En un deporte tan poco dado a la excentricidad de sus protagonistas como el ciclismo, que un corredor celebre su victoria con un corte de mangas y un ‘fingers up’ (levantar dos dedos de la mano con la palma orientada hacia la cara, signo equivalente en Gran Bretaña a la peineta española) resulta chocante y, sobre todo, polémico. Este gesto, la imagen de la semana del ciclismo mundial, lo realizó Mark Cavendish ayer tras imponerse en la segunda etapa del Tour de Romandía. Y viene a ser la penúltima de las salidas de tono que el corredor de Columbia lleva protagonizando toda la temporada.
No es fácil ser Mark Cavendish (1985, Isla de Man). El británico, conocido como Manx Express, irrumpió fulgurantemente en el primer plano del deporte de la bicicleta con cuatro etapas en el Tour de Francia de 2008, con 23 añitos recién cumplidos. No llegó de sopetón a la élite: antes fue un destacado ‘pistard’ y pasó dos campañas fogueándose en el calendario semiprofesional alemán. Incluso fue expuesto a presión un año antes del Tour de su explosión, precisamente en la misma Grande Boucle. La ronda francesa salía desde Londres, capital británica, y T-Mobile llevó a Cavendish como reclamo mediático y teórico aspirante a la victoria en el prólogo. El fracaso, con un 69º puesto, fue asumido con resignación.
Cavendish, sin embargo, no es un ciclista acostumbrado a fallar. Acostumbra a marcarse objetivos y conseguirlos sin despeinarse. Favorecen esto unas condiciones físicas magníficas e inusuales: tren superior potente, piernas cortas pero enormes, impresionantes en directo, capaces de alcanzar velocidades punta epatantes en muy poco tiempo. A pesar de su corpulencia, su baja estatura le da margen de progresión para superar pequeñas subidas a poco que se lo proponga; ya lo hizo de cara a la Milán – San Remo y el Tour de Francia de 2009, y en ambas citas cumplió sus expectativas con una serie de victorias inapelables frente a lo más granado del pelotón mundial.
Este año, sin embargo, todo ha sido distinto para Cavendish. Su sonrisa destilaba un poso de amargura, no era feliz y se notaba en todos los aspectos. Se presentó a sus primeras citas de la temporada fofo, bajo de forma; en casi todas las pruebas llegaba descolgado, dando un rendimiento indigno para quien se supone uno de los paladines del ciclismo mundial y líder del equipo que lleva tiempo erigido como gran dominador de las llegadas masivas. Mark se excusaba en una infección dental, solventada a medias en Paraguay, patria de su actual pareja sentimental.
El mundillo ciclista, sin embargo, no se conformaba con estas explicaciones. Debía haber explicaciones más allá, y el propio Cav acabó dándolas en una entrevista al ahora tabloide Sunday Times. Aparte de la inexcusable presión deportiva, Manx Express explicaba que la ruptura con su anterior prometida, el encarcelamiento de su hermano por tráfico de drogas y el grave accidente de Jonathan Bellis (Saxo Bank), uno de sus mejores amigos en el pelotón, resultaban un cóctel difícil de digerir para su mente. Y que, en consecuencia, su preparación para la temporada ciclista no había sido la mejor posible. No sabía cómo decirlo, cómo explicar al público que si se arrastraba por las carreteras era porque su mente le arrojaba al suelo.
A todos estos factores se sumó, quizá como uno más o como una consecuencia de ellos, su pique con André Greipel. El poderoso velocista alemán, compañero de equipo y gregario en otros tiempos, ha confirmado durante las dos campañas precedentes un nivel altísimo, casi el mismo que el propio Cavendish. El mánager de Columbia, Rolf Aldag, apostó a principios de temporada por dar a ambos gigantes de la velocidad calendarios separados donde ambos aprovecharan al máximo sus cualidades sin solaparse mutuamente; la misma fórmula que en años anteriores. Pero esta vez no funcionó.
Fue Greipel quien tiró la primera piedra tras Milán – San Remo. La cita, uno de los Monumentos del ciclismo, correspondía a Cavendish por su mayor caché. El mediocre rendimiento del británico en comparación con un Greipel que ya contaba con seis victorias en su palmarés en aquellas alturas de la temporada, sugería el desastre a priori. La carretera confirmó las sensaciones: el resultado fue desastroso. Totalmente fuera de forma, Cavendish se descolgó por primera vez a media carrera y acabó por ceder a casi cuarenta kilómetros de meta. Esto desató el malestar del Greipel, quien no dudó en afirmar que sus actuaciones habían sido buenas y merecía haber estado en la salida del Monumento italiano. Describió el quedarse fuera del ‘ocho’ de Columbia para la prueba como «un bofetón en la cara».
Un Cavendish totalmente fuera de sí mismo no se cortó a la hora de realizar unas contradeclaraciones a The Guardian que luego achacó a los antibióticos que le hacían tomar para sus problemas dentales. «Yo en mala forma soy mejor que Greipel. Lo que el diga no me importa, soy mejor corredor». Y aún añadió una puya para escenificar la ruptura: «no hay ninguna opción de que venga a una carrera donde yo participe». La guerra ha continuado después, y parece destinada a saldarse con la salida de uno de los dos esprinters del equipo Columbia. Greipel acaba contrato este año y se le ha relacionado insistentemente con Omega Pharma – Lotto; Cavendish, por su parte, no cesa de escuchar cantos sirena desde Sky, dirigido por su mentor Dave Brailsford.
Ayer era difícil saber a quién dirigía el británico sus gestos obscenos. Las primeras interpretaciones señalaban a Greipel, que acababa de realizar otras polémicas declaraciones a Sport-Bild. Pero Manx Express se encargó de desmentirlo rápidamente, faltando de paso el respeto a otros componentes del mundillo ciclista: «se lo dedico a los periodistas que me daban por acabado y no entienden un pijo de ciclismo». La interpretación, sin embargo, va un poco más lejos. Mark Cavendish ayer le decía a todas sus frustraciones que ya las había olvidado, que volvía a estar en el primer nivel. Y que nos preparamos para volver a contemplar a un superclase de la velocidad en acción.