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Las lágrimas de Cadel Evans en el podio de los Campos Elíseos cerraron un Tour de Francia cuya frenética última semana puede elevarle a la leyenda.
No se recordaba una Grande Boucle tan movida y emocionante, enriquecida además con el alto perfil de sus competidores y la dispersión del talento en diversos equipos, en el ciclismo contemporáneo iniciado tras el ‘caso Festina’. Apenas la edición de 2003, la del Centenario, marcada por el calor y las debilidades de Lance Armstrong frente a Jan Ullrich, recordada por el aficionado español por la terrible caída de Beloki en La Rochette y la magnífica victoria de Ibán Mayo en Alpe d’Huez, ofreció un espectáculo equiparable.
La política de ASO de retrasar la lucha por la general hasta la segunda decena de etapa, dejando la primera sembrada de esprints sazonados con finales nerviosos donde clasicómanos y esprinters competían mientras los favoritos cruzaban los dedos, perdían segundos moralmente decisivos y se caían miserablemente, fue hecha buena por los ciclistas y ha sido aprobada por los aficionados. El Tour llegó vivo hasta el final gracias a la torpeza táctica de un Leopard que tal vez despertó demasiado tarde, el sentido del espectáculo de elementos como Thomas Voeckler o Samuel Sánchez, el orgullo del derrotado Contador y la solidez del campeón Evans. Todos ellos configuraron unas etapas finales memorables. En general, los 198 corredores que tomaron parte en este Tour de Francia contribuyeron, a su manera, a determinarlo histórico por motivos como los siete reseñados a continuación…
El dramatismo de las caídas
Nada como las dificultades, circunstancias desgraciadas, para poner un punto de interés a un acontecimiento. La primera semana del Tour de Francia estuvo sembrada de caídas. Sin ir más lejos, el gran favorito Alberto Contador comenzó a perder la carrera con una en la primera etapa. En los días posteriores sobrevino un goteo de grandes nombres perdidos para la causa del amarillo: Gesink, Wiggins, Vinokourov, Van den Broeck, tres de los cuatro líderes de RadioShack… Auténticos desastres que marcaron el desarrollo de la carrera al reducir drásticamente el número de favoritos y aspirantes a lucir en el puestómetro.
El dominio de Cavendish y su lucha con Rojas
La primera semana no sólo fue escenario de caídas e ilusiones rotas contra el asfalto: también sirvió para la representación de una de las luchas más entretenidas y electrizantes de todo el Tour. El murciano José Joaquín Rojas, decidido a conseguir el maillot verde de la Regularidad para Movistar, entró en la guerra por los puestos de privilegio en todas las etapas a su alcance, enfrentándose en muchas ocasiones a grandes ciclistas que aportaron su nota de brillantez a la carrera como Philippe Gilbert, Thor Hushovd o Edvald Boasson Hagen. Su problema vino cuando Mark Cavendish encendió la locomotra de su HTC y comenzó a imponerse inapelablemente en cinco finales llanos. Recortó su ventaja, le superó y acabó por lucir el entorchado verde en París. En medio, cruces de palabras en la prensa, acusaciones e incluso una particular declaración de intenciones donde Movistar mostró su intención de dejar a Cavendish fuera de control para auparse al ‘verde’.
El atropello de Flecha y Hoogerland
En la novena etapa, un insólito coche de France Télévision atropelló a Juan Antonio Flecha y Johnny Hoogerland. Del conductor nunca más se supo; de su delito, en cambio, nació una historia admirable. Ambos corredores no sólo acabaron la etapa donde fueron golpeados por el automóvil, sino que también llegaron a París. Ni siquiera lo hicieron en el anonimato deportivo: Flecha y, especialmente, Hoogerland destacaron en las fugas con su habitual coraje e intrepidez. En torno a ellos se creó un halo de heroísmo que ha culminado, en el caso del holandés, en un auténtico culto a los 34 puntos de sutura resultados de su encontronazo con una alambrada a través incluso de camisetas y canciones.
