Astarloza consigue la felicidad que merece

Con perdón: olé por los cojones de Astarloza
22 de Julio, Arueda.com

En cualquier religión, filosofía e incluso ideología política o económica se parte, de manera encubierta o no, de la siguiente premisa: la felicidad hay que merecerla. Hay que portarse bien, poner la otra mejilla; Kant diría que la felicidad es paralela a la buena voluntad, Marx que de una suma de comportamientos cívicos nacería una sociedad mejor y más justa. Mikel Astarloza, por su parte, diría que para conseguir algo no hay nada mejor que ir a por él, intentarlo una y otra vez. Porque tanto va al cántaro a la fuente que, al final, se rompe.

Hoy Astarloza ha ido cuatro veces con el cántaro a la fuente infructuosamente. Por delante se había formado una fuga cuyos integrantes más destacados eran Franco Pellizotti (Liquigas), Jurgen Van der Broeck (Silence), Vladimir Karpets (Katusha) y Fabian Cancellara (Saxo Bank). Junto a ellos, alrededor de una quincena de ciclistas, incluyendo tres compañeros de equipo de Mikel: Rubén Pérez, Gorka Verdugo y Egoi Martínez, con el maillot a puntos rojos entre ceja y ceja.

Astaná no pudo controlar las fugas

Pronto Pellizotti y Karpets se distanciaron del resto de la fuga, como para demostrar que eran los más interesados en que la escaramuza llegara a buen puerto y, sobre todo, los más fuertes. No era para menos: Pellizotti prácticamente se aseguraba la clasificación de la montaña, y Karpets por su parte estaba a apenas cinco minutos en la general y podía acortar distancias.

Esta última circunstancia, unida a la presencia de gregarios de los principales líderes, motivó que Astaná no quisiera dejar que la fuga hiciera camino. Sin embargo, el bloque dirigido por Bruyneel no está tan fuerte como los primeros días. Ha sufrido mucho desgaste, el liderato fáctico ejercido a pesar de que el amarillo estuviese en poder de Nocentini es un castigo tremendo. Hoy se ha hecho notar: no pudieron tumbar la escapada del día a pesar de intentarlo, aunque después mantuvieron el tipo en los ataques posteriores de quienes se querían unir a la fiesta…

La escapada del día, gran protagonista del espectáculo

Hasta que finalmente claudicaron. Antes, numerosísimos demarrajes y grupitos se formaron; Astarloza estuvo hasta en cuatro de ellos. El quinto y último, el bueno, lo formó con Goubert, Lefévre… y su compañero Igor Antón, que se vació para introducirle en el grupo de escapados, que transitaba a toda velocidad en persecución del dúo formado por Karpets y Pellizotti. Ambos coronaron el Gran San Bernardo en cabeza para después ser absorbidos en el descenso. Quedaba así un grupo de 18 ciclistas con alrededor de cinco minutos sobre el pelotón tirado por Astaná y tres Euskaltel (Antón, Verdugo y Astarloza; Rubén Pérez y Egoi Martínez se habían descolgado) vaciándose en pro de las opciones del propio Astarloza.

Se comenzó a subir el Pequeño San Bernardo y, de inmediato, se empezó a mover el árbol en la escapada. Pellizotti y Van der Broeck demarraban una y otra vez para seleccionar el grupo, mientras Astarloza llegaba con sufrimiento hasta su rueda segundos después, también una y otra vez. En la tentativa buena llegó a su estela también el francés de Cofidis Amäel Moinard, un combativísimo escalador de segunda fila llamado a un puesto entre los diez primeros del Tour en los próximos años. Detrás se formó un cuarteto con Casar (Française des Jeux), Fédrigo (Bbox), Roche y Goubert (AG2R). El resto de escapados fueron cazados por el pelotón.

Schleck lo intentó de nuevo

Mientras tanto, por detrás, también había tela por cortar. Andy Schleck había anunciado movimiento y parecía dispuesto a efectuarlo, a pesar de las dificultades pasadas en la primera ascensión del día. Y, efectivamente, Saxo Bank comenzó a tirar por detrás con fortaleza. Larsson, Nicki Sörensen y Chris Anker Sörensen seleccionaron el grupo, aumentaron el paso y eliminaron a todos los gregarios de Astaná. Preparaban el terreno para el ataque de los hermanos Schleck que, poderosos, saltaron llevándose a rueda otros cuatro ciclistas: el sorprendente Wiggins (Garmin), Nibali (Liquigas), Klöden y el gran líder Contador (Astaná), que mostró una fortaleza superlativa y, por encima de todo, solidez. Mucha solidez, pocos nervios; el camino hacia la victoria en París parece perfectamente trazado.

Faltaban varios en ese grupo de favoritos. Con Menchov (Rabobank) ya no se contaba, puesto que se había descolgado al principio de la ascensión. Sí fue más inesperado ver detrás a Cadel Evans (Silence), al quejumbroso Carlos Sastre (Cervélo) y, sobre todo, al gran foco de atracción mediático Lance Armstrong (Astaná). Los tres se habían quedado en un grupo retrasado, con toda la segunda fila del Tour a la que, supuestamente, no pertenecen. La sensación de decepción con respecto de la terna de favoritos caídos era fehaciente.

Pero, muy pronto, Armstrong quitó toda esa sensación. El americano dio la mayor exhibición individual en un Tour desde que Cancellara se impusiera el año pasado en Compiégne destrozando a todo un pelotón lanzado al sprint. Lance saltó desde el grupo y, en apenas kilómetro y medio, recortó los 45 segundos de retraso que acumulaba. Fue un ataque portentoso, especial, majestuoso. Empalmó con los seis favoritos que se habían destacado, que a su vez se detuvieron indecisos y dieron posibilidad al resto de ciclistas de segunda fila de reintegrarse con los mejores. Mejor dicho, a casi todos: Evans y Luis León Sánchez (Caisse) no pudieron hacerlo y perdió tres minutos en meta.

Astarloza resolvió la etapa a la perfección

El descenso del Pequeño San Bernardo, casi cuarenta largos kilómetros, apenas cambió nada; sólo apretó un poco las diferencias y eliminó al poderoso Jens Voigt (Saxo Bank), integrante de la fuga entonces situado en el grupo de favoritos que cayó aparatosamente al suelo y se vio forzado a abandonar. Por delante, el cuarteto formado por Pellizotti, Van der Broeck, Moinard y Astarloza caminaba con decisión mientras el cuarteto perseguidor se acercaba. A cuatro kilómetros de meta eran sólo siete los segundos de diferencia entre ambos grupos.

Encendió la mecha Moinard, con un ataque cuesta abajo poco efectivo que respondió rápidamente Van der Broeck. Una vez neutralizado ese movimiento, los fugados se miraron peligrosamente: se les echaban encima. No había tiempo. Astarloza lo entendió, leyó la carrera y se lanzó. Nadie respondió, abrió hueco en un santiamén y los otros tres comprendieron que se les habían agotado las opciones de victoria. El guipuzcoano de Pasajes, el primo de Chaurreau que empezó como profesional en AG2R, se hacía con una victoria que soñaba desde niño.

