Españoles en rosa (II)

Un repaso a los últimos españoles que pelearon por el Giro
Hace unos días dejábamos este reportaje con Quique Gutiérrez, ángel caído tras hacer el Giro de su vida en 2006. Ahora, seguiremos el repaso de españoles que han luchado por la ‘maglia rosa’ con el último que ha conseguido colarse en dos ocasiones en el podio: Abraham Olano.


Abraham fue uno de los vueltómanos españoles que sufrió el síndrome post-Indurain que buscaba desesperadamente un heredero para el navarro. Seguramente el que más. Aquellos inolvidables Mundiales de Duitama’95, donde fue segundo tras el navarro en contrarreloj y vencedor en la prueba en línea precisamente por delante de él, relacionaron para siempre al guipuzcoano con el extraterrestre villavés. También sus enormes condiciones como rodador y su aceptable rendimiento en montaña ayudaron a ello. Cuando Indurain se retiró en 1996, el tándem director de Banesto le fichó del equipo Mapei – CLAS, donde había desarrollado hasta entonces su carrera, para sustituir al gran ídolo navarro. Fue una sombra muy alargada para él, una responsabilidad, un ‘deber ser’ que quizá le impidió llegar más alto.

Precisamente su último año en Mapei fue una de las ocasiones en las que casi logró emularlo. Giro’96: poca contrarreloj y mucha, mucha montaña, en una ‘corsa rosa’ que salió de Atenas el 18 de mayo. Una ‘corsa rosa’ en la que Olano hizo gala de sus grandes cualidades contra el reloj en la única ocasión de que dispuso (no ganó, le superó Evgeny Berzin, pero infligió unos valiosos minutos a sus rivales), y las aunó a una gran fortaleza en montaña que le llevó incluso a atacar en el Passo Pordoi, al más puro estilo Indurain. La diferencia con el omnipresente navarro fue que, hasta entonces, éste no había demostrado ser humano; no había fallado casi nunca, aún menos de manera estrepitosa. Si acaso, en el Giro’94 que le birló precisamente Evgeny Berzin, enrolado en las filas de aquel monstruoso Gewiss. Miguelón demostraría ser humano precisamente ese verano; pero en ese momento aún no lo había hecho, y eso marcaba su diferencia con Olano. La humanidad. La misma que puso la zancadilla a Olano en la penúltima etapa de aquel Giro’96, vistiendo la ‘maglia rosa’ y sucumbiendo ante Tonkov y Gotti camino de Aprica. Cayó hasta el tercer cajón del podio.

Ese mismo año fue segundo en la contrarreloj de los Juegos Olímpicos, de nuevo detrás de Indurain. En 1998 llegó el amargo culmen de su carrera, tras la cuarta posición del Tour’97: Abraham se hizo con la Vuelta a España, vestido con los colores de Banesto. Consiguió lo que Indurain jamás hizo, se impuso en la gran ronda nacional. Pero cometió el error de vencer por delante de dos ciclistas que caían mejor, eran más románticos. Por un lado, el sacrificado oscense Fernando Escartín. Por el otro, y sobre todo, el mejor escalador español de los últimos tiempos, más impulsivo y menos calculador que el guipuzcoano: José María ‘Chaba’ Jiménez. Eso no cayó bien, Olano no cayó bien. Había tenido la debilidad de cometer el delito de cerrar el paso a un héroe. Presión mediática durante toda la Vuelta, el equipo hizo poco por solucionarlo. Al año siguiente, Abraham fichó por la ONCE. Ganó la guerra el genio.

Al Chaba solamente se le puede definir como genio y figura. Fue capaz de poner a todo un país en contra del proyecto de ídolo por el que, a priori, iban a beber los vientos. Escalador puro, de raza, pasional. El ciclismo era su vida; el Giro, con sus empinadas montañas, parecía ideal para él. Sin embargo, no fue así: solamente participó dos veces, siendo su mejor resultado la segunda posición en el Gran Sesso d’Italia’99 tras un ciclista con el que comparte forma de ciclismo, de vida y de tragedia: Marco Pantani.

