sufridor nato y reciente ganador del Pro Tour 2008.
La etapa 16 del Giro de Italia 2002 fue un auténtico infierno para los ciclistas, y también el escenario del nacimiento de uno de los ídolos más importantes del momento. La etapa aglutinaba los terribles “Passos” de Staulanza, Pordoi y Fedaia en apenas 160 kilómetros, además de varios puertos de tercera, uno de ellos a menos de diez kilómetros de meta. Ahí, un ex biker australiano de 25 años y cara blanca aderezada con el colorido maillot de Mapei, comenzó a escribir su particular historia.

Antes de esto, Cadel (1977, Arthurs Creek-Australia) era el modelo aventajado del típico biker pasado a carretera: bueno escalando, correcto poniendo ritmos altos durante un largo período de tiempo y con una mínima capacidad de demarraje que le privaba de obtener triunfos de relumbrón. Aunque siempre tuvo un puntito más que sus semejantes.
Fue Saeco quien le dio la oportunidad en 1999 de probar el ciclismo en ruta europeo tras obtener buenos resultados en carreras australianas como la Redlands Cycling Classic o el Tour Down Under. Tras un periplo corto donde tuvo la cabeza siempre puesta en la disciplina de ruedas gordas, Cadel volvió a lo suyo con resultados menos satisfactorios: si bien en el invierno de 1999 reeditó su triunfo en la Copa del Mundo MTB (ya en 1998 se proclamó campeón por primera vez), en 2000 los resultados no fueron tan halagüeños: apenas dos carreras menores. Sin embargo, él ya tenía en la mente su gran objetivo para ese año: la temporada de carretera.
Volvió con Saeco en 2001. Y esta vez los resultados le acompañaron: etapa y general de la Vuelta a Austria, A través de Lausana (en la última edición de esta carrera disputada en dos sectores, ambos en cronoescalada) y la general del prestigioso Brixia Tour, normalmente vedado para clasicómanos. Además de un segundo puesto en la Japan Cup.
Este año, prometedor para un hombre de 24 años, le valió el salto de categoría: más sueldo, más galones y un fichaje por el mejor equipo del mundo por aquel entonces: el Mapei. Se dejó ver a principios de temporada: etapa en el Tour Down Under, y tercero en las dos carreras de aproximación al Giro: Semana Internacional y Tour de Romandía.

Así, llegó al Giro de 2002 en plenitud de forma; muy regular, mantuvo sus esfuerzos, sufrió a rueda de quien hizo falta, para ponerse segundo de la general en la contrarreloj de Numana, sólo por detrás de un gregario histórico como Jens Heppner (Telekom). Al día siguiente, día de esprint, venció Cipollini. Cadel esperó agazapado su momento. Este llegó en la infernal etapa 16, con final en Corvara in Badia. La victoria se la llevó Pérez Cuapio, inmerso en el Giro de su explosión (en parte favorecido por las expulsiones de Francesco Casagrande y Gilberto Simoni de carrera, lo cual dejaba campo libre a sus cualidades de grimpeur); pero el verdadero triunfador fue Cadel Evans, que al llegar penúltimo del grupo de favoritos, se vestía con la maglia rosa al aventajar a Heppner en seis minutos.
Al día siguiente, nuevo etapón: de salida, Gardena (allá donde “Chechu” Rubiera le birló una etapa a Simoni en el año 2000) y Sella; 150 km salpicados de repechos, falsos llanos y descensos; y, como traca final, Santa Bárbara y Folgaria. Este perfil, esa coyuntura, ese marco de un Giro polémico por las expulsiones y reentrés de ciclistas enterrados en equipos de segunda, como Dario Frigo o Paolo Savoldelli, deparó una de las mejores etapas de nuestro recién estrenado siglo. La carrera se rompió en Santa Bárbara (si bien el terreno anterior ya dio para más de un ataque), y en Folgaria todos cayeron definitivamente como moscas. Una etapa donde entre el primero y el duodécimo (Marcelino García) hubo casi siete minutos de distancia; donde los ciclistas llegaron de uno en uno a meta; donde hay que remontarse al puesto cuarenta de la clasificación de la etapa para ver el primer grupo de más de dos hombres.
En ese grupo, llegado a diecisiete minutos, iban tres Mapei: Andrea Noe, Dario David Cioni… y Cadel Evans. El australiano se vació totalmente en la etapa anterior, y sufrió un día de esos que curten para siempre al ciclista, un día que jamás podrá olvidar, en el que pasó de ser el primero, el número uno, a ser el anónimo decimoséptimo lugar de la general. Un día que también le sirvió para conocer al que sería su gregario “de cabecera” a partir de entonces: Cioni. A Milán llegó finalmente en decimocuarto lugar.