Era un premio. Para el trabajo realizado por Euskaltel durante todo este Tour, para las numerosas escapadas protagonizadas, para la labor de equipo por el maillot de la montaña de Egoi y la general ó victoria de etapa de Astarloza. El premio se lo llevó quien más se lo merecía, el corredor de menor clase capaz de entrar entre los diez primeros del Tour. Sólo a base de actitud, compensando su tosca manera de pedalear y su calidad limitada con una capacidad de sufrimiento fuera de lo común. La felicidad está más fácil para unos que para otros, unos son más buenos que otros. Pero se puede llegar a ella sin tantas capacidades, pero con más coraje.

Luis León revindica a los equipos españoles

Arueda.com

Al principio del Tour nos preguntábamos cuál iba a ser el papel de los equipos españoles. ¿Comparsas? Hoy nos han respondido Caisse d’Épargne y Euskaltel metiendo a tres de sus hombres entre los cinco primeros en una de las etapas más duras y espectaculares del Tour de Francia. El ciclismo español ha brillado con luz propia a pesar de la triste retirada de Óscar Pereiro y no ha sido con Sastre y Contador, sino con un Luis León Sánchez ganador en estado de gracia y un pundonoroso Astarloza.

Sin embargo, no todo ha sido hoy lucha por la etapa. Contra todo pronóstico, la batalla por la clasificación general se ha librado hoy también, en un perfil no demasiado propicio para ello. Hay muchos corredores con aspiraciones y ganas de revindicarse; unos porque ven que se acaban sus mejores años, como Evans, y otros porque están deseando que esos años maravillosos lleguen cuando antes y ponen ambiciosamente las tinajas antes que los olivos, como Andy Schleck. Eso, claro está, favorece el movimiento.

Los favoritos atacaron desde el inicio

Precisamente estos dos hombres han sido los dos grandes protagonistas del inicio de la etapa. Se subía el Port d’Envalira de salida, un coloso andorrano cuyas pronunciadas pendientes se suavizan con un asfalto excelente. Ahí se planteó una gran batalla, superlativa, con ataques y contraataques de muy diverso género en los cuales se mostró muy activo el equipo Euskaltel con elementos como Txurruka, Verdugo ó el ayer escapado Egoi Martínez.

La cosa tomó otra cariz cuando, transcurridos diez kilómetros de subida, el grupo de fugados empezó a engordar peligrosamente ante la incapacidad del AG2R del líder Nocentini para controlar la carrera. Casi cuarenta ciclistas por delante y, filtrados entre ellos, tres de los favoritos al podio e incluso a la victoria final: Andreas Klöden (Astaná), Andy Schleck (Saxo Bank) y Cadel Evans (Silence). La presencia de estos dos últimos puso nervioso al Astaná de Armstrong y Contador, que a pesar de haber filtrado al citado Klöden tomó el mando y acabó formando una escabechina en el pelotón para neutralizar a gran parte de los fugados…

La cabalgada de Cadel Evans

… Pero no a todos. El aussie Cadel Evans quedó por delante, acompañado de Egoi Martínez, Christophe Kern (Cofidis), David Zabriskie (Garmin), el compañero del líder Vladimir Efimkin y un Sandy Casar (Française des Jeux) que se mantuvo con unos metros de ventaja respecto del grupo durante la ascensión para asegurarse los puntos para la clasificación de la montaña. Estos fugados coronaron Envalira con alrededor de un minuto respecto del gran grupo tirado por Astaná y, durante el descenso, recibieron a otros cuatro integrantes: el hasta ayer maillot amarillo Fabian Cancellara (Saxo Bank), Thor Hushovd (Cervélo), Juan Antonio Flecha (Rabobank) y George Hincapie (Columbia).

Este nuevo grupo de diez hombres sí era muy peligroso, y Astaná lo comprendió de inmediato. Puso una marcha más e, instantes después de acabar la bajada, consiguió neutralizar a Egoi, Kern, Zabriskie y, sobre todo, Evans, que se dejaba ir en vista de que su presencia resultaba incómoda para los grandes favoritos y su batalla, sin más ayudas, estaba perdida de antemano.

La fuga ganadora se fraguó antes de Porte

Así las cosas, quedaba en cabeza de carrera un grupo de seis buenísimos ciclistas, poderosos rodadores capaces de hacer camino en el llano… pero algo limitados en la montaña. Para solventar esto último, desde atrás llegaron cuatro nuevos elementos para la fuga: Luis León Sánchez (Caisse d’Épargne), Mikel Astarloza (Euskaltel), Sebastian Rosseler (Quick Step) y Mikkhail Ignatiev (Katusha). Este último, muy nervioso, fue incluso un problema para el grupo de escapados: demarraba constantemente, rompiendo el ritmo, si bien hay que decir en su favor que era el primero a la hora de dar relevos duros.

Cuando se enfrentó a las rampas del Col de Porte, el grupo de diez se empezó a desmembrar. La respetable pendiente, los cambios de ritmo forzados por Ignatiev, los tirones buscando la selección de Luis León; todo en conjunto resultó en una situación demasiado dura para Hincapie y Cancellara, que cedieron a las primeras de cambio. Algo parecido sucedió en el siguiente puerto, el difícil Agnés, donde ya sólo quedaron Luis León, Astarloza y Efimkin en cabeza, con Sandy Casar coronando a unos pocos segundos que limaría en el descenso para reintegrarse al grupo.

Andy Schleck, batallador en el grupo

En el pelotón, mientras tanto, el paso lo marcaba AG2R. Cómodos, los hombres de Vincent Lavenu se metieron en el papel de gregarios para un Rinaldo Nocentini cuyo liderato se antoja efímero y rentable para el conjunto de la marca de seguros. Hasta alrededor de cuatro minutos de ventaja dejaron a la cabeza de carrera, mientras notaban como el pelotón se iba haciendo más y más grande hasta llegar casi al centenar de unidades. Parecía que la carrera ya había acabado para los favoritos, que habría que esperar hasta el paso de mañana por el Tourmalet para ver de nuevo a los grandes pelear por la general…

Pero no. Saxo Bank planteó de nuevo batalla. Arrebató la cabeza del grupo a AG2R e impuso un ritmo altísimo con Arvesen y Sörensen entre otros, para terminar con un ataque del campeón de Luxemburgo Andy Schleck. Ataque estéril. Rápidamente saltaron a su rueda cuatro Astaná para certificar el dominio incontestable que el equipo de Bruyneel ejerce sobre la carrera. Tras ellos, el resto de favoritos con mayor o menor dificultad. Sólo había sufrido de verdad con este ataque el líder Nocentini, que guiado por Goubert intentaba regular para volver con los mejores antes de acabar el puerto. Lo consiguió, toda vez que los de Riis cejaron en su intento de dinamitar la carrera. Quizá mañana, piensan, sea otro día.

La resolución de la etapa, vibrante

A las puertas de Saint-Girons llegó el grupo de cuatro escapados con una ventaja oscilante entre los dos minutos y el minuto y medio. Era lo de menos: ya sólo interesaba el triunfo. Ninguno de los cuatro tiene un interés real por la general. Sin embargo, lejos de especular, el grupo prosiguió su marcha hacia meta a un ritmo elevado. Rompió las hostilidades Mikel Astarloza con un ataque tartamudo que claudicó pronto y fue respondido por Vladimir Efimkin, más fresco que sus compañeros de escapada al estar exento de pasar a los relevos por estar su equipo tirando por detrás.