Cinco años pasaron hasta que Olano volvió al Giro. Fue en 2001, cuando arrojó la toalla con la victoria en el Tour y llegaron Beloki e Igor Galdeano a hacerle la competencia en el puesto de líder para las grandes vueltas. Así, Abraham se plantó en la salida de Pescara con intención de llevarse la ‘maglia rosa’ en una edición que resultaría a la postre histórica para el ciclismo español.

Abraham contó con un tren de rodadores y un lugarteniente de lujo como José Azevedo a su servicio. Estuvo siempre en la pomada, beneficiándose de escándalos extradeportivos (expulsión de Belli por agredir a un espectador, la dantesca noche de registros en San Remo que tuvo como resultado la anulación de una dura etapa de montaña y la expulsión de Dario Frigo) y metiéndose, por méritos propios, en el segundo lugar del podio. Pero, mientras Olano brillaba por última vez en una gran vuelta antes de retirarse y Pablo ‘Pencas’ Lastras se hacía con su primer triunfo de prestigio en Gorizia…

… se abría paso un escalador, también guipuzcoano, con cara de niño y enrolado en el equipo Banesto. Unai Osa. Fue su explosión, con 26 años y tras superar múltiples problemas físicos que más adelante siguieron condicionado su carrera. Se marcó unos Dolomitas sensacionales, fue segundo en una etapa ganada por el antiguo escarabajo de Kelme Carlos Contreras. Le perjudicó la suspensión derivada de la redada de San Remo, ya que estaba fuerte y dispuesto a atacar en la etapa afectada. Fue tercero en el podio de Milán; parecía el inicio de una carrera rutilante. Sin embargo, la estrella de Unai se apagó con el agua de los problemas físicos. Volvió a la gran ronda italiana en años siguientes; su rendimiento, aunque aceptable, no fue el mismo.

Esta fue una edición histórica del Giro de Italia para España. Se igualaron dos récord que databan de los 70: Olano consiguió un segundo podio en la ‘corsa rosa’, único ciclista español que lo ha conseguido junto a Francisco Galdós, ciclista más conocido fuera de España que dentro. Por delante de ellos estará siempre Miguel Indurain, tres veces en el podio y dos victorias. Por otro lado, se consiguió acumular dos ciclistas en el podio final, algo que solo se consiguió en 1972 con el ‘Tarangu’ Fuente (2º) y Francisco Galdós (3º). Históricos registros que algún año se igualarán; posiblemente no este, pero más adelante…

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Españoles en rosa (I)

Un repaso a los últimos españoles que pelearon por el Giro
20 de Mayo, Arueda.com
La presencia de españoles en la lucha por la ‘maglia rosa’ ha sido tradicionalmente esporádica. La práctica coincidencia en el tiempo de Vuelta y Giro hasta 1994 (se corrían en abril y mayo, respectivamente, con una sola semana de diferencia entre ambas) hacía casi imposible la disputa con garantías de ambas carreras. El único ciclista español que ganó el Giro en ese tiempo (y hasta ahora) fue ése extraterrestre de Villava llamado Miguel Indurain; de hecho, lo hizo en dos ocasiones consecutivas: 1992 y 1993.


Sin embargo, si hay que hablar de hombres Giro españoles de de hace más de una década, brilla con luz propia un asturiano recordado y carismático en Italia que en su patria: José Manuel Fuente, alias ‘el Tarangu’. Ocho etapas, cuatro veces mejor escalador, dieciocho días visitó la ‘maglia rosa’ en total. Su mejor puesto en la general final de un Giro lo obtuvo en 1972, cuando fue segundo. Sin embargo, la combatividad de la que siempre hizo gala y su rivalidad deportiva con el superclase Eddy Merckx le valieron el cariño y el recuerdo del público italiano… aunque no tanto del español.

Una vez la Vuelta se separó en el calendario del Giro, los españoles quedaron sin excusas lógicas para no disputarlo. Más aún siendo que la gran ronda italiana es la que históricamente mejor se ha dado a los escaladores puros, raza predominante en España. También se prestaba a la épica, a la fuga, algo que también ha sido propicio para los españoles.

