El ciclismo nunca morirá. Al menos mientras se sigan viendo espectáculos tan legendarios como el de esta madrugada. Hoy la irresistible combatividad de Italia, la fuerza de Gilbert, el portentoso esprint de Hushovd e incluso el bochornoso papel de España han hecho olvidar la tristísima semana vivida por el ciclismo mundial y especialmente por el patrio y nos han recordado una de las condiciones insobornables de nuestro deporte: que nunca morirá.
El circuito de Geelong fue criticado a priori por ser considerado demasiado blando y ha acabado constituyendo el ejemplo más fehaciente e impepinable de que el factor que hace una carrera dura no es el recorrido, sino la actitud de los ciclistas. Al principio, en el camino desde Melbourne hasta Geelong, se dejó ir una fuga de corredores pertenecientes a selecciones modestas como es tradición en los Mundiales. Esta vez fueron Rodríguez (Venezuela), Tamayo (Colombia), Brammeier (Irlanda), Elammoury (Marruecos) y Kvachuk (Ucrania) los anecdóticos protagonistas que cogieron una veintena de minutos de ventaja a disolver paulatinamente con el transcurso de la carrera. El serbio Esad Hasanovic también quiso entrar en el combo, pero no pudo y navegó entre dos aguas un centenar de kilómetros. Tampoco tuvo mayor trascendencia; para cuando cazaron al último fugado en resistir, Kvachuk, su presencia allí delante o en las catacumbas no importaba.
Se dice que los equipos son reflejos directos del carácter de sus directores, y la verdad es que hoy la selección italiana difícilmente ha podido ofrecer un mejor retrato de la manera de ser de su ‘Commisario Tecnico’, Paolo Bettini. El ‘Grillo’ planteó la táctica de su equipo con el objetivo de que la carrera deviniera una prueba de resistencia, consciente de que contaba con un fortísimo colectivo de ciclistas al que beneficiaba la eliminación de los hombres más rápidos, vulnerables en esfuerzos sostenidos por definición. Andrea Tonti y Matteo Tosatto tensaron en cada paso por los dos repechos que se atravesaban en el circuito hasta provocar un corte de una treintena de ciclistas donde se introdujeron la mayoría de hombres fuertes. Iban los dos máximos favoritos, el italiano Pozzato y el belga Gilbert, con gregarios que poner a su servicio; también Evans, Greipel o Boasson Hagen, algo menos acompañados.
Pero faltaban hombres representativos de dos selecciones fuertes. Rusia y España no habían introducido a Kolobnev, Gusev, Luis León, Samuel o Freire. La selección española, que había quemado ya a dos gregarios y llevaba a tres hombres por delante que no se descolgaron seguramente por no tener pinganillos que les dieran la orden, puso a trabajar a sus dos ‘outsiders’ apellidados Sánchez y al ‘capitano’ Gárate con objeto de controlar la fuga y proteger las opciones de Freire; los rusos jugaron a ser listos y les dejaron la tostada. Al final, tuvieron que trabajar a la desesperada para empalmar con la cabeza de carrera. Les salió bien la jugada porque su arreón coincidió con el momento en que escasearon las fuerzas de los escapados y los más fuertes pararon al comprender que esa no era la fuga buena.
Una escaramuza de Mooerenhout, Serpa, Chris Sörensen, Visconti y Nibali después, quedaba una vuelta al circuito y la carrera empezaba de nuevo con un pelotón de una cuarentena de ciclistas donde brillaban las debilidades de dos selecciones que habían quemado sus naves prematuramente. Una, Italia, por un ímpetu excesivo; otra, España, por una abulia quizá emanente de un Freire que no tuvo su mejor día y a lo mejor arrastró a un desagradecido sacrificio a sus compañeros. Estos, por otra parte, pecaron de no haber estado atentos cuando la imponente claridad de la táctica italiana hacía necesario estarlo.
La carrera navegó en la indefinición hasta que se llegó al primer repecho, el duro, y Philippe Gilbert soltó el mejor demarraje de toda la carrera saliendo la estela de su inspirado compatriota Bjorn Leukemans. En lo que constituyó la mayor exhibición de toda la semana mundialista, el valón puso veinte segundos entre él y sus perseguidores tras subir las dos cuestas reseñables del circuito encendido de coraje y ansia de triunfo. Todo ello viniendo de la fuga, donde también había estado muy activo.
Da la sensación de que a Gilbert lo que le gusta no es ganar, sino ganar a lo campeón; y eso lo paga en ocasiones como hoy donde hay que correr con algo más de cabeza y menos de víscera. En cualquier otro circuito mundialista el valón hoy hubiera campeonado, pero el de Geelong no era apto para solistas; se necesitaba una banda, y ésta la tuvo Eslovenia. El sorprendente país balcánico tiró con Janez Brajkovic y Simon Spilak para brindar una oportunidad a Grega Bole, que finalmente no la pudo aprovechar y acabó undéicmo en el esprint que sus compañeros propiciaron anulando el ataque de un genial Gilbert.
Se llegó al último kilómetro entre un caos de escaramuzas tras el cual los velocistas preparaban su último ‘do’ de pecho. Niki Terpstra ensayó un demarraje que fue neutralizado por un impresionante Ander Lund, infravalorado gregario de campanillas que lanzaba el esprint para su compañero de equipo y selección Matti Breschel. El futuro ciclista de Rabobank se abrió hacia el centro de la carretera, triunfante, sacudiéndose de su rueda a Greg Van Avermaet y forzando a Allan Davis a la remontada. No advirtió que por su izquierda emergía imperial Thor Hushovd, noruego superlativo que desplegó toda su potencia avanzando de manera irresistible hacia la meta.
Ganó. Breschel acabó segundo y golpeó con rabia su manillar (segundo podio mundialista de su carrera); Davis consiguió un tercer lugar que no le gustó, sabedor de que era el gran tapado y había perdido una buena oportunidad; Pozzato casi rapiña el bronce en un esprint portentoso pero insuficiente por su mala colocación; Freire, la otra cara de la moneda, acabó sexto, falto de fuerzas y compañeros toda vez que sólo un notable Zubeldia le acompañó hasta los compases finales de la prueba. Toda su carrera ha echado de menos el cántabro tener alguien más a su lado en los metros finales…
La imagen final que nos dejó la carrera fue un podio agradable, pero copado por ciclistas que no dieron la cara hasta los metros finales mientras otros hacían la carrera por ellos. Davis era el rostro de la decepción; Breschel, el del sinsabor; Hushovd, el de la felicidad. El noruego ha puesto hoy el colofón a su carrera deportiva, que iniciara siendo un esprinter de cierto caché en Crédit Agricole y ha acabado convertido en un excelente clasicómano más consistente pero menos veloz. El año que viene afrontará en las filas del Garmin – Cervélo su duodécima temporada como profesional, y a sus 33 primaveras honrará el precioso maillot arcoiris en los adoquines de Roubaix como lo ha hecho en 2010 Evans en las montañas de Giro y Tour. Será una campaña inolvidable para un ciclista cuya ausencia lamentaremos esta década que inicia una vez se retire.
El ciclismo nunca morirá. Es imposible que lo haga mientras queden aficionados tan abnegados como los europeos que hoy nos hemos pasado la noche en vela, mientras queden ciclistas tan dignos como los que hoy se han dejado hasta el último gramo de sus fuerzas rompiendo sus bielas con pura potencia y ansia de victoria, mientras queden carreras tan emocionantes como esta… No. Quizá los escándalos arrebaten ídolos; sin embargo, como dice la máxima, quitarán las flores pero no la primavera. El ciclismo nunca morirá.