El ataque de Efimkin, a tres kilómetros de meta, estuvo cerca de ser el decisivo. El ruso mantuvo el paso y desafió a Casar, Luis León y Astarloza a atraparlo. Si podían. Parecía que no, Luis León incluso hacía gestos con la cabeza: “no, no, no”. Era demasiado, parecía demasiado. Efimkin iba raudo, tenía tres segundos de ventaja que parecían insalvables para los otros tres; hacía falta un tirón de verdad que los enjugaran. Lo tuvo que dar Luis León, que quizá sacrificaba con él sus últimas fuerzas. Parecía que sí.

A 300 metros de la meta, Luis León rebasaba a Efimkin con Casar a rueda y Astarloza algo más retrasado. El francés se apresuró a remacharle entonces, no cayó en que cometía un error al dar por muerto a Luisle, que cogió su rebufo y esperó cincuenta metros, lo justo, para lanzar el sprint y birlarle el triunfo de etapa, que a la postre pasó a ser el segundo del murciano en un Tour de Francia. Astarloza llegó tercero. El grupo entró en meta a 1’54”, encabezado por un Rojas que ganó el sprint y alzó los brazos para señalar al marcador electrónico que reflejaba la victoria de su compañero de equipo y paisano. La primera victoria de un español en este Tour, la primera de los equipos españoles que hoy han dejado bien a las claras que, aunque sin candidatos al maillot amarillo, no han venido a la gran ronda francesa a ser comparsas.

El nuevo La Vie Claire avasalla en la CRE

7 de Julio, Arueda.com

Había dudas en torno a cuál sería la actuación del equipo kazajo en esta contrarreloj por equipos. Había dudas, en especial, en torno a cuál sería el feeling entre sus hombres después de la sorprendente etapa de ayer, donde Armstrong se filtró en un corte junto a Zubeldia y Popovych y consiguió una renta de cuarenta segundos más valiosa en el plano moral que en el deportivo. Valiosa, especialmente, con respecto de un Contador que se perfilaba víctima real del movimiento realizado desde el coche del director Johan Bruyneel, que por otro lado fue impecable tácticamente.

En la prueba de hoy, sin embargo, todo ha sido diferente. Los nueve hombres de Astaná han dado lo máximo de sí mismos, desmintiendo cualquier mal ambiente en el equipo. Grégory Rast y Dimitri Murayev se cortaron antes de la mitad de la carrera, sus compañeros son de un nivel mucho más alto que ellos, meros gregarios. El resto rodaron a una velocidad endiablada: Paulinho, Zubeldia, Popovoych, Leipheimer, Klöden. Contador. Y, sobre todos, Armstrong. El americano dio toda una exhibición. Sólo le faltó la guinda del maillot amarillo, que mantuvo por centésimas el poderoso suizo Fabian Cancellara.


Una CRE nunca vista en el Tour

El recorrido de la contrarreloj por equipos se las trajo. El propio Lance Armstrong lo avisó en su Twitter hace una semana: “olvidad todos vuestros pronósticos, esta CRE es totalmente diferente”. No pudo acertar más. Lejos de ser un trazado típico, con anchas carreteras llanas donde las mejores escuadras pudieran desplegar toda su potencia, la ruta estuvo sembrada de encerronas, repechos ratoneros, calzadas estrechas y, sobre todo, curvas peligrosas. Una en especial, a los pocos metros de salir, causó varios estragos: en ella se fueron al suelo Bingen Fernández (Cofidis), Allesandro Ballan (Lampre) y Denis Menchov (Rabobank), que perdió en meta otros 2’20” que le sitúan en la general con cuatro minutos de desventaja casi insalvables si hablamos de pelear por el amarillo.

Los primeros en salir fueron Caisse d’Épargne y Katusha, buenas escuadras con grandes rodadores que marcaron referencias muy válidas; no en vano, fueron séptimo y sexto al final. Tardaron mucho en batir sus tiempos; los pupilos de Eusebio Unzué en particular realizaron una CRE de más a menos que les valió ser los mejores en el primer punto intermedio de la prueba al final de la jornada.

Algunos favoritos, decepcionantes

Liquigas fue la primera en batir a Caisse y Katusha. Antes, todas las actuaciones habían sido decepcionantes: la ya comentada de Rabobank o la del Silence – Lotto de Evans, donde el australiano estuvo demasiado solo y nervioso perdiendo 2’36”, fueron paradigmáticas. La excepción a la regla de la decepción fue el Cervélo de Carlos Sastre, que perdió unos dignísimos 1’38” para acabar octavo en la CRE.

Después de que los italianos de Liquigas se pusieran los primeros (acabarían cuartos a 58”) llegó Euskaltel, otra sorpresa agradable. Cimentados en el voluntarioso Mikel Astarloza, los vascos marcaron un meritorio tiempo que les sirvió para acabar décimos a 2’10”. Tras ellos llegó un Garmin desatado que, con una táctica rudimentaria de ir a tope desde el principio, acusaron quedarse con los cinco hombres mínimos para la toma de tiempos del equipo demasiado pronto; aún así, batieron a Liquigas. Luego, sin embargo, se vieron derrotados por 18” ante el potentísimo Astaná y, tal vez, comprendieron que fue demasiado prematuro dejar atrás a Danny Pate sin haber recorrido ni siquiera diez kilómetros.

Todos los equipos contra el nuevo La Vie Claire

Quedaban tres, los tres máximos favoritos. Columbia acusó su portentosa etapa de ayer, donde cortaron al pelotón a voluntad, y cedió casi un minuto. Astaná marcó distancias de una manera excepcional. Saxo Bank, por su parte, echó mano de Cancellara. Se podría decir, sin exagerar, que la ‘locomotora de Berna’ hizo casi un tercio de la CRE encabezando a su equipo; gracias a ello mantuvo el maillot amarillo por escasas centésimas. También fue trabajo colectivo, sacrificio en favor de los hermanos Schleck y de él mismo.

Todo es poco para contrarrestar al mayor arsenal de talento ciclista desde los tiempos de La Vie Claire, aquel equipo que reuniera en su plantilla a Hinault, Lemond, Hampsten, Bauer, Rutimann y Barnard. Se podría decir, sin exagerar, que no le tiene nada que envidiar este Astaná de Armstrong, Contador, Klöden, Leipheimer, Popovych y Zubeldia. En 1985 y 1986, aquel legendario equipo firmó sendos dobletes en la general final del Tour. ¿Llegará este Astaná tan lejos, o se dividirá por el camino por la lucha de egos?

Los cortes de la Navaja de Occam

Arueda.com

La navaja de Occam es un instrumento empírico que sirve como base a cualquier razonamiento lógico. Lejos de ser un instrumento físico, es una máxima cuyo nombre radica en que corta de raíz cualquier divagación e hipótesis demasiado complicada. Establece la preponderancia de lo simple con el siguiente postulado: “La interpretación más sencilla es probablemente la correcta”.

En ciclismo no hay carrera más sencilla que la contrarreloj: un recorrido que cada participante completa individualmente con el objetivo de hacerlo en el menor tiempo posible. Determina la fortaleza física del corredor mucho mejor que la montaña, donde hay cierto componente mental; mucho mejor que el sprint, donde hay una parte importantísima de trabajo de equipo; mucho mejor que el terreno de las clásicas, donde la táctica juega un papel decisivo. Aquí todo es muy sencillo, es la lucha en igualdad total de condiciones, la navaja de Occam corta muy bien.