Fue precisamente el equipo combativo y escalador por excelencia, Kelme, quien más en serio se tomó siempre esta carrera; al principio fue un coto reservado para sus ciclistas colombianos, después un banco de pruebas para todos sus líderes antes de llegar al estrellato. Uno de los mejores escaladores españoles, si no el mejor, de los últimos tiempos como es Roberto Heras fue quinto en 1999, adjudicándose la etapa de Aprica; mientras, un imberbe Óscar Sevilla se resarcía de la retirada del año anterior y terminaba su primera grande, siendo 13º en la general. Al año siguiente fue 16º; después, no volvió.

Dos años antes, en 1997, Kelme había realizado una carrera memorable. Sin ningún gran líder, con un grupo de grandes gregarios en proceso de formación (Pipe Gómez, José Ángel Vidal, Marcos Serrano y Chechu Rubiera entre otros) y dos colombianos expertos como Chepe González y Hernán Buenahora, el equipo dirigido por Álvaro Pino consiguió logros insospechados: la clasificación por equipos, una etapa y la ‘maglia verde’ para Chepe González, otra etapa en Falzes para Chechu Rubiera y dos top ten a cargo del propio Rubiera (10º) y del gallego Marcos Serrano (8º). Fue la única representación española en la prueba (junto al madrileño Félix García Casas, 12º), y dejó el pabellón nacional muy alto.

Rubiera fue, sin duda, un enamorado de la gran ronda italiana. Tras ese espectacular debut de 1997, disputó la ‘corsa rosa’ los tres años siguientes sobreponiéndose a la alergia al polen que sufría y, de hecho, sufre. En 1998, mientras Edo consumaba su segunda ‘volata vincente’ (la primera, dos años antes) y Dani Clavero hacía un magnífico quinto puesto, Rubiera fue “tan sólo” 13º, mostrando una mayor regularidad y consiguiendo un inusitado cuarto puesto en la llegada de Milán. Al año siguiente se vio obligado a retirarse a las primeras de cambio. En 2000, su último año en Kelme antes de pasar a engrosar las filas del equipo de Lance Armstrong, consiguió una preciosa victoria en Selva di Val Gardena luchando mano a mano con Simoni y, además, un octavo lugar en la general; la mejor y la última actuación de Chechu Rubiera en el Giro de Italia.

Solamente un liderato consiguió Kelme en toda su historia en el Giro de Italia. Fue efímero, también sufrido. Todo sucedió cuando, camino de Prato, una fuga abrió hueco. Era una jornada de media montaña; el pelotón se fraccionó, no había un dominador claro ni velocistas de relumbrón. Un valenciano por aquel entonces imberbe, corpulento, con una tremenda potencia en las piernas y una versatilidad que hacía imposible determinar el techo de su carrera, iba en ella; si todos llegaban juntos, sería líder. La providencia quiso meterse en su camino; pinchó a muy poco de meta. También viajaba en la fuga un belga hijo de leyenda, Axel Merckx, al cual le bastaba con veinte segundos de ventaja más la bonificación para convertirse en ‘maglia rosa’ por delante del valenciano; llevaba un compañero, tiraron a muerte para eliminarle. Pero es que el valenciano también llevaba un compañero, colombiano, José Javier Castelblanco; éste le devolvió al grupo, dándole un liderato efímero (un solo día) y a la vez un nombre en el pelotón internacional: Quique Gutiérrez.

No volvió a participar hasta seis años después, cuando hizo su aparición con el maillot de Phonak. Se metió entre los primeros en el prólogo y se aupó a la segunda posición de la general en la octava etapa. No se bajó de ella hasta el final de la carrera, fue quien mejor aguantó los envites de un Ivan Basso sensacional. La Operación Puerto estalló seis días antes del final de la ‘corsa rosa’; su triunfo (no hace falta ganar para triunfar) quedó ensombrecido por la sospecha para siempre. Después de él se le marginó, se le apartó de la alta competición; tras un año gris en LPR, donde tuvo un buen rendimiento en las semiclásicas de final de temporada, su nombre fue asociado este invierno al modesto equipo continental húngaro Katay. Finalmente, no se concretó nada y se retiró en el más absoluto anonimato.