La heroica defensa de Thomas Voeckler
En la misma jornada del atropello, el francés Thomas Voeckler se aupó al liderato del Tour de Francia con la exigua renta de 2’26”. Salió indemne de los descafeinados Pirineos y se plantó en los Alpes con sus opciones de dar la sorpresa intactas e in crescendo. Se las dejó en el Galibier, camino de Alpe d’Huez, y acabó cuarto en la general, un resultado con el cual no podía ni siquiera soñar. Voeckler no es un ciclista querido dentro del pelotón por los mismos motivos que le hacen reconocible y hasta entrañable para el aficionado: tiene una relación bulímica con el protagonismo, que gana robándoselo a los demás a través de gestos estridentes, excesos deportivos, lenguas moviéndose como un péndulo de extenuación y ex abruptos tan poco caballerosos como atractivos para la cámara. Genio y figura, Voeckler ha sido uno de los grandes nombres de este Tour de Francia gracias a su tenaz defensa del maillot amarillo ante corredores mucho mejores que él. Su fe, y las alucinantes prestaciones de Europcar, movieron montañas.
Andy Schleck: el aspirante a rey puso en jaque el Tour
Destronado por su torpeza en el descenso, perdido en la guerra de nervios sostenida con Contaodr, víctima del escarnio del mundillo ciclista, Andy Schleck defendió su honra de la única manera posible en la 18ª etapa del Tour. Un ataque lejano en el Izoard le permitió pasar en solitario por el paraje lunar de la Casse Desserte, como los grandes campeones de Bobet, y rematar junto a un Leopard excelente aquella jornada la faena en la subida postrera al Galibier mientras el resto de favoritos se miraban, acusadores. Esta épica ofensiva de sesenta kilómetros puso el Tour patas arriba, eliminó a grandes candidatos a todo como Alberto Contador o Samuel Sánchez y revindicó al luxemburgués ante esa parte del Ciclismo que le consideraba aniñado y sobrevalorado. Su ataque no valió para ganar el Tour de Francia, pero sí le granjeó el respeto de todo el deporte. Y ese logro, intangible, quizá valga más que un jersey amarillo.
Contador no pudo ganar, pero fue el juez
Tras condicionar el desarrollo del Tour a través del miedo que infundía a los Schleck, Alberto Contador fue derrotado en la vertiente sur del Galibier. Al día siguiente, en la norte, se lanzó a por todo y a por nada a la vez. No buscaba la etapa, ni la general; sólo quería dejar en la carretera ese último gramo de fuerza que no iba a necesitar en su Pinto natal, ni ante el TAS, ni en la Quiznos Pro Challenge. Se lanzó en busca del honor y la venganza deportiva, y consiguió ambas aunque no las culminara con una victoria por obra y gracia de un inspiradísimo Pierre Rolland. El ataque de un Contador lleno de frenesí puso nuevamente la carrera al borde del infarto, y quizá la decidió al animar a Andy Schleck a realizar un derroche de fuerzas que pudo lamentar luego en la subida de Alpe d’Huez, donde no pudo distanciar a Evans. El madrileño de Saxo Bank no fue el ganador, pero sí fue el juez y quizá el verdugo. Ahora le toca ponerse ante el tribunal.
El Ciclismo hizo justicia con Evans
Hay pocos finales mejores para una carrera ciclista que la victoria de quien lleva persiguiendo el éxito demasiado tiempo. Con 34 años largos, Cadel Evans se convirtió en el tercer ganador más veterano del Tour de Francia en toda su historia. Lo hizo a través de sus señas de identidad, equiparables tal vez a la esencia del Ciclismo: tenacidad, solidez, sufrimiento. Tomando la responsabilidad como dicen sus admiradores, o a rueda como dicen sus detractores, el australiano de BMC fue el mejor de esta Grande Boucle, el más regular y también el más inteligente. Cimentó su triunfo en la montaña, donde aguantó a pesar de que su equipo BMC apenas era voluntad en ese terreno, y lo remató en la contrarreloj final, donde superó y jibarizó a los Schleck con suficiencia. Campeón merecido, perpetúa también un ejemplo para el futuro: quien triunfa no tiene por qué hipotecar su temporada en pos del Tour. Se puede ganar en París habiendo competido y hecho gala de calidad en carreras previas. Una auténtica lección que debería ser aprendida por otros contendientes de esta excelsa Grande Boucle.