La crono de hoy parecía sacada de otro tiempo. Acumulaba una longitud de sesenta kilómetros, propia de cualquier carrera del género en cualquier gran vuelta, pero la sazonaba con dos puertos de montaña que proporcionaban una dureza descomunal. Para muestra, los 17 minutos y 50 segundos de retraso que ha acumulado en meta el último clasificado, Óscar Gatto (ISD), con respecto del ganador Denis Menchov.

El ruso de Rabobank ha sido, sin duda, el gran beneficiado de hoy. Inició el día a 1’20” de la ‘maglia rosa’ que llevaba Danilo Di Luca y lo acabó con ella puesta y 34” de renta. Menchov es un corredor fortísimo, dominador en las contrarrelojes y capaz de lo mejor (Alpe de Siusi) y lo peor en la montaña, a causa de una debilidad mental que le hace hundirse cuando ve alguien superior a él en la carretera. Eso le hizo no ganar el Tour del año pasado, donde también acusó un poco de mala suerte, si bien no le ha impedido ganar una Vuelta a España, la de 2007, en la que avasalló desde otra crono (Zaragoza) hasta el final.

Sin embargo, ahora Menchov se enfrentará a otro problema que no es de mentalidad a la hora de defender el liderato. Se trata del equipo. Rabobank ha traído una alineación más bien débil, sobre todo a la hora de subir, que tiene además el hándicap de haber perdido a su ‘capitano’ en ruta, Pedro Horrillo, debido a una caída. Sólo Laurens Ten Dam (19º en la general), Mauricio Ardila (48º) y Dimitri Kozontchuk (79º) si se encuentra en sus mejores días parecen capaces de resistir hasta el último puerto con el ruso. Los acontecimientos pueden sobrevenir, sobre todo, con un ataque lejano en una de las numerosas etapas de media y alta montaña que restan hasta la llegada en Roma.

Otro equipo donde la navaja de Occam ha metido su filo ha sido Liquigas. Su bicefalia corre el peligro de convertirse en dicotomía; desventajas de salir con dos líderes en el mismo ‘nueve’. Ivan Basso y Franco Pellizotti han convivido hasta ahora perjudicándose, no han dado pedaladas a favor del otro y sí en contra; por ejemplo, el corte de la décima etapa que costó veinte segundos de desventaja a Basso lo provocó el propio Pellizotti.

En la contrarreloj, Pellizotti ha demostrado estar un punto por encima de Basso. El hombre del cabello rizado lleva un minuto de ventaja respecto del varesino, quien sólo se mostró mejor que él en Alpe de Siusi y tiene además dos hándicap: impericia para atacar y poca costumbre de alta competición. En estas circunstancias, recortar tres minutos (su diferencia respecto del líder Menchov) se antoja muy complicado si se espera a combatir de tú a tú. Pellizotti, por tanto, parece en mejor disposición para aspirar a la maglia rosa. La solución para evitar un conflicto tal vez sea buscar ataques lejanos con Basso, hacer trabajar a Menchov y dejar el terreno abonado para que Pellizotti remate. Que ambos den pedaladas para sí mismos, pero que al menos no se perjudiquen…

Por otro lado, la decepción de la contrarreloj posiblemente haya sido Michael Rogers. El australiano, antiguo campeón del mundo contrarreloj, se ha visto superado por los rivales y el recorrido y ha perdido casi tres minutos en meta con Menchov. El corredor de Columbia muestra una falta de solidez casi alarmante y, aunque algunas apuestas le daban como candidato a la sorpresa, aún le falta ese punto de regularidad para situarse entre los mejores. Tampoco su compañero Thomas Lövkist (a cinco minutos) ha dejado mejores sensaciones; la navaja de Occam dice esta vez que la guerra de Columbia seguramente no sean las clasificaciones generales.

Todo lo contrario le sucede a Carlos Sastre. Y a Levi Leipheimer. Ninguno de los dos se ha mostrado exultante, ni muy entonado; se mantienen a la expectativa, pero aún así son quinto y segundo en la general, respectivamente. El abulense de Cervélo espera amparado en su condición de corredor de fondo, lo que propicia que sus etapas para marcar diferencias sean más las finales que las iniciales. El americano, por su parte, esperaba no tener rival en la contrarreloj, poder sacar tiempo a todos; ahora tiene un problema llamado Menchov. Y también una solución llamada Astaná, un equipo potentísimo con capacidad de sobra para armar verdaderos zafarranchos.

El último corte de la navaja de Occam, el primero cronológicamente de todos los reseñados, lo ha dado en Lance Armstrong. Después de dos semanas introducido en el fragor de la competición, el americano ya había tomado ritmo de competición y se encontraba ante la prueba de fuego de la disciplina que tantos éxitos le dio otrora. El resultado, 13º a 2’26”, no invita al optimismo de pensar en la recuperación del Armstrong de antes de la retirada; hay doce ciclistas por encima suya, antes no había ninguno. Sin embargo, sí deja bien a las claras que el tejano sigue teniendo un nivel más que decente. Y puede ser, por qué no, que le veamos dinamitar el Giro con su trabajo a favor de Levi Leipheimer…

Cavendish gana una San Remo de oficina

21 de Marzo, Arueda.com

Faltaron ataques en la Milán – San Remo 2009. Se notó en exceso la ausencia de algunos teóricos favoritos, en su mayoría clasicómanos, que no llevaron a buen término su preparación por diversos motivos. Fabian Cancellara renunció por un precario estado de forma, pensando quizá en el Giro. Frank Schleck y Óscar Freire sufrieron sendas lesiones; el campeón del mundo Alessandro Ballan está enfermo. Mirco Lorenzetto, quinto el año pasado y potencial sorpresa, amaneció febril y no pudo tomar la salida.

Sin embargo, la plana mayor de esprinters puros sí se presentó al completo. Tom Boonen, Mark Cavendish, Alessandro Petacchi, Thor Hushovd, Daniele Bennati, Robbie Mc Ewen, también los españoles Koldo Fernández de Larrea y José Joaquín Rojas. Velocistas, acompañados de potentes equipos en la mayoría de los casos, con buenos corredores supeditados a sus objetivos.

Así las cosas, las esperanzas de movimiento eran pocas. El equipo Acqua e Sapone, con Stefano Garzelli y Luca Paolini en plena forma, podía ser buen animador. El libérrimo Pozzato podría haber dado una exhibición de cualidades. Por supuesto, estaba Lance Armstrong, a priori dispuesto para ejercer de ‘sheriff’. Sin embargo, la alternativas más sólidas eran dos: la terna de Diquigiovanni, formada por Gilberto Simoni, Michele Scarponi y Davide Rebellin, reventando el grupo a base de ataques; ó el potentísimo Luis León Sánchez haciéndose de un pequeño hueco subiendo el Poggio para consolidarlo bajando y ganar en solitario.

Ninguna se cumplió. Faltó decisión, sobraron escuadras para controlar, convencidas de las posibilidades de victoria de sus velocistas. De inicio se formó una fuga de once corredores de medianías, donde destacaban únicamente el austríaco de Columbia Bernhard Eisel y el ruso de Katusha Mikhail Ignatiev. Controlaban la distancia LPR (Petacchi), Cervélo (Hushvod) y Quick Step (Boonen), la fuga se fue desgranando y cuando fue abortada definitivamente al pie de la Cipressa sólo quedaban en cabeza el citado Ignatiev, Sebastian Turgot (Bouygues), Christophe Le Mevel (Française des Jeux) y el local Giampaolo Cheula (Barloworld).

