Una de las columnas más satíricamente celebradas de José Antonio González Linares en AS fue la aparecida el día después de la Milán – San Remo de 2006. En ella calificaba al ganador de aquella ‘Clasiccisima’, Filippo Pozzato, como “ciclista sin mucho caché”. Un craso error, toda vez que el rubio italiano llevaba años siendo señalado como la gran esperanza del ciclismo transalpino, como un superclase en potencia cuya victoria en aquella San Remo no era sino un aval más del brillante futuro que se le auguraba, luchando a brazo partido con sus coetáneos Tom Boonen y Fabian Cancellara en las clásicas más prestigiosas del calendario internacional.

Años después, una vez llegada su madurez deportiva con la treintena, Boonen y Cancellara han confirmado lo que apuntaban y son dos titanes poseedores de un duopolio práctico en las clásicas del norte. Pozzato no lo es. En su vitrina de trofeos no han entrado más que algún triunfo parcial en grandes vueltas, un campeonato de Italia, victorias en citas menores y algunos podios de mérito. Aquella San Remo de 2006 y la Tirreno-Adriático de 2003 brillan, envejecidas, en un palmarés repleto de puestos y huérfano de honores.
Lejos de convertirse en un clasicómano legendario y protagonista, Pippo deviene paulatinamente un mero secundario en el concierto internacional por su táctica en carrera. Consciente de su punta de velocidad y su excepcional fondo físico, el italiano corre como si fuera el rival a batir: jamás toma la iniciativa y suele limitarse a seguir la rueda del máximo favorito, al cual anula durante toda la carrera. Esta estrategia restringe su lucimiento y el partido que saca de unas condiciones físicas excepcionales… Y, además, le granjea enemigos en el pelotón como el belga Philippe Gilbert, que no dudó en sacar la lengua a pasear el pasado sábado para acusar al actual ciclista de Katusha tras no permitir éste que su ataque prosperara. Ya en la pasada París – Tours hizo el belga unas declaraciones parecidas, advirtiendo que “la especialidad de Pozzato es hacer perder a otro ciclista” con sus marcajes.
No parece una actitud digna ni productiva para un hombre con capacidad para ser un superclase de época y, sin embargo, corre el peligro de pasar a los anales del ciclismo como el “ciclista sin mucho caché” que relató González Linares. De su cambio de actitud, tirando algo más de agresividad y menos de sangre fría, depende la percepción que tengamos de él cuando acabe su carrera deportiva.