La descendencia de la Vuelta

El pasado domingo, hace ya casi una eternidad, terminó la Vuelta a España. La conclusión general y prácticamente unánime fue que durante estas tres semanas se había vivido en la piel de toro una carrera tan preñada de emociones como huérfana de figuras. Por alguna razón, la calificación del espectáculo rozaba el sobresaliente (lo ponían en duda unas etapas finales descafeinadas por la falta de terreno decisivo) pero era rebajada por la ausencia de grandes nombres, corredores que por sí solos llamaran a los aficionados.

El eterno complejo de la gran ronda española
Hay dos clases de competiciones: las que viven de la presencia de estrellas y las que fabrican referentes. Que una carrera tenga una u otra aura viene de una serie de condicionantes de los cuales emanan lo que podríamos definir como ‘estatus’ de la prueba: tales son su historia, su recorrido, el arraigo que ésta tenga entre el público, la atención que le presten los Medios de Comunicación… La Vuelta, por distinas razones, nunca estuvo segura de que su historia fuera lo suficientemente lustrosa como para equipararse con otras carreras de similar caché, al menos sobre el papel, como las otras dos grandes rondas o los Monumentos. Tampoco tuvo la certeza de contar con el apoyo del público, ni de los Medios; ni siquiera se sentía cómoda con su recorrido y planteaba incluso encerrar sus contrarrelojes en tibios pabellones, cambiando la carretera y la brisa por bicicletas estáticas y el más absoluto de los bochornos.
Todo era hijo del complejo, del miedo a no ser lo deseado, de no poder compararse honrosamente con el Tour o, al menos, con el Giro. Tras unos años de cierto sonrojo, donde el nivel deportivo de la prueba fue cayendo hasta límites poco saludables, cambió la cúpula de Unipublic y con ello viró el rumbo. La entrada en las oficinas de ASO, organizadora del Tour de Francia, se saludó con cierta reticencia: había miedo de que los franceses convirtieran la Vuelta en una hermana pequeña, un ‘sparring’. Es pronto para saber si está siendo así; sólo la perspectiva, el paso de los años, nos permitirá analizar el curso de los hechos y su realidad. Pero sí se pueden ver cambios positivos en la gran ronda española.
Con la excepción de la historia, un parámetro insubsanable de un año a otro, la Vuelta ha registrado mejoras en todos los aspectos concernientes al estatus: los Medios le prestan atención y dedican portadas a lo acaecido en ella; los recorridos son más osados y entretenidos que la propuesta de autovías existente a inicios de siglo; incluso el público se vuelca con un espectáculo que, sobre todo en casos como el de País Vasco, se echaba de menos.
El aura de la Vuelta es distinta y mejor. Un buen síntoma de ello es que, al no contar con figuras de relumbrón disputándose el triunfo, las ha creado. Juan José Cobo y Chris Froome son ahora nombres de cierto calibre cuyo fichaje ha sido discutido en el seno de muchas escuadras. Cierto es que en el caso del ‘Bisonte de la Pesa’ es complicado hallar un hogar lejos del candor de ‘Matxin’ y hay pocas dudas en torno a su renovación con Geox; cierto es, también, que Froome finalmente no ha cambiado de estructura y continuará en el Team Sky junto a su “inmejorable mentor” Bobby Julich. Pero el caché de ambos ha subido hasta cotas inimaginables gracias a su excelente desempeño en una Vuelta a España cuyas emociones han dado a luz dos estrellas de nivel mundial que serán observadas con la lupa del respeto allá donde se presenten a partir de ahora. ¿Hay mejor descendencia para una carrera acomplejada de su aura?

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