En la Cipressa, la penúltima cota del recorrido, el soso desarrollo de la carrera parecía romperse. Michele Scarponi tomó la primera posición del pelotón y empezó a seleccionarlo. Los ciclistas más débiles cedieron pronto, se formaron numerosas catervas por detrás que incluían nombres ilustres como Robbie Mc Ewen, Koldo Fernández de Larrea o el celebérrimo Lance Armstrong. En la pomada sólo quedaron dos grupos: por delante uno de veinte ciclistas donde tiraba Liquigas al ser Benatti el único esprinter integrado en él, por detrás otro de treinta donde LPR trabajaba a marchas forzadas para llevar a Petacchi delante, aunque trajera consigo a varios rivales. Lo consiguió.

Quedaba así un grupo demasiado grande y repleto de hombres rápidos al llegar al pie del Poggio. Un Caisse d’Épargne envalentonado se tomó la cabeza de grupo en pos de las opciones de José Joaquín Rojas, sacrificándose infructuosamente. Française des Jeux hizo después lo propio en un movimiento algo necio, dado que no tenía ningún hombre capaz de entrar ni siquiera entre los cinco primeros en una hipotética volata en San Remo. Se empezó a subir y…

… No ocurrió nada. Prácticamente nada. El Poggio es una subida más o menos corta y suave; la dureza la deben poner los ciclistas, y eso no sucedió. Sylvain Chavanel se puso en cabeza para marcar un paso lento que salvaguardara las opciones de su jefe Boonen, y se mantuvo ahí durante kilómetros; primero solo, luego acompañado de otros coequipiers de Quick Step. Cuando quedaban apenas mil metros para coronar, Rebellin lo intentó a la desesperada sin resultado; Pozzato le secundó y repitió la acción, adquiriendo una pequeñísima ventaja que luego desperdició en la bajada. En todos esos movimientos anduvo metido Egoi Martínez (Euskaltel), el primero de los tres españoles que apareció en los compases finales de la carrera. El siguiente en hacerlo fue Luis León Sánchez, quien una vez acabado el descenso quemó sus naves con un derroche de potencia que ni siquiera inquietó a un grupo donde ya se mascaba el esprint.

Y el esprint al final llegó. Los equipos se disputaron el dominio del mismo,saliendo ganador de la contienda un Columbia que gracias a Hincapie consiguió colocar inmejorablemente a Cavendish. Todo, sin embargo, saltó por los aires cuando el corredor de Cervélo Heinrich Haussler demarró y sorprendió. El alemán ha explotado este año, ha mostrado una gran fortaleza y una regularidad que hasta ahora ni se le sospechaba. Sabedor de que su explosividad no es suficiente para volatas cortas y su sprint de media distancia era inferior al de ocho o diez de sus contrincantes, decidió jugárselo todo a una arrancada larga.

Casi le sale bien, de no ser por un Mark Cavendish superlativo que saltó desde atrás, cogió su rebufo y pudo superarle en un último golpe de riñón excepcional. Ambos, alemán y británico, picaron dos segundos respecto del resto de contendientes, que no supieron ni pudieron seguir la rueda de Cavendish hacia la línea de meta. Tercero en la misma fue Thor Hushvod, coequipier de Haussler al que quizá perjudicó la arrancada de su compañero; séptimo fue Aitor Galdós, de Euskaltel, que sorprendió al colarse entre los grandes y compensó de alguna a manera a su equipo la posible fractura de clavícula sufrida por Iñigo Landaluze en una caída bajando la Cipressa.

Los últimos tres kilómetros de Milán – San Remo fueron emocionantes y tuvieron algunos ingredientes de sorpresa. El resto de la carrera, para qué engañarnos, no mereció la pena y no quedará en la memoria de ningún aficionado. No todas las competiciones pueden ser cantos al ciclismo, como la París – Niza que vivimos recientemente. Aunque siempre es un sinsabor ver como monumentos como Milán – San Remo pueden ver a su espectáculo darse de bruces contra el ferreo control táctico del ciclismo moderno. A veces, ciclismo de oficina.

Victoria del Ciclismo en París – Niza

Contador casi devuelve la moneda a Luis León

No podía quedar así, no podía quedar la imagen de Alberto Contador como la de un ciclista roto, que pierde dos minutos en tres kilómetros y se deja la carrera por una ambición exagerada. Para eliminarla de la retina del aficionado quedaban algo más de cien kilómetros por los alrededores de Niza, tradicionales, con tres puertos catalogados de primera aunque tendentes más a la segunda categoría: Porte, Turbie, Eze. Luis León Sánchez sabía lo que iba a venir, conoce a Contador como coetáneo y compañero de equipo varias temporadas; el de Pinto iba a atacar desde el inicio.

Y, efectivamente, sucedió. En las primeras estribaciones del larguísimo Col de Porte se formaba un grupo de veinticinco ciclistas donde entraban dos coequipiers del superclase madrileño, el kazajo Dyachenko y un Popovych que parece ser la segunda mejor arma de un Astaná que ha mostrado una imagen deplorable, Contador aparte. El Caisse d’Épargne del líder Luis León, por su parte, filtraba a Óscar Pereiro y David López, sabedor de que aquello no hacía más que comenzar. Cuando la fuga tenía una veintena de segundos, Contador saltó del pelotón. Se pusieron entonces los astros del lado del corredor de Astaná, o más bien en contra de un Luis León que pinchaba en dos ocasiones consecutivas. Ello obligo a su equipo a esperar, frenar el pelotón y dejar marchar a Contador hacia la gesta.

Pasó el madrileño como un obús por el grupo de fugados, quien pueda que me siga, y sólo pudieron a la postre otros cuatro ciclistas entre los cuales no estaba -significativamente- ninguno de sus coequipiers: el estonio Rein Taaramae (Cofidis), el francés Sandy Casar (Française des Jeux) y los nacionales Aitor Hernández (Euskaltel)… y David López. Hizo camino junto a ellos, fueron útiles Casar y Taaramae en la transición entre Porte y Turbie hasta caer desfondados, primero el joven estonio y luego el curtido francés. Hernández, por su parte, no podía dar más de sí y cedió a las primeras de cambio, si bien su combatividad y el cierto punto de descaro mostrados merecen un reconocimiento. David López, por su parte, se limitó a rodar el último del grupo y esperar a que desde el coche le mandaran esperar para tirar del pelotón…

Un pelotón donde las alianzas e intereses comunes tomaron presencia a partir de que Contador alcanzara, pasado el Col de Porte, los 2:30 de ventaja, una diferencia que le colocaba líder virtual. Caisse d’Épargne estaba superado, sólo Perget y un Pereiro cuya buena actitud quedaba opacada por un mal momento de forma daban el ancho; no era suficiente. Quick Step y Saxo Bank no tuvieron más remedio que colaborar, dado que veían amenazados los puestos de podio de Sylvain Chavanel y Frank Schleck, respectivamente.

La distancia bajaba en el llano y la bajada, en algún momento el grupo de Contador parecía estar cazado al mantener sólo quince segundos de ventaja con más de treinta kilómetros hasta meta. Sin embargo, cuando llegaba la subida se entraba en terreno del madrileño; y ahí ni Perget, ni Sörensen, ni Pineau, ni tantos otros que relevaban en el pelotón… ni todos juntos podían con el madrileño, que incrementaba su ventaja para poder soñar ya no con la general, sino al menos con la victoria de etapa. En los descensos, por contra, la historia seguía discurriendo al revés.

