El ciclismo lleva muchos años viviendo sin dentro ni fuera, con las fronteras básicas difuminadas por la vergüenza, con los atisbos de mentira arropados por todos los conductos oficiales y los atisbos de verdad circundados de oprobio, tildados de palabras emitidas por el resentimiento, la frustración, el fracaso, la locura.
El ciclismo lleva muchos años señalando bombillas fundidas cuando le pedían que arrojara luz sobre sus hechos. Escondiendo la mirada bajo tierra, sin dirigirla hacia dentro porque no sabía qué era dentro y qué era fuera.
El ciclismo lleva muchos años con la cabeza erguida con orgullo y podrida con avaricia. Infestado de canallas que se aprovechan de la ilusión y las ganas ajenas para engordar su cuenta corriente de ruindad. Bribones expertos en guardarse la cara y apuñalarse por la espalda, asentados porque aunque los vaivenes les hagan orbitar más cerca o más lejos de la gran esfera del poder nunca les echarán del todo del sistema. A menos que sean cabezas de turco, claro; chivos expiatorios que paguen los pecados de todos.
El ciclismo lleva muchos años alimentando a su oligarquía dominante. Porque toda esa gente de Aigle, todos los mandados, mandatarios y mandamases, ha construido una red de relaciones tan compleja que es casi imposible de abolir por completo. Alrededor de la UCI existen decenas de empresas de accionariados y cargos que se cruzan, bifurcan y separan en una trama ininteligible de intereses y dinero, siempre dinero.
El ciclismo lleva muchos años con los mismos nombres intercambiándose posiciones, proclamas y prebendas. Como en las elecciones americanas, unos susurran continuidad y otros gritan cambio, pero en realidad su deseo es que todo permanezca porque así está bien. Porque temblarían si un potentado imparcial como el que ha terminado con la falacia de Armstrong metiera mano en esos negocios variopintos y cuestionables, que van desde la organización y difusión de carreras (Pekín sólo es la guinda) a la orquestación de pleitos ridículos con excusa del dopaje donde, más allá de qué dictamine el tribunal, termina ganando la banca.
Ahora que las fechorías del ciclismo empiezan a percibirse gracias a la luz que proyectan los ajenos, ha llegado el momento de la catarsis.
Las nuevas generaciones de ciclistas, técnicos y demás son, o parecen, distintas a las anteriores. Hace falta que no suceda lo que me contaba el otro día un director deportivo: que los virtuosos de verdad se cansan y se marchan, que sólo se quedan los que quieren vivir de esto tal y como está montado. Parafraseando a uno de esos resentidos, frustrados, fracasados y locos, Jörg Jacksche: el problema no son tanto las personas como el sistema. Por eso, las cumbres con ‘stakeholders’ auspiciadas desde él y destinadas a recabar ideas no sirven, no servirán, para nada: sólo generarán, en el mejor de los casos, un cambio aparente.
El ciclismo lleva muchos años en la mierda y dirigido con praxis de mierda. Ahora es el momento de la catarsis, de personas nuevas con ideas nuevas; o, al menos, de personas conocidas con ideas renovadas. Que desmonten el actual entramado para generar una estructura incorrupta e incorruptible. Esto sería lo ideal.
El problema es que ni yo me creo este cuento.
Foto: Pedale Tricolore
Ya te lo dije cuando lo leí. Es, hablando claro, cojonudo. Enhorabuena, Fran. 😉
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Moltes grácies, Lluís 😉
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