Una vez pasado La Turbie, la gesta de Contador ya no era posible; el maillot amarillo estaba demasiado lejos. Su enconada lucha individual contra el gran grupo había terminado con el resultado lógico. Saxo Bank cejó entonces en el empeño de perseguir, dejándole la tostada a un David López que no pudo resistir con Contador y ahora tiraba de Luis León. El madrileño volvía a marcharse poco a poco, hasta que un agresivo Toni Colom (Katusha) demarraba y se llevaba consigo a Frank Schleck, que veía la oportunidad de asaltar el segundo lugar de Chavanel en la general. Después se unía a ellos un Cadel Evans que debió sentirse raro atacando. Siempre tiene que haber una primera vez, pensaría el australiano de Silence. Luis León Sánchez, mientras tanto, hacía gala de una sangre fría extraordinaria y confiaba en el trabajo del voluntarioso David López.

Se coronó Eze y la aventura de Contador tocaba a su fin. El campeón madrileño poseía una ventaja exigua de trece segundos respecto al trío perseguido, que se convirtió en dúo cuando Evans dejó ver de nuevo sus pésimas dotes de bajador, ilógicas en un corredor supuestamente habilidoso al venir del mountain bike. Fue finalmente absorbido a poco más de diez kilómetros de meta, en plena bajada, y trató de colaborar con dos hombres que tiraban con una fuerza inusitada pues las circunstancias le acercaban sus objetivos: Colom era de largo más rápido que Contador y Schleck, lo cual le daba la victoria de etapa; Schleck, por su parte, recibía noticias de que a Chavanel se le había salido la cadena, lo cual ampliaba opciones de robar al francés el segundo cajón del podio.

Al entrar al Boulevard de los Ingleses todo parecía definido como finalmente se definió. Luis León iba en un grupito de diez donde había empalmado Chavanel, controlando las distancias sabedor de que se iba a llevar holgada y merecidamente la prueba. Schleck sabía que a su rival francés la avería le había costado ciertos segundos, lo cual le encaramaría a la segunda posición en la general final; incluso se permitió el lujo de dar un último relevo potente para después dejarse ir y no disputar el sprint. Toni Colom, por su parte, tenía la victoria casi asegurada y conseguía así el objetivo que tanto había buscado en esta París – Niza a pesar de un último golpe de riñón de Contador…

Contador. Estadísticamente se quedó sin recompensa. Moralmente, sin embargo, ha sido el gran triunfador: se ha revindicado como ciclista y como campeón. Además, desde este momento su faceta de celebridad puede ir ‘in crescendo’ sin muchas dificultades a poco que maneje bien su entorno mediático. Por último, no cabe duda de que esta experiencia será muy valiosa; ya decía Armstrong en su Twitter que le quedaba mucho que aprender. Ahora le queda un poco menos.

Pero, sobre todo, el que gran beneficiado hoy es el ciclismo. En estos tiempos de polémicas entre grandes vueltas, dopaje y debate sobre el pinganillo, son de agradecer jornadas de competición pura como la de hoy. Los líderes ya no escudan en equipos, ni se excusan en calendarios; ahora demuestras su condición de ‘grandes’ desde el primer hasta el último minuto de temporada. Eso lo agradece el aficionado fiel, también el aficionado medio al que los nombres llaman más cuando detrás hay hombres. Cuando hay la consciencia de que viendo hoy a Luis León vemos el principio de un próximo líder mundial. Cuando viendo hoy a Contador sabemos que observamos el principio de una auténtica leyenda.

París – Niza estalló en las manos de Contador

A treinta kilómetros de la meta se coronó el Puerto de primera de la Bourgaille en la séptima etapa de la París – Niza. Se acababa de formar un grupo casi perfecto para los intereses españoles: Alberto Contador (Astaná), líder de la prueba, junto al poderoso rodador Luis León Sánchez (Caisse d’Épargne), segundo en la general, y el escalador Toni Colom (Katusha), noveno. Por detrás, Frank Schleck (Saxo Bank) no podía mantener el ritmo y esperaba a su compañero Jens Voigt para intentar entrar en el grupo de los españoles. El resto de favoritos, incapaces, se organizaban esperando minimizar el tiempo perdido en meta.

La situación no podía ser mejor, la manera de llegar a ella tampoco. Todo había empezado con una fuga de una decena de corredores, donde viajaban Juan Antonio Flecha y Joan Horrach y de la cual el último superviviente fue un Martin Velits (Milram) que sólo fue cazado por el trío de españoles formado al final de la Bourgaille. La selección en el pelotón la llevaron a cabo los voluntariosos hombres de Cofidis; Remi Pauriol y Amaël Moinard, entre otros, se vaciaron para acercar a la victoria a un David Moncoutié al cual se le acabó la gasolina demasiado pronto. Empezaron entonces los ataques, donde tomó la voz cantante un Toni Colom que primero redujo el grupo a sólo ocho ciclistas. Luego, su aceleración sólo pudo ser respondida (y continuada) por Contador primero y Luis León después.

Fue entonces cuando se coronó la Bourgaille y todo parecía dispuesto para la entente. A Luis León le interesaba la general, asegurarse un puesto en el podio utilizando su potentísimo motor durante el descenso jalonado de repechos camino de Fayence; los anhelos de Colom iban por la etapa. Contador, por su parte, se hubiera quitado de un plumazo a todos los rivales menos el murciano de Caisse d’Épargne, una bendición si tenemos en cuenta que en la salida había cuatro ciclistas más en disposición de asaltar su liderato.

Hubo entonces momento para el recuerdo. La memoria nos retraía al “¡¡Luisle, Luisle!!” gritado por Contador hace dos años, camino de Cannes en la penúltima etapa de la propia París – Niza, cuando Luis León no quiso esperar al superclase madrileño de Astaná, que de haber ido con él se hubiera puesto de líder en una carrera que a la postre sería suya. Fue un momento de desacuerdo, en el cual un ambicioso Contador no quiso hacer un trato y ceder al murciano la victoria de etapa a cambio de quedarse con el liderato. Pudo haberse arrepentido. Esta vez, seguramente, se arrepentirá.

El recuerdo se convirtió en un fantasma que se pasó para saludar y complicarlo todo. Por detrás, Sylvain Chavanel (Quick Step) se había unido al dúo de Saxo Bank y conseguía reducir distancias respecto al trío de cabeza. El acuerdo tenía que llegar sí o sí, Luis León se acercó a Contador e intentó hablarle. El madrileño, demasiado altivo, no quiso saber nada y sí mantener sus opciones de llevárselo todo. Pasaba con menor fuerza al relevo porque era el líder y teóricamente no tenía tantos intereses como sus compañeros porque esa aventura llegara a buen puerto; su negativa a ceder nada resultó demasiado irritante.

Cuando los perseguidores alcanzaron la cabeza de carrera, sus hasta ahora compañeros de fatiga Toni Colom y Luis León Sánchez comenzaron a lanzar ataques que sonaban a reproche. Contador debía responder en primera persona, puesto que todo lo que fuera darles demasiada ventaja perjudicaba sus opciones de triunfo en al general. Los extranjeros, expectantes, dejaban hacer. Hasta que un ataque de Luis León no pudo ser respondido por el superclase madrileño, que se vio obligado a dejarlo ir y, lo que es peor, renunciar a controlar la distancia que tomara el madrileño. Hemorragia de segundos, la ambición hacía que a Contador se le escaparan Luis León y la carrera.

En apenas diez kilómetros de terreno rompepiernas (descenso técnico y repechos) el corredor murciano había recortado a Contador la ventaja que le llevaba en la general. El de Astaná, por su parte, tiraba a la desesperada con menos desarrollo del conveniente, pidiendo a sus compañeros de grupo algún relevo y acordándose de sus coequipiers, que viajaban en grupos más retrasados víctimas en casi todos los casos de un mal momento de forma. Sólo Voigt le daba un respiro, cuidando de las opciones de Frank Schleck, pero sin demasiada fe.

Quedaban sólo cuatro kilómetros hasta meta, dos de llano y dos de subida. Luis León llevaba un minuto de ventaja. Y entonces Colom reprochó por última vez a Contador su ambición, que había impedido al grupo de españoles llegar a meta y jugarse la victoria. El reproche, en forma de demarraje, no lo pudo responder el campeón madrileño. Voigt sí pudo. Schleck y Chavanel se quedaron a rueda de Contador, atónitos ante la impotencia del ex pupilo de Manolo Sáiz. Entonces el francés de Quick Step decidió dar el golpe de gracia, atacó y se llevó al de Saxo Bank a rueda para dejar a Contador solo y desfondado.

Lo que sucedió después fue una pájara en toda regla. También la imagen de un ciclista hundido, más psicológica que físicamente, debido a sus actos. Alberto Contador perdió casi dos minutos en tres kilómetros, fue superado por un grupo de veinte ciclistas como el más vulgar esforzado de la ruta que es devorado por el pelotón después de una infructuosa fuga en el llano. Uno tras uno le iban superando corredores infinitamente inferiores a él, pero sin la soberbia que había aparecido para hundirle y robarle una carrera que parecía suya.

Luis León Sánchez, por su parte, llegó lleno de rabia y fuerza bruta a cruzar la empinada línea de meta de Fayence, donde alzó los brazos al cielo como recuerdo a su hermano León Sánchez. Sacó cincuenta segundos a los otros favoritos, que llegaron encabezados por Colom; y castigó con casi tres minutos a Contador. A un Contador que, con una sangre fría que incluso se podría haber disfrazado de humildad, debería haber colaborado a tope con él y Colom para llegar a meta con ventaja, eliminarse rivales y ganarse amigos. No lo hizo y por ello seguramente ha perdido la París – Niza. La parte buena, la única, es que tiene 26 años y con esto aprende una valiosa lección.

La historia de amor de Cunego tiene final feliz

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A veces ocurre en el ciclismo que un corredor y una carrera se enamoran. Año tras año se ven y parece que llevaban toda la vida esperándose: el ciclista está en un momento excepcional, el terreno se amolda perfectamente a lo que él necesita. Como si estuvieran diseñados el uno para el otro. Y, cuando todo termina, el corredor besa al trofeo, a la carrera, y la estampa recuerda a dos enamorados que desde ese instante cuentan las horas hasta el próximo reencuentro.


El idilio de Damiano Cunego con el Giro de Lombardía ha tenido hoy su tercer capítulo. Todo empezó en 2004, cuando el ciclista de origen veronés culminó una temporada de ensueño (Giro del Trentino y Giro d’Italia, entre otros triunfos) batiendo a Michael Boogerd, Ivan Basso, Cadel Evans y Daniele Nardello. Su siguiente cita no acabó tan bien como la primera: Damiano llegó hundido, dentro del grupo principal del cual se habían burlado Paolo Bettini, Gilberto Simoni, el por aquel entonces emergente Frank Schleck y Giampaolo Caruso. En 2006, Lombardía ni siquiera esperó a un Cunego que renunció a ella desde el principio para centrarse en unas grandes vueltas que siempre fueron traidoras con él, desde aquel Giro soñado de 2004…

Sin embargo, esa historia de amor no podía terminar así. El año pasado, Damiano volvió a participar en el Giro de Lombardía. Preparó con mimo el final de temporada, compitió en la Vuelta a España y el Campeonato del Mundo… Llegó a la cita lo mejor que pudo. Y la historia volvió a tener final feliz. Se presentó en la recta de meta acompañado por un Ricco’ que había sido el principal animador de la carrera desde el paso por la Madonna del Ghisallo. Y, una vez allí, Damiano sólo tuvo que echar mano de su sprint, mucho mejor de lo que se puede esperar para un escalador como él.

Esta mañana en Varese todos los papeles daban a Cunego como gran favorito. Bueno, a Cunego y a su compañero de equipo en Lampre Alessandro Ballan. Plata y oro en el Campeonato del Mundo disputado en la propia Varese hace tres semanas: prácticamente el mejor dúo posible para afrontar esta carrera. De ello se aprovechó Damiano durante toda la carrera, de que la mitad de los ojos estaban puestos en el arcoiris ostentado por Ballan.

No apareció hasta tres cuartas de carrera. Su coequipier Mauro Santambrogio se filtró en la fuga lejana del día junto a otros buenos ciclistas como Michael Rogers (Columbia) o el español Pablo Lastras (Caisse d’Épargne). El resto de sus compañeros trabajaban en el pelotón para controlar las distancias: desde el prometedorcísimo Francesco Gavazzi hasta un Marzio Brusheghin que neutralizó la escapada y seleccionó el grupo casi en solitario durante las primeras estribaciones de la penúltima dificultad de la jornada, Civiglio.

Alessandro Ballan dio la cara en todo momento: el último de la fila del Lampre, el puesto teóricamente reservado para el líder del equipo. Damiano, por su parte, andaba a medio pelotón y, sólo de vez en cuando, asomaba a las primeras posiciones. Fue en el propio Civiglio donde se intercambiaron los roles; Cunego pasó a primer plano y Ballan se dejó ir hasta posiciones intermedias. Chris Horner (Astaná) realizó un movimiento que a la postre fue decisivo, atacando y llevándose consigo a un Francesco Failli (Acqua e Sapone) que comienza a demostrar su clase, similar a la de Bettini, Rebellin y otros buenos clasicómanos italianos. Entonces fue Damiano quien se movió, viendo claro que era clave demarrar en esos instantes. Arribó a cabeza de carrera, y tras él lo hizo el madrileño de Caisse d’Épargne Dani Moreno.

Se enfiló el descenso de Civiglio, ratonero y peligroso a pesar de la ausencia de lluvia. Cunego se puso en cabeza del grupo; Horner, Failli y Moreno, por este orden, le seguían en su vertiginosa travesía. Por detrás, el campeón olímpico de Euskaltel Samuel Sánchez se lanzaba haciendo honor a su enorme y merecidísima fama de descendedor. Y fue mediada la bajada cuando tuvo lugar el hecho clave de la carrera: Chris Horner tomaba mal una curva, demasiado abierto, modificaba la trazada y frenaba. Esto perjudicó a Failli y Moreno, que debieron hacer lo propio. Perdieron la referencia de Cunego, quien marchaba con el cuchillo entre los dientes. Y ni la llegada al grupo de Samuel Sánchez pudo evitar que el ciclista de Cerro Veronese hiciera un hueco que después se revelaría como insalvable.

Y es que lo que vino después fue sencillo para Damiano. La colina de San Fermo Della Batagglia afianzó al italiano; por detrás, el grupo fue cazado por otro más grande en el cual se sucedieron escaramuzas. El joven colombiano Rigoberto Urán (Caisse d’Épargne), un escalador pata negra aún por definir en algunos sentidos, atacó poderosamente en pos del inalcanzable Cunego. Se unió a él un Janez Brajkovic que, ya en meta, se reveló como el protagonista ingenuo del día: esprintó con locura, maniobró peligrosamente para cerrar a Urán… y alzó los brazos. Pensó haber ganado. Pero realmente fue el primero de los pretendientes a los que Lombardía rechazó para besar a Cunego.

Ballan campeón ante las vergüenzas del ciclismo

Arueda.com
Todo un Campeonato del Mundo desvirtuado por la actitud del capo del pelotón. Mientras Alessandro Ballan se imponía con un ataque de caballo en el hipódromo haciendo valer la superioridad italiana, aplastante y reflejada en cada instante de carrera, Paolo Bettini se retiraba entre los honores rendidos por el resto de los líderes del ciclismo mundial. Su compañero de retirada Erik Zabel, Tom Boonen, Frank Schleck y los españoles Óscar Freire y Alejandro Valverde. Todos llegaban cinco minutos después del campeón, admirando al Don, restando mérito a la victoria de un Ballan que posiblemente estaba ante el cénit de su carrera deportiva.


El nuevo campeón se impuso a un grupo de rivales de menor postín, ciclistas que ahora mismo figuran en la segunda o tercera fila mundial. Sólo Davide Rebellin, Damiano Cunego y el propio Ballan se escapaban de esta norma; ciclistas de clase, con un palmarés más que digno para ser campeones del mundo. Matti Breschel les aguó la fiesta, se coló segundo en el sprint del grupo e impidió que los italianos llevaran a cabo un triplete histórico, la mayor exhibición desde aquella París-Roubaix de 1996 donde Mapei copó las tres primeras plazas con Museeuw, Bortolami y Tafi.

El resto de sus acompañantes, directamente, no tenían la altura necesaria para las circunstancias. Escaladores como Robert Gesink, Chris Anker Sörensen, Thomas Lövkist, Jurgen Van Goolen o el nacional Joaquín Rodríguez poco tenían que hacer en el llano. Nick Nuyens, Stefan Pfannenberger, Andrei Grivko y Fabian Weggman, sencillamente, no tenían la categoría ni la potencia para meterse en la lucha por las medallas. Sólo Breschel, aspirante a superclase con 24 años, pudo poner un cierto contrapunto a la fiesta italiana que tuvo lugar en Varese. Y al bochornoso espectáculo de los grandes favoritos. Y al ridículo de España.

Nada hacía presagiar, en principio, que este Mundial se convirtiera en un chasco absoluto para la selección española. El conjunto de Antequera presentaba un nueve de garantías, con cuatro medallistas en potencia como Óscar Freire, Alejandro Valverde, Samuel Sánchez y Alberto Contador. Este último renunció a sus posibilidades al poco de rebasar el ecuador de la carrera. Con él, los tres gregarios más débiles para el recorrido: Benjamín Noval, Ezequiel Mosquera y Luis León Sánchez. Sin embargo, a la par de esta decepción llegaba una agradable sorpresa: Juanma Gárate, con unas prestaciones insospechadas, tomaba una relevancia mucho mayor de la prevista.

Sobre todo cuando, a falta de cinco vueltas para el final, un grupo de nueve ciclistas donde se incluían tres italianos y tres españoles abortaba el intento de los tres valientes del día. Tres valientes que se escaparon y cubrieron más de ciento cincuenta kilómetros destacados con respecto al resto: Ricardo Ochoa (Venezuela), Chris Poos (Luxemburgo) y el ucraniano de Canet Oleg Chuzda. Éste fue el último en claudicar, y dejó en cabeza de carrera a ese grupo que parecía capaz de llegar hasta el final a poco que hubiera un cierto desacuerdo por detrás… y acuerdo en él.

Paolo Bettini, Alessandro Ballan y Damiano Cunego formaban el triplete italiano; Joaquim Rodríguez, Alejandro Valverde y el mencionado Juanma Gárate eran los representantes españoles. Junto a ellos, sólo otro hombre realmente peligroso: Alexandr Kolobnev (Rusia). Situación positiva tanto para España como para Italia: Boonen eliminado, Zabel y Ciolek eliminados. Además, ambos países contaban con dos balas ganadoras en la recámara: Davide Rebellin y Óscar Freire. Sin embargo, no hubo acuerdo: en lugar de colaborar, España torpedeó al grupo en un principio con los ataques de Joaquín Rodríguez. El objetivo, que fuera Italia la única que tirara del grupo para reservar así al resto de corredores españoles. El resultado, ‘Purito’ renunciando a su intentona y pasando a colaborar junto a Gárate para mantener con vida la fuga. Sin embargo, fue demasiado tarde: Bélgica y Alemania sí aunaron fuerzas desde el principio para anular esta escaramuza y consiguieron hacerlo.

Después, momentos de nervios. Lucha constante, ataques por parte de distintos ciclistas de países que no podían aspirar al triunfo. Geoffrey Lequatre, Kristian Fajt… Juanma Gárate… todos ellos intentaron burlar al pelotón, conscientes de que no lo iban a hacer salvo milagro. Algo similar debían pensar los que, en el falso llano final de la penúltima vuelta, tensaron el grupo. Greg Van Avermaet, Matti Breschel y tres omnipresentes: Alessandro Ballan, Joaquín Rodríguez y Fabian Weggman, hicieron camino para su propia sorpresa. Por detrás fueron formándose grupos perseguidores. Algunos llegaron, como el de Rebellin y Cunego; otros, como el del asturiano Samuel Sánchez, no. Los favoritos, mientras tanto, rodaban y saludaban a un Bettini que se autoerigía como la mayor estrella de estos Campeonatos del Mundo de Varese gracias a su retirada y al poder derivado de una especie de caciquismo.

Un grupo de quince afrontaba en esta situación la subida a la ‘salita di Ronchi’, un repecho relativamente sencillo cuya dureza se vio aumentada por la acumulación de kilómetros. Los ataques constantes de los ciclistas italianos, con la participación de secundarios como Pfannenberger, eliminaron al mejor velocista que viajaba en cabeza, Greg Van Avermaet. Amén de mermar a algunos corredores que podrían haber tenido algo que decir. Aunque el movimiento decisivo no llegaría hasta a falta de tres kilómetros de meta.

Fue entonces cuando Alessandro Ballan se puso de pie durante apenas tres segundos, siguiendo con los incontables demarrajes por parte de los azzurros en los últimos kilómetros. Después, puso el plato más grande y el piñón más pequeño. Sentado, imperturbable, se abrió casos por los falsos llanos hasta el hipódromo donde se situaba la meta. Allí levantó las manos. Allí Cunego golpeó el manillar un instante después, algo así como rabioso por no haber ganado.

Allí, tras cinco minutos de espera, llegaban Bettini y Tosatto erguidos sobre la bici y sonrientes. Gran parte del resto de ciclistas que les acompañaban no aplaudió porque aún le quedaba cierta vergüenza. No se puede reventar todo un Campeonato del Mundo para darse un homenaje rodeado de amigos y siervos. Y eso algunos